Capítulo 39

Priscilla.

—¡Giovanni! ¡Giovanni! —le grité, el vaho de mi boca cubrió la ventana —. ¡Amor, no puedes dejarme aquí! Por favor... Yo te amo.

Las lágrimas rodaron por mis mejillas cuando el cuerpo de mi esposo entró en su costoso coche. Salió del recinto con sus escoltas y se perdió por las calles dirigiéndose a las afueras de Roma.

No podía creerlo. Tan solo en mi cabeza no podía procesar que hubiera hecho esto.

Me senté en la cama, mi cuerpo se desplomaría en cualquier momento. Yo lo amaba, y me abandonó. Las sábanas eran sedosas y lisas, pero las paredes ten

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