Alistar se encontraba en un estado de fatiga. Había sido convocado al Palacio, suspirando y ya sabiendo el tema por el cual lo llamaban, solo podía resignarse con pesar e ir buenamente hacia el palacio. Ataviado con ropajes de la más fina calidad, Alistar se desplazó en un lujoso carruaje de color azul con el emblema de su familia, los cuales eran tres rosas azules. El trajín de la ciudad fluía a su alrededor mientras avanzaban por las calles empedradas, con los edificios altos y elegantes adornando el horizonte.Al llegar al Palacio, Alistar se adentró en los hermosos pasillos revestidos de mármol. La magnificencia del lugar siempre lo asombraba a pesar de que cuando era un niño y vivió bajo el cuidado de su majestad. A lo largo de su camino, una estatua imponente y radiante captó su atención: un dragón esculpido con meticuloso detalle, sus escamas parecían brillar con una luz propia. Alistar se detuvo frente a la estatua, observando las piedras preciosas incrustadas en su superficie
Alistair observó con creciente preocupación cómo el ánimo de Luisa se desvanecía día tras día. Sus sirvientes le informaron que apenas salía de la cama y pasaba la mayor parte del tiempo en reposo, aparentemente sin energía alguna. Además, empezaba a rechazar parte de sus comidas, lo que él mismo notó durante el almuerzo que compartieron. Inquieto por su bienestar, le preguntó – ¿No te agradaba la comida? – buscando entender qué ocurría.Sin embargo, la respuesta de Luisa fue un simple gesto de negación, acompañado de un comentario – Me disculpo, solo... no tengo mucha hambre últimamente.Inicialmente, él intentó restarle importancia al asunto, convenciéndose de que era solo una fase pasajera. No obstante, al persistir la situación, su preocupación fue en aumento, llegando a inquietarlo profundamente. ¿Qué sucedería si la salud de la mujer empeoraba?, ¿Cómo podría enfrentar una eventual enfermedad o algún otro percance? Surgió entonces en su mente la idea de que un cambio de ambiente
Luisa comenzó a abrir los ojos lentamente, sintiendo la fatiga que aún pesaba sobre ella tras la fiebre de la noche anterior. Recordaba vagamente las palabras reconfortantes del médico mientras la revisaba antes de que se sumergiera en un sueño agitado. Intentó sentarse en la cama, pero su debilidad le jugó en contra, apenas logrando incorporarse antes de que alguien acudiera en su ayuda.Con un suspiro de alivio, se apoyó en las almohadas que alguien había colocado detrás de su espalda para brindarle mayor comodidad. Al abrir los ojos por completo, se encontró con la figura de Alistair, quien la observaba con una mezcla de preocupación y gentileza.– Me disculpo si he causado algún problema – murmuró Luisa con sinceridad, sintiéndose culpable por el inconveniente que su salud frágil había ocasionado.– No te preocupes – respondió él con suavidad, su voz cálida y reconfortante – Fue solo un descuido, especialmente considerando tu estado de salud. Hablaré con las sirvientas que están
El tiempo era una situación muy particular para él. Desde que se convirtió en un dios, el tiempo fluía... bueno, sentía que fluía de una manera diferente. La eternidad le parecía a la vez una bendición y una carga. Sus días, aunque largos, se entrelazaban en una secuencia que a menudo resultaba confusa al menos lo sintió si los primeros siglos de su existencia. A pesar de tener solo unos cientos de años, era considerado un bebé entre los demás dioses, padres de otras razas. Pero aun así, aquí estaba él, decidido a marcar la diferencia.A diferencia de los mayores, que observaban desde lejos con una indiferencia casi arrogante, él se involucraba activamente con su raza, los dragones. Voló junto a ellos, sintió el calor del fuego de sus alientos y escucho las historias que compartían bajo el cielo estrellado. Intentaba ser un buen padre, guiándolos en el camino correcto, asegurándose de que nada les faltara y protegiéndolos de cualquier peligro.Una tarde, mientras el sol se escondía tr
Alistair se encontraba ante una encrucijada: ¿cómo proteger las fronteras del imperio humano sin desvelar la verdadera naturaleza de su tarea a los demás? La solución parecía clara: enviar a miembros de la raza de los dragones de incógnito para vigilar las fronteras y mantener a raya cualquier amenaza y eliminar a las aberraciones. Sin embargo, esta decisión no estaba exenta de dilemas y preocupaciones.Sabía que él mismo debía liderar estas expediciones, no solo por su capacidad como guerrero, sino también por el profundo sentido de deber hacia su esposa. – ¿Estás seguro de que esto es lo correcto, Alistair? – preguntó con preocupación uno de los lores, rompiendo el silencio tenso que se había instalado en la sala.Asintió con determinación, aunque en su interior el conflicto emocional era evidente – Sé que es arriesgado, pero es necesario. No quiero que Luisa cargue más con los pesares que la atormentan.El resto de los lores asintieron y su majestad, aunque algunos aún mostraban
El momento temido llegó inexorablemente, Luisa partió de este mundo. En la mansión de Alistair, la sombra del pesar se extendió por cada rincón, envolviendo el lugar en una atmósfera de tristeza y melancolía. Alistair, una sombra de su antiguo yo, deambulaba por los pasillos como un alma en pena, su vitalidad menguante con cada día que pasaba. Muchos susurraban en voz baja, dudando de que el noble dragón pudiera sobrevivir más allá de la semana.Para los dragones, dotados de poderes extraordinarios como la magia, la longevidad, la fuerza y la belleza, existía una maldición que pesaba sobre ellos: el vínculo tan profundo con sus parejas que los condenaba a perecer si estas morían. No era el dolor físico lo que los consumía, sino el tormento emocional de vivir en un mundo sin su otra mitad. Esta verdad, guardada celosamente entre los dragones, era su mayor secreto, pues si llegara a ser conocida, pondría en peligro a todas las parejas de su raza.Alistair, inmerso en su dolor y desesper
Para los dragones, cuya longevidad era legendaria, las heridas emocionales eran tan profundas como el tiempo mismo, requiriendo años para cicatrizar por completo. Sin embargo, cada día, el pequeño Raymond parecía encontrar un rayo de esperanza entre las sombras del pasado que lo aquejaban.Aunque las cicatrices del dolor y la pérdida nunca desaparecerían por completo, Raymond comenzaba a descubrir la luz en medio de la oscuridad. Pequeñas risas y sonrisas se asomaban tímidamente en su rostro, como las primeras flores que brotaban en primavera después de un largo invierno. Aunque el peso de su soledad seguía presente, ahora había algo más, un destello de alegría que iluminaba su camino hacia su sanación.Pero el verdadero cambio, el que transformaría su vida para siempre, llegó de la manera más inesperada. Una tarde, mientras exploraba los alrededores del invernadero de su majestad, Raymond encontró un halcón herido, su plumaje manchado de sangre y sus ojos llenos de dolor. El niño, cu
Julius, de pie en la frontera, observaba el horizonte con una mezcla de cansancio y esperanza. El paisaje árido y desolado se extendía ante él, marcado por los estragos de la lucha contra las aberraciones que amenazaban el Imperio. Los escombros y ruinas eran testigos mudos de su sacrificio diario, para ser concretos 20 años de sacrificio. – ¿Cómo estás hoy, Julius? – preguntó una voz a su espalda.Se giró para ver a su compañero de batalla, Mateo con la mirada cargada de preocupación. Mateo era uno de los pocos que entendían el peso que Julius llevaba sobre sus hombros.– Cansado, pero seguimos adelante – respondió Julius con un suspiro.La conversación era breve, pero el entendimiento entre ambos era profundo. Ambos compartían el peso de la responsabilidad de proteger al reino, aunque cada día parecía más difícil mantener la esperanza.Mientras observaban el paisaje desolado, Julius no pudo evitar que su mente vagara hacia el pasado. Los recuerdos de aquellos días oscuros, cuando