NicolaDesde la ventana de mi oficina, mis ojos seguían a mi mujer, que había salido hecha una psicópata de aquí hacía unos segundos.Ella caminaba con pasos firmes y una postura tensa, con la imbécil de mi ex secretaria aferrada por el cabello como si fuera un perro al que arrastraban por la correa.A cada tirón, la mujer lloriqueaba más fuerte, pero Valentina no aflojaba ni un milímetro. Si alguien en el puerto no se había dado cuenta de su furia, pronto lo haría.—Madonna santa… —murmuré para mí mismo, cruzándome de brazos mientras seguía la escena desde la ventana.La puerta de mi oficina se abrió de golpe, y Lorenzo entró casi corriendo.—Nicola, tienes que ver esto —dijo con su respiración agitada.—Ya lo estoy viendo —respondí, levantando una mano para callarlo —. Y escuchando.—¿Escuchando? —preguntó confundido.—Shhh. Mira y escucha —dije, señalando hacia afuera.Lorenzo se acercó a la ventana, frunciendo el ceño.—¿Está arrastrando a tu secretaria? —preguntó, mirando incrédu
Valentina La sangre de la zorra se extendía lentamente por el suelo, formando un charco carmesí a su alrededor. Levantar la vista hacia la ventana fue instintivo. Y ahí estaba Nicola. Observándome desde su oficina con Lorenzo a su lado. Sus rostros estaban tensos, y por un momento pensé que había visto decepción en los ojos de mi marido. ¿Decepción porque la maté demasiado rápido? Me enderecé, apretando los dientes."Debí haberla dejado viva…" me recriminé en silencio, aunque sabía que no habría servido de mucho. Esa idiota ya había firmado su sentencia con su último aliento.—Sé que nunca dejaste las armas —había gimoteado la zorra antes de que la bala atravesara su cráneo. Su sonrisa arrogante, incluso en su último segundo, fue suficiente para sellar su destino—. Gennaro está ansiando conocerte, Pantera.Al principio había pensado que estaba loca, construyendo un romance imaginario con mi marido. Pero esas palabras… esas malditas palabras. Me habían dejado claro que había más en
Nicola No podía creer lo que acababa de hacer.Estaba parado frente a mi escritorio, con las mangas arremangadas, el cabello desordenado y un ligero sudor en la frente, mirando el espacio vacío donde hace unos minutos estaba mi esposa."¡Maldita sea la demonia loca y sexy de mi mujer!"Había entrado como una psicópata, gritando y haciendo de las suyas, tocando los botones justos para provocarme y hacerme caer directo en su trampa. Después de jugar conmigo y saciarse, se fue al baño a quitar las huellas de su delito, como si nada hubiera pasado.Y yo, el gran Don de Palermo, estaba plantado ahí como un idiota, con la mente aún repitiendo el momento en que la vi sobre mi escritorio, con los labios entreabiertos y esa mirada peligrosa que me volvía loco.Amaba cada una de sus facetas. Desde la mujer que podía atravesar el corazón de un hombre sin pestañear, hasta la madre que le cantaba canciones de cuna a nuestra hija. Pero la mujer de hoy... Esta Valentina me había dejado con más qu
Valentina Salí del puerto ignorando las miradas nerviosas de los hombres que se cruzaban en mi camino. Algunos me saludaron con una inclinación de cabeza, pero ninguno tuvo el valor de decir una palabra. Lo sabían. Lo veían en mis ojos. Estaba furiosa.Mi mente estaba en otro lugar, repitiendo cada palabra de Nicola, cada maldita excusa.“¿Que Vittoria debería tener la oportunidad de elegir algo diferente para su vida?”Apreté los dientes mientras sacaba el teléfono de mi bolso.Mis dedos volaron por la pantalla, marcando el número de Gabriella primero. No tenía paciencia para mensajes.—Valen, justo iba camino al salón de yoga. Dejé al prisionero en la sala de Nicola. ¿Qué pasa?—Cambio de planes —dije de inmediato, con la voz más firme de lo que había planeado. —Nos vemos en la casa de Bianca.—¿Todo bien? —preguntó, aunque su tono delataba que ya sabía que no estaba bien.—Nicola. —Con esa sola palabra sabía que no necesitaba explicaciones por ahora. —Voy en camino. Tú ve directo
NicolaMi teléfono vibró sobre la mesa, cortando la paz que tenía está mañana. Miré la pantalla: un número conocido, uno de mis científicos. Dejé la taza en el platillo con calma y deslicé el dedo para contestar.—Dime —dije, con mi tono habitual, frío y directo.Del otro lado, escuché la respiración entrecortada. Su miedo atravesaba el teléfono. Podría jurar que su frente estaba empapada en sudor, y sus manos temblaban mientras intentaba encontrar el valor para hablar.—Don... —vaciló, su nerviosismo era un insulto a mi tiempo—. Hay… —tartamudeó, mientras mis dedos golpeaban la superficie de la mesa, exasperado por su falta de convicción—. Hay un problema.Me recosté en la silla, cruzando una pierna sobre la otra mientras escuchaba y seguía el ritmo con mis dedos sobre el escritorio.—¿Qué problema?El hombre volvió a tartamudear, y podía escuchar cómo su lengua se estrellaba contra sus dientes en un desesperado intento de encontrar las palabras adecuadas.Respiré profundamente, un
NicolaMi atención seguía en mi esposa, que aún estaba a mi lado, con su cuerpo relajado contra el mío.No quería soltarla. Después de todas las discusiones que habíamos tenido, este era un momento de tregua algo muy valioso como para dejarlo ir tan rápido.—Bueno, ya es hora de soltarla —dijo una voz conocida detrás de mí.Giré la cabeza y vi a Bianca acercarse con una sonrisa divertida.—¡Oye! Tú no me das órdenes —respondí, arqueando una ceja mirándola con fingida seriedad.—¡Claro que sí! Soy tu hermana favorita —dijo con una sonrisa descarada.Valentina sonrió apartándose de mí, pero no sin antes acariciar mi mejilla con una suavidad que hizo que toda mi frustración del día desapareciera.—Parece que la jefa ha hablado —murmuró, lanzándome una mirada divertida antes de girarse hacia Bianca.Iba a responderle cuando escuché un grito agudo a mi lado.—¡Tíos!Vittoria salió disparada hacia Lorenzo y Renzo, que acababan de llegar con sus hijos. Augusto y Marcello corrieron hacia el
Valentina Bianca estaba a mi lado, ordenando las bandejas de cupcakes. Gabriella organizaba los pequeños frascos con gomitas en la otra esquina del puesto. Todo estaba perfecto, como lo esperábamos. Pero mi mente no estaba aquí.Estaba distraída mirando a los niños correr de un lado a otro, preguntándome si Nicola ya habría amenazado al primer niño que se acercara demasiado a Vittoria. No me sorprendería; su sobreprotección hacia nuestra hija siempre rozaba lo ridículo.—¡Valentina! —exclamó Bianca, dándome un codazo.Giré la cabeza justo a tiempo para ver a Alessia acercándose al puesto. No venía sola. A su lado, un hombre alto, de cabello oscuro y mirada intensa, caminaba con una confianza que me puso en alerta de inmediato.Ella parecía nerviosa, aferrándose a su brazo, sin querer soltarlo. Pero él tenía una sonrisa despreocupada. Se detuvieron frente a nosotras y apartó suavemente su brazo del agarre de Alessia.—Buenos días, hermosas damas —dijo, con un tono tan suave que me hi
Nicola Tomé la pequeña pistola de aire que el encargado me ofreció, revisándola como si fuera un arma real. Era un hábito como lavar los dientes después de cada comida, algo tan natural.—¡Papi, tienes que ganar el oso más grande! —exclamó mi princessa, tirando de mi manga con emoción. Sus ojitos brillaban mientras señalaba al enorme muñeco.—¿Dudas de tu padre? —le respondí, arqueando una ceja mientras ajustaba mi postura frente a los blancos.Vittoria se rió, cubriéndose la boca con las manos. Su confianza en mí era absoluta, y no podía evitar sentirme orgulloso cada vez que me miraba como si fuera capaz de hacer cualquier cosa. Levanté el arma, alineando la mira con el primer objetivo, un pequeño círculo rojo. Contuve la respiración por un segundo, ajustando mi pulso, y disparé dando en el blanco. Me apronté para el siguiente objetivo cuando de repente una voz detrás de mí rompió mi concentración.—Nada mal, señor Moretti. Parece que tiene buena puntería.Reconocí el tono ante