Sin esperar a que la sirena pueda decir algo más la toma de la mano y camina de regreso, atraviesa la bodega dejando todas las joyas detrás, subiendo las escaleras de caracol y regresando apresuradamente hacia el comedor. Cuando vuelven a entrar todos los invitados voltean con curiosidad viendo la euforia del príncipe, la sonrisa tan amplia que derrocha felicidad y mientras Cirice parece incomodarse cada vez más. El príncipe gira hacia ella y pone una rodilla en tierra dispuesto a hacer la propuesta ante todos los ojos espectadores sabiendo que ella no lo rechazará, le ha dado su palabra, su corazón por el corazón del mar y él confía ciegamente, así que sin pensarlo saca de la bolsa de su saco un delicado anillo con diamantes incrustados y toma la mano de Cirice, esta quiere retroceder, siente miedo, incomodidad, pero un trato es un trato. —Ariel… ¿Quieres ser mi esposa? ¿Mi reina? El aire se escapa de la boca de la sirena y por un microsegundo voltea hacia Morgan como si esperara
La chica estaba tocando la flauta que alguna vez el príncipe le regaló y en la que entonaba las canciones que alguna vez cantó para él cuando lo rescató. Lamentablemente aprendió a tocarla después de que había escuchado al príncipe hacerlo y entonar las mismas melodías, así que no pudo demostrar que ella era la dueña de esas notas y con ello darle una pista al príncipe.—¿Melody? —la voz de la prometida del príncipe hizo callar la canción que tocaba con dolor—. ¿Podemos hablar? —Hizo a un lado las cortinas para poder visualizar a la joven mujer de ojos turquesa y cabellos castaños que se mantenía aferrada a su flauta mientras las lágrimas caían por sus mejillas—. Yo… sé lo que estás sintiendo en este momento, sé lo que sentías por Felipe y… lamento mucho que las cosas no hayan salido a tu favor, pero… todo pasó de forma inesperada. »Yo lo amo y él a mí y… en verdad lamento mucho que esto sea desfavorable para ti, pero eso no significa que el cariño que él te tiene desaparezca, ¿lo en
—Sí, me enteré, ni siquiera aquí estamos a salvo de los piratas… Lo bueno es que un buen ciudadano se encargó de ponernos al alba. ¿Tienes algún otro plan para poder llevar mis joyas a España? —Bueno… Yo no, pero parece que su hijo sí. —Atrayendo aún más la atención de la reina, el joyero decide levantar su rostro y sonreír con más confianza—. Me comentó por medio de una carta que contratará a un mercader que tiene una flota de tres barcos. El hombre parece aceptar arriesgarse a enfrentar piratas en el camino con el fin de una buena remuneración. —Bueno, no me parece mala idea. El hombre será bien pagado si eso es lo que quiere, con tal de que nos deshagamos de ese maldito collar. —Es una pieza exquisita mi señora, con detalles minuciosos que le dan una apariencia irreal. Nunca había visto un trabajo tan bien hecho. —El joyero parece contrariado por la forma tan despectiva con la que la reina hace referencia a la joya y decide resaltar sus cualidades. —No es maldito por su forma,
Por un momento Morgan pudo recordar Port Royal y la vida que tenía ahí, vacía, llena de alcohol y fracasos. Recordó cuando regresó y su mujer ya lo había olvidado y cambiado, podía sentir ese dolor, tal vez no el mismo que la sirena transmitía, era un dolor propio que había enterrado y creía que ya no volvería, pero la tonada melancólica lo hizo escarbar en lo más profundo de su memoria. Tratando de distraerse volteo hacia otra dirección y vio a lo lejos a la reina que por el contrario a lo que todos sentían, ella parecía asustada, como si estuviera viendo un fantasma. Cada nota parecía horrorizarla aún más, sus ojos se abrían con desagrado y se mordía el labio inferior con fuerza. Morgan no entendía por qué tanto horror hacia una melodía que causaba todo lo contrario. De pronto la reina volteo hacia él, movida por sentir una mirada, en cuanto lo vio dejó de morder su labio y trató de colocarse de nuevo esa máscara de seguridad y paz, pero era demasiado tarde, el pirata se había fi
Camina hacia la campana más cercana y nota que está saboteada, el badajo lo han cortado y está en el suelo, sin él, simplemente no hay forma de hacerla sonar, voltea en todas direcciones como si quisiera ver si alguien más lo ha notado, pero aparentemente nadie ha visto a un hombre de casi dos metros con apariencia amenazante saboteando campanas y entrando por las ventanas. Después de un suspiro regresa a su caminata por la hacienda, viendo el enorme sol en todo su esplendor, el cielo está despejado y el canto de las aves se escucha fuerte y claro. Su andar la lleva hasta una zona alejada de la guardia, un punto ciego que tal vez en algún momento le sería de beneficio, hay una baranda de piedra en forma de copa desde la cual puede ver casi toda la parte de la plantación, un techo delgado y unas columnas que lo sostienen es lo único que hay alrededor además de algunas plantas de ornato, rosales y otro tipo de flores de colores llamativos y fuertes. —¿Cómo van las negociaciones? —Sint
—Así es capitán… Es pequeño y negro, como un «Jackdaw» y veloz… Tan veloz que parece que vuela. Estoy orgulloso de mi barco —dice Morgan dándole un golpecito al barandal, como si fuera una forma de reconfortar y motivar a su barco. El capitán después de una ligera reverencia da media vuelta y continúa su inspección mientras cada hombre parte de la tripulación de Morgan permanece tranquilo y firme, con la confianza que les inspira su capitán. —Las grajillas occidentales no solo se caracterizan por su color negro y su tamaño, son criaturas con extrema vanidad y ladrones de cosas brillantes. Son símbolo de muerte y calamidad… pero eso no cualquiera lo sabe, solo un gales que ama su cultura y sus fábulas —termina de decir Morgan guiñándole un ojo a Cirice quien no puede evitar sonreír. Sabía perfectamente que un nombre de una pequeña ave negra no era suficiente para el barco de un pirata, claro, algo más debía de haber escondido. —Lo felicito Duncan, tiene una nave excepcional, creo q
—Eres mujer… igual que yo… No permitirás que tus hombres me lastimen, eres consciente de lo que tus bestias podrían hacerme y sería como darles valor para que un día se amotinen y te lo hagan a ti también. —Cirice, temerosa de la demostración de los piratas, le habla a Anne tratando de encontrar una pizca de empatía en ella. —No le hagas daño —insiste Morgan que con dificultad busca ponerse de pie. —No lo haré… No soy un monstruo, mis hombres podrán comportarse como bestias, pero han aprendido a respetar a las mujeres. —Bonny sonríe mientras baja el filo de su espada y la vuelve a enfundar—. Preparen la plancha. —Sonríe alegre y sus hombres levantan un festejo al aire, de inmediato toman un tablón y lo empiezan a colocar en la orilla. —No te atrevas… —dice Morgan con los dientes apretados, cargado de coraje. Anne camina hacia él y después de verlo con lascivia le sonríe en respuesta. —No te preocupes, tú irás con ella. —Le guiña un ojo y ve a su alrededor, alegre de sentirse con
—¡Sí! ¡No estoy holgazaneando! ¡Nunca lo hago y es molesto que me trates como si siempre lo hiciera! —Por un momento de valentía la sirena alzó la voz, enfrentándolo, sabiendo que tenía dos opciones: que la devorara o que la dejara en paz, en cuyo caso no importaba cuál fuera a optar. Para su sorpresa el tiburón se quedó en silencio, se mantuvo flotando frente a ella—. Yo solo estoy aquí tratando de sentirme mejor… Tratando de recordar que alguna vez fui querida, que alguna vez fui amada y que preferí dejarlo todo por una aventura que solo salió mal… Creo que tengo derecho a venir aquí y recordar por qué tengo que acatar las órdenes de Gumbora sin chistar. —¿Ah sí? Y… ¿Por qué? —Esta vez la voz del tiburón sonaba suave y curiosa. —Por qué soy estúpida... —Cirice, bajando la mirada con dolor, de nuevo se acurrucó al lado del trono de su padre mientras el tiburón de nuevo empezaba a nadar alrededor. —No soy quién para contradecirte —respondió el tiburón entre risas. Era la primera