Vittoria La consola que había recibido Dami para su cumpleaños hacía unos días seguía siendo la atracción principal cada vez que nos juntábamos.La pantalla del televisor frente a nosotros brillaba con el videojuego de carreras de autos, pero nadie estaba concentrado en el juego. La habitación estaba más silenciosa de lo normal, lo que era raro considerando que Augusto y Marcello estaban con nosotros.Estaba sentada entre Damiano y Marcello, mientras Augusto estaba medio acostado sobre una almohada a mi izquierda. Ninguno hablaba mucho, solo presionábamos botones de manera automática.—¿Qué pasa con ustedes? —pregunté después de unas partidas, dejando caer el control sobre mi regazo.Damiano me miró de reojo, apretando el control entre sus manos.—Nada —murmuró.—Sí, claro, “nada” —respondí, alzando una ceja. —Están tan callados que hasta la tele hace más ruido que ustedes.Augusto soltó un suspiro y dejó caer el control al suelo.—Es que... —empezó, pero se quedó callado, mirando a
RenzoEl puerto estaba desierto a esta hora, excepto por los guardias de turno que hacían rondas.No importaba cuántas veces viniera aquí, siempre sentía que el puerto tenía vida propia.Me estacioné cerca de la oficina, apagando el motor del coche. Miré mi teléfono una última vez. Gabriella había mandado un mensaje corto hace una hora: "Me quedo en casa de Bianca esta noche con los niños. No te mueras trabajando."Resoplé mientras salía del auto. No podía prometerle eso. Sabía que había problemas en el puerto, y como capo principal, tenía que estar aquí. Lo que no esperaba era encontrarme con un Nicola gruñoncito.—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —dije, cerrando la puerta detrás de mí.Lorenzo levantó la vista con su expresión habitual: serio, calculador, sin mostrar emoción. Nicola, por su parte, me miró por un segundo, su ceño fruncido como si mi sola presencia lo molestara. Nada nuevo.—¿Qué haces aquí? —gruñó.—¿Qué qué hago aquí? —repetí, dejando caer las llaves sobre la mesa y
Valentina Dami iba callado, mirando por la ventana, mientras Vittoria no dejaba de hablarle sobre algo que tenían que ensayar para la escuela.—Tienes que practicarlo otra vez —le decía, con ese tono autoritario que había heredado de su padre—. Es importante.Damiano solo asentía de vez en cuando, mientras su atención parecía más interesada en el paisaje que pasaba por la ventana.A mi lado, Bianca suspiró y se acomodó en el asiento, cruzando las piernas.—¿Siempre es así de intensa? —me preguntó en voz baja, señalando a Vitto con un movimiento de la cabeza.—Siempre —respondí, sin poder evitar una sonrisa. —Es la hija de Nicola. No sabe ser de otra manera.El otro coche nos seguía de cerca, con Gabriella y los gemelos dentro. Augusto y Marcello siempre estaban juntos, un par de pequeños tornados que no sabían el significado de la palabra calma. Podía imaginar a Gabi negociando con ellos para que se comportaran, algo que nunca lograba con éxito. Los niños no eran malos, habían nacid
Nicola El mar se extendía hasta el horizonte, un azul profundo que se mezclaba con el cielo despejado. La brisa acariciaba los rizos oscuros de Vittoria, que se tambaleaba de emoción frente a su pastel. Su vestido blanco ondeaba con la misma energía que ella contenía mientras cantábamos “Tanti auguri a te.” Su sonrisa iluminaba todo el lugar, y su risa, cuando terminó la canción, me golpeó en el pecho como un latido más fuerte de lo normal.—Sopla las velas, principessa, —le dije, inclinándome un poco hacia ella, con las manos en mis rodillas.—¡Pero quiero pedir tres deseos! —protestó, inflando las mejillas.—Tres, ¿eh? —intervino Valentina, su voz suave y cálida. A mi lado, mi esposa tenía esa expresión serena y vigilante que solo mostraba cuando se trataba de nuestra hija.—¡Sí! Uno para mamá, uno para papá y uno para mí, —declaró Vittoria antes de soplar las velas con fuerza.Aplaudimos al unísono, y ella rió mientras se lanzaba sobre sus regalos como si fueran un tesoro reci
Nicola Lorenzo estaba sentado a mi lado en el auto, con la carpeta en las manos y su habitual expresión seria.—Como te dije, perdimos un cargamento anoche —dijo, revisando los informes.Por suerte, apenas regresé, Renzo había decidido no unirse a nosotros. Ese maldito imbécil... A veces me preguntaba por qué carajos no lo había matado apenas lo conocí. Pero, claro, mi esposa tuvo mucho que ver. Eso es lo que pasa cuando tú mujer crece y es entrenada junto a un idiota como él. Además de ser el hermano perdido de tu mano derecha.El muy desgraciado sabía que le dispararía apenas lo viera, así que se inventó una excusa de los gemelos y un partido de fútbol.Suspiré, siempre había algo que solucionar. Siempre había alguien dispuesto a probar su suerte contra los Moretti.—¿Cuánto? —pregunté, con la voz baja.—Cuarenta por ciento —respondió Lorenzo, sin apartar la mirada de los documentos.Mis dedos tamborileaban contra el apoyabrazos de la puerta. El cuarenta por ciento no era una pérd
Valentina La mesa de nuestra cocina estaba abarrotada de objetos. Estaba segura de que, a simple vista de esta escena, habría aterrorizado a cualquiera que entrara sin previo aviso. Unas dagas, un par de cuchillos más pequeños y otros más grandes estaban alineados en perfecta simetría. Y en el centro de todo, un pollo desplumado, medio cortado sobre una tabla de madera.Podría estar haciendo esto en el sótano, pero con mi compañía actual... Además, no quería que mi esposo me volviera a regañar por estar amenazando a nuestro personal.Me recosté en la silla y observé a mi hermosa niña, que estaba al otro lado de la mesa. Ella estaba muy concentrada, su rostro serio mientras sostenía un cuchillo más pequeño entre sus dedos. Sus manos, aunque aún eran un poco torpes, se movían con agilidad. Podía ver la habilidad que poseía, incluso más de la que yo tenía a su edad. Me sorprendí como lograba hacerlo con tal naturalidad.—Recuerda lo que te dije —le señalé, inclinándome hacia adelant
GennaroEl mármol estaba frío, pero vacío. No había un cuerpo debajo, solo un nombre grabado en piedra. Alessandro Russo. Habían pasado años desde que lo asesinaron, pero para mí, parecía que había sido ayer.No hubo entierro, ni despedida. No quedó nada de él, ni siquiera un pedacito dentro de este lugar donde venía a llorarlo, a buscar su consejo. Los Moretti se aseguraron de borrarlo de la faz de la tierra, de reducir hasta sus huesos a cenizas. Pero mi madre y yo levantamos este lugar, este rincón en un cementerio olvidado, porque un hombre con la grandeza de Alessandro merecía ser recordado. Su vida no podía quedar en el olvido.Pasé la mano por las letras grabadas, siguiendo las curvas del nombre, como si hacerlo pudiera traerlo de vuelta. No había flores alrededor. Solo una rosa que traje yo, como siempre. Me agaché y la dejé junto a la base de la lápida. Mi madre habría hecho lo mismo si estuviera viva. Ella tenía la costumbre de traer flores frescas, de murmurar oracion