El Ceo, mí Papá
El Ceo, mí Papá
Por: Lgamarra
01 - No te vi.

Clara apretó los dedos contra el volante, clavando la mirada en el semáforo que, como su vida, parecía congelado en el tiempo. La lluvia golpeaba el parabrisas con furia, formando finos ríos sobre el cristal, como si el cielo quisiera borrar cada rastro del caos que se desataba dentro de ella. El sonido del limpiaparabrisas apenas era suficiente para ahogar el eco de las palabras de Javier, que resonaban en su mente como una maldición.

"Quiero verlo. Es mi hijo, Clara."

Habían pasado más de cinco años desde que lo había visto por última vez, pero su presencia seguía teniendo el mismo efecto devastador en ella. La última vez que Javier había cruzado esa puerta, lo hizo con un portazo que resonó durante meses en su corazón. Su vida había cambiado para siempre ese día, y la cruda realidad de ser madre soltera la había golpeado con una fuerza que nunca imaginó. Pero había salido adelante. Lo había hecho sola. Y ahora, cuando por fin sentía que su vida estaba tomando forma, él había decidido regresar.

El semáforo cambió a verde y Clara aceleró, con una mezcla de rabia y desconcierto oprimiéndole el pecho. Tenía que sacar a Lucas de la escuela, pero la idea de enfrentarse al pequeño con esa tormenta emocional dentro de ella la desgarraba.

«No puedes permitir que te vea así.» se dijo a sí misma. Lucas, con sus ojos grandes y curiosos, siempre lo percibía todo. Sabía descifrar a su madre con una precisión que asustaba.

El estacionamiento de la escuela estaba casi vacío cuando llegó. Clara bajó del coche, ajustándose la chaqueta para protegerse de la lluvia, y caminó apresuradamente hacia la entrada. El sonido de la campana anunciando el final de las clases resonó en el aire mientras la puerta principal se abría y una corriente de niños salió corriendo, llenando el ambiente de risas y gritos. Lucas fue uno de los últimos en salir, con su mochila verde colgando de un solo hombro, como siempre.

— ¡Mamá! — gritó corriendo hacia ella con una sonrisa que iluminó su cara.

Clara se agachó para recibirlo en sus brazos, y en ese momento, el peso del mundo pareció desaparecer, aunque solo fuera por unos segundos.

«Por él vale la pena todo.» pensó mientras lo abrazaba con fuerza. Sentir el pequeño cuerpo de su hijo contra el suyo era como un ancla en medio de la tormenta.

— ¿Cómo te fue hoy, campeón? — preguntó, obligándose a sonreír.

— Hice un dibujo de un cohete. — Lucas empezó a hurgar en su mochila con entusiasmo —. Te lo quería mostrar antes, pero la señorita dijo que tenía que esperar hasta la salida.

— Me muero por verlo. — Clara lo tomó de la mano y ambos caminaron hacia el coche bajo la lluvia.

Pero mientras Lucas hablaba con entusiasmo sobre su día, Clara apenas podía concentrarse. Las palabras de Javier seguían retumbando en su cabeza. No podía permitir que volviera a entrar en su vida, y mucho menos en la de Lucas. Se había marchado cuando más lo necesitaban, había rechazado a su hijo antes de que siquiera naciera. ¿Con qué derecho volvía ahora, años después, como si nada hubiera pasado?

Esa noche, después de acostar a Lucas, Clara se dejó caer en el sofá, exhausta. El pequeño departamento que con tanto esfuerzo había logrado mantener era su refugio, pero en ese momento se sentía atrapada. El teléfono vibró en la mesa de café, rompiendo el silencio. Era un mensaje de Javier.

"Hablaremos pronto. No me ignores, Clara. No te conviene."

El corazón de Clara saltó un latido. Había algo amenazante en esas palabras, algo que no encajaba con el hombre que alguna vez amó. Pero tal vez nunca lo conoció realmente. Quizá Javier siempre había sido así, egoísta y manipulador, y ella simplemente no quiso verlo hasta que fue demasiado tarde.

Frustrada, lanzó el teléfono al otro lado del sofá y se levantó. No podía pensar en él, no ahora. Tenía que concentrarse en su trabajo. Al día siguiente se reuniría con el equipo de la empresa de tecnología donde había conseguido un contrato importante como consultora de marketing. Era una oportunidad que no podía dejar pasar, no solo porque lo necesitaba económicamente, sino porque era su puerta de entrada a un futuro mejor para ella y para Lucas.

A la mañana siguiente, el café Clementine's era el tipo de lugar que Alejandro Ferrer solía evitar. Estaba lleno de gente, tenía más ruido del que podía soportar y generalmente era un hervidero de conversaciones banales que no le interesaban en lo más mínimo. Sin embargo, ese día había hecho una excepción. Su agenda estaba más apretada de lo habitual y, para su disgusto, su asistente había olvidado reservar su mesa habitual en su café de confianza. Así que se encontró allí, en ese local demasiado cálido y acogedor, con un café en la mano y con su paciencia al límite.

El CEO se apoyó en el mostrador, revisando su teléfono, como siempre, buscando algo en lo que distraerse mientras esperaba que su almuerzo fuera preparado. El lugar estaba lleno de padres jóvenes, bebés llorando y — para colmo de males — niños correteando por todos lados.

«¿Por qué la gente traía a sus hijos a lugares públicos donde claramente no sabían comportarse?» pensó con fastidio.

Lo que no sabía era que, en cuestión de segundos, su día iba a dar un giro completamente inesperado.

Alejandro estaba concentrado en su teléfono cuando lo sintió. Un golpe seco, justo en la parte inferior de sus piernas, lo hizo tambalearse hacia adelante, casi derramando su café.

— ¡Oye! ¿Qué demonios…?

Miró hacia abajo, listo para soltar una reprimenda, pero en lugar de un adulto torpe o un camarero despistado, se encontró con algo mucho más inesperado: un niño. Un niño pequeño, de unos cinco años, lo estaba mirando fijamente, sus grandes ojos oscuros llenos de una mezcla de sorpresa y desafío, como si fuera Alejandro quien había invadido su espacio personal y no al revés.

El niño tenía el cabello oscuro y rizado, y vestía con una camisa perfectamente planchada y unos pequeños pantalones de vestir. Si no fuera por su estatura y el hecho de que claramente acababa de correr sin control por el pasillo, Alejandro casi habría pensado que el niño era una versión miniatura de un empresario en ascenso.

— ¡Perdón! — dijo el niño, con una voz clara, pero sin rastro de arrepentimiento verdadero —. No te vi.

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