Priscilla.
—¡Giovanni! ¡Giovanni! —le grité, el vaho de mi boca cubrió la ventana —. ¡Amor, no puedes dejarme aquí! Por favor... Yo te amo.
Las lágrimas rodaron por mis mejillas cuando el cuerpo de mi esposo entró en su costoso coche. Salió del recinto con sus escoltas y se perdió por las calles dirigiéndose a las afueras de Roma.
No podía creerlo. Tan solo en mi cabeza no podía procesar que hubiera hecho esto.
Me senté en la cama, mi cuerpo se desplomaría en cualquier momento. Yo lo amaba, y me abandonó. Las sábanas eran sedosas y lisas, pero las paredes ten
Bianca.Pasaron las horas y dejé atrás a los agentes de la DEA. Acabé sentada en medio de un viñedo y el sol amenazaba con esconderse pronto. Las piernas me dolían y los pies me ardían, estaba muy cansada. En esas tierras no vi a nadie, así que me quedé cerca de la casita blanca. Encendí el teléfono para verificar que tenía veinte llamadas perdidas de Giovanni.Y varios mensajes, pero no podía acceder a ellos ya que había perdido el dedo del hombre.Respiré sintiendo el fresco aire, Roma había quedado muy atrás, pero seguía sintiendo miedo. Mi estómago rugía aclamando alimentos y mi boca se sentía seca. Por no decir
Giovanni.Maldita diosa inalcanzable.Manoseé su exquisito seno con mi mano, estuve a punto de explotar en ese momento en mis pantalones. No exagero. Sus gemidos ahogados solo me daban más libertad para estrujar mis dedos en su pecho. Busqué su boca para devorarla, necesitaba sentir sus labios contra los míos, cosa que me hacía odiarla más si eso se pudiera. Bianca cerró sus ojos cuando pasé mi lengua por su cuello, besé su piel haciendo un camino hasta la comisura de sus labios.Sin perder más el tiempo, le agarré de las caderas subiéndola a mi regazo. Ella abrió los párpados y vi su brillo peculiar, era jodidamente hermosa, pero no era mía. Nunca podría ser de nadie. Y menos de un monstruo como yo.Era una pena que acabase pagando por todo, y por otras cosas que no tenía la culpa.<
Bianca.Desperté en un asiento de avión con el cinturón puesto, no había nadie a mi alrededor así que supuse que estaban en otro lugar. Lo último que recordé fueron los besos de Don en mi piel ardiendo de deseo, y el puto orgasmo. Si hacia eso con sólo su boca y sus dedos, qué haría con su miembro.¡Basta! Me reprendí por estar pensando en eso. Cerré los ojos de nuevo para dormir, seguro Don me había llevado hasta allí y ahora estábamos a punto de llegar a Sicilia, a esa mansión de alta seguridad.—Necesito que al llegar tengas la localización exacta —escuché su voz ronca muy lejos —. No voy a permitir que esos mierdas se lleven a mi amigo, si quieren guerra la van a tener. Estoy hasta los huevos de que todo el mundo me tome por tonto.—Mi Don, es
Bianca.El tío de Giovanni no me caía bien, bueno, no es que lo odiara, pero no me daba buenas vibras. Desde ayer por la noche llevaba espiándome y él muy hijo de puta ni siquiera lo disimulaba. Allí estaba de nuevo, detrás de la columna de mármol mirándome con lascivia en sus ojos. Me daba asco. El jardín de atrás era más espacioso, la Hacienda de los Lobos era tan inmensa que podría perderme si caminaba sola.Permanecí en la tumbona peinando a la pequeña Stella, le estaba haciendo trenzas a cada costado de la cabeza. La niña era muy cariñosa y rápidamente agarró confianza conmigo. Mientras tanto, Alessia, la madre de la niña y prima de el Don, se daba un baño refrescante en la piscina que solo quedaba a unos metros de mí.Esa mañana hacía mucho calor. Italia te
Don lo cabalgaba con una maestría impresionante, aunque no puedo decir que es lo que más me impresionó, si la forma en la que manejaba al caballo, o su ceño fruncido mientras estaba concentrado en llegar hasta la meta. Cuando frenó con las cuerdas, su fría mirada verdosa se fijó en mis ojos. Sentí como me erizaba.—Ese también es uno de los favoritos del señor Lobo, junto con Nevada.—¿Cómo se llama? —me salió un jadeo.Joder. Puta madre, ¿Por qué tenía que estar tan bueno? ¿Por qué tenía que apretar así la mandíbula haciéndolo tan irresistible? ¿Por qué puta mierda no podía apartar la mirada?Él rio.—Relámpago, es imposible de domar. Solo él puede hacerlo, envid
Narrador desconocido.Moscú, Rusia.—¿Dónde está él? —le pregunté a Vlad. Se sentó en la silla enfrente de mi escritorio, detrás de él, el gran ventanal se llenaba de gotas de agua frías gracias a la lluvia torrencial.—No pudimos rastrearlo. Su chip no se detenta, creemos que se lo ha quitado hace unos meses.Apreté mi mandíbula intentando saciar la sed de golpearlo. Mi empleado no tenía la culpa, pero necesitaba sacar mi ira. No es bueno tener adentro las cosas, te hacen daño, te lastiman.—¿¡Puedo saber cómo se lo quitó!? —chillé lanzando un puño a la mesa —. Sois todos unos incompetentes, unas ratas de cloaca que no sirven para nada. ¿Para est
Bianca.Los problemas venían uno tras otro, y yo no era capaz de controlarlos. Don aseguró las cuerdas de la yegua blanca para avanzar hacia otro lugar, donde esos hombres armados no pudieran hacernos daño. Supe que el helicóptero era la seguridad del mafioso, que barría a su paso a todos esos malnacidos que atacaron las tierras.—¿Crees que los demás van a estar bien? —le grité.Tuve que deslizar mis manos por debajo de sus hombros para no caer. Mi cuerpo se apretó al suyo cuando Giovanni aumentó la velocidad de los caballos, picándole las cosquillas.—Ahora solo me importa que tu estés a salvo —respondió sin emoción, concentrado en esquivar las balas —. Los demás me valen mierda.No, no. No. No. Yo no t
Horas más tarde estábamos en la pequeña casita playera, descubrí que tenía unas duchas exteriores al lado, se parecían a estas que hay en la playa para que te quites la arena cuando vuelves a casa. No podía creer que estuviera otra vez sola con Giovanni, otro ataque más. ¿Cuántos habría hasta que lo mataran o consiguieran lo que buscaban?Me pidió que me quedara afuera mientras él contactaba con su seguridad, y se informara de lo que estaba pasando. Mientras tanto, yo me quedé en la orilla con la pequeña edificación al lado, esperando a que saliera por la puerta y me diera buenas noticias.No me preocupaban la familia de Don, pero si la pequeña Stella. Esa niñita no tenía la culpa de la maldad en la que estaba rodeada.—Malas noticias —una voz masculina y familiar s