Mientras se encaminaba de regreso al bullicioso salón de baile, el duque Virtus cruzó uno de los exuberantes jardines imperiales. De repente, su aguda vista detectó, en la distancia y cerca de una pintoresca caseta, una escena que hizo latir su corazón con sentimientos encontrados. Su amada hija, Valeria, se encontraba allí, compartiendo un momento de cercanía con el joven príncipe Marckus.
Sin embargo, antes de que las preocupaciones de un padre celoso pudieran nublar su juicio, una voz resonó, cargada de advertencia y una promesa implícita de consecuencias si se atrevía a interferir en esa escena. El duque Virtus se detuvo en seco, reflexionando sobre las palabras y las implicaciones de la misteriosa advertencia.
En el magnífico jardín del palacio, Constantino Virtus se encontró cara a cara con Lorena Lumiere, la mujer que apenas un instante atrás había dejado una impresión de amenaza implícita. Lorena, además de ser la madre de su difunta esposa, es la amada y adorada abuela de su querida hija, Valeria.
Con una mirada penetrante, Constantino se dirigió a Lorena, cuestionando su conocimiento sobre la escena que había presenciado entre su hija y el príncipe Marckus – ¿Tú sabías de esto? – inquirió, refiriéndose a la cercanía entre su hija y el príncipe. Sus palabras estaban impregnadas de un matiz de interrogante y preocupación, ya que la respuesta podría tener un profundo impacto en las dinámicas familiares y políticas de la corte imperial.
– Por supuesto, Constantino, ¿qué esperabas? – Respondió Lorena Lumiere con una seguridad innegable – Sabes lo angustiada que estaba ella por el príncipe – añadió, reconociendo la preocupación de su nieta por el joven heredero del trono.
El duque asintió con comprensión – Es un príncipe olvidado – expresó, destacando la importancia de Marckus dentro del reino.
No obstante, Teodora no compartía su opinión – Ya no más – argumentó con astucia – Todos lo vimos y sentimos que ese joven ahora ostenta un estatus de gran relevancia. Si su majestad no lo cuida, la iglesia estaría encantada de darle la bienvenida – añadió con un matiz de advertencia, señalando la atención creciente que rodeaba al príncipe y las oportunidades que se presentaban en un momento en que la política y la influencia estaban en juego. Sus palabras subrayaban la intriga y las rivalidades en la corte imperial.
En medio de la conversación con Lorena Lumiere, Constantino Virtus buscó aclarar su comprensión de la situación. Sus palabras sonaban cargadas de una inquietud que apenas podía ocultar, ya que la idea que estaba surgiendo ante él era difícil de asimilar por completo – Déjame ver si entiendo... ¿a Valeria le gusta ese joven? – preguntó con una expresión que reflejaba su sorpresa ante esta revelación inesperada.
La respuesta de la mujer mayor llegó con una mezcla de alivio y expectación – Sí, y ahora tiene una oportunidad real de hacer su amor realidad – afirmó con un matiz de esperanza – Espero que, como buen padre, no te opongas.
El corazón de Constantino dio un vuelco de ansiedad. La idea de lo que estaba a punto de preguntar lo llenó de temor – ¿Oponerme a qué? – murmuró, como si no quisiera escuchar la respuesta, aunque en realidad ansiaba saber la verdad.
Lorena respondió de manera directa, como si fuera la cosa más obvia del mundo – Matrimonio, obviamente – declaró, revelando la realidad de la situación y poniendo en juego el papel del duque como padre en un asunto que podía tener un profundo impacto en la vida de su amada hija.
El impacto de la noticia golpeó a Constantino Virtus como un rayo en el corazón. Mientras escuchaba, sentía que algo trascendental había sucedido en su vida. No podía evitar la sensación de que su pequeña niña había crecido demasiado rápido, convirtiéndose en toda una señorita. La idea de que Valeria estuviera pensando en el matrimonio era algo que le resultaba difícil de asimilar.
Teodora, sin embargo, irradiaba alegría y entusiasmo, y animaba al duque a compartir su felicidad. – Oh, por favor, ponte alegre por tu hija – le instó con una risa contagiosa, destilando un espíritu festivo – Esperamos que pronto nos dé un nuevo miembro para la familia, ja, ja, ja.
Constantino sonrió, con un toque de malicia en sus ojos "Definitivamente pondré mucho, mucho empeño en el entrenamiento del joven Marckus," aseguró consciente de la responsabilidad que recaía sobre sus hombros y decidido a guiar al joven príncipe por un camino espinoso.
Constantino estaba inmerso en la minuciosa elaboración de un plan de entrenamiento para el joven que de alguna manera. Su mente se concentraba en los detalles y en la forma de preparar al príncipe Marckus para su futuro de la más estricta forma que pudiera brindarle. Sin embargo, fue sacado de sus pensamientos por una voz que lo llamó de manera inesperada.
– ¿Constantino? – La voz de la mujer mayor resonó en el estudio, rompiendo la concentración del duque en su tarea.
El duque levantó la vista, dejando sus pensamientos, y se dirigió a Lorena con atención – ¿Sí, Lorena? – respondió, con una nota de curiosidad en su voz, preguntándose qué podía requerir su atención en ese momento.
Lorena abordó el tema con una seriedad que no admitía evasiones – ¿Piensas volver a casarte, con la santa y llevarla a tu hogar? – preguntó, sus ojos fijos en el duque con determinación, deseando obtener una respuesta clara a una cuestión de importancia.
El duque respondió con igual seriedad – Conoces la tradición de mi familia – afirmó, aludiendo a un legado que había sido un compromiso constante para su linaje.
Lorena dejó escapar un suspiro, asumiendo la respuesta de Constantino como un sí. Ella entendía que el vínculo entre ellos como familia se centraba en su nieta Valeria, y que la joven estaba a punto de emprender su propio camino familiar. Como abuela, había protegido a su nieta con todo su amor y lo seguiría haciendo, dispuesta a actuar si alguien amenazaba a Valeria.
Luego, ella abordó un tema delicado – En el caso de que tengas nuevos hijos, espero que no olvides a Valeria – expresó con sinceridad y sabiduría. Recordó los años en los que la gente instaba al duque a tener un hijo varón, algo que él rechazó para centrarse en el cuidado de su hija. Lorena agradecía esa elección, pero al mismo tiempo albergaba cierto resentimiento por la posibilidad de que otra mujer ocupara el lugar de su hija fallecida. Era un asunto que solo Dios sabía cómo se hubiera desarrollado si la santa hubiera llegado antes a sus vidas.
Constantino miró a Lorena con firmeza en los ojos – Sabes que Valeria siempre será mi prioridad – declaró con una convicción inquebrantable. Su hija era el centro de su mundo, y no había duda de que haría todo lo que estuviera a su alcance para protegerla y velar por su bienestar.
Ella asintió, con una expresión que reflejaba la determinación que siempre había caracterizado su relación con Constantino – Espero que no olvides esas palabras, querido Constantino –advirtió con seriedad. Un cierto evento del pasado le recordó el compromiso que había asumido en defensa de su nieta. Había tomado medidas drásticas cuando la situación lo requería y no lamentaba en absoluto las decisiones que había tomado para garantizar la seguridad de la joven.
Constantino mantuvo un silencio reflexivo, consciente de a qué tema se refería Lorena. Sabía que era una mujer implacable, con convicciones inquebrantables que la hacían aterradora cuando consideraba a alguien como un enemigo. Había presenciado su determinación en el pasado y comprendía que no vacilaría en tomar medidas extremas para proteger a Valeria si consideraba que estaba en peligro.
Desde su posición como guardián del legado de su familia, Constantino se sentía comprometido a toda costa a preservar el poder sagrado que había sido transmitido a lo largo de generaciones. El poder sagrado debía continuar fluyendo en su familia, y estaba decidido a asegurarse de que así fuera.
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En el corazón de un exuberante y pintoresco jardín, las flores desplegaban sus pétalos en una danza de colores vibrantes. Las mariposas revoloteaban con gracia, añadiendo un toque mágico al escenario. Una encantadora caseta de madera se erigía majestuosamente, proporcionando un refugio a dos jóvenes que irradiaban amor en su estado más puro.Marckus, con sus ojos centelleantes de emoción, se encontraba frente a Valeria, la mujer que llenaba su mundo de luz y significado. Sus miradas se encontraron en un abrazo silencioso antes de que él rompiera el hechizo con su suave voz.– Valeria – pronunció su nombre con reverencia, dejando que el sonido llenara el espacio entre ellos. La timidez pintaba su voz con delicadeza, revelando la emoción que estaba sintiendo en ese momento. Valeria, con su corazón latiendo con fuerza, mostraba signos de nerviosismo y alivio al ver a su amado sano y salvo.– Marckus, te he extrañado mucho – confesó ella, sus ojos reflejando la preocupación que había sent
Maximiliano apresuraba sus pasos por los intrincados pasillos de su imponente mansión. Hasta hace apenas unos días, la vida allí transcurría en una serenidad que ahora parecía lejana. Sin embargo, la calma se desvaneció cuando recibió noticias alarmantes: un nido de aberraciones monstruosas había sido descubierto en una zona, afortunadamente, deshabitada. La urgencia de la situación lo impulsaba a actuar rápidamente, debían evitar a toda costa que esas criaturas se dispersaran y amenazaran algún pueblo cercano.La noticia llegó en el momento menos oportuno, justo cuando Maximiliano estaba ocupado con asuntos internos de la mansión. La responsabilidad recaía sobre sus hombros, y aunque su mente estaba enfocada en la tarea, su corazón latía con ansias y preocupación.Los mellizos, sus fieles compañeros lo seguían con determinación. Aunque su presencia era reconfortante, Maximiliano no podía evitar sentir una presión en sus sienes. El dolor de cabeza amenazaba con nublar su juicio, pero
Después de un merecido descanso, Eleanor se incorporó del lugar que le habían preparado. Aunque aún se sentía un tanto exhausta por el despliegue de su poder sagrado, una satisfacción profunda la embargaba por haber contribuido a la victoria. Cubriendo su rostro con la máscara y el velo que Maximiliano le había proporcionado, salió de la tienda de campaña.Al hacerlo, fue recibida por un jubiloso alboroto que resonaba en el aire. La celebración de la victoria llenaba el campamento, y ella disfrutaba observando la alegría que se desbordaba entre los soldados y los ciudadanos que, gracias a su intervención, ahora tenían la promesa de regresar a sus hogares.– Eleanor – llamó una voz conocida detrás de ella. Maximiliano, que había divisado a la santa desde la distancia, se acercó rápidamente. Era imposible no preocuparse por alguien que no solo los había ayudado, sino que también había asegurado que t
El regreso a casa de Maximiliano se desarrolló en un ambiente de inquietud palpable. El viaje se desplegó bajo la sombra de una tensión apenas disimulada, marcando el trayecto de manera incómoda. Al llegar a la mansión, el ambiente denotaba una calma tensa. Maximiliano, con una gravedad sobria, fue convocado al palacio para rendir cuentas sobre el éxito de su misión. Mientras tanto, ella se vio arrastrada de nuevo a su rutina cotidiana A pesar de los consejos bienintencionados de Sam y Rony, quienes le sugerían tomarse un descanso ella fue directamente a la biblioteca, aun sin entender porque Maximiliano se comportaba diferente de lo usual. De repente una un recuerdo lejano y vago llego a su mente, rápidamente apresuro el paso para ir a donde se dirigía originalmente. Después de una ardua hora de búsqueda entre los desgastados estantes de la antigua y vasta biblioteca, finalmente, sus dedos tropezaron con el libro que tanto ansiaba. Con cuidado, lo extrajo y lo sostenido frente a
En los días que siguieron la atención de todos se centró en la recuperación de Eleanor. Las jornadas transcurrían con una calma que contrastaba con la intensidad de los eventos pasados. Estaba inmersa de nuevo en los vastos conocimientos de la biblioteca, retomaba su aprendizaje mientras las páginas de los libros se convertían en aliadas silenciosas. Maximiliano, por su parte, asumía la responsabilidad de supervisar el uso del agua bendita, asegurándose de que sus beneficios se aprovecharan al máximo en la creación de armaduras y armas. El taller de herrería resonaba con el eco de martillos y el tintineo de espadas, una sinfonía que narraba la forja de nuevas defensas contra las amenazas que acechaban, claro una vez que el proceso de forja fuera perfecto. En sus ratos libres, Maximiliano compartía las comidas con Eleanor, marcando el inicio de una rutina tranquila y reconfortante. La mansión, con sus paredes llenas de historia, se convertía en un santuario donde el tiempo parecía tra
Las mañanas de Eleanor se desplegaban con una rutina que ya había tejido en su cotidianidad. Al despertar, sus ojos se encontraron con los primeros destellos de luz que se filtraban por las cortinas de su habitación. En ese instante, como un ritual, Sally y Rose, las diligentes mucamas de la mansión, hacían su entrada con la delicadeza de sombras dispuestas a cumplir con las necesidades de su señora.Al principio, cuando Eleanor llegó, presentada por el imponente Maximiliano como una distinguida invitada, los sirvientes mostraron una frialdad que se mantenía como una barrera infranqueable. Una actitud que se reflejaba en evasivas y en la reducción al mínimo indispensable del tiempo compartido con ella. Incluso Sally y Rose, las guardianas silenciosas de su espacio privado, ejecutaban sus quehaceres con eficiencia, pero sin un destello de voluntad para trascender la barrera de lo estrictamente necesario.Todo cambió el día en que Eleanor, con sus manos diestras y su poder sagrado, creó
El viaje hacia el palacio fue una travesía marcada por la tensión contenida en el aire, una anticipación que pesaba sobre los hombros de Eleanor. El carruaje avanzaba por calles empedradas, sorteando el bullicio de la ciudad mientras se dirigía hacia el imponente palacio, cuyas torres se alzaban majestuosamente contra el cielo. Al llegar, fueron recibidos por el chambelán, quien los guio con un gesto reverente hacia un salón donde el rey y el enviado del Imperio aguardaban. El ambiente en el salón era solemne, impregnado de la majestuosidad propia de los asuntos de estado. – Querida santa, es un gusto volverla a ver después de tanto tiempo – pronunció el joven Marck, levantándose con rapidez para saludar a Eleanor. Su voz resonó en el salón, llevando consigo un eco de familiaridad y respeto. Eleanor, aunque apreciaba el gesto, respondió con poco entusiasmo – Joven Marck, es bueno verlo en buen estado – expresó a modo de saludo. – Pero por favor, llámeme Marckus. Utilicé el nombre
Y finalmente en la sala de audiencias, donde momentos antes nuevamente se reunieron todos resonaban conversaciones importantes y decisiones cruciales, quedó sumida en un breve silencio tras la despedida entre Eleanor y Maximiliano. Marckus, sintiendo un ligero desaliento en su pecho, se movió hacia la puerta con un suspiro cargado de resignación. La madera envejecida de la puerta chirrió ligeramente al cerrarse tras él, como si registrara el peso de la responsabilidad que dejaba atrás. A medida que cruzó los pasillos del palacio, la magnificencia del lugar, aunque imponente, no lograba ahuyentar la sombra de la preocupación que se reflejaba en los ojos del príncipe. Sus botas resonaban en el suelo de mármol, un eco tenue que acompañaba el compás de sus pensamientos. Encontró su camino de regreso a la frontera, donde la escolta aguardaba con impaciencia. La noche se cernía sobre el horizonte, y las estrellas titilaban como linternas celestiales. La espera se volvía ansiosa, y los cab