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Capítulo 5 —La primera provocación

Capítulo 5 —La primera provocación

Narrador:

La galería de arte estaba abarrotada esa noche. Mickaela Frost ajustó el borde de su blusa negra y exhaló. Odiaba los eventos sociales como este, pero trabajar aquí significaba cumplir con cada apertura importante. Entre sonrisas educadas y copas de champaña, Mickaela se sentía atrapada, como si llevara una máscara que le quedaba demasiado ajustada. Todo era falso, brillante en la superficie, vacío por dentro. Y, por supuesto, él tenía que estar allí. Alto, con una chaqueta sobre una camisa blanca abierta en el cuello, Kael caminaba con esa facilidad arrogante de alguien que jamás había escuchado la palabra “no” como respuesta. La multitud pareció abrirse para dejarlo pasar, y la forma en que algunas mujeres lo miraban dejaba claro que no sería difícil encontrar compañía para la noche. Mickaela lo vio antes de que él la notara, pero no fue suficiente para escapar. Se giró hacia una de las mesas, buscando esconderse entre los catálogos de la exposición.

—No sabía que la perfección tuviera forma de mujer —La voz profunda de Kael sonó detrás de ella, suave y cargada de sarcasmo.

Mickaela apretó los dientes antes de darse la vuelta con una sonrisa cuidadosamente ensayada. No le daría la satisfacción de verla perder la calma.

—¿Tú, otra vez? —Su tono era neutral, casi frío

—¿De verdad? —Kael inclinó la cabeza, con una sonrisa de lado que rozaba lo descarado —Pensé que ya te habías acostumbrado a que estuviera cerca de tí.

Mickaela cruzó los brazos, sin perder la compostura.

—Si buscas impresionar, te advierto que ya es un truco viejo —Su mirada se posó en la copa de champaña que él sostenía con elegancia —Lo he visto demasiadas veces.

Kael dejó escapar una risa baja. Era el tipo de sonido que hacía vibrar el aire, como si estuviera disfrutando demasiado del momento. Dio un paso más cerca, invadiendo su espacio personal sin permiso, y Mickaela sintió cómo su pulso se aceleraba a pesar de sus esfuerzos por mantenerse tranquila.

—Dime una cosa, ¿por qué siempre eres tan hostil conmigo? —preguntó él, su tono era mitad curioso, mitad provocador —¿Qué fue lo que hice para merecer tanto desdén?

—Eres exactamente lo que quiero evitar. —Ella sostuvo su mirada sin pestañear —Eres arrogante, irresponsable y... —hizo una pausa —demasiado acostumbrado a obtener lo que quieres.

Kael sonrió, como si esas palabras fueran el mayor cumplido que alguien le había hecho en su vida.

—Pareces conocerme muy bien como para que eso te moleste, ¿verdad? —susurró, inclinándose apenas hacia ella —Que siempre consiga lo que quiero.

Mickaela sintió el aire comprimirse entre ellos. Algo en sus ojos oscuros, en esa sonrisa segura, la hacía sentirse atrapada entre la irritación y una atracción inconfesable. Pero no iba a ceder. No iba a ser una más en la lista de conquistas del príncipe heredero de los Donovan.

—Entonces quédate tranquilo —dijo ella, con una sonrisa tan falsa como el arte conceptual de la exposición —Porque yo no estoy en esa lista.

Kael la observó en silencio por un segundo demasiado largo, como si estuviera memorizando la expresión desafiante en su rostro. Luego, inclinó la cabeza con una sonrisa lenta, llena de promesas que Mickaela no tenía ninguna intención de cumplir.

—Tienes ventaja sobre mi, pues pareces conocerme, de todas maneras te daré un consejo, nunca digas nunca—Le guiñó un ojo y, con una elegancia despreocupada, se alejó hacia el grupo de invitados.

Mickaela dejó escapar el aliento que no se había dado cuenta de que estaba conteniendo. Lo odiaba,  lo odiaba porque sabía que era peligroso para ella. Y lo odiaba más aún porque, su corazón se descontrolaba cada vez que sus ojos se cruzaban.

Ella pensó que ese sería el final de la conversación. Pero, por supuesto, Kael Donovan nunca dejaba las cosas así de simples. Desde la esquina de la galería, Mickaela lo siguió con la mirada mientras él se acercaba a un grupo de mujeres que no habían dejado de observarlo desde que entró. Kael intercambió algunas palabras con una de ellas, una rubia de vestido ajustado que rió coquetamente ante algo que él dijo. Sin aviso alguno, él deslizó la mano por la espalda de la chica y la guió hacia una puerta lateral. El estómago de Mickaela se tensó, como si alguien hubiera tirado de un hilo invisible en su interior. Sintió una oleada de calor mezclada con algo que se negaba a llamar celos. No le importaba lo que

Kael hiciera ni con quién. No debía importarle. Sin embargo, ahí estaba, incapaz de apartar la vista mientras Kael desaparecía tras la puerta con la chica riendo a su lado. El sonido de sus tacones se desvaneció, dejándola con una sensación incómoda en el pecho.

—Idiota —murmuró entre dientes, como si insultarlo pudiera aliviar lo que sentía.

Pero no lo hizo.

La irritación que había intentado reprimir se mezcló con una punzada de decepción que no debería estar ahí. No sabía por qué le afectaba. Kael Donovan era exactamente quien ella pensaba que era. Y sin embargo, no pudo evitar sentir que había perdido alguna especie de batalla que ni siquiera sabía que estaba librando. Mickaela sabía que lo mejor era mantenerse en su sitio, pero sus pies parecían tener voluntad propia. Antes de que pudiera detenerse, ya estaba caminando hacia la puerta lateral por la que Kael y la rubia habían desaparecido. El corazón le latía con fuerza en el pecho, la lógica gritándole que era una locura seguirlos. Sin embargo, algo más fuerte la empujaba. Curiosidad, rabia, frustración… o quizá una mezcla de todo. El pasillo estaba apenas iluminado. Los murmullos de la galería se desvanecían a medida que avanzaba, dejando solo el eco sordo de sus propios pasos. Se detuvo frente a una esquina, pegando la espalda a la fría pared. Debería regresar, lo sabía, pero sus manos estaban pegadas al muero como si la atrapara una fuerza invisible. Asomó la cabeza con cautela. Allí estaban. Kael tenía a la rubia contra la pared, su cuerpo cubriendo el de ella como si quisiera devorarla entera. La chica soltaba risitas suaves, las piernas enredadas alrededor de la cintura de él. Kael la sostenía con fuerza, una mano bajo su muslo y la otra en su espalda, empujándola sin delicadeza, como si no pudiera contenerse. Él inclinó la cabeza para besarle el cuello, dejando un rastro de mordiscos. La chica jadeaba, enredando las manos en su cabello, tirando de él con una mezcla de urgencia y placer. Mickaela sintió un calor subirle por el cuerpo. Intentó convencerse de que lo que veía la disgustaba, pero lo que la invadió fue algo más oscuro, algo más profundo. No podía apartar la vista. Cada empujón, cada gemido ahogado, cada movimiento calculado de Kael la mantenía atrapada, como si ese momento la consumiera desde dentro. Entonces, Kael levantó la mirada. Por un segundo eterno, sus ojos oscuros se encontraron con los de Mickaela. No había sorpresa en su expresión, solo esa arrogante tranquilidad, como si hubiera sabido que ella estaba allí desde el principio. Una sonrisa lenta, devastadora, se formó en sus labios. Y sin romper el contacto visual, empujó a la chica contra la pared una vez más, hundiéndose en ella con una intensidad que dejó a Mickaela sin aliento. Sintió que el aire en sus pulmones se evaporaba. El pecho le dolía como si hubiera olvidado cómo respirar. El corazón le retumbaba en los oídos, cada latido cargado de emociones que no quería reconocer. Pero no podía moverse. No podía apartar la vista. Kael mantenía sus ojos fijos en ella mientras la chica gemía en su oído, ajena a la presencia de Mickaela. Era como si toda la escena estuviera dirigida solo para ella, como si él le enviara un mensaje claro, devastador. Mickaela retrocedió un paso, sintiendo el frío del suelo a través de sus zapatos. El impulso de salir corriendo la golpeó de lleno, pero sus piernas estaban paralizadas. Kael Donovan acababa de romper una barrera que ella nunca quiso cruzar, y lo peor era que ni siquiera estaba segura de si quería regresar. Cuando finalmente logró girarse y escapar, el gemido ahogado de Kael, al correrse en la chica rubia, seguía resonando en su mente.

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