5. Capítulo

Después de un rato, el pequeño se había dormido de nuevo permitiéndole acabar de preparar el almuerzo. Sonrió complacida ante el exquisito olor que desprendía su comida, seguro que Matt se chuparía los dedos al probarla. Y de pronto, cómo si lo hubiera invocado, el timbre sonó anunciando la llegada de su amigo.

—Hola Madi —pronunció apenas la chica le abría la puerta.

Sus ojos brillaron al verla.

—Matt —le devolvió el saludo al tiempo que plantaba un beso en su mejilla cubierta por su barba insipiente—. No la has cortado todavía, ¿no pensarás dejarla, o sí?

—¿Estás insinuando que me queda mal?

Madison ahogó una risita mientras negaba divertida. Cruzaron la estancia y tomaron asiento en el comedor dejando un puesto en medio de ambos, distancia que le resultó innecesaria al castaño, pero no comentó nada al respecto.

—Creo que será bueno para tu negocio, atraerás chicas —guiñó un ojo en su dirección con coquetería.

Matt bufó en respuesta, pero le pareció gracioso el comentario de la joven que se dedicó a servir la comida.

—¿Cómo está Natt? —preguntó al tanto de la visita con el pediatra.

—Ha aumentado de peso, el doctor aseguró que es un bebé sano pero me recomendó vitaminas en pequeñas cantidades para el funcionamiento del organismo —mencionó cortando un pedazo de carne y llevándolo a su boca.

—Me alegra que esté bien, es un bebé fuerte y saludable. Has hecho un buen trabajo, eh —la joven sonrió.

Cada que escuchaba ese tipo de comentarios, se sentía animada. Porque había dudado de su papel como mamá, incluso cuando se había esforzado. Pero se daba cuenta de que la mejor decisión de su vida fue seguir adelante, pese a que sus padres le habían dado la espalda. Había aprendido a valorar mucho más el apoyo de sus dos únicos amigos que cada día le impulsaron a no rendirse.

Sin embargo, le hubiera gustado que sus padres estuvieran allí con ella dándole el cariño a su nieto. Pero eso estaba muy lejos de la realidad...

—Comamos, se enfriará la comida —dijo percatándose del rumbo de sus pensamientos.

—Veo que te has esmerado, espero esté igual de deliciosa a como huele —bromeó Matt dándose cuenta de la tristeza cruzar en el rostro de la joven.

—Hice lo mejor que pude, no te quejes — advirtió con la mirada.

El castaño entrecerró los ojos poniendo en duda sus palabras, pero cambió de expresión al comprobar que decía la verdad. ¡Aquel pedazo de carne estaba exquisito!

—Vaya, debo decir que has mejorado muchísimo. Esto está... umm, no tengo palabras para describirlo —devoró la comida en un santiamén.

—¿Te apetece otro plato?

—No puedo negarme —se encogió de hombros y la joven fue a por ello.

Al cabo de un rato, ambos decidieron ver una película mientras esperaban que el pastel de chocolate que se estaba horneando, estuviera listo. Madison apareció junto al pequeño Natt que vestía un trajecito de marinero, regalo de parte de la tía Kenia.

—Mira que precioso está este campeón —dijo Matt derritiéndose por la ternura del pequeño—. Es tan precioso.

El castaño lo anhelaba con amor en sus pupilas, el parecido a su madre era evidente, tenía el color de cabello azabache y era igual de gruñón que su madre. A decir verdad, debía de parecerse más a su padre ausente, sujeto que siquiera conocía ni sabía el nombre. Madison nunca había hablado sobre ello y siempre le había evadido el tema, pero intuía que aquel hombre algún día iba a aparecer en sus vidas, y aunque le deseaba lo mejor a su amiga y al pequeño, por otro lado estaban esos sentimientos los cuales nunca se había atrevido a confesar en voz alta.

Suspiró profundamente al reparar la hora en su Rolex. Era hora de regresar al bar si no quería tener problemas con su primo Dylan.

—Debo irme —se incorporó de la silla y la joven lo imitó—. Gracias por la comida, he quedado satisfecho.

—Aguarda, ¿no esperarás el postre?

—Se me hará tarde... —hizo una mueca.

La joven asintió comprendiendo la prisa del castaño, por lo que no insistió.

—Te guardaré una gran porción —prometió despidiéndose de su amigo—. Ve con cuidado.

—Llámame si necesitas cualquier cosa —plantó un beso en la mejilla de ambos y se marchó del apartamento.

Madison ingresó al piso ahora que se encontraba sola con su bebé, la residencia donde vivía contaba con seguridad y le brindaba protección. Sin embargo, al no tener la compañía de Kenia, se sentía extraña.

Se ubicó en el sofá acomodando a su hijo entre su regazo, y agarró el control remoto encendiendo el televisor. En pantalla se proyectó la imagen de un hombre importante, que a pesar de saber que no lo conocía, extrañamente le pareció familiar.

Nickolas Jones. Ese ere el nombre de aquel empresario codiciado por las féminas que según la reportera del programa estaban pendientes de la vida privada del CEO. Sin tener ningún interés en la información que a su parecer era irrelevante, cambió de canal dejando una película animada que estaban presentando.

(...)

Salió del ascensor tan pronto como se abrieron las puertas de metal, apresurando el paso hacia la oficina que le había indicado la pelirroja de recepción, Madison se dirigía con los nervios a flor de piel. El último piso de aquel imperioso edificio era el décimo, dónde se encontraba el despacho del señor Jones. Jennifer al darse cuenta de la llegada de la chica, se levantó de su puesto y le regaló una sonrisa cortés a las demás jóvenes interesadas en las pasantías.

—Les estaré llamando a cada una de ustedes para que se presenten en la oficina del jefe. Él les pedirá su información personal y hará varias preguntas al respecto, ¿de acuerdo?

Todas asintieron, menos la joven Madison que se hallaba perdida entre sus pensamientos inquietantes. No se sentía segura de haber venido, pero Kenia había insistido en qué al menos lo intentara y no le quedó más remedio que ceder ante su amiga. La empresa era bastante reconocida, de hecho había ganado por cinco años consecutivos el premio de mejor industria automotriz. Nathan Jones era el presidente llevándose la mayor parte de los logros alcanzados y ahora su hijo le seguía detrás.

Sintió su móvil vibrar en su cartera, lo sacó y leyó el nombre de su amiga en la pantalla por lo que se alarmó respondiendo rápidamente la llamada.

—¿Qué sucede, Natt está bien? —fueron las primeras palabras que salieron de su boca.

—Sí, descuida. Solo llamaba para saber dónde dejaste la lec... Ah, ya la conseguí, olvídalo —la joven suspiró aliviada.

No es que no confiara en Kenia cuando quedaba a cargo de su pequeño, sin embargo, era inevitable no imaginarse que algo malo podría ocurrirle a su hijo que estaba indefenso ante el mundo.

—Vale, me avisas si...

—Si Natt comienza a llorar, sí, tranquila. Sé cuidar un bebé, Madison —le había repetido mil veces lo mismo antes de salir de casa—. No te preocupes, está sano y salvó con tía Kenia, ¿verdad cariño?

La joven sonrió al oír el balbuceo ininteligible de su pequeño, sintiendo su pecho palpitar de emoción cada que lo escuchaba.

—Hablamos más tarde —finalizó la llamada al ver a la última chica salir de la oficina con una expresión que no supo cómo decifrar, pero era todo menos emoción.

—Señorita Liberman —escuchó decir a la recepcionista que la miraba desde la puerta—. Adelante.

—O-oh, sí... —se levantó abruptamente y caminó torpemente hacia su dirección.

Tomó una bocanada de aire y se armó de valor antes de ingresar a la oficina. Un hombre mayor se encontraba detrás del escritorio con semblante serio e imponente que no hizo más que volver un manojo de nervios a la joven.

—Buenos días —gesticuló llamando su atención.

—Buenos días. Siéntate, por favor —señaló sin sonar demandante.

No quería espantarla cómo a las tres últimas chicas que salieron despavoridas de su despacho. Nathan Jones se le conocía por ser un hombre déspota y apático, un ser difícil de complacer cuando de trabajo se trataba.

—Bien, permíteme tus documentos —ordenó recibiendo la carpeta negra de la muchacha—. A ver, te llamas Madison Jones, tienes veintitrés años, y dice aquí que no culminaste los estudios. ¿Por qué?

La chica tragó grueso ante su pregunta, no estaba muy segura de relatar la razón de su cambio de planes. Pero también sabía que debía hablar siempre con la verdad, era algo que le inculcaron sus padres de pequeña.

Abrió la boca para hablar, sin embargo, un tercero irrumpió en la oficina salvando a la joven de mencionar el motivo de no haber podido ir a la universidad.

Un motivo que no solo le cambió la vida a ella, sino que también haría lo mismo con el sujeto que había interrumpido el momento de su entrevista.

—Estoy ocupado, puedes esperar a que termine... —habló el señor Jones sin levantar la cabeza de los documentos.

—¿Por qué lo está haciendo? —inquirió ignorando a su padre.

—¿A qué te refieres? —lo miró inocente.

—¡Sabes perfectamente a qué me refiero, padre! Y no voy a seguir tus juegos de nuevo —negó escuchándose firme.

Su padre le sostuvo la mirada al tiempo que se ponía en pie, estaba cansado de la inmadurez de su hijo y lo terco que era respecto a contraer matrimonio lo más pronto posible.

—Ya lo he decidido y no cambiaré de opinión —intentó mantener intacta la limitada paciencia que poseía.

—He accedido hacer todo lo que se te ha antojado, te he complacido en cada uno de tus caprichos. Pero ¡no puedes obligarme a casarme con alguien que no amo! —se sentía cabreado, molesto con su padre.

La joven que sin intención presenciaba todo aquel escándalo, no pudo evitar levantarse de la silla dispuesta a darles privacidad. Vacilante, se quedo cerca de la puerta sin saber qué hacer realmente.

—Eso es lo que menos te importa, todos sabemos que odias los compromisos y el amor no es lo tuyo. ¿Ahora quieres que me trague esto? —soltó una risa sarcástica sin inmutarse ante la mirada furibunda de su hijo—. A menos que hubiera alguna razón por la cual no puedes casarte, entonces te aseguro que olvidaría todo eso. Pero como sé que no las tie...

—Las tengo —sus palabras despertaron el interés y la curiosidad de su progenitor que lo veía dudoso.

Nickolas no tenía idea de lo que estaba diciendo, sin embargo, si así lograba hacer cambiar de opinión a su padre, entonces no le quedaba de otra que buscar la salida más fácil.

Mentirle.

Casualmente, su mirada reparó en la chica pelinegra que parecía ajena a todo o quizá se le daba bien simular que no había presenciado nada. Pero obvio que lo había hecho. No la conocía, aunque algo en su interior le decía que había visto aquella mirada en algún otro lado, pero en ese momento lo que más le importaba era librarse de las ideas absurdas de su padre, y no en lo familiar que le resultaba la chica.

—A ver, dime qué razón es esa —apremió el señor Jones mirándole expectante—. No creeré hasta tener pruebas de ello.

Se acercó a la joven que estaba a punto de marcharse de la oficina, y la tomó entre los hombros. Sería atrevido de su parte posar su mano en la cintura de la chica que lo observaba con la misma confusión de su padre. Tal vez estaba siendo impulsivo, pero para situaciones como estas tenía poco tiempo para idear algo mejor en su cabeza y no se detenía a pensar en las consecuencias.

—¿Q-qué haces? —intentó saber Madison pero no recibió respuesta de parte de él.

—Ella es la mujer que amo, padre.

—¡¿Qué?! —soltaron ambos al unisono.

Su padre no creía lo que sus oídos estaban escuchando, le parecía descabellado. Por otro lado, la chica tenía el rostro desencajado su poder procesar lo que sucedía.

—¿Es verdad lo que está diciendo? —le preguntó a la chica que estaba consternada.

Lo miró espabilante.

—¡N-no! por supuesto que no es...

—Cariño, no temas —su oración quedó a medias al sentir el tacto de unos dedos en su cintura, haciéndola tensar—. Este momento iba a llegar algún día y pase lo que pase estaré contigo. Estoy cansado de ocultar lo nuestro.

Sus ojos verdes se posaron en los de la chica que parpadeó atónita.

Madison no entendía por qué aquel sujeto de pronto actuaba de esa manera, y había armado todo un drama del cual no tenía idea y estaba involucrada.

—¡¿Me pueden explicar qué ocurre?! —indagó el señor Jones golpeando el escritorio con su puño.

—Ocurre que amo a esta mujer y por eso no puedo casarme con otra. No espero que me entiendas, padre, pero te pido por favor que no te opongas a mi amor por... Madison —leyó rápidamente el nombre en su carpeta.

Ella seguía perpleja. El señor Jones no daba crédito y su hijo no le permitió decir una palabra más, tampoco a la joven que estaba a punto de refutar, cuando ya había tomado la mano de Madison, sacándola a rastras de la oficina.

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