En el corazón de un exuberante y pintoresco jardín, las flores desplegaban sus pétalos en una danza de colores vibrantes. Las mariposas revoloteaban con gracia, añadiendo un toque mágico al escenario. Una encantadora caseta de madera se erigía majestuosamente, proporcionando un refugio a dos jóvenes que irradiaban amor en su estado más puro.
Marckus, con sus ojos centelleantes de emoción, se encontraba frente a Valeria, la mujer que llenaba su mundo de luz y significado. Sus miradas se encontraron en un abrazo silencioso antes de que él rompiera el hechizo con su suave voz.
– Valeria – pronunció su nombre con reverencia, dejando que el sonido llenara el espacio entre ellos. La timidez pintaba su voz con delicadeza, revelando la emoción que estaba sintiendo en ese momento. Valeria, con su corazón latiendo con fuerza, mostraba signos de nerviosismo y alivio al ver a su amado sano y salvo.
– Marckus, te he extrañado mucho – confesó ella, sus ojos reflejando la preocupación que había sentido en su ausencia. Sus palabras fluían con la sinceridad que solo el amor podía otorgar.
– Lamento haberte causado preocupación – añadió Marckus con una expresión de pesar en su rostro. Su voz cargada de pesar evidenciaba el dolor que sentía al saber que había inquietado a su amada.
– Por favor, prométeme que no volverás a hacerlo, mi corazón podría no soportarlo – susurró con lágrimas brotando en las cuencas de sus ojos. En verdad, agradecía a Dios por el regreso ileso de su amado. – No puedo creer que hayas sido escogido como el representante de la Santa – añadió con una admiración genuina. Sabía que este era un gran honor y una bendición divina. Gracias a esta bendición, él y ella podrían estar juntos, una posibilidad que parecía inalcanzable dado que ella era la amada hija del héroe del imperio y él el hijo olvidado del emperador. Ahora, su amor se convertiría en una realidad.
Él la tomó de las manos con ternura, mirándola profundamente a los ojos –Nada me haría más feliz que tener la oportunidad de estar contigo y hacer realidad nuestros sueños. Realmente me, realmente me esforcé en intentar un futuro juntos.
Ella sonrió, sus lágrimas de alivio mezclándose con la felicidad en su rostro – Nunca dudé de ti. Eres un verdadero héroe, y estoy orgullosa de ti – Sus palabras estaban llenas de cariño y admiración, y él se sintió abrumado por la dicha de haberla encontrado.
– Sabiendo que soy el elegido como representante de la Santa, siento que ahora soy digno de ti, Valeria – continuó, sus ojos revelando la determinación y el amor que sentía por ella. Había partido con la promesa de encontrar un camino para que ambos pudieran estar juntos, y regresó triunfante, llevando consigo la esperanza de un futuro compartido.
Valeria sonrió, sus ojos brillando con amor y gratitud –Tu regreso es un regalo divino, y no puedo evitar sentirme abrumada por la emoción – susurró con dulzura.
El joven apretó suavemente las manos de Valeria, su mirada intensa – Mis pensamientos estuvieron contigo en cada momento de mi ausencia, y prometo que haré todo lo que esté a mi alcance para cumplir nuestra promesa de estar juntos, sin importar los desafíos que enfrentemos.
– Siempre fuiste digno, Marckus – le dijo Valeria con una voz suave, llena de afecto, mientras sus manos se entrelazaban – Las circunstancias nunca nos permitieron estar juntos, pero ahora, gracias a tu arduo trabajo... – Recordó el primer encuentro que habían tenido, un recuerdo que guardaba con cariño. Fue durante su infancia, cuando visitó el palacio por primera. Mientras su amado padre hablaba con el emperador, Valeria, con su entusiasmo infantil, se perdió en la exploración de uno de los amplios jardines del palacio. Fue en ese rincón inesperado donde conoció al hombre que se convertiría en su amado.
– Marckus... ¿Cómo es la Santa? – preguntó, recordando el motivo de su conversación. Estaba genuinamente interesada en saber más sobre la benefactora que había permitido que su amado regresara con éxito.
La pregunta que le formuló Valeria resultó ser un tanto complicada para él. A pesar de haber compartido viajes y experiencias con la Santa, sabía que su conocimiento sobre ella era limitado. Sin embargo, decidió responder con sinceridad, consciente de la importancia que tenía para su amada.
Marckus tomó la mano de Valeria con ternura y comenzó a hablar – La Santa, en mi experiencia, es una persona reservada. No habla mucho de sí misma, pero posee la habilidad de escuchar como pocos. Su don es real y poderoso, y sus acciones hablan por ella. Sin embargo, debo admitir que, aunque hemos compartido momentos juntos, siento que no la conozco tan profundamente como debería.
Valeria asintió con comprensión – A veces, el misterio que rodea a las personas puede ser tan revelador como lo que conocemos de ellas – comentó, mirando hacia el horizonte – Es bueno que seas honesto al respecto. Nuestra conexión con la Santa es un regalo, y tal vez con el tiempo, podamos conocerla mejor.
Él le sonrió, agradecido por la comprensión de Valeria – Tienes razón. Lo importante es que su apoyo nos ha unido y nos ha dado la oportunidad de estar juntos. Eso es lo que más valoro en este momento.
– Tranquilo, estoy segura de que tendrás la oportunidad de conocer a la Santa más a fondo; después de todo, eres su representante por una razón – expresó Valeria con convicción en su voz.
Valeria, también intrigada por la figura de la Santa, continuó – Tengo curiosidad por conocerla yo misma. Después de todo, las Santas y nuestra familia comparten una historia vasta.
Marckus asintió, agradecido por las palabras reconfortantes de Valeria – Es cierto – concedió, su mirada reflejando gratitud y amor – Valeria...
– Sí, Marckus – respondió Valeria con dulzura, mirándolo con afecto.
Su deseo de pedirle matrimonio a Valeria era intenso, pero a pesar de ello, sintió que el momento no era el adecuado. Tenía las manos vacías, y no quería apresurarse en un gesto tan importante. Quería que el momento fuera perfecto, que reflejara todo el amor y compromiso que sentía hacia Valeria. Por lo tanto, decidió frenar sus impulsos y contener las palabras que ardían en su interior.
Valeria, por su parte percibió la lucha interna de Marckus y le miró con curiosidad – ¿Pasa algo, Marckus? – preguntó con su mirada llena de afecto.
Él sonrió con ternura, mirando a Valeria directamente a los ojos – No, no pasa nada importante en este momento – respondió, ocultando sus verdaderas intenciones – Solo estoy disfrutando de este instante especial contigo – Marckus recordó que el destino les sonreía, y que la paciencia era una virtud. Sabía que el momento adecuado llegaría en el momento oportuno, y cuando ocurriera, sería aún más significativo.
Valeria asintió, agradecida por la presencia de Marckus – Tienes razón. Cada momento que compartimos es precioso, y estoy emocionada por lo que nos depara el futuro."
Los pasos resonaron en el jardín del palacio, acercándose con un ritmo constante rompieron el hechizo que envolvía a los jóvenes. Se miraron brevemente, sus corazones latiendo con un ritmo diferente ahora que ya no estaban solos. Unos pasos los separaron, una prudente distancia para recibir a la inminente llegada de un tercero.
Valeria, con un brillo de alegría en los ojos, fue la primera en reaccionar – Padre – exclamó con entusiasmo mientras se acercaba apresuradamente a su progenitor. El abrazo que compartieron irradiaba el cariño que sentía por él.
El padre de Valeria correspondió con una sonrisa cálida, agradeciendo el afecto de su querida hija. Luego, dirigió su mirada hacia el joven que se mantenía en un segundo plano. La tensión en el ambiente era palpable, y el príncipe se veía evidentemente nervioso.
– Príncipe – saludó el padre con una formalidad que dejaba en claro su posición, aunque su voz sonó un tanto seca.
El joven, a pesar de que había estado conversando con el duque hacía apenas un momento, sintió la necesidad de mostrar el respeto que siempre había tenido por él. "Duque", saludó con una inclinación de cabeza, consciente de la posición y autoridad que el título conllevaba.
Constantino, asintió con una mirada aprobatoria y luego se dirigió al príncipe, solicitando privacidad de manera educada – Príncipe, quisiera hablar un momento con mi hija – expresó con calma, reconociendo la necesidad de una conversación privada.
Él comprendió la situación y se adelantó para ceder el espacio necesario – ¡Obviamente! – dijo con cortesía, aunque su torpeza revelaba la tensión en el ambiente – Les daré privacidad – añadió, mientras se retiraba rápidamente, dejando al duque y a Valeria a solas en el jardín del palacio.
La despedida entre Valeria y Marckus fue breve ya que la presencia del padre de Valeria, el duque, añadía una capa de solemnidad a la situación. Valeria deseaba poder expresar sus sentimientos de una manera más íntima, pero entendía que la reverencia que Marckus sentía por su padre se extendía a todo el imperio, y no podía culparlo por ello.
– Padre, ¿de qué querías hablar? – preguntó Valeria, su curiosidad brillando en sus ojos mientras se dirigía al duque. Su voz era serena y risueña, pero también mostraba un respeto profundo hacia su progenitor y una disposición a escuchar lo que él tenía que decir.
El duque se sintió dubitativo al comenzar a hablar, consciente de que el tema que deseaba abordar era de gran importancia y podría influir en el rumbo de sus vidas. Sin embargo, comprendía que era mejor afrontar la conversación cuanto antes para evitar malentendidos.
– Hija... verás – comenzó con voz serena, eligiendo cuidadosamente sus palabras mientras se adentraba en el tema – Valeria, eres consciente de que nuestra familia ha sido custodia del poder sagrado a lo largo de las generaciones, desde los albores de la fundación de nuestro imperio.
Valeria asintió con respeto y entendimiento – Claro que sí, padre – respondió con un tono de voz seguro, reflejando su conocimiento sobre la larga tradición familiar – Fue uno de los primeros temas que aprendí cuando regresé a casa.
El duque continuó la conversación, sabiendo que estaba llegando a un punto crucial – La responsabilidad de portar y proteger ese poder sagrado recae en los hombros de quienes forman parte de nuestra familia – añadió, su voz reflejando la gravedad del asunto.
La mirada del duque se posó con aprecio en su hija. Siempre había sido una niña ansiosa por aprender, una cualidad que él admiraba profundamente. Ese aspecto destacable de su personalidad le permitía abordar la conversación de manera más directa, sin necesidad de rodeos. Decidió ir al grano, reconociendo la importancia del tema que deseaba abordar – La Santa del Imperio ha regresado, después de muchos años, y en un momento en el que había pensado que su aparición sería en la siguiente generación – comenzó, su voz cargada de significado – Es mi deber acoger a la Santa en nuestra familia y, de este modo, mantener el equilibrio de poderes en el Imperio.
Valeria asintió con respeto y aceptación a las palabras de su padre. Sabía que esta conversación era fundamental y que estaba relacionada con el destino del imperio. Su mirada reflejaba la seriedad del momento, y en ese estudio iluminado por las velas, la atmósfera estaba cargada de significado – Entiendo, querido padre – dijo ella, buscando comprender la magnitud de la decisión que se avecinaba. Luego, con curiosidad en su mirada, preguntó con precaución – ¿piensas casarte con la Santa?
El duque no titubeó en su respuesta – Sí – afirmó sin rodeos, reflejando su determinación en sus ojos.
Valeria continuó su interrogatorio, ansiosa por entender los detalles de la situación – Y... ¿tendrán hijos? – inquirió con una mezcla de curiosidad en su voz.
El duque asintió de nuevo, esta vez con una expresión sincera – Sí – respondió, consciente de la importancia de aclarar algunas cuestiones – Pero solo tendríamos un hijo. El imperio necesita que el linaje del héroe continúe existiendo – explicó, su tono de voz llevando consigo la seriedad de la situación. Le preocupaba que su hija pudiera malinterpretar la necesidad de tener un hijo como una cuestión de sentimientos, cuando en realidad se trataba de un deber hacia el imperio y su historia.
– Papá, creo que entiendo lo que me estás diciendo, así que no tienes por qué preocuparte por mí – respondió con sinceridad. A pesar de su juventud, Valeria era consciente de su responsabilidad como hija única y del amor y atención que su padre siempre le había brindado. No sentía celos por la idea de un futuro hermanito, al contrario, estaba dispuesta a asumir el rol de ser una buena hermana mayor.
El duque observó a su hija con gratitud y afecto en su mirada. Sabía que podía contar con su comprensión y apoyo en esta decisión que afectaría el destino del imperio. Aunque el deber y la tradición pesaban sobre sus hombros, el amor que sentía por Valeria seguía siendo inquebrantable.
A menudo, se sentía abrumado por la magnitud de su deber y la responsabilidad que recaía sobre sus hombros. Lamentaba profundamente que el deber militar lo hubiera llamado constantemente al campo de batalla, alejándolo de su amada hija Valeria.
Pese a sus ausencias y las demandas de su posición, el duque había entregado lo mejor de sí mismo para garantizar la felicidad y el bienestar de Valeria. Había aprendido a apreciar cada momento que pasaba con ella y a inculcarle los valores que consideraba fundamentales. La mirada amorosa que dirigía a su hija reflejaba la esperanza de que, a pesar de sus sacrificios y decisiones difíciles, Valeria siempre encontrara la felicidad en su vida.
El duque se sumió en sus recuerdos, reflexionando sobre el amor que sentía por su hija Valeria. A menudo, se encontraba en silencio, no muy hablador ni abierto en la expresión de sus emociones, pero su amor por su hija era una certeza inquebrantable. Valeria, a pesar de no ser la niña que había vislumbrado en sus visiones y que su corazón ansiaba conocer, ocupaba un lugar muy grande de su corazón y las preocupación por su bienestar y felicidad siempre estaba presente en sus pensamientos.
Se dejó llevar por uno de sus recuerdos más queridos, uno que le traía alegría y emoción. Recordó a esa pequeña, su otra futura hija, jugando en el jardín de la mansión familiar. En su mente, revivió el momento en que ella recogía flores y las mariposas danzaban alrededor de la niña. De repente, la pequeña notó su presencia y, con una expresión de alegría, corrió hacia él, llamándolo "papá". La emoción inundó su corazón mientras recordaba el abrazo cálido y amoroso que le había dado a la pequeña. La sensación de su calidez y la visión de esos ojos, que eran el reflejo de los suyos, y cabellos del mismo tono, solo que en ondas hermosas, lo llenaron de ternura. Para él, esa niña era un pequeño ángel en la tierra, y la forma en que ella se aferró a él con cariño era un recuerdo que atesoraría por siempre.
El duque nunca había olvidado ese momento, ni el nombre de esa pequeña que le había robado el corazón. Era un recuerdo constante que lo impulsaba a tomar decisiones difíciles, con la esperanza de que un día, ambas hijas, Valeria y esa niña se conocieran.
– Padre – comenzó con su voz llena de cariño – Desde lo más profundo de mí ser, deseo que todos tus anhelos se hagan realidad. Siempre te apoyaré sin importar nada.
Valeria comprendía que su padre tenía compromisos que trascendían su relación paterno-hija. Era felizmente consciente de que, muy probablemente se casaría con Marckus y formaría su propia familia, lo que significaba que se mudaría de la casa familiar. Aun así, estaba decidida a mantener una relación cercana con su padre, visitándolo con regularidad y estableciendo una buena relación con su futura madrastra y su hermanito menor.
En sus palabras, Valeria buscaba transmitir a su padre no solo su apoyo incondicional, sino también su comprensión de la situación y su disposición a ser una parte importante de su vida, sin importar los cambios que se avecinaban. La promesa de seguir siendo una hija amorosa y leal, a pesar de las distancias y las nuevas responsabilidades que el futuro les deparaba, llenó la habitación con un sentimiento de conexión y afecto compartido.
Desde que una niña pequeña y entro en sociedad recuerda como todas esas mujeres nobles solteras habían compartido un propósito en común: llamar la atención del duque. Habían empleado diversas artimañas y trucos para destacar, tratando de ganarse su favor o incluso, de conquistar a Valeria misma como medio para acercarse al duque. Era un período en su vida que le había dejado cicatrices emocionales y que le recordaba las innumerables veces en que había tenido que lidiar con mujeres cuyo único objetivo era acaparar la atención de su padre.
A pesar de la amargura que le causaban estos recuerdos, Valeria estaba segura de que la santa que pronto llegaría a su hogar era diferente a todas esas mujeres. Su intuición le decía que esta mujer no se asemejaba en nada a aquellas que habían intentado forjar un vínculo con el duque de manera deshonesta. La santa parecía llevar en su corazón la autenticidad y la pureza, cualidades que Valeria anhelaba en su vida y en la relación con su padre. En sus pensamientos, Valeria esperaba que la llegada de la santa trajera un aire fresco a la mansión familiar, liberándola de la carga del pasado y permitiendo que todos pudieran vivir en un ambiente de paz y felicidad, lejos de las artimañas y los intentos de manipulación.
Pero no podía evitar pensar en las mujeres que habían intentado acercarse a su padre, el duque. Aquellos recuerdos eran una fuente constante de molestia y amargura, mujeres que habían utilizado artimañas y trucos para hacerse notar y ganarse el favor del duque. Cada una de ellas había sido un mal recuerdo, una sombra en la vida de Valeria que le había enseñado a desconfiar.
Sin embargo, ninguna de esas experiencias podía compararse con una en particular, el recuerdo de esa persona era como una daga en el corazón de Valeria. Ella había sido una mujer que había ganado su confianza y su amor de manera insidiosa. Había esperado pacientemente el momento oportuno para intentar apoderarse del título de duquesa, y lo había hecho de forma despiadada, intentado seducir a su padre e incluso había llegado al extremo de intentar matarla para conseguir su objetivo.
El solo recuerdo de aquel tiempo llenaba a Valeria de escalofríos y dolor. Había sido una época de traición y sufrimiento, no solo para ella, sino también para su querido padre. Ese nombre seguía siendo un recordatorio constante de ese período oscuro en sus vidas, y Valeria anhelaba dejarlo atrás para siempre, esperando que la llegada de la santa marcara un nuevo comienzo, lejos del engaño y la traición.
Y que al fin ese nombre que era como una maldición en sus vidas desapareciera, y que al fin ellos fueran libres de la maldición que representaba el nombre de Eleanor.
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Maximiliano apresuraba sus pasos por los intrincados pasillos de su imponente mansión. Hasta hace apenas unos días, la vida allí transcurría en una serenidad que ahora parecía lejana. Sin embargo, la calma se desvaneció cuando recibió noticias alarmantes: un nido de aberraciones monstruosas había sido descubierto en una zona, afortunadamente, deshabitada. La urgencia de la situación lo impulsaba a actuar rápidamente, debían evitar a toda costa que esas criaturas se dispersaran y amenazaran algún pueblo cercano.La noticia llegó en el momento menos oportuno, justo cuando Maximiliano estaba ocupado con asuntos internos de la mansión. La responsabilidad recaía sobre sus hombros, y aunque su mente estaba enfocada en la tarea, su corazón latía con ansias y preocupación.Los mellizos, sus fieles compañeros lo seguían con determinación. Aunque su presencia era reconfortante, Maximiliano no podía evitar sentir una presión en sus sienes. El dolor de cabeza amenazaba con nublar su juicio, pero
Después de un merecido descanso, Eleanor se incorporó del lugar que le habían preparado. Aunque aún se sentía un tanto exhausta por el despliegue de su poder sagrado, una satisfacción profunda la embargaba por haber contribuido a la victoria. Cubriendo su rostro con la máscara y el velo que Maximiliano le había proporcionado, salió de la tienda de campaña.Al hacerlo, fue recibida por un jubiloso alboroto que resonaba en el aire. La celebración de la victoria llenaba el campamento, y ella disfrutaba observando la alegría que se desbordaba entre los soldados y los ciudadanos que, gracias a su intervención, ahora tenían la promesa de regresar a sus hogares.– Eleanor – llamó una voz conocida detrás de ella. Maximiliano, que había divisado a la santa desde la distancia, se acercó rápidamente. Era imposible no preocuparse por alguien que no solo los había ayudado, sino que también había asegurado que t
El regreso a casa de Maximiliano se desarrolló en un ambiente de inquietud palpable. El viaje se desplegó bajo la sombra de una tensión apenas disimulada, marcando el trayecto de manera incómoda. Al llegar a la mansión, el ambiente denotaba una calma tensa. Maximiliano, con una gravedad sobria, fue convocado al palacio para rendir cuentas sobre el éxito de su misión. Mientras tanto, ella se vio arrastrada de nuevo a su rutina cotidiana A pesar de los consejos bienintencionados de Sam y Rony, quienes le sugerían tomarse un descanso ella fue directamente a la biblioteca, aun sin entender porque Maximiliano se comportaba diferente de lo usual. De repente una un recuerdo lejano y vago llego a su mente, rápidamente apresuro el paso para ir a donde se dirigía originalmente. Después de una ardua hora de búsqueda entre los desgastados estantes de la antigua y vasta biblioteca, finalmente, sus dedos tropezaron con el libro que tanto ansiaba. Con cuidado, lo extrajo y lo sostenido frente a
En los días que siguieron la atención de todos se centró en la recuperación de Eleanor. Las jornadas transcurrían con una calma que contrastaba con la intensidad de los eventos pasados. Estaba inmersa de nuevo en los vastos conocimientos de la biblioteca, retomaba su aprendizaje mientras las páginas de los libros se convertían en aliadas silenciosas. Maximiliano, por su parte, asumía la responsabilidad de supervisar el uso del agua bendita, asegurándose de que sus beneficios se aprovecharan al máximo en la creación de armaduras y armas. El taller de herrería resonaba con el eco de martillos y el tintineo de espadas, una sinfonía que narraba la forja de nuevas defensas contra las amenazas que acechaban, claro una vez que el proceso de forja fuera perfecto. En sus ratos libres, Maximiliano compartía las comidas con Eleanor, marcando el inicio de una rutina tranquila y reconfortante. La mansión, con sus paredes llenas de historia, se convertía en un santuario donde el tiempo parecía tra
Las mañanas de Eleanor se desplegaban con una rutina que ya había tejido en su cotidianidad. Al despertar, sus ojos se encontraron con los primeros destellos de luz que se filtraban por las cortinas de su habitación. En ese instante, como un ritual, Sally y Rose, las diligentes mucamas de la mansión, hacían su entrada con la delicadeza de sombras dispuestas a cumplir con las necesidades de su señora.Al principio, cuando Eleanor llegó, presentada por el imponente Maximiliano como una distinguida invitada, los sirvientes mostraron una frialdad que se mantenía como una barrera infranqueable. Una actitud que se reflejaba en evasivas y en la reducción al mínimo indispensable del tiempo compartido con ella. Incluso Sally y Rose, las guardianas silenciosas de su espacio privado, ejecutaban sus quehaceres con eficiencia, pero sin un destello de voluntad para trascender la barrera de lo estrictamente necesario.Todo cambió el día en que Eleanor, con sus manos diestras y su poder sagrado, creó
El viaje hacia el palacio fue una travesía marcada por la tensión contenida en el aire, una anticipación que pesaba sobre los hombros de Eleanor. El carruaje avanzaba por calles empedradas, sorteando el bullicio de la ciudad mientras se dirigía hacia el imponente palacio, cuyas torres se alzaban majestuosamente contra el cielo. Al llegar, fueron recibidos por el chambelán, quien los guio con un gesto reverente hacia un salón donde el rey y el enviado del Imperio aguardaban. El ambiente en el salón era solemne, impregnado de la majestuosidad propia de los asuntos de estado. – Querida santa, es un gusto volverla a ver después de tanto tiempo – pronunció el joven Marck, levantándose con rapidez para saludar a Eleanor. Su voz resonó en el salón, llevando consigo un eco de familiaridad y respeto. Eleanor, aunque apreciaba el gesto, respondió con poco entusiasmo – Joven Marck, es bueno verlo en buen estado – expresó a modo de saludo. – Pero por favor, llámeme Marckus. Utilicé el nombre
Y finalmente en la sala de audiencias, donde momentos antes nuevamente se reunieron todos resonaban conversaciones importantes y decisiones cruciales, quedó sumida en un breve silencio tras la despedida entre Eleanor y Maximiliano. Marckus, sintiendo un ligero desaliento en su pecho, se movió hacia la puerta con un suspiro cargado de resignación. La madera envejecida de la puerta chirrió ligeramente al cerrarse tras él, como si registrara el peso de la responsabilidad que dejaba atrás. A medida que cruzó los pasillos del palacio, la magnificencia del lugar, aunque imponente, no lograba ahuyentar la sombra de la preocupación que se reflejaba en los ojos del príncipe. Sus botas resonaban en el suelo de mármol, un eco tenue que acompañaba el compás de sus pensamientos. Encontró su camino de regreso a la frontera, donde la escolta aguardaba con impaciencia. La noche se cernía sobre el horizonte, y las estrellas titilaban como linternas celestiales. La espera se volvía ansiosa, y los cab
Eleanor y Maximiliano viajaron hacia una ciudad humana en los confines del imperio. Aunque él hubiera preferido, desde su perspectiva práctica, recurrir a algún medio de transporte para alcanzar su destino, la travesía se convirtió en un espectáculo de acampadas nocturnas y jornadas de caminatas bajo el sol. A pesar de la posibilidad de haber expresado alguna queja, Maximiliano se encontraba más inclinado a saborear cada momento del viaje. Cada paso, cada atardecer, parecía construir una narrativa única, una odisea tranquila por senderos despejados.Y descubrir que la región por la que viajaban estaba notablemente desprovista de la huella humana común no dejaba de sorprender a Maximiliano. Aquí y allá se vislumbraban pueblos solitarios, pero Eleanor y él optaban por preferir la libertad de la naturaleza, eligiendo con entusiasmo el desafío de acampar al aire libre.El verano, con su calidez benevolente, se manifestaba como un cómplice agradable en esta odisea. La brisa nocturna llevab