Valentina Estábamos en la cocina, Vittoria y yo, cenando juntas.El sonido de pasos firmes interrumpió nuestra pequeña burbuja de normalidad. Un guardia entró en la cocina, su rostro tenso y sin rastro de la habitual neutralidad que mantenían frente a mí.—Código negro, señora —dijo manteniendo la calma a pesar de la urgencia—. Cinco minutos.Mi corazón se aceleró, pero mi rostro no mostró nada. No podía entrar en pánico frente a mi niña.—Entendido —respondí con un simple asentimiento.El guardia salió, y yo respiré hondo, obligándome a mantener la mente clara. Me giré hacia Vitto, que había dejado su tenedor en el plato.—Vamos a tu habitación, principessa —le dije con suavidad, tomando su mano.La llevé escaleras arriba, sin prisa, aunque por dentro cada segundo se sentía eterno. Al llegar a su habitación, abrí el armario y saqué la mochila que siempre tenía lista para este tipo de emergencias.Mientras revisaba que estuviera todo; agua, ropa, un arma pequeña que Nicola nunca debí
Nicola Mis hombres se mantenían en silencio, esperando mis órdenes. Un zumbido débil interrumpió el momento. La radio del rincón, conectada a los canales de seguridad, comenzó a emitir estática. Por un segundo nadie se movió, pero luego la voz que escuché me dejó paralizado.—¡Nicola! —era mi esposa. El tono de su voz me puso en alerta máxima.—¡Valentina! ¿Qué está pasando? —grité, mientras corría hacia la radio.Renzo se enderezó de inmediato, dejando de lado su actitud relajada. Los demás hombres intercambiaron miradas rápidas.—¡Cuida a Vitto! —su voz volvió a sonar, entrecortada, los sonidos de las detonaciones detrás me confirmaban que estaba en medio de un tiroteo.Sentí el aire escaparse de mis pulmones.—Amore, no… —intenté decir, pero ella me interrumpió.—Te amo. Nunca olvides lo que te dije en nuestra luna de miel en Sudamérica...La radio quedó en silencio, solo con la estática resonando alrededor. Me quedé inmóvil, solo mis manos temblaban a mis lados. Sus palabras se
BiancaDesde el momento en que se activó la alerta negra, Valentina me contactó directamente, dándome instrucciones para rastrear y monitorear los movimientos de los coches de seguridad. Los autos señuelo salieron de la casa de mi hermano uno tras otro, siguiendo rutas diferentes. Mis dedos se movían rápidamente sobre el teclado de la computadora, alternando entre las cámaras de tráfico y las radios de comunicación. Un solo coche regresó a la casa quince minutos después, llevando a Vittoria de vuelta a un lugar seguro.Suspiré aliviada cuando confirmé que estaba dentro de la propiedad, aunque sabía que la calma no duraría mucho. La mansión ahora parecía un lugar abandonado desde el exterior, pero estaba protegida por más de cien hombres, cada uno oculto. Nadie iba a acercarse sin ser detectado.Mientras mantenía un ojo en los monitores, escuché la conversación de Valentina con Greta. Vittoria se estaba comportando con una calma impresionante, como si esto fuera algo que ya entend
Nicola El mar se extendía hasta el horizonte, un azul profundo que se mezclaba con el cielo despejado. La brisa acariciaba los rizos oscuros de Vittoria, que se tambaleaba de emoción frente a su pastel. Su vestido blanco ondeaba con la misma energía que ella contenía mientras cantábamos “Tanti auguri a te.” Su sonrisa iluminaba todo el lugar, y su risa, cuando terminó la canción, me golpeó en el pecho como un latido más fuerte de lo normal.—Sopla las velas, principessa, —le dije, inclinándome un poco hacia ella, con las manos en mis rodillas.—¡Pero quiero pedir tres deseos! —protestó, inflando las mejillas.—Tres, ¿eh? —intervino Valentina, su voz suave y cálida. A mi lado, mi esposa tenía esa expresión serena y vigilante que solo mostraba cuando se trataba de nuestra hija.—¡Sí! Uno para mamá, uno para papá y uno para mí, —declaró Vittoria antes de soplar las velas con fuerza.Aplaudimos al unísono, y ella rió mientras se lanzaba sobre sus regalos como si fueran un tesoro recié
Nicola Lorenzo estaba sentado a mi lado en el auto, con la carpeta en las manos y su habitual expresión seria.—Como te dije, perdimos un cargamento anoche —dijo, revisando los informes.Por suerte, apenas regresé, Renzo había decidido no unirse a nosotros. Ese maldito imbécil... A veces me preguntaba por qué carajos no lo había matado apenas lo conocí. Pero, claro, mi esposa tuvo mucho que ver. Eso es lo que pasa cuando tú mujer crece y es entrenada junto a un idiota como él. Además de ser el hermano perdido de tu mano derecha.El muy desgraciado sabía que le dispararía apenas lo viera, así que se inventó una excusa de los gemelos y un partido de fútbol.Suspiré, siempre había algo que solucionar. Siempre había alguien dispuesto a probar su suerte contra los Moretti.—¿Cuánto? —pregunté, con la voz baja.—Cuarenta por ciento —respondió Lorenzo, sin apartar la mirada de los documentos.Mis dedos tamborileaban contra el apoyabrazos de la puerta. El cuarenta por ciento no era una pérd
Valentina La mesa de nuestra cocina estaba abarrotada de objetos. Estaba segura de que, a simple vista de esta escena, habría aterrorizado a cualquiera que entrara sin previo aviso. Unas dagas, un par de cuchillos más pequeños y otros más grandes estaban alineados en perfecta simetría. Y en el centro de todo, un pollo desplumado, medio cortado sobre una tabla de madera.Podría estar haciendo esto en el sótano, pero con mi compañía actual... Además, no quería que mi esposo me volviera a regañar por estar amenazando a nuestro personal.Me recosté en la silla y observé a mi hermosa niña, que estaba al otro lado de la mesa. Ella estaba muy concentrada, su rostro serio mientras sostenía un cuchillo más pequeño entre sus dedos. Sus manos, aunque aún eran un poco torpes, se movían con agilidad. Podía ver la habilidad que poseía, incluso más de la que yo tenía a su edad. Me sorprendí como lograba hacerlo con tal naturalidad.—Recuerda lo que te dije —le señalé, inclinándome hacia adelant
GennaroEl mármol estaba frío, pero vacío. No había un cuerpo debajo, solo un nombre grabado en piedra. Alessandro Russo. Habían pasado años desde que lo asesinaron, pero para mí, parecía que había sido ayer.No hubo entierro, ni despedida. No quedó nada de él, ni siquiera un pedacito dentro de este lugar donde venía a llorarlo, a buscar su consejo. Los Moretti se aseguraron de borrarlo de la faz de la tierra, de reducir hasta sus huesos a cenizas. Pero mi madre y yo levantamos este lugar, este rincón en un cementerio olvidado, porque un hombre con la grandeza de Alessandro merecía ser recordado. Su vida no podía quedar en el olvido.Pasé la mano por las letras grabadas, siguiendo las curvas del nombre, como si hacerlo pudiera traerlo de vuelta. No había flores alrededor. Solo una rosa que traje yo, como siempre. Me agaché y la dejé junto a la base de la lápida. Mi madre habría hecho lo mismo si estuviera viva. Ella tenía la costumbre de traer flores frescas, de murmurar oracion
BiancaEl delicioso olor a la salsa de tomate y la música suave de fondo, eran mi única compañía en la cocina.Estaba revolviendo la salsa, cuando la música se cortó por una llamada entrante. El identificador mostraba que era mi marido el que estaba llamando.—¿Dónde estás? —le pregunté sin saludarlo.—En el puerto —respondió con ese tono neutral suyo que me sacaba de quicio.—¿Eso significa que no vienes a cenar? —pregunté, aunque ya conocía la respuesta.—No. Va a ser una noche larga. No me esperes despierta.—¿Por qué no me sorprende? —respondí con frustración.Lorenzo suspiró al otro lado de la línea, como si no tuviera tiempo para lidiar con esto.—Bianca, no tengo opción.—Siempre es la misma respuesta —dije, molesta, sin ganas de seguir hablando.El silencio al otro lado de la línea solo incrementaba mi rabia.—Haz lo que quieras, Lorenzo. ¡Total, siempre lo haces!Colgué sin darle oportunidad a responder.—Mami, ¿pasó algo con papi?La voz de Damiano me hizo girar. Estaba en l