02 - Una seria conversación.

Alejandro lo miró con incredulidad. ¿Acaso le acababa de hablar como si ambos fueran iguales? ¿Dónde estaban los padres de este niño?

— No deberías correr por la cafetería —vdijo Alejandro con un tono que normalmente utilizaba para despedir empleados incompetentes —. Es peligroso.

El niño lo miró un segundo más, como si estuviera evaluando la situación. Luego, con una sorprendente calma para alguien de su edad, cruzó los brazos y levantó una ceja, exactamente como Alejandro lo hacía en sus reuniones más tensas.

— No es tan peligroso si sabes lo que haces — respondió el niño, con una lógica impecable —. Pero tú estabas distraído con tu teléfono. Deberías prestar más atención.

Alejandro parpadeó. ¿Había sido reprendido por un niño de cinco años? Y lo peor es que… el pequeño tenía razón. Había estado distraído. Pero eso no significaba que el niño no tuviera la culpa. Estaba a punto de decir algo más cuando el niño, sin dejar de mirarlo, extendió una mano.

— Soy Lucas. ¿Quién eres tú?

Alejandro se quedó inmóvil. La situación era tan irreal que no sabía cómo reaccionar. ¿Qué clase de niño se presentaba con esa confianza como si estuviera en una reunión de negocios? Lentamente, aceptó el apretón de manos.

— Alejandro.

— Mucho gusto, Alejandro — dijo Lucas con toda la formalidad del mundo, como si acabaran de cerrar un trato millonario —. ¿Tu café está bueno?

Alejandro lanzó una mirada rápida a su taza antes de responder con frialdad.

— Está bien.

Lucas asintió, como si esa respuesta fuera suficiente para él. Luego, sin previo aviso, se sentó en la silla más cercana, cruzando las piernas y mirando a Alejandro con una expresión que sugería que estaba a punto de hacerle una entrevista.

— Entonces, ¿qué haces aquí? Los adultos como tú no suelen venir a lugares como este. Este es más un lugar de "padres y sus hijos". Al menos eso es lo que dice mi niñera. — Lucas hizo una pausa, mirando alrededor con una expresión de ligera desaprobación —. Yo prefiero un lugar más tranquilo.

Alejandro no pudo evitar sentir una conexión extraña con el niño. Él también odiaba lugares ruidosos, llenos de gente, y prefería la tranquilidad para pensar. Sin embargo, seguía sin entender cómo un chico tan pequeño podía ser tan… adulto.

— Estoy aquí solo por hoy — respondió Alejandro, todavía procesando el hecho de que estaba teniendo una conversación seria con un niño de cinco años —. No es el tipo de lugar que suelo frecuentar.

Lucas asintió de nuevo.

— Ya me parecía. — Luego lo miró de arriba abajo, como si estuviera analizando su atuendo de CEO —. Seguro trabajas mucho. Tú te ves cómo alguien que trabaja demasiado.

Alejandro, que había pasado años perfeccionando su fachada de CEO impenetrable, se encontró desarmado por la observación directa del niño. ¿Qué sabía un chico de cinco años sobre el trabajo? Pero antes de que pudiera responder, una figura apareció corriendo por el pasillo.

— ¡Lucas! ¿Dónde te has metido?

La niñera, una mujer de unos treinta años con el rostro visiblemente estresado, llegó hasta ellos y soltó un suspiro de alivio al ver al niño sentado tranquilamente en la silla.

— ¡Dios mío, Lucas! Te dije que no te alejaras de la mesa. Me diste un susto de muerte.

— Estoy aquí, hablando con Alejandro — dijo Lucas con su tono habitual, como si fuera obvio que era exactamente lo que debía estar haciendo.

La niñera le lanzó una mirada de disculpa a Alejandro.

— Lo siento muchísimo, señor. Lucas es… muy independiente. No quería molestarlo.

Alejandro, que normalmente habría despachado la situación con una simple mirada fría, se encontró diciendo algo completamente inesperado.

— No hay problema.

La niñera parpadeó, sorprendida por la respuesta amable del CEO frío que estaba frente a ella.

— Gracias por su comprensión — dijo la mujer, tomando a Lucas de la mano —. Vamos, Lucas. Es hora de volver a la mesa.

— Espera — dijo Lucas, mirando a su niñera con una expresión seria —. Todavía no he terminado de hablar con Alejandro.

La niñera suspiró, claramente acostumbrada a las demandas del niño.

— Lucas, no podemos molestar al señor más tiempo. Además, tú madre querrá saber de ti antes de ir a esa reunión importante.

Pero Lucas no parecía dispuesto a ceder. Se giró hacia Alejandro y lo miró con esa misma mirada inquisitiva que había mostrado desde el principio.

— Alejandro, ¿quieres venir a mi mesa? — preguntó con una seriedad casi cómica —. Tengo una pregunta importante. Una que he querido hacer hace mucho tiempo a mi madre, pero no sé cómo.

Alejandro estaba a punto de declinar cuando algo en la expresión del niño lo detuvo. Había algo en Lucas que lo intrigaba. Tal vez era la forma en que el pequeño actuaba como un adulto en miniatura, o tal vez era el hecho de que, por primera vez en mucho tiempo, alguien lo trataba como una persona y no como un CEO inalcanzable.

— Solo será un momento — agregó Lucas, como si Alejandro necesitara un incentivo para aceptar.

Sin saber exactamente por qué, Alejandro asintió.

— De acuerdo. Un momento.

La niñera parecía más desconcertada que nunca, pero Lucas sonrió con satisfacción. Se levantó de la silla y, sin soltar la mano de su niñera, comenzó a caminar de regreso a su mesa.

Alejandro los siguió, sintiéndose ligeramente fuera de lugar, pero al mismo tiempo, curioso por lo que el niño quería preguntarle. Sin embargo, Lucas tomó una carpeta y se lo entregó.

— Es el documento de mi madre, puedes revisarlo y si te interesa, contactarla — inició el pequeño.

— ¡Lucas! — exclamó la mujer que intentó tomar la carpeta de Alejandro, pero este la fulminó con la mirada.

— Ella no lo sabe, así que, por favor, no se lo digas en caso de que la llames. Yo mismo me he encargado de prepararlo con sus datos y algunas cosas importantes.

Alejandro observó la carpeta, sorprendido por la astucia del pequeño.

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