Angelo observa desde la ventana de su habitación, el mar. A pesar de estar junto a la mujer que ama, no es feliz. Su vida se convirtió en un absoluto caos, aquella noche en la que Fabiano lo atacó. Han pasado dos semanas desde entonces y aunque Antonella no hace otra cosa que cuidar de él y apoyarlo con el manejo de la empresa, siente que su vida, no tiene sentido alguno. Tocan a la puerta de su habitación y rápidamente limpia su rostro cubierto de lágrimas. —Puede pasar —responde con un tono áspero. La puerta se abre. Siente la mano sobre su hombro y voltea para comprobar que es su buen amigo Jácome. —Hola —contesta parcamente y continúa viendo hacia el mar.—Mi querido y buen amigo, Angelo. Piensas dejarte vencer en esta batalla. —Vamos Jácome, no necesito una clase de motivación personal en este momento. ¿No te das cuenta que soy un ser inútil? —espeta. —Estás peor de lo que imaginaba y sólo porque no puedes caminar. Angelo se mofa de las palabras de su amigo. —¿
La muerte de Jácome es un golpe de realidad para Angelo, quien no logra sacar de su mente, la imagen de su amigo, mucho menos olvidar aquella frase que se repite en su cabeza “La muerte es irreversible” Tenía una promesa que cumplirle a su amigo y a sí mismo: hacer feliz a Antonella. Luego de despedir a su buen amigo Jácome, regresan a casa. Durante esos dos días, Angelo se encierra en su habitación, mientras Antonella teme que no pueda superar aquel revés de la vida. Sin embargo, el lunes en la mañana, tocan a la puerta de su habitación, Antonella se levanta de la silla y camina hasta la puerta mientras termina de peinar su cabello para salir a la empresa. Al abrir la puerta, sus ojos casi salen de su órbita al mirar elegantemente vestido a Angelo. —Iré contigo a la empresa. —afirma.—¿Pero, cómo hiciste para vestirte? —pregunta aún sorprendida no sólo por el cambio de su aspecto físico, sino de su actitud. —Con la ayuda de Miguel. —Pues, dame un minuto, ya casi termin
—Ven hija, —insiste Mauro. Antonella mira confundida a todos lados, recibiendo los aplausos de los invitados, mientras Claudia es fotografiada por los paparazzi en su peor versión: la de mujer ignorada y rechazada. —Ve, mi amor. Lo mereces. —Angelo la insta a levantarse e ir hasta la tarima. Antonella se pone de pie, camina hasta donde están su padre y su hermano. En tanto, Claudia se apresura y va detrás de ella, justo cuando la pelirrubia se dispone a subir, siente que alguien la toma del brazo con fuerza. —Nunca serás una Moretti, bastarda. —¡Suéltame! —dice tratando de zafarse. Al ver la acción agresiva de Claudia con su hija, Mauro da la orden para que sus guardaespaldas la detengan. Rápidamente, los dos hombres se acercan y la toman de ambos brazos. —Sáquenla de aquí. —ordena con firmeza. —Suéltenme animales. No se les ocurra tocarme —grita resistiéndose a salir de allí.— Hijo, no puedes hacerme esto. Y tú, Mauro te juro que te voy a hundir, nadie va a querer ser
—Blas me gustaría que seas tú quien trabaje con Marta, es nueva en esto. —comenta Albert mientras el moreno, termina de recoger el documento de la nueva acta constitutiva de la empresa. —Como usted diga, Sr Miller. —La oficina de Marta, será la que anteriormente ocupaba Lugo. Creo que lo recomendable es que tengas un espacio dentro por lo menos durante la primera semana, mientras se acostumbra. —Sí, señor. Usted me dice cuando y comienzo. —Mañana a primera hora puede ser. —interviene Marta, quien no le quita la vista al asistente. Hay en ella una especie de sensación que le genera desconfianza con respecto a Blas.—Pensé que te empezarías hoy mismo —advierte Albert. —Recuerda que no puedo agitarme mucho, por lo del embarazo. —responde en voz baja. —Sí, disculpa. Tienes razón. Mejor ve y descansa. Blas observa con detenimiento a Marta. Por una parte se siente tranquilo de ver que aquella criatura sigue con vida, y por otro lado, tenerla cerca, le garantiza poder seguir d
—Mi lealtad es con ella, si desea puede despedirme ahora mismo. —contesta con voz firme.Sorprendido ante la lealtad de Blas hacia Antonella, Albert guarda silencio. —Regrese a su casa, Sr Pérez —ordena. Blas traga en seco, no tenía nada más que hacer en aquel lugar.—Sí, señor —Asiente y empieza a recoger sus cosas. Albert sale de la oficina azotando la puerta con mayor fuerza. Mientras Blas, enjuga sus lágrimas. No tenía de qué arrepentirse. Cosas más importantes había perdido ya, el amor del hombre a quien amaba y la confianza de su mejor amiga. En tanto, en Nápoles, Antonella despierta algo cansada. Se incorpora lentamente en la cama y observa a su lado a Angelo, suspira al ver que todo comienza a mejorar en su vida. La noticia de ser la nueva CEO de las empresas de su padre, trabajar junto a su hermano Marcos y recibir el apoyo de Angelo, era suficiente para ser feliz ¿no? Quizás sí, sin embargo, aunque Antonella lo intentase hasta el cansancio, Albert Miller seguía
—¡Sí! —contesta con firmeza mientras busca dentro de su bolsa, su teléfono celular. —Tendrás que esperar, ya vienen de regreso —susurra Marcos. Antonella guarda el móvil nuevamente en su bolsa. No obstante, no desiste de su idea. Aguarda a que su padre tome asiento y Angelo coloque la silla de ruedas a su lado. —¿A dónde vas, mi amor? —pregunta Angelo al ver que se incorpora de su asiento. —Al tocador, ya regreso. —Pero si ya nos vamos. —advierte. —Déjala cuñado, ya sabes como son las mujeres. —interviene Marcos. La pelirrubia sonríe y le da un guiño a su hermano. Apresura el paso para ir hasta el sanitario y realizar aquella llamada. Una vez dentro saca el móvil, desbloquea su contacto y comienza a llamar. En el primer repique va al buzón de voz. Antonella comienza a impacientarse, realiza un segundo intento y suena ocupado. Camina de un lado a otro, mientras aguarda para hacer un tercer y último intento. Tal vez lo mejor era desistir de hablar con él. Mientras tant
Antonella despierta, sobresaltada, acababa de tener una terrible pesadilla, en la que veía a Angelo en peligro. Fue tan real que por un instante cree que es verdad. Su corazón late con fuerza. Voltea a todos lados y lo ve sentado en su silla de ruedas mirando de frente a la ventana. —¡Angelo! —exclama y él gira su cabeza hacia ella. —¿Qué te ocurre? —pregunta al ver la angustia reflejada en su rostro. —Tuve un sueño horrible —extiende su mano y él se aproxima a ella. —No te preocupes mi amor, fue sólo un sueño. —Ella se inclina hacia él y Angelo la rodea entre sus brazos. —Tengo miedo, me prometes que te cuidarás. —Sí, te lo prometo. —Antonella, ¿quién es el padre del hijo que esperas? He respetado tu silencio durante estos seis meses y creo que merezco saberlo. —¿Para qué quieres saberlo, Angelo? Es mi pasado. —Un pasado que aunque no lo quieras recordar, no por ello deja de existir. La pelirrubia exhala un suspiro.—Se llama Albert Miller, y era mi antiguo… jefe —
Blas se dirige a la oficina de Marta. Toca la puerta un par de veces hasta que oye desde dentro la voz de ella, aprobando su entrada.Una vez dentro de la oficina, observa que no está. Entonces, nota la puerta semi abierta del baño. —¿Está usted bien? —pregunta con preocupación. —Sí, —asoma la cabeza— Espere un momento, ya salgo. —responde y termina de cerrar la puerta. —Sólo vine a dejarle algunos documentos que el Sr Miller necesita que firme. Puedo regresar luego —dice en voz alta. —Está bien, colóquelos en mi escritorio. —Le contesta con voz agitada.Blas arrastra la carpeta sobre el escritorio y sin querer tropieza con el portalápiz haciendo que caiga al piso; por suerte para él, el sonido es leve, gracias a la alfombra que recubre el piso de gran parte de la oficina. Se apresura a recogerlo y ve debajo del escritorio una especie de folleto o instructivo. Lo recoge y lo coloca sobre la mesa. Sin embargo su curiosidad es tal, que decide ver de que se trata. Hojea el fo