Clara apretó los dedos contra el volante, clavando la mirada en el semáforo que, como su vida, parecía congelado en el tiempo. La lluvia golpeaba el parabrisas con furia, formando finos ríos sobre el cristal, como si el cielo quisiera borrar cada rastro del caos que se desataba dentro de ella. El sonido del limpiaparabrisas apenas era suficiente para ahogar el eco de las palabras de Javier, que resonaban en su mente como una maldición.
"Quiero verlo. Es mi hijo, Clara."
Habían pasado más de cinco años desde que lo había visto por última vez, pero su presencia seguía teniendo el mismo efecto devastador en ella. La última vez que Javier había cruzado esa puerta, lo hizo con un portazo que resonó durante meses en su corazón. Su vida había cambiado para siempre ese día, y la cruda realidad de ser madre soltera la había golpeado con una fuerza que nunca imaginó. Pero había salido adelante. Lo había hecho sola. Y ahora, cuando por fin sentía que su vida estaba tomando forma, él había decidido regresar.
El semáforo cambió a verde y Clara aceleró, con una mezcla de rabia y desconcierto oprimiéndole el pecho. Tenía que sacar a Lucas de la escuela, pero la idea de enfrentarse al pequeño con esa tormenta emocional dentro de ella la desgarraba.
«No puedes permitir que te vea así.» se dijo a sí misma. Lucas, con sus ojos grandes y curiosos, siempre lo percibía todo. Sabía descifrar a su madre con una precisión que asustaba.
El estacionamiento de la escuela estaba casi vacío cuando llegó. Clara bajó del coche, ajustándose la chaqueta para protegerse de la lluvia, y caminó apresuradamente hacia la entrada. El sonido de la campana anunciando el final de las clases resonó en el aire mientras la puerta principal se abría y una corriente de niños salió corriendo, llenando el ambiente de risas y gritos. Lucas fue uno de los últimos en salir, con su mochila verde colgando de un solo hombro, como siempre.
— ¡Mamá! — gritó corriendo hacia ella con una sonrisa que iluminó su cara.
Clara se agachó para recibirlo en sus brazos, y en ese momento, el peso del mundo pareció desaparecer, aunque solo fuera por unos segundos.
«Por él vale la pena todo.» pensó mientras lo abrazaba con fuerza. Sentir el pequeño cuerpo de su hijo contra el suyo era como un ancla en medio de la tormenta.
— ¿Cómo te fue hoy, campeón? — preguntó, obligándose a sonreír.
— Hice un dibujo de un cohete. — Lucas empezó a hurgar en su mochila con entusiasmo —. Te lo quería mostrar antes, pero la señorita dijo que tenía que esperar hasta la salida.
— Me muero por verlo. — Clara lo tomó de la mano y ambos caminaron hacia el coche bajo la lluvia.
Pero mientras Lucas hablaba con entusiasmo sobre su día, Clara apenas podía concentrarse. Las palabras de Javier seguían retumbando en su cabeza. No podía permitir que volviera a entrar en su vida, y mucho menos en la de Lucas. Se había marchado cuando más lo necesitaban, había rechazado a su hijo antes de que siquiera naciera. ¿Con qué derecho volvía ahora, años después, como si nada hubiera pasado?
Esa noche, después de acostar a Lucas, Clara se dejó caer en el sofá, exhausta. El pequeño departamento que con tanto esfuerzo había logrado mantener era su refugio, pero en ese momento se sentía atrapada. El teléfono vibró en la mesa de café, rompiendo el silencio. Era un mensaje de Javier.
"Hablaremos pronto. No me ignores, Clara. No te conviene."
El corazón de Clara saltó un latido. Había algo amenazante en esas palabras, algo que no encajaba con el hombre que alguna vez amó. Pero tal vez nunca lo conoció realmente. Quizá Javier siempre había sido así, egoísta y manipulador, y ella simplemente no quiso verlo hasta que fue demasiado tarde.
Frustrada, lanzó el teléfono al otro lado del sofá y se levantó. No podía pensar en él, no ahora. Tenía que concentrarse en su trabajo. Al día siguiente se reuniría con el equipo de la empresa de tecnología donde había conseguido un contrato importante como consultora de marketing. Era una oportunidad que no podía dejar pasar, no solo porque lo necesitaba económicamente, sino porque era su puerta de entrada a un futuro mejor para ella y para Lucas.
A la mañana siguiente, el café Clementine's era el tipo de lugar que Alejandro Ferrer solía evitar. Estaba lleno de gente, tenía más ruido del que podía soportar y generalmente era un hervidero de conversaciones banales que no le interesaban en lo más mínimo. Sin embargo, ese día había hecho una excepción. Su agenda estaba más apretada de lo habitual y, para su disgusto, su asistente había olvidado reservar su mesa habitual en su café de confianza. Así que se encontró allí, en ese local demasiado cálido y acogedor, con un café en la mano y con su paciencia al límite.
El CEO se apoyó en el mostrador, revisando su teléfono, como siempre, buscando algo en lo que distraerse mientras esperaba que su almuerzo fuera preparado. El lugar estaba lleno de padres jóvenes, bebés llorando y — para colmo de males — niños correteando por todos lados.
«¿Por qué la gente traía a sus hijos a lugares públicos donde claramente no sabían comportarse?» pensó con fastidio.
Lo que no sabía era que, en cuestión de segundos, su día iba a dar un giro completamente inesperado.
Alejandro estaba concentrado en su teléfono cuando lo sintió. Un golpe seco, justo en la parte inferior de sus piernas, lo hizo tambalearse hacia adelante, casi derramando su café.
— ¡Oye! ¿Qué demonios…?
Miró hacia abajo, listo para soltar una reprimenda, pero en lugar de un adulto torpe o un camarero despistado, se encontró con algo mucho más inesperado: un niño. Un niño pequeño, de unos cinco años, lo estaba mirando fijamente, sus grandes ojos oscuros llenos de una mezcla de sorpresa y desafío, como si fuera Alejandro quien había invadido su espacio personal y no al revés.
El niño tenía el cabello oscuro y rizado, y vestía con una camisa perfectamente planchada y unos pequeños pantalones de vestir. Si no fuera por su estatura y el hecho de que claramente acababa de correr sin control por el pasillo, Alejandro casi habría pensado que el niño era una versión miniatura de un empresario en ascenso.
— ¡Perdón! — dijo el niño, con una voz clara, pero sin rastro de arrepentimiento verdadero —. No te vi.
Alejandro lo miró con incredulidad. ¿Acaso le acababa de hablar como si ambos fueran iguales? ¿Dónde estaban los padres de este niño?— No deberías correr por la cafetería —vdijo Alejandro con un tono que normalmente utilizaba para despedir empleados incompetentes —. Es peligroso.El niño lo miró un segundo más, como si estuviera evaluando la situación. Luego, con una sorprendente calma para alguien de su edad, cruzó los brazos y levantó una ceja, exactamente como Alejandro lo hacía en sus reuniones más tensas.— No es tan peligroso si sabes lo que haces — respondió el niño, con una lógica impecable —. Pero tú estabas distraído con tu teléfono. Deberías prestar más atención.Alejandro parpadeó. ¿Había sido reprendido por un niño de cinco años? Y lo peor es que… el pequeño tenía razón. Había estado distraído. Pero eso no significaba que el niño no tuviera la culpa. Estaba a punto de decir algo más cuando el niño, sin dejar de mirarlo, extendió una mano.— Soy Lucas. ¿Quién eres tú?Ale
Clara respiró hondo por enésima vez, ajustando el cuello de su blusa mientras caminaba por el amplio vestíbulo de TechVision. Las paredes de cristal y el suelo de mármol brillante reflejaban su propio nerviosismo. Esto puede ser un cambio monumental, se dijo. Era una oportunidad única, una que no podía permitirse perder.Con la carpeta de su currículum bajo el brazo y su portafolio en la mano, Clara avanzaba hacia la recepción. Había pasado la última noche revisando cada detalle, preparándose para cualquier pregunta que pudieran hacerle, para cualquier dificultad que pudiera surgir. Sabía que no tenía el lujo de equivocarse; Lucas dependía de ella, y este contrato con TechVision no solo podría estabilizar su carrera, sino también asegurar el futuro de su hijo.— Buenos días, tengo una entrevista con el señor Ferrer — dijo Clara a la recepcionista, tratando de mantener su tono calmado, aunque su corazón latía con fuerza en su pecho.La recepcionista, una mujer de mirada severa y profes
El sonido del teléfono vibrando en la mesa de café sacó a Clara de su ensimismamiento. Era tarde, la noche había caído sobre la ciudad y Lucas ya dormía, pero el insomnio la mantenía atrapada entre la nostalgia y la ansiedad. No necesitaba mirar la pantalla para saber quién era: Javier. Desde su reaparición en su vida, no había dejado de insistir. Mensajes, llamadas, promesas vacías disfrazadas de arrepentimiento.Clara se levantó del sofá con un suspiro pesado, cruzando el pequeño apartamento hacia la cocina. Mientras el silencio de la noche la envolvía, su mente la arrastró de vuelta al pasado, a un tiempo en el que la vida parecía más simple, más segura. Un tiempo en el que Javier era todo lo que ella conocía.Hace seis añosEl sol de media tarde bañaba el pequeño apartamento que compartían con una cálida luz dorada. Clara estaba sentada en el sillón, hojeando una revista de diseño, mientras Javier entraba por la puerta, con una sonrisa despreocupada que siempre lograba desarmarla.
— Madre, madre… ayer conocí a un hombre importante y… — Clara estaba muy apurada, pues sería su primer día.— Amor, qué te parece si me cuentas luego. Debes prepararte para la escuela y yo tengo mi primer día y estoy llegando tarde. — Deja un beso en su frente —. Lo siento, bebé, pero prometo que hablaremos todo lo que desees. Estoy curiosa por saber de tu travesía con ese hombre.Clara le dio la espalda y miró a su niñera.— No te preocupes, sabes como es este pequeño. — Clara soltó un suspiro y volvió a dejar un beso en la frente de su hijo.Claro que sabía cómo era.— Te amo, cariño. Nos vemos en más tarde.— Sí, madre. Te amo mucho.La mañana era fría y gris cuando Clara llegó al imponente edificio de TechVision por segunda vez. El aire gélido parecía reflejar el ambiente que sabía la esperaba dentro. A pesar del esfuerzo que había puesto en su apariencia —su mejor traje, el cabello perfectamente recogido en una coleta baja—, no podía sacudirse la sensación de inquietud que la hab
Mientras salía del edificio, Clara sintió que había cruzado un umbral. Trabajar con Alejandro Ferrer no iba a ser fácil. Los choques entre ellos serían inevitables. Pero en algún nivel más profundo, sabía que algo estaba cambiando. Y lo que fuera que sucediera a partir de ese momento, no solo afectaría su carrera, sino algo mucho más personal.Cuando llegó a su edificio, encontró a su hijo haciendo sus deberes. La niñera solo lo observaba.— Llegaste, madre. — Lucas levantó la cabeza y lo miró —. Hoy tuve un día sorprendente. ¿Quieres escucharme?Clara miró a la niñera.— Nuevamente está siendo un pequeño niño a punto de ascender a la presidencia — respondió con una risa.— Gracias Lucía por cuidarlo.— No es como que tu bebé sea muy berrinchudo. — Miró a Lucas —. Entrégale los dibujos que hiciste en la escuela.Lucas solo asintió y volvió a concentrarse en su tarea que se basaba en un dibujo de un hombre trajeado y un niño bebiendo alguna cosa. Para ser pequeño dibujaba bien. Para el
Cuando la mujer se fue, el silencio en el pasillo fue ensordecedor. Clara respiró hondo, cerrando los ojos un segundo para calmarse antes de tocar la puerta. No podía dejar que esa humillación la consumiera. Tenía un trabajo que hacer.Golpeó suavemente la puerta, y la voz de Alejandro, más grave de lo habitual, le indicó que entrara.Al abrir la puerta, Clara lo vio sentado detrás de su escritorio, con una mano masajeándose las sienes. Su expresión era tensa, pero al verla entrar, algo cambió brevemente en su mirada. Un destello de sorpresa, tal vez, o incluso de culpa, aunque se desvaneció tan rápido que Clara no estaba segura de haberlo visto.— Fernández — dijo con voz seca —, siéntate.Clara, con la carpeta aún en sus manos, se acercó al escritorio y se sentó frente a él. Sentía el dolor punzante en su brazo donde la puerta la había golpeado, pero trató de ignorarlo.— Aquí está el informe que me pidió — dijo, tratando de sonar lo más profesional posible.Alejandro la miró por un
«¿Qué pregunta era esa?»Alejandro sintió un leve nudo en el estómago. Era una pregunta que no esperaba de un niño de cinco años, y mucho menos una que resonara tan profundamente. La verdad era que no había pensado mucho en eso últimamente. Su relación era más una decisión lógica, un paso esperado en su vida, pero la pregunta de Lucas lo hizo dudar por un segundo.— Es… lo que se supone que debo hacer — dijo Alejandro, evitando la profundidad de la respuesta que la pregunta merecía.Lucas lo miró fijamente por unos segundos, como si estuviera evaluando su respuesta. Luego, con esa misma inteligencia afilada que había mostrado antes, hizo una pregunta que lo dejó aún más descolocado.— ¿Y tú quieres ser padre?La pregunta cayó como una bomba en medio de la mesa. Alejandro sintió que todo el aire en la cafetería se volvía más denso de repente. ¿Por qué ese niño le estaba preguntando eso? ¿De dónde sacaba esas preguntas? ¿Y por qué sentía que no podía darle una respuesta clara?— Es algo
El ambiente en la sala de reuniones estaba cargado de presión. Clara se sentía en una cuerda floja, tratando de mantener su compostura mientras presentaba su propuesta de marketing para TechVision. Alejandro Ferrer, sentado en la cabecera de la mesa, observaba cada movimiento con esa mirada fría y calculadora que podía hacer que hasta el más experimentado de los ejecutivos sudara. Pero Clara no iba a dejarse intimidar, no hoy. Había trabajado incansablemente para esta presentación y no iba a echarla a perder por los nervios.— Como pueden ver — dijo Clara, señalando las diapositivas proyectadas en la pantalla —, la estrategia que propongo se centra en aumentar el engagement con el público objetivo a través de campañas digitales altamente segmentadas. Esto no solo optimizará el presupuesto de marketing, sino que también mejorará las tasas de conversión en un 15% en los próximos tres meses.Alejandro cruzó los brazos, su expresión imperturbable, mientras los demás ejecutivos en la sala