Valentina Bianca estaba a mi lado, ordenando las bandejas de cupcakes. Gabriella organizaba los pequeños frascos con gomitas en la otra esquina del puesto. Todo estaba perfecto, como lo esperábamos. Pero mi mente no estaba aquí.Estaba distraída mirando a los niños correr de un lado a otro, preguntándome si Nicola ya habría amenazado al primer niño que se acercara demasiado a Vittoria. No me sorprendería; su sobreprotección hacia nuestra hija siempre rozaba lo ridículo.—¡Valentina! —exclamó Bianca, dándome un codazo.Giré la cabeza justo a tiempo para ver a Alessia acercándose al puesto. No venía sola. A su lado, un hombre alto, de cabello oscuro y mirada intensa, caminaba con una confianza que me puso en alerta de inmediato.Ella parecía nerviosa, aferrándose a su brazo, sin querer soltarlo. Pero él tenía una sonrisa despreocupada. Se detuvieron frente a nosotras y apartó suavemente su brazo del agarre de Alessia.—Buenos días, hermosas damas —dijo, con un tono tan suave que me hi
Nicola Tomé la pequeña pistola de aire que el encargado me ofreció, revisándola como si fuera un arma real. Era un hábito como lavar los dientes después de cada comida, algo tan natural.—¡Papi, tienes que ganar el oso más grande! —exclamó mi princessa, tirando de mi manga con emoción. Sus ojitos brillaban mientras señalaba al enorme muñeco.—¿Dudas de tu padre? —le respondí, arqueando una ceja mientras ajustaba mi postura frente a los blancos.Vittoria se rió, cubriéndose la boca con las manos. Su confianza en mí era absoluta, y no podía evitar sentirme orgulloso cada vez que me miraba como si fuera capaz de hacer cualquier cosa. Levanté el arma, alineando la mira con el primer objetivo, un pequeño círculo rojo. Contuve la respiración por un segundo, ajustando mi pulso, y disparé dando en el blanco. Me apronté para el siguiente objetivo cuando de repente una voz detrás de mí rompió mi concentración.—Nada mal, señor Moretti. Parece que tiene buena puntería.Reconocí el tono ante
Gennaro Cada paso que daba, cada palabra que salía de mi boca, estaba diseñada para provocar, para plantar dudas y encender la furia en Nicola Moretti.No pude evitar sonreír mientras lo veía de lejos, tan rígido y controlado como siempre, siguiendo a su hija como si fuera un maldito perro guardián. Nicola era el hombre más peligroso de Palermo, eso lo sabía, pero también sabía que tenía un punto débil. Sus emociones. Su familia.Y yo había presionado justo donde dolía, sin esforzarme.Aún podía sentir la electricidad del enfrentamiento en el puesto de tiro al blanco. Su mirada, fría como el acero, me lo dijo todo. Si no fuera por la multitud de padres y niños, probablemente habría intentado arrancarme la garganta ahí mismo. Pero Nicola no era tan tonto. Era paciente, calculador.Claro, él pensaba que en cuanto pusiera un pie fuera del colegio sería un hombre muerto. Lo que no sabía era que yo también había planeado justo eso. Este juego lo llevaba controlado desde el principio.Ca
Nicola —Quiero que lleven a mi mujer y mi hija a los destinos seguros —dije al teléfono, sin apartar la mirada de la calle desde la ventana de mi oficina.Esto era parte del protocolo: en cuestión de minutos, cinco autos saldrían de mi casa, cada uno con una ruta que conocerían en el último momento.Uno llevaría a mi mujer, otro a principessa, y los demás serían señuelos. Si alguien nos estaba espiando, no sabría en cuál estaban.Escuché la afirmación al otro lado de la línea. Corté la llamada sin decir más, colocando el teléfono sobre el escritorio.Renzo y Lorenzo estaban en el sofá, mirándome en silencio. Ambos conocían la gravedad de la situación. Tener al enemigo en nuestro poder no era una victoria; era un movimiento calculado, y no por nosotros. Lo sabían tan bien como yo.—¿Qué tan grande crees que es la red? —preguntó Lorenzo inclinándose hacia adelante con las manos juntas.Mi mente estaba en las posibilidades, en los nombres que habían cruzado por mi escritorio los último
Valentina Estábamos en la cocina, Vittoria y yo, cenando juntas.El sonido de pasos firmes interrumpió nuestra pequeña burbuja de normalidad. Un guardia entró en la cocina, su rostro tenso y sin rastro de la habitual neutralidad que mantenían frente a mí.—Código negro, señora —dijo manteniendo la calma a pesar de la urgencia—. Cinco minutos.Mi corazón se aceleró, pero mi rostro no mostró nada. No podía entrar en pánico frente a mi niña.—Entendido —respondí con un simple asentimiento.El guardia salió, y yo respiré hondo, obligándome a mantener la mente clara. Me giré hacia Vitto, que había dejado su tenedor en el plato.—Vamos a tu habitación, principessa —le dije con suavidad, tomando su mano.La llevé escaleras arriba, sin prisa, aunque por dentro cada segundo se sentía eterno. Al llegar a su habitación, abrí el armario y saqué la mochila que siempre tenía lista para este tipo de emergencias.Mientras revisaba que estuviera todo; agua, ropa, un arma pequeña que Nicola nunca debí
Nicola Mis hombres se mantenían en silencio, esperando mis órdenes. Un zumbido débil interrumpió el momento. La radio del rincón, conectada a los canales de seguridad, comenzó a emitir estática. Por un segundo nadie se movió, pero luego la voz que escuché me dejó paralizado.—¡Nicola! —era mi esposa. El tono de su voz me puso en alerta máxima.—¡Valentina! ¿Qué está pasando? —grité, mientras corría hacia la radio.Renzo se enderezó de inmediato, dejando de lado su actitud relajada. Los demás hombres intercambiaron miradas rápidas.—¡Cuida a Vitto! —su voz volvió a sonar, entrecortada, los sonidos de las detonaciones detrás me confirmaban que estaba en medio de un tiroteo.Sentí el aire escaparse de mis pulmones.—Amore, no… —intenté decir, pero ella me interrumpió.—Te amo. Nunca olvides lo que te dije en nuestra luna de miel en Sudamérica...La radio quedó en silencio, solo con la estática resonando alrededor. Me quedé inmóvil, solo mis manos temblaban a mis lados. Sus palabras se
BiancaDesde el momento en que se activó la alerta negra, Valentina me contactó directamente, dándome instrucciones para rastrear y monitorear los movimientos de los coches de seguridad. Los autos señuelo salieron de la casa de mi hermano uno tras otro, siguiendo rutas diferentes. Mis dedos se movían rápidamente sobre el teclado de la computadora, alternando entre las cámaras de tráfico y las radios de comunicación. Un solo coche regresó a la casa quince minutos después, llevando a Vittoria de vuelta a un lugar seguro.Suspiré aliviada cuando confirmé que estaba dentro de la propiedad, aunque sabía que la calma no duraría mucho. La mansión ahora parecía un lugar abandonado desde el exterior, pero estaba protegida por más de cien hombres, cada uno oculto. Nadie iba a acercarse sin ser detectado.Mientras mantenía un ojo en los monitores, escuché la conversación de Valentina con Greta. Vittoria se estaba comportando con una calma impresionante, como si esto fuera algo que ya entend
Nicola El mar se extendía hasta el horizonte, un azul profundo que se mezclaba con el cielo despejado. La brisa acariciaba los rizos oscuros de Vittoria, que se tambaleaba de emoción frente a su pastel. Su vestido blanco ondeaba con la misma energía que ella contenía mientras cantábamos “Tanti auguri a te.” Su sonrisa iluminaba todo el lugar, y su risa, cuando terminó la canción, me golpeó en el pecho como un latido más fuerte de lo normal.—Sopla las velas, principessa, —le dije, inclinándome un poco hacia ella, con las manos en mis rodillas.—¡Pero quiero pedir tres deseos! —protestó, inflando las mejillas.—Tres, ¿eh? —intervino Valentina, su voz suave y cálida. A mi lado, mi esposa tenía esa expresión serena y vigilante que solo mostraba cuando se trataba de nuestra hija.—¡Sí! Uno para mamá, uno para papá y uno para mí, —declaró Vittoria antes de soplar las velas con fuerza.Aplaudimos al unísono, y ella rió mientras se lanzaba sobre sus regalos como si fueran un tesoro recié