Juntos

La casa de Samanta, o el nido de amor de Vinicio y su verdadero esposa, no era tan majestuosa o grande como la de Vicenzo, un enorme jardín a la entrada decorado con rosa y una fachada cuidadosamente bien pintada de blanco, era suficiente para sentirme humillada y miserable, la casa en que me mantuvo cautiva emocionalmente, era más pequeña, mucho más pequeña, y no tenia un jardín, ni cochera.

Eso no me imperaba, lo que me lastimaba era el juguete que hizo de mí. Nunca sintió por mí una pizca de amor, me reprochaba a mi misma el no darme cuenta de eso, era claro con toda su actitud de indiferencia.

Vicenzo atravesó el césped y con el puño cerrado golpeó la puerta con toda intención de derribarla, gritando con histeria llamando a Samanta. Observe a todos lados comprobando que no alterara la paz de aquella distinguida zona residencial.

La puerta se abrió y la mujer vestida de negro y una batita blanca le invito a pasar

—Joven Vicenzo, pase por favor

—¿Dónde esta Samanta, y mi hermano?—a
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