—¿Quién de los dos va a acompañarla? —pregunta uno de ellos, dirigiéndose a Antonella y Blas.—Yo iré, —contesta Antonella sin dudarlo.—Yo también quiero ir —dice Blas, decidido a estar a su lado.— No quiero que estés sola, geme. —Gracias Blas —aplana sus labios mostrando una sonrisa forzada. —Perfecto. Vamos a asegurarnos de que todos estén cómodos en la ambulancia.Tanto Antonella como Blas suben a la ambulancia para acompañar a Isabella hasta el hospital. Al llegar al pasillo, los paramédicos se mueven rápidamente, comunicándose entre ellos mientras se dirigen con Isabella a la UCI. —¿Crees que debería haber hecho algo diferente? —pregunta Antonella, sintiéndose aún culpable.—No, cariño. A veces las cosas simplemente suceden. Lo importante es que ahora estás a su lado. —responde Blas.Antonella se siente abrumada con lo que está sucediendo, mas la presencia de Blas a su lado le da un poco de fuerza. Blas, siempre atento, le da un leve apretón en el hombro. —Ella es
Albert no deja de pensar en Antonella, aunque intente hacerlo, no logra olvidarla ni por un segundo. —Todo está preparado para la operación —dice Marta mientras se sienta junto a él y lo, saca de sus pensamientos. —No veo la hora de que esto termine y nuestros hijos estén bien. —suspira, cansado. —Tengo fe de que así será. Sam y Shirley deben estar bien. —Se recuesta de su hombro. —Eso espero. No me perdonaría si algo le ocurriese a alguno de ellos. —Albert, Sam representa la única esperanza para Shirley, no se trata de un capricho nuestro, lo sabes.—Lo sé, pero no puedo evitar sentirme mal, sentir que estoy obligando a Sam a hacer algo que no desea.—Claro que lo desea, nuestro hijo, es un chico maravilloso. En eso se parece a ti. —Sonríe. Albert aplana sus labios y gira el rostro al lado contrario. El médico encargado del trasplante se acerca a la sala de operaciones. Albert se incorpora de su asiento. —Es la hora de realizar la operación. —anuncia el médico. —Doc
—Todo salió como esperábamos. —responde el médico con entusiasmo— La operación fue todo un éxito. Sus dos hijos están bien.Albert y Marta se unen en un profundo abrazo, llenos de alegría, de miedo, de felicidad. —¿Podemos verlos? —Marta pregunta, ansiosa.—No, aún no, están en recuperación. Luego serán llevados a una misma habitación que mandé a preparar para tener un mejor control de la evolución de ambos niños. —Gracias, doctor. Gracias. —exclama Albert visiblemente emocionado. Las lágrimas en su rostro reflejan gratitud y alegría. Mientras que Albert y Marta celebran por la vida de sus hijos, Antonella recibe la peor de las noticias que una hija espera recibir. —Lo siento, Srta Cerati, su madre acaba de fallecer. La pelirrubia se desvanece ante aquella nefasta noticia. El médico la sostiene antes de caer al suelo y tomándola de la cintura logra sentarla en la silla. Rápidamente llama a una enfermera y con la ayuda de ésta, consigue llevarla al área de emergencia. Min
—Gracias por quedarte conmigo. —No tienes nada que agradecerme, Antonella. No podía dejarte sola en un momento como este. —Fabiano abraza a la pelirrubia. Antonella escucha el auto detenerse, pero cuando voltea a ver, ya se ha ido. —Espero que tu nonna esté mejor. —Sí, pronto estará de regreso. No dudes en llamarme si me necesitas. Aunque el sofá no sea muy cómodo —Le da un guiño y ella sonríe. Fabiano se aleja mientras ella entra a su casa. En tanto, dentro del coche, Albert aprieta sus puños con fuerza, la frustración y la decepción lo invaden. Había creído en ella y ahora descubría que era exactamente igual a su ex mujer. —¿Se siente bien? —pregunta el conductor. —Sí, estoy bien —contesta con hostilidad. —Pobre chica, su madre acaba de morir. —¿La conoce, conoce a Antonella?—Todos nos conocemos en Nápoles. Su madre, doña Isabella, siempre fue una mujer muy trabajadora, al igual que su esposo, aunque —Baja la voz y murmura:— Dicen que la pelirrubia no era su hi
—¿Se lo dices tú o les digo yo? —Marta murmura frente a sus hijos. —¿Qué nos tienes que decir? —insta el perspicaz Sam— ¡Dinos, papá! Albert traga en seco, aquel paso que está por dar, puede ser irreversible. —Sí, papá. ¿Qué es? —pregunta la pequeña Shirley. Viendo el silencio de Albert, Marta se adelanta:—Papá regresa a casa. La alegría y el brillo en los ojos de sus dos hijos, son suficientes para que el CEO, sólo asienta y sonría al ver las felicidad, en sus rostros, reflejada. —Sí, hijos, volveremos a Madrid, juntos. La emoción invade aquel lugar, los niños se abrazan entre ellos, mientras Marta rodea a Albert por la cintura, quien se ve obligado a posar su brazo en su espalda. —Ahora deben descansar ¿vale? —Sí, papá —contestan al unísono. —Yo me ocupo de llevarlos junto a Luis, a sus habitaciones. —dice Ofelia— Esta es la mejor noticia que hemos recibido para iniciar este año. —añade.Mientras los padres de Marta, llevan a sus hijos hasta la habitación. El
—¿Qué estás haciendo? —pregunta Albert incorporándose del sofá. Nerviosa, pero de forma muy inteligente y audaz, le responde:—Sólo vine a ver si estabas dormido. —¿Qué hacías con mi teléfono en la mano? —cuestiona. —Nada —responde con firmeza— Veía la hora para verificar que aún no le corresponde el tratamiento a Sam. —Se lo di antes de dormirme —dice achicando los ojos. —Vale, entonces me iré a descansar. —contesta. Ya tenía en sus manos lo que necesitaba para enfrentar y detener a la mujer que intentaba meterse en su camino. Marta se dispone a salir cuando Albert le comenta:—En dos días volveremos a Madrid. —Ella se detiene y se gira hacia él. —¿Alguna razón en especial? —pregunta ella con cierta suspicacia.—Debo trabajar. ¿No?—Eres el dueño de la empresa, tu asistente podría encargarse.—No, en estos momentos está de duelo. Viajó a Nápoles por la muerte de su madre —responde de forma displicente, sin dejar de pensar en que Antonella debe estar consolándose en
La respuesta de Mauro, destroza por dentro a su mujer.—Ni siquiera después de muerta, puedes dejar de amarla. —solloza.— ¿Por qué no puedes amarme, por qué?—Porque ella nunca me obligó a estar a su lado, porque me amó por lo que era y no por quién era, como lo has hecho tú. Todo lo que dices que me has dado, lo he trabajado. Nada de esto fue gratis, dejé a la mujer que me amaba para estar a tu lado y hacerme cargo de la empresa de tu padre. Perdí mi libertad y mi felicidad al lado de la mujer que he amado siempre. ¿Es poco para ti, el precio que he pagado? —¡Que se pudra en el infierno! —espeta. Mauro la sujeta de ambos brazos con ira, levanta una de sus manos para abofetearla, pero se contiene, se contiene como otras tantas veces en los que Claudia lo ha humillado. La suelta abruptamente y sale de aquella habitación, sintiendo una fuerte presión en su pecho.—¡No vales, nada! No eres nadie sin mí, me oyes, Mauro Moretti, no eres nada. En tanto, afuera de la elegante mansió
Durante un par de horas, Antonella permanece en la habitación de su madre, hasta que finalmente el cansancio emocional la obliga a dormir. Los golpes en la puerta, la despiertan, mira su reloj, tres de la mañana. Aún con dudas se levanta de la cama y va hasta la sala, ya no escucha los golpes en la puerta, se dispone a regresar cuando vuelven a tocar. Abre la puerta y encuentra a su amigo, parado frente a ella con una expresión de derrota y tristeza en su rostro. —¡Blas! ¿Qué te ha pasado? Entra por Dios.—Geme, es la peor noche de mi vida. —murmura mientras toma asiento en el sofá de dos puestos. —¿Pero qué ha pasado? —pregunta la pelirrubia, él le hace un espacio y ella se sienta junto a él. —El padre de Marcos, me ha tratado como a la peor persona del mundo. —¿Qué dices? ¿Y Marcos? ¿Dónde está? —Se quedó en su lujosísima mansión con sus padres. —No entiendo, Blas. Cuéntame qué fue lo que ocurrió. Blas limpia la cuenca de sus ojos y relata con lujo de detalles lo oc