El sol apenas se había asomado por el horizonte, y la luz tenue que entraba por la ventana iluminaba la habitación de Lucius. A sus once años, la vida le había enseñado más de lo que un niño debería saber. Sabía que el día que nunca esperó finalmente había llegado, el día que lo separaría de todo lo que amaba.— ¡No quiero irme! ¡Mamá, por favor! — gritaba Lucius mientras se retorcía en los brazos de un militar, un hombre de rostro impasible que lo sostenía con fuerza.Sus ojos estaban llenos de miedo y desesperación, mientras sus pequeñas manos luchaban por liberarse de aquel agarre que parecía un abrazo mortal.La madre de Lucius, de rodillas en el suelo, lloraba desconsoladamente.— Por favor, déjenlo en paz. Es solo un niño, no puede irse. ¡No puede! — suplicaba, su voz quebrada por la angustia. La imagen de su madre, desgarrada y vulnerable, era un dolor punzante que atravesaba el corazón de Lucius.— ¡Papá, por favor! — gritó una vez más, su voz llena de desesperación —. Al menos
La emoción y los nervios se entrelazaban en el corazón de Alejandro mientras se preparaba para la cena de esa noche. Había esperado este momento durante tanto tiempo. Clara, la mujer que había esperado por él hasta recuperar su memoria, la mujer que había hecho todo lo posible por recuperar su amor, era su reina. No podía dejar que esta oportunidad se le escapara. La idea de proponerle matrimonio lo llenaba de alegría, pero también de ansiedad. Quería que todo fuera perfecto. Después de todo, no era un simple gesto; era un compromiso de vida.Clara, por su parte, estaba igual de nerviosa. Había pasado por tanto en los últimos años, y aunque había tenido que hacerse a un lado para proteger a Lucas y a Alejandro, su corazón siempre había pertenecido a él. El día en que recuperó sus recuerdos fue como un amanecer después de una larga noche. No podía imaginar su vida sin Alejandro. Sin embargo, el miedo a que las cosas no salieran como ella deseaba la mantenía inquieta.— ¿Crees que sea b
La mansión Ferrer, con su majestuosa fachada y exuberantes jardines, estaba llena de vida en la víspera de la boda de Clara y Alejandro. Los preparativos se desarrollaron por toda la casa; las flores estaban colocadas con esmero, y el aroma de la comida recién preparada llenaba el aire. Sin embargo, en medio de toda esa actividad, Clara y Alejandro encontraron un momento de escape en el patio trasero, donde la risa y la emoción eran su refugio.— ¡Vamos, Clara! — gritó Alejandro, riendo mientras corría, con su corazón latiendo a mil por hora. Clara lo seguía de cerca, su vestido blanco ondeando detrás de ella como una nube. La emoción de la inminente boda y la alegría de estar juntos hacían que el mundo a su alrededor desapareciera.— ¡No dejes que Lucas te atrape! — exclamó Clara, con una risa contagiosa mientras esquivaba un arbusto. Desde que había recuperado su memoria y se habían vuelto a encontrar, había algo mágico en su relación. Era como si volvieran a ser niños, llenos de en
Mientras se abrazaban, Clara se dio cuenta de que no solo estaban celebrando su amor, sino también la familia que habían construido juntos. Lucas, su pequeño, estaba en el corazón de todo, y aunque a veces era difícil encontrar momentos a solas, sabían que lo que compartían era especial.— ¿Qué haríamos sin Lucas? — preguntó Alejandro, rompiendo el silencio, su voz llena de ternura.— Lo haríamos todo por él — respondió Clara, sonriendo mientras acariciaba el rostro de Alejandro —. Nunca me di el tiempo de agradecerte por… ser esa figura paterna que él tanto anhela. Es asombroso.— Sí, lo es — coincidió él, sintiendo que su corazón se llenaba de amor —. Y quiero que siempre sepa cuánto lo amamos. Quiero que crezca sabiendo que su mamá y su papá están aquí para él, siempre.Clara asintió, sintiendo que sus corazones latían al unísono.— Y quiero que siempre sepa que su mamá es feliz, porque tiene a su lado a un hombre increíble.Alejandro la miró con ternura, sintiendo un profundo agra
El sol se deslizaba suavemente por el horizonte, bañando el jardín con una luz dorada que parecía haber sido pintada con los colores del amor y la felicidad. Era un día como cualquier otro, lleno de risas y juegos, pero para Clara, el momento se sentía excepcional. Cinco años habían pasado desde que su vida dio un giro inesperado, llevándola a crear una familia que siempre había soñado tener.Alejandro estaba en el centro del jardín, riendo a carcajadas mientras jugaba a la pelota con Lucas, su hijastro de diez años. Lucas había crecido tanto en tan poco tiempo, y su energía parecía inagotable. La pelota iba de un lado a otro, mientras Lucas mostraba habilidades que ya hacían que su padre sintiera un atisbo de orgullo. Cada pase, cada tiro, era un reflejo de los días que habían pasado juntos, un testimonio de la relación que habían cultivado: un lazo fuerte y lleno de complicidad.Mientras tanto, Clara observaba la escena desde la sombra fresca de un árbol frondoso, sintiendo cómo e
Clara apretó los dedos contra el volante, clavando la mirada en el semáforo que, como su vida, parecía congelado en el tiempo. La lluvia golpeaba el parabrisas con furia, formando finos ríos sobre el cristal, como si el cielo quisiera borrar cada rastro del caos que se desataba dentro de ella. El sonido del limpiaparabrisas apenas era suficiente para ahogar el eco de las palabras de Javier, que resonaban en su mente como una maldición."Quiero verlo. Es mi hijo, Clara."Habían pasado más de cinco años desde que lo había visto por última vez, pero su presencia seguía teniendo el mismo efecto devastador en ella. La última vez que Javier había cruzado esa puerta, lo hizo con un portazo que resonó durante meses en su corazón. Su vida había cambiado para siempre ese día, y la cruda realidad de ser madre soltera la había golpeado con una fuerza que nunca imaginó. Pero había salido adelante. Lo había hecho sola. Y ahora, cuando por fin sentía que su vida estaba tomando forma, él había decidi
Alejandro lo miró con incredulidad. ¿Acaso le acababa de hablar como si ambos fueran iguales? ¿Dónde estaban los padres de este niño?— No deberías correr por la cafetería —vdijo Alejandro con un tono que normalmente utilizaba para despedir empleados incompetentes —. Es peligroso.El niño lo miró un segundo más, como si estuviera evaluando la situación. Luego, con una sorprendente calma para alguien de su edad, cruzó los brazos y levantó una ceja, exactamente como Alejandro lo hacía en sus reuniones más tensas.— No es tan peligroso si sabes lo que haces — respondió el niño, con una lógica impecable —. Pero tú estabas distraído con tu teléfono. Deberías prestar más atención.Alejandro parpadeó. ¿Había sido reprendido por un niño de cinco años? Y lo peor es que… el pequeño tenía razón. Había estado distraído. Pero eso no significaba que el niño no tuviera la culpa. Estaba a punto de decir algo más cuando el niño, sin dejar de mirarlo, extendió una mano.— Soy Lucas. ¿Quién eres tú?Ale
Clara respiró hondo por enésima vez, ajustando el cuello de su blusa mientras caminaba por el amplio vestíbulo de TechVision. Las paredes de cristal y el suelo de mármol brillante reflejaban su propio nerviosismo. Esto puede ser un cambio monumental, se dijo. Era una oportunidad única, una que no podía permitirse perder.Con la carpeta de su currículum bajo el brazo y su portafolio en la mano, Clara avanzaba hacia la recepción. Había pasado la última noche revisando cada detalle, preparándose para cualquier pregunta que pudieran hacerle, para cualquier dificultad que pudiera surgir. Sabía que no tenía el lujo de equivocarse; Lucas dependía de ella, y este contrato con TechVision no solo podría estabilizar su carrera, sino también asegurar el futuro de su hijo.— Buenos días, tengo una entrevista con el señor Ferrer — dijo Clara a la recepcionista, tratando de mantener su tono calmado, aunque su corazón latía con fuerza en su pecho.La recepcionista, una mujer de mirada severa y profes