Gennaro Cada paso que daba, cada palabra que salía de mi boca, estaba diseñada para provocar, para plantar dudas y encender la furia en Nicola Moretti.No pude evitar sonreír mientras lo veía de lejos, tan rígido y controlado como siempre, siguiendo a su hija como si fuera un maldito perro guardián. Nicola era el hombre más peligroso de Palermo, eso lo sabía, pero también sabía que tenía un punto débil. Sus emociones. Su familia.Y yo había presionado justo donde dolía, sin esforzarme.Aún podía sentir la electricidad del enfrentamiento en el puesto de tiro al blanco. Su mirada, fría como el acero, me lo dijo todo. Si no fuera por la multitud de padres y niños, probablemente habría intentado arrancarme la garganta ahí mismo. Pero Nicola no era tan tonto. Era paciente, calculador.Claro, él pensaba que en cuanto pusiera un pie fuera del colegio sería un hombre muerto. Lo que no sabía era que yo también había planeado justo eso. Este juego lo llevaba controlado desde el principio.Ca
Nicola —Quiero que lleven a mi mujer y mi hija a los destinos seguros —dije al teléfono, sin apartar la mirada de la calle desde la ventana de mi oficina.Esto era parte del protocolo: en cuestión de minutos, cinco autos saldrían de mi casa, cada uno con una ruta que conocerían en el último momento.Uno llevaría a mi mujer, otro a principessa, y los demás serían señuelos. Si alguien nos estaba espiando, no sabría en cuál estaban.Escuché la afirmación al otro lado de la línea. Corté la llamada sin decir más, colocando el teléfono sobre el escritorio.Renzo y Lorenzo estaban en el sofá, mirándome en silencio. Ambos conocían la gravedad de la situación. Tener al enemigo en nuestro poder no era una victoria; era un movimiento calculado, y no por nosotros. Lo sabían tan bien como yo.—¿Qué tan grande crees que es la red? —preguntó Lorenzo inclinándose hacia adelante con las manos juntas.Mi mente estaba en las posibilidades, en los nombres que habían cruzado por mi escritorio los último
Valentina Estábamos en la cocina, Vittoria y yo, cenando juntas.El sonido de pasos firmes interrumpió nuestra pequeña burbuja de normalidad. Un guardia entró en la cocina, su rostro tenso y sin rastro de la habitual neutralidad que mantenían frente a mí.—Código negro, señora —dijo manteniendo la calma a pesar de la urgencia—. Cinco minutos.Mi corazón se aceleró, pero mi rostro no mostró nada. No podía entrar en pánico frente a mi niña.—Entendido —respondí con un simple asentimiento.El guardia salió, y yo respiré hondo, obligándome a mantener la mente clara. Me giré hacia Vitto, que había dejado su tenedor en el plato.—Vamos a tu habitación, principessa —le dije con suavidad, tomando su mano.La llevé escaleras arriba, sin prisa, aunque por dentro cada segundo se sentía eterno. Al llegar a su habitación, abrí el armario y saqué la mochila que siempre tenía lista para este tipo de emergencias.Mientras revisaba que estuviera todo; agua, ropa, un arma pequeña que Nicola nunca debí
Nicola Mis hombres se mantenían en silencio, esperando mis órdenes. Un zumbido débil interrumpió el momento. La radio del rincón, conectada a los canales de seguridad, comenzó a emitir estática. Por un segundo nadie se movió, pero luego la voz que escuché me dejó paralizado.—¡Nicola! —era mi esposa. El tono de su voz me puso en alerta máxima.—¡Valentina! ¿Qué está pasando? —grité, mientras corría hacia la radio.Renzo se enderezó de inmediato, dejando de lado su actitud relajada. Los demás hombres intercambiaron miradas rápidas.—¡Cuida a Vitto! —su voz volvió a sonar, entrecortada, los sonidos de las detonaciones detrás me confirmaban que estaba en medio de un tiroteo.Sentí el aire escaparse de mis pulmones.—Amore, no… —intenté decir, pero ella me interrumpió.—Te amo. Nunca olvides lo que te dije en nuestra luna de miel en Sudamérica...La radio quedó en silencio, solo con la estática resonando alrededor. Me quedé inmóvil, solo mis manos temblaban a mis lados. Sus palabras se
BiancaDesde el momento en que se activó la alerta negra, Valentina me contactó directamente, dándome instrucciones para rastrear y monitorear los movimientos de los coches de seguridad. Los autos señuelo salieron de la casa de mi hermano uno tras otro, siguiendo rutas diferentes. Mis dedos se movían rápidamente sobre el teclado de la computadora, alternando entre las cámaras de tráfico y las radios de comunicación. Un solo coche regresó a la casa quince minutos después, llevando a Vittoria de vuelta a un lugar seguro.Suspiré aliviada cuando confirmé que estaba dentro de la propiedad, aunque sabía que la calma no duraría mucho. La mansión ahora parecía un lugar abandonado desde el exterior, pero estaba protegida por más de cien hombres, cada uno oculto. Nadie iba a acercarse sin ser detectado.Mientras mantenía un ojo en los monitores, escuché la conversación de Valentina con Greta. Vittoria se estaba comportando con una calma impresionante, como si esto fuera algo que ya entend
Nicola El mar se extendía hasta el horizonte, un azul profundo que se mezclaba con el cielo despejado. La brisa acariciaba los rizos oscuros de Vittoria, que se tambaleaba de emoción frente a su pastel. Su vestido blanco ondeaba con la misma energía que ella contenía mientras cantábamos “Tanti auguri a te.” Su sonrisa iluminaba todo el lugar, y su risa, cuando terminó la canción, me golpeó en el pecho como un latido más fuerte de lo normal.—Sopla las velas, principessa, —le dije, inclinándome un poco hacia ella, con las manos en mis rodillas.—¡Pero quiero pedir tres deseos! —protestó, inflando las mejillas.—Tres, ¿eh? —intervino Valentina, su voz suave y cálida. A mi lado, mi esposa tenía esa expresión serena y vigilante que solo mostraba cuando se trataba de nuestra hija.—¡Sí! Uno para mamá, uno para papá y uno para mí, —declaró Vittoria antes de soplar las velas con fuerza.Aplaudimos al unísono, y ella rió mientras se lanzaba sobre sus regalos como si fueran un tesoro recié
Nicola Lorenzo estaba sentado a mi lado en el auto, con la carpeta en las manos y su habitual expresión seria.—Como te dije, perdimos un cargamento anoche —dijo, revisando los informes.Por suerte, apenas regresé, Renzo había decidido no unirse a nosotros. Ese maldito imbécil... A veces me preguntaba por qué carajos no lo había matado apenas lo conocí. Pero, claro, mi esposa tuvo mucho que ver. Eso es lo que pasa cuando tú mujer crece y es entrenada junto a un idiota como él. Además de ser el hermano perdido de tu mano derecha.El muy desgraciado sabía que le dispararía apenas lo viera, así que se inventó una excusa de los gemelos y un partido de fútbol.Suspiré, siempre había algo que solucionar. Siempre había alguien dispuesto a probar su suerte contra los Moretti.—¿Cuánto? —pregunté, con la voz baja.—Cuarenta por ciento —respondió Lorenzo, sin apartar la mirada de los documentos.Mis dedos tamborileaban contra el apoyabrazos de la puerta. El cuarenta por ciento no era una pérd
Valentina La mesa de nuestra cocina estaba abarrotada de objetos. Estaba segura de que, a simple vista de esta escena, habría aterrorizado a cualquiera que entrara sin previo aviso. Unas dagas, un par de cuchillos más pequeños y otros más grandes estaban alineados en perfecta simetría. Y en el centro de todo, un pollo desplumado, medio cortado sobre una tabla de madera.Podría estar haciendo esto en el sótano, pero con mi compañía actual... Además, no quería que mi esposo me volviera a regañar por estar amenazando a nuestro personal.Me recosté en la silla y observé a mi hermosa niña, que estaba al otro lado de la mesa. Ella estaba muy concentrada, su rostro serio mientras sostenía un cuchillo más pequeño entre sus dedos. Sus manos, aunque aún eran un poco torpes, se movían con agilidad. Podía ver la habilidad que poseía, incluso más de la que yo tenía a su edad. Me sorprendí como lograba hacerlo con tal naturalidad.—Recuerda lo que te dije —le señalé, inclinándome hacia adelant