Nicola
El mar se extendía hasta el horizonte, un azul profundo que se mezclaba con el cielo despejado.
La brisa acariciaba los rizos oscuros de Vittoria, que se tambaleaba de emoción frente a su pastel.
Su vestido blanco ondeaba con la misma energía que ella contenía mientras cantábamos “Tanti auguri a te.”
Su sonrisa iluminaba todo el lugar, y su risa, cuando terminó la canción, me golpeó en el pecho como un latido más fuerte de lo normal.
—Sopla las velas, principessa, —le dije, inclinándome un poco hacia ella, con las manos en mis rodillas.
—¡Pero quiero pedir tres deseos! —protestó, inflando las mejillas.
—Tres, ¿eh? —intervino Valentina, su voz suave y cálida.
A mi lado, mi esposa tenía esa expresión serena y vigilante que solo mostraba cuando se trataba de nuestra hija.
—¡Sí! Uno para mamá, uno para papá y uno para mí, —declaró Vittoria antes de soplar las velas con fuerza.
Aplaudimos al unísono, y ella rió mientras se lanzaba sobre sus regalos como si fueran un tesoro recién descubierto. Sus pequeñas manos desataban lazos y rasgaban papeles con una mezcla de cuidado y prisa.
Todo era perfecto.
"Demasiado perfecto..." pensé.
Y, como si el universo quisiera recordarme que la paz no era un lujo para el Don Nicola Moretti de Cosa Nostra, el teléfono satelital vibró en mi bolsillo.
Lo saqué, sabiendo que solo una persona podía llamarme a esa línea. La pantalla mostró el nombre de Lorenzo.
Lorenzo Conti era mi consigliere. Llevaba a mi lado toda una vida, y, además de ser mi mano derecha, era mi amigo y mi cuñado, al único hombre al que le podía confiar la vida de mi hermana.
—¿De verdad? —susurró Valentina, con una ceja arqueada y esa mirada que podría haber congelado el fuego.
Levanté el teléfono, mostrándoselo.
—Tal vez es para saludar a Vitto, —intenté, encogiéndome de hombros.
—Claro, porque no puede vivir sin arruinar un momento de paz, —murmuró, rodando los ojos mientras cruzaba los brazos.
Vittoria se levantó con un brillo de emoción en sus ojos.
—¡Quiero nadar! —exclamó, saltando con entusiasmo.
Valentina y yo nos miramos y luego asentimos casi al mismo tiempo.
—Greta tiene que venir conmigo, —añadió Vittoria con un tono decidido, llamando a su niñera.
Valentina le sonrió mientras acariciaba suavemente su mejilla.
—Por supuesto, amore.
Vittoria salió corriendo hacia Greta, que ya se acercaba con una sonrisa, preparada para seguir las órdenes de la pequeña reina de la casa.
Nos quedamos solos. Aparentemente, mis hombres estaban desplegados y escondidos como fantasmas. Caminé con Valentina hasta la sombra de un árbol, desde donde podíamos ver a Vittoria jugar y chapotear en el agua.
Ella estaba a salvo, rodeada por nuestra seguridad y el equipo de la isla, pero incluso aquí, no podía permitirme relajarme por completo.
Valentina me observó de reojo, todavía con ese aire de reproche.
—Si contestas y no es para Vittoria, te tiro el teléfono al mar, —me dijo en voz baja, aunque sus ojos seguían enfocados en nuestra hija.
Sonreí de lado y llevé el teléfono a mi oído.
—Será rápido, te lo prometo, —murmuré dándole un beso, antes de contestar la llamada.
—¿Qué pasa? —pregunté, con ese tono bajo y directo que Lorenzo conocía bien.
—Tenemos un problema con tu doble, —respondió.
Fruncí el ceño.
Hace años que había comenzado a contratar dobles para despistar a mis enemigos, una estrategia diseñada para que pensaran que nunca descansaba, que siempre estaba alerta.
La idea había surgido de cómo conocí a Valentina, quien alguna vez me había engañado haciéndose pasar por otra persona.
Pero esta era una jugada táctica; los dobles solo debían parecerse a mí, actuar en eventos públicos irrelevantes y siempre bajo supervisión.
Las decisiones importantes seguían siendo mías.
—¿Qué ocurrió con él? —dije, tratando de mantener la calma.
Del otro lado de la línea, Lorenzo dejó escapar un suspiro que solo podía significar problemas.
—Era un completo inútil, —gruñó—. La próxima vez, Nicola, enséñale a comportarse.
Fruncí aún más el ceño, sin entender a qué se refería.
—¿Qué demonios significa eso, Lorenzo?
Escuché la voz de Renzo desde el fondo, y su tono burlón me hizo tensar los hombros.
—Ahora la mayoría de tus enemigos creen que eres un mariposón, —dijo, como si estuviera contándome un chiste muy divertido.
—¿Un qué? —pregunté, mi voz subiendo un tono, llena de incredulidad y furia.
—Ya sabes, —continuó Renzo, acercándose al teléfono, disfrutando el momento—. Un traga sables.
—¡Renzo! —rugí, apretando el teléfono como si pudiera atravesar la distancia y estrangularlo.
—Está bien, está bien, cálmate, jefe, —dijo Lorenzo, interviniendo con un tono más neutral, aunque podía sentir que estaba conteniendo la risa—. Al parecer, nos encontramos al doble en medio de una entrega... chupándosela a un guardia.
Me quedé con la boca abierta y el teléfono pegado a mi oído, asimilando lo que acababa de escuchar.
—¿Qué clase de idiota...? —comencé a decir, pero las palabras se atascaron en mi garganta.
Solté un grito de pura frustración que hizo que mi esposa se girara a verme. Fue entonces cuando ví lo que tenía.
El auricular apenas visible en el oído de Valentina brilló bajo el sol, y mi furia subió de nivel al darme cuenta de que estaba escuchando toda la conversación.
Ella no parecía ni un poco arrepentida; al contrario, tenía esa sonrisa juguetona que me sacaba de mis casillas y me hacía perder el control al mismo tiempo.
—Amore, —dijo, inclinando la cabeza con falsa inocencia—, me aguanto que digan que me engañas con cuánta zorra se te atraviesa, pero mariconcito... ahí sí que no.
La vena en mi sien latía con fuerza. Cubrí el micrófono del teléfono y me acerqué hacia ella.
—Déjate de estupideces, —gruñí, bajando la voz para que solo ella me oyera—. Apenas se duerma Vitto, te mostraré qué tan mariconcito soy.
Su sonrisa se amplió, y antes de que pudiera responderle, Lorenzo soltó un comentario que me hizo girar los ojos.
—Imagínate lo bueno que era, que mi mujer le dio un tiro de gracia, —dijo, con esa calma que solo podía irritarme más.
—Dile a Bianca que deje de meterse en mis negocios, —respondí, apretando el puente de mi nariz con frustración—. Me tiene harto matando a mis dobles.
—Uy, jefe, no sabía que tenías tantas solicitudes para el puesto, —se burló Renzo—. Aunque, con el historial de este, parece que tus enemigos estaban muy felices de encontrarse contigo.
—Cállate, Renzo, —respondí seco, pero él no se detuvo.
—Deberías contratar a alguien que no sea tan... entusiasta, —añadió él, riéndose entre dientes—. O por lo menos ponle un manual de conducta, jefe. La próxima vez no solo cirugía plástica, enséñale a actuar menos "delicado".
—Renzo, te juro que...
—¡Oye, no es mi culpa! —interrumpió, riendo más fuerte—. Tú fuiste el que contrató a un "artista". Lo digo por lo expresivo que parece ser.
—Renzo, por Dios, cállate, —intervino Lorenzo, suspirando al otro lado—. Ya es suficiente con el show que nos dio. Todavía tengo hombres que no saben si renunciar o pedir su número.
—¡Te juro que estoy rodeado de imbéciles! —exploté.
—¿Imbéciles? No me hagas hablar de quién decidió poner un doble en medio de una entrega importante, —respondió Lorenzo con sarcasmo.
—No tengo ni el derecho de pasar unas vacaciones en familia porque ya me están jodiendo, —murmuré para mí mismo, al borde de un ataque de nervios.
Valentina, como si disfrutara al máximo mi sufrimiento, soltó otra de sus bromas.
—¡Uy, no! De verdad no puedo creer que vayas a esperar tanto... Ya me están entrando las dudas, amore.
Cerré los ojos, contando hasta diez. Pero antes de poder responder, Renzo lanzó una última broma.
—No me lo tomes a mal, jefe, pero después de esto, creo que todos vamos a empezar a mirarte raro cada vez que entres solo a una habitación con un guardia.
La paciencia que me quedaba se agotó.
—Renzo, te juro que te voy a matar, —gruñí, girándome para mirar a mi mujer.
—Últimamente tu andas muy graciosa, —dije con sarcasmo, pero ella solo me miró con una chispa peligrosa en los ojos.
—Necesito que me des más duro —murmuró, bajando la voz con intenciones claramente provocadoras—. Extraño al jóven Nicola que me amarraba y me...
No la dejé terminar.
—En unas horas estoy allí.
Corté la llamada sin esperar respuesta, levanté a Valentina como un saco de papas y la cargué en mi hombro.
—¡Nicola! ¡Ponme en el suelo ahora mismo! —gritó, indignada y divertida, golpeando mi espalda conl as manos.
—Te gusta provocarme, ¿no? Ahora verás, amore, qué tan hombre soy y que tan duro te voy a dar —le dije mientras caminaba hacia la casa sin detenerme.
Nicola Lorenzo estaba sentado a mi lado en el auto, con la carpeta en las manos y su habitual expresión seria.—Como te dije, perdimos un cargamento anoche —dijo, revisando los informes.Por suerte, apenas regresé, Renzo había decidido no unirse a nosotros. Ese maldito imbécil... A veces me preguntaba por qué carajos no lo había matado apenas lo conocí. Pero, claro, mi esposa tuvo mucho que ver. Eso es lo que pasa cuando tú mujer crece y es entrenada junto a un idiota como él. Además de ser el hermano perdido de tu mano derecha.El muy desgraciado sabía que le dispararía apenas lo viera, así que se inventó una excusa de los gemelos y un partido de fútbol.Suspiré, siempre había algo que solucionar. Siempre había alguien dispuesto a probar su suerte contra los Moretti.—¿Cuánto? —pregunté, con la voz baja.—Cuarenta por ciento —respondió Lorenzo, sin apartar la mirada de los documentos.Mis dedos tamborileaban contra el apoyabrazos de la puerta. El cuarenta por ciento no era una pérd
Valentina La mesa de nuestra cocina estaba abarrotada de objetos. Estaba segura de que, a simple vista de esta escena, habría aterrorizado a cualquiera que entrara sin previo aviso. Unas dagas, un par de cuchillos más pequeños y otros más grandes estaban alineados en perfecta simetría. Y en el centro de todo, un pollo desplumado, medio cortado sobre una tabla de madera.Podría estar haciendo esto en el sótano, pero con mi compañía actual... Además, no quería que mi esposo me volviera a regañar por estar amenazando a nuestro personal.Me recosté en la silla y observé a mi hermosa niña, que estaba al otro lado de la mesa. Ella estaba muy concentrada, su rostro serio mientras sostenía un cuchillo más pequeño entre sus dedos. Sus manos, aunque aún eran un poco torpes, se movían con agilidad. Podía ver la habilidad que poseía, incluso más de la que yo tenía a su edad. Me sorprendí como lograba hacerlo con tal naturalidad.—Recuerda lo que te dije —le señalé, inclinándome hacia adelant
GennaroEl mármol estaba frío, pero vacío. No había un cuerpo debajo, solo un nombre grabado en piedra. Alessandro Russo. Habían pasado años desde que lo asesinaron, pero para mí, parecía que había sido ayer.No hubo entierro, ni despedida. No quedó nada de él, ni siquiera un pedacito dentro de este lugar donde venía a llorarlo, a buscar su consejo. Los Moretti se aseguraron de borrarlo de la faz de la tierra, de reducir hasta sus huesos a cenizas. Pero mi madre y yo levantamos este lugar, este rincón en un cementerio olvidado, porque un hombre con la grandeza de Alessandro merecía ser recordado. Su vida no podía quedar en el olvido.Pasé la mano por las letras grabadas, siguiendo las curvas del nombre, como si hacerlo pudiera traerlo de vuelta. No había flores alrededor. Solo una rosa que traje yo, como siempre. Me agaché y la dejé junto a la base de la lápida. Mi madre habría hecho lo mismo si estuviera viva. Ella tenía la costumbre de traer flores frescas, de murmurar oracion
BiancaEl delicioso olor a la salsa de tomate y la música suave de fondo, eran mi única compañía en la cocina.Estaba revolviendo la salsa, cuando la música se cortó por una llamada entrante. El identificador mostraba que era mi marido el que estaba llamando.—¿Dónde estás? —le pregunté sin saludarlo.—En el puerto —respondió con ese tono neutral suyo que me sacaba de quicio.—¿Eso significa que no vienes a cenar? —pregunté, aunque ya conocía la respuesta.—No. Va a ser una noche larga. No me esperes despierta.—¿Por qué no me sorprende? —respondí con frustración.Lorenzo suspiró al otro lado de la línea, como si no tuviera tiempo para lidiar con esto.—Bianca, no tengo opción.—Siempre es la misma respuesta —dije, molesta, sin ganas de seguir hablando.El silencio al otro lado de la línea solo incrementaba mi rabia.—Haz lo que quieras, Lorenzo. ¡Total, siempre lo haces!Colgué sin darle oportunidad a responder.—Mami, ¿pasó algo con papi?La voz de Damiano me hizo girar. Estaba en l
Vittoria La consola que había recibido Dami para su cumpleaños hacía unos días seguía siendo la atracción principal cada vez que nos juntábamos.La pantalla del televisor frente a nosotros brillaba con el videojuego de carreras de autos, pero nadie estaba concentrado en el juego. La habitación estaba más silenciosa de lo normal, lo que era raro considerando que Augusto y Marcello estaban con nosotros.Estaba sentada entre Damiano y Marcello, mientras Augusto estaba medio acostado sobre una almohada a mi izquierda. Ninguno hablaba mucho, solo presionábamos botones de manera automática.—¿Qué pasa con ustedes? —pregunté después de unas partidas, dejando caer el control sobre mi regazo.Damiano me miró de reojo, apretando el control entre sus manos.—Nada —murmuró.—Sí, claro, “nada” —respondí, alzando una ceja. —Están tan callados que hasta la tele hace más ruido que ustedes.Augusto soltó un suspiro y dejó caer el control al suelo.—Es que... —empezó, pero se quedó callado, mirando a
RenzoEl puerto estaba desierto a esta hora, excepto por los guardias de turno que hacían rondas.No importaba cuántas veces viniera aquí, siempre sentía que el puerto tenía vida propia.Me estacioné cerca de la oficina, apagando el motor del coche. Miré mi teléfono una última vez. Gabriella había mandado un mensaje corto hace una hora: "Me quedo en casa de Bianca esta noche con los niños. No te mueras trabajando."Resoplé mientras salía del auto. No podía prometerle eso. Sabía que había problemas en el puerto, y como capo principal, tenía que estar aquí. Lo que no esperaba era encontrarme con un Nicola gruñoncito.—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —dije, cerrando la puerta detrás de mí.Lorenzo levantó la vista con su expresión habitual: serio, calculador, sin mostrar emoción. Nicola, por su parte, me miró por un segundo, su ceño fruncido como si mi sola presencia lo molestara. Nada nuevo.—¿Qué haces aquí? —gruñó.—¿Qué qué hago aquí? —repetí, dejando caer las llaves sobre la mesa y
Valentina Dami iba callado, mirando por la ventana, mientras Vittoria no dejaba de hablarle sobre algo que tenían que ensayar para la escuela.—Tienes que practicarlo otra vez —le decía, con ese tono autoritario que había heredado de su padre—. Es importante.Damiano solo asentía de vez en cuando, mientras su atención parecía más interesada en el paisaje que pasaba por la ventana.A mi lado, Bianca suspiró y se acomodó en el asiento, cruzando las piernas.—¿Siempre es así de intensa? —me preguntó en voz baja, señalando a Vitto con un movimiento de la cabeza.—Siempre —respondí, sin poder evitar una sonrisa. —Es la hija de Nicola. No sabe ser de otra manera.El otro coche nos seguía de cerca, con Gabriella y los gemelos dentro. Augusto y Marcello siempre estaban juntos, un par de pequeños tornados que no sabían el significado de la palabra calma. Podía imaginar a Gabi negociando con ellos para que se comportaran, algo que nunca lograba con éxito. Los niños no eran malos, habían nacid