VittoriaCódigo negro.Mi mamá se había asegurado de que supiera al pie de la letra ese protocolo."Cuando pase, te separarás de mí. Sin llorar, sin preguntar. Sabes lo que hacer, principessa."Y lo sabía.Por eso, cuando Greta me tomó de la mano esa noche y dijo con voz dulce: —Todo está bien, Vitto. Vamos a dar un paseo, ¿sí? —No discutí.Sabía que estaba mintiendo.Sabía muy bien lo que estaba pasando.Y ella intentó que pareciera un juego.Cinco autos salieron a la misma vez. Yo iba en uno, y no era difícil adivinar que mamá estaba en otro.No hablamos en todo el camino.Greta miraba hacia adelante, tensa. Yo miraba por la ventana.Sabía que si le preguntaba algo, diría lo mismo de siempre: —Tu mamá está bien. Todo está bajo control.Mentiras y más mentiras. Después de dar vueltas por la ciudad durante un rato, volvimos a casa. La mansión estaba oscura, pero los ojos de los hombres de papá estaban en todas partes.Yo lo sentía.Me escoltaron hasta mi habitación.Greta cerró la
Nicola Vittoria dormía a mi lado, su pequeña mano aferrada a mi camiseta.Su respiración tranquila era todo lo opuesto al caos que rugía dentro de mí.Observé su rostro.Tan parecida a Valentina.Apreté la mandíbula.Valentina.Cerré los ojos un momento, dejando que su imagen inundara mi mente."Dicen que está muerta..."Los resultados del ADN coincidían. Todo el mundo estaba convencido.Pero yo no.No me importaban las pruebas.Porque en lo más profundo de mi ser, sabía la verdad."Ella no está muerta."No la mujer que había sobrevivido a tanto, la más feroz y terca que había conocido en toda mi vida.Apretando los puños sobre las sábanas, dejé escapar un largo suspiro.Recordé un momento que había enterrado muy dentro de mí.El día en que creí haberla perdido por primera vez.El día que iba a dar a luz a nuestra pequeña.Cuando los médicos dijeron que las dos habían muerto.Aún podía escuchar el eco del gatillo tensándose bajo mi dedo.Recuerdo el frío del cañón contra mi sien.Nad
NicolaMe detuve en la cabecera de la mesa.Nadie habló hasta que me senté.Mis dedos tamborileaban sobre la madera, esperando a que uno de ellos tuviera el valor suficiente para comenzar.El primero en romper el silencio fue Salvatore Barbieri.—Don —dijo, apoyando ambos codos en la mesa—. Lamento lo de tu esposa... pero Palermo necesita un líder fuerte. No uno… quebrado.No lo miré.Me limité a observar el movimiento de mis dedos.Matteo Bianchi carraspeó, algo incómodo.—Todos sabemos lo que ocurrió la última vez que tu mujer estuvo en peligro. Fuiste… —hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas— impulsivo. No queremos imaginar que está pasando por tu cabeza ahora que la perdiste.Claudia Romano, con su sonrisa de serpiente, se inclinó hacia adelante.—La ciudad huele a sangre, Don Moretti. Los buitres se están reuniendo. ¿Eres capaz de liderar o te dejarás consumir por la pérdida… otra vez?Silencio.Mis ojos se alzaron hacia ella.Claudia se tensó, pero mantuvo la sonrisa.N
LorenzoTenía que mantener las apariencias, ahora el juego se había complicado más de lo que habíamos anticipado. Ya no había vuelta atrás. Ahora era un hombre de Gennaro Esposito.Flashback Valentina no podía estar muerta.Intenté calmar la oleada de ansiedad que se instaló en mi pecho. Me repetí la única verdad que me mantenía cuerdo: Nicola me hubiera avisado.Si ella de verdad hubiera muerto, si Valentina Moretti, la maldita Pantera, hubiera caído, lo sabría. Nicola hubiera movido cielo y tierra. Hubiera arrasado con todo.Me pasé una mano por la nuca, tratando de borrar ese pensamiento. "No. No puede ser."Estaba perdido en esa espiral de pensamientos cuando el segundo al mando de Gennaro, entró en la sala.—Los sicarios lo están esperando —dijo, con su tono monótono.Gennaro, que aún estaba disfrutando la satisfacción de su futura venganza, sonrió con desinterés.—Déjalos pasar.No tardaron en entrar.Dos figuras entraron con paso seguro, cubiertas por máscaras y capuchas. Ve
Nicola El mar se extendía hasta el horizonte, un azul profundo que se mezclaba con el cielo despejado. La brisa acariciaba los rizos oscuros de Vittoria, que se tambaleaba de emoción frente a su pastel. Su vestido blanco ondeaba con la misma energía que ella contenía mientras cantábamos “Tanti auguri a te.” Su sonrisa iluminaba todo el lugar, y su risa, cuando terminó la canción, me golpeó en el pecho como un latido más fuerte de lo normal.—Sopla las velas, principessa, —le dije, inclinándome un poco hacia ella, con las manos en mis rodillas.—¡Pero quiero pedir tres deseos! —protestó, inflando las mejillas.—Tres, ¿eh? —intervino Valentina, su voz suave y cálida. A mi lado, mi esposa tenía esa expresión serena y vigilante que solo mostraba cuando se trataba de nuestra hija.—¡Sí! Uno para mamá, uno para papá y uno para mí, —declaró Vittoria antes de soplar las velas con fuerza.Aplaudimos al unísono, y ella rió mientras se lanzaba sobre sus regalos como si fueran un tesoro recié
Nicola Lorenzo estaba sentado a mi lado en el auto, con la carpeta en las manos y su habitual expresión seria.—Como te dije, perdimos un cargamento anoche —dijo, revisando los informes.Por suerte, apenas regresé, Renzo había decidido no unirse a nosotros. Ese maldito imbécil... A veces me preguntaba por qué carajos no lo había matado apenas lo conocí. Pero, claro, mi esposa tuvo mucho que ver. Eso es lo que pasa cuando tú mujer crece y es entrenada junto a un idiota como él. Además de ser el hermano perdido de tu mano derecha.El muy desgraciado sabía que le dispararía apenas lo viera, así que se inventó una excusa de los gemelos y un partido de fútbol.Suspiré, siempre había algo que solucionar. Siempre había alguien dispuesto a probar su suerte contra los Moretti.—¿Cuánto? —pregunté, con la voz baja.—Cuarenta por ciento —respondió Lorenzo, sin apartar la mirada de los documentos.Mis dedos tamborileaban contra el apoyabrazos de la puerta. El cuarenta por ciento no era una pérd
Valentina La mesa de nuestra cocina estaba abarrotada de objetos. Estaba segura de que, a simple vista de esta escena, habría aterrorizado a cualquiera que entrara sin previo aviso. Unas dagas, un par de cuchillos más pequeños y otros más grandes estaban alineados en perfecta simetría. Y en el centro de todo, un pollo desplumado, medio cortado sobre una tabla de madera.Podría estar haciendo esto en el sótano, pero con mi compañía actual... Además, no quería que mi esposo me volviera a regañar por estar amenazando a nuestro personal.Me recosté en la silla y observé a mi hermosa niña, que estaba al otro lado de la mesa. Ella estaba muy concentrada, su rostro serio mientras sostenía un cuchillo más pequeño entre sus dedos. Sus manos, aunque aún eran un poco torpes, se movían con agilidad. Podía ver la habilidad que poseía, incluso más de la que yo tenía a su edad. Me sorprendí como lograba hacerlo con tal naturalidad.—Recuerda lo que te dije —le señalé, inclinándome hacia adelant
GennaroEl mármol estaba frío, pero vacío. No había un cuerpo debajo, solo un nombre grabado en piedra. Alessandro Russo. Habían pasado años desde que lo asesinaron, pero para mí, parecía que había sido ayer.No hubo entierro, ni despedida. No quedó nada de él, ni siquiera un pedacito dentro de este lugar donde venía a llorarlo, a buscar su consejo. Los Moretti se aseguraron de borrarlo de la faz de la tierra, de reducir hasta sus huesos a cenizas. Pero mi madre y yo levantamos este lugar, este rincón en un cementerio olvidado, porque un hombre con la grandeza de Alessandro merecía ser recordado. Su vida no podía quedar en el olvido.Pasé la mano por las letras grabadas, siguiendo las curvas del nombre, como si hacerlo pudiera traerlo de vuelta. No había flores alrededor. Solo una rosa que traje yo, como siempre. Me agaché y la dejé junto a la base de la lápida. Mi madre habría hecho lo mismo si estuviera viva. Ella tenía la costumbre de traer flores frescas, de murmurar oracion