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El inicio de una historia: novena parte.

Mientras se encaminaba de regreso al bullicioso salón de baile, el duque Virtus cruzó uno de los exuberantes jardines imperiales. De repente, su aguda vista detectó, en la distancia y cerca de una pintoresca caseta, una escena que hizo latir su corazón con sentimientos encontrados. Su amada hija, Valeria, se encontraba allí, compartiendo un momento de cercanía con el joven príncipe Marckus.

Sin embargo, antes de que las preocupaciones de un padre celoso pudieran nublar su juicio, una voz resonó, cargada de advertencia y una promesa implícita de consecuencias si se atrevía a interferir en esa escena. El duque Virtus se detuvo en seco, reflexionando sobre las palabras y las implicaciones de la misteriosa advertencia.

En el  magnífico jardín del palacio, Constantino Virtus se encontró cara a cara con Lorena Lumiere, la mujer que apenas un instante atrás había dejado una impresión de amenaza implícita. Lorena, además de ser la madre de su difunta esposa, es la amada y adorada abuela de su querida hija, Valeria.

Con una mirada penetrante, Constantino se dirigió a Lorena, cuestionando su conocimiento sobre la escena que había presenciado entre su hija y el príncipe Marckus – ¿Tú sabías de esto? – inquirió, refiriéndose a la cercanía entre su hija y el príncipe. Sus palabras estaban impregnadas de un matiz de interrogante y preocupación, ya que la respuesta podría tener un profundo impacto en las dinámicas familiares y políticas de la corte imperial.

– Por supuesto, Constantino, ¿qué esperabas? – Respondió Lorena Lumiere con una seguridad innegable – Sabes lo angustiada que estaba ella por el príncipe – añadió, reconociendo la preocupación de su nieta por el joven heredero del trono.

El duque asintió con comprensión – Es un príncipe olvidado – expresó, destacando la importancia de Marckus dentro del reino.

No obstante, Teodora no compartía su opinión – Ya no más – argumentó con astucia – Todos lo vimos y sentimos que ese joven ahora ostenta un estatus de gran relevancia. Si su majestad no lo cuida, la iglesia estaría encantada de darle la bienvenida – añadió con un matiz de advertencia, señalando la atención creciente que rodeaba al príncipe y las oportunidades que se presentaban en un momento en que la política y la influencia estaban en juego. Sus palabras subrayaban la intriga y las rivalidades en la corte imperial.

En medio de la conversación con Lorena Lumiere, Constantino Virtus buscó aclarar su comprensión de la situación. Sus palabras sonaban cargadas de una inquietud que apenas podía ocultar, ya que la idea que estaba surgiendo ante él era difícil de asimilar por completo – Déjame ver si entiendo... ¿a Valeria le gusta ese joven? – preguntó con una expresión que reflejaba su sorpresa ante esta revelación inesperada.

La respuesta de la mujer mayor llegó con una mezcla de alivio y expectación – Sí, y ahora tiene una oportunidad real de hacer su amor realidad – afirmó con un matiz de esperanza – Espero que, como buen padre, no te opongas.

El corazón de Constantino dio un vuelco de ansiedad. La idea de lo que estaba a punto de preguntar lo llenó de temor – ¿Oponerme a qué? – murmuró, como si no quisiera escuchar la respuesta, aunque en realidad ansiaba saber la verdad.

Lorena respondió de manera directa, como si fuera la cosa más obvia del mundo – Matrimonio, obviamente – declaró, revelando la realidad de la situación y poniendo en juego el papel del duque como padre en un asunto que podía tener un profundo impacto en la vida de su amada hija.

El impacto de la noticia golpeó a Constantino Virtus como un rayo en el corazón. Mientras escuchaba, sentía que algo trascendental había sucedido en su vida. No podía evitar la sensación de que su pequeña niña había crecido demasiado rápido, convirtiéndose en toda una señorita. La idea de que Valeria estuviera pensando en el matrimonio era algo que le resultaba difícil de asimilar.

Teodora, sin embargo, irradiaba alegría y entusiasmo, y animaba al duque a compartir su felicidad. – Oh, por favor, ponte alegre por tu hija – le instó con una risa contagiosa, destilando un espíritu festivo – Esperamos que pronto nos dé un nuevo miembro para la familia, ja, ja, ja.

Constantino sonrió, con un toque de malicia en sus ojos "Definitivamente pondré mucho, mucho empeño en el entrenamiento del joven Marckus," aseguró consciente de la responsabilidad que recaía sobre sus hombros y decidido a guiar al joven príncipe por un camino espinoso.

Constantino estaba inmerso en la minuciosa elaboración de un plan de entrenamiento para el joven que de alguna manera. Su mente se concentraba en los detalles y en la forma de preparar al príncipe Marckus para su futuro de la más estricta forma que pudiera brindarle. Sin embargo, fue sacado de sus pensamientos por una voz que lo llamó de manera inesperada.

– ¿Constantino? – La voz de la mujer mayor resonó en el estudio, rompiendo la concentración del duque en su tarea.

El duque levantó la vista, dejando sus pensamientos, y se dirigió a Lorena con atención – ¿Sí, Lorena? – respondió, con una nota de curiosidad en su voz, preguntándose qué podía requerir su atención en ese momento.

Lorena abordó el tema con una seriedad que no admitía evasiones – ¿Piensas volver a casarte, con la santa y llevarla a tu hogar? –  preguntó, sus ojos fijos en el duque con determinación, deseando obtener una respuesta clara a una cuestión de importancia.

El duque respondió con igual seriedad – Conoces la tradición de mi familia – afirmó, aludiendo a un legado que había sido un compromiso constante para su linaje.

Lorena dejó escapar un suspiro, asumiendo la respuesta de Constantino como un sí. Ella entendía que el vínculo entre ellos como familia se centraba en su nieta Valeria, y que la joven estaba a punto de emprender su propio camino familiar. Como abuela, había protegido a su nieta con todo su amor y lo seguiría haciendo, dispuesta a actuar si alguien amenazaba a Valeria.

Luego, ella abordó un tema delicado – En el caso de que tengas nuevos hijos, espero que no olvides a Valeria  – expresó con sinceridad y sabiduría. Recordó los años en los que la gente instaba al duque a tener un hijo varón, algo que él rechazó para centrarse en el cuidado de su hija. Lorena agradecía esa elección, pero al mismo tiempo albergaba cierto resentimiento por la posibilidad de que otra mujer ocupara el lugar de su hija fallecida. Era un asunto que solo Dios sabía cómo se hubiera desarrollado si la santa hubiera llegado antes a sus vidas.

Constantino  miró a Lorena con firmeza en los ojos – Sabes que Valeria siempre será mi prioridad – declaró con una convicción inquebrantable. Su hija era el centro de su mundo, y no había duda de que haría todo lo que estuviera a su alcance para protegerla y velar por su bienestar.

Ella asintió, con una expresión que reflejaba la determinación que siempre había caracterizado su relación con Constantino – Espero que no olvides esas palabras, querido Constantino –advirtió con seriedad. Un cierto evento del pasado le recordó el compromiso que había asumido en defensa de su nieta. Había tomado medidas drásticas cuando la situación lo requería y no lamentaba en absoluto las decisiones que había tomado para garantizar la seguridad de la joven.

Constantino mantuvo un silencio reflexivo, consciente de a qué tema se refería Lorena. Sabía que  era una mujer implacable, con convicciones inquebrantables que la hacían aterradora cuando consideraba a alguien como un enemigo. Había presenciado su determinación en el pasado y comprendía que no vacilaría en tomar medidas extremas para proteger a Valeria si consideraba que estaba en peligro.

Desde su posición como guardián del legado de su familia, Constantino se sentía comprometido a toda costa a preservar el poder sagrado que había sido transmitido a lo largo de generaciones. El poder sagrado debía continuar fluyendo en su familia, y estaba decidido a asegurarse de que así fuera. 

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