Lentamente, Raquel comienza a reaccionar. Albert exhala un suspiro de alivio al ver que abre sus grandes ojos. —¿Qué me pasó? —pregunta llevando su mano a su cabeza, se ve aturdida. —Te desmayaste. —contesta él. Ella respira profundamente y una vez que se recupera, con la ayuda de Albert salen del restaurante. Antonella sube al coche sin esperar a que él le abra la puerta como suele hacerlo, mientras éste ayuda a su cuñada a entrar en el auto. El silencio reina durante el trayecto y las contadas veces en las que Albert le hace alguna pregunta a la pelirrubia, sus respuestas se limitan a simples y tajantes monosílabos: un “Sí” o un “No”. Al llegar al pent-house, Antonella se dirige hasta la habitación. —¿Puedes ir sola hasta tu dormitorio? —interroga él. —Sí, eso creo. —responde Raquel— ¿Me disculpas por arruinarte la cena?—No te preocupes, son cosas que pueden pasarle a cualquiera. Mucho más en tu estado. —Realmente no sé que me pasó. —Hace una pausa— tu prometida no
Tan intensa como las emociones, son las reconciliaciones, y Antonella acaba de vivir aquella experiencia extrema. A pesar de que su enojo, provenía más de su imaginación y sus celos, que de la realidad, ese encuentro entre ellos expande la llama del deseo que ambos llevan por dentro. Albert la lleva hasta la cama, ella se deja caer sobre las sábanas, separa sus piernas y ofrece su feminidad que como una ostra se abre dejando a la vista el espectáculo de unos labios rosados que recubren la perla que guarda entre sus pliegues. Como todo un buscador de un tesoro, él se sumerge entre sus muslos y separando con ambas manos sus gruesos y resplandecientes labios, devora su sexo. Los movimientos sinuosos de su lengua se acompasan con el ritmo cadencioso de su cadera. Antonella estalla de pasión y lujuria cuando sus labios son succionados por él. Esta vez, ella grita de placer y Albert se motiva aún más en su tarea, mientras sorbe las mieles y néctar de su exquisita flor. Albert limpia c
—¿Te has vuelto loco, joder? —reclama con enojo.—No estoy para tus reclamos, Marta. —responde sin mirarla siquiera. —Por lo visto, te importa tu ex más de lo que me has hecho creer. —Dije que te calles, joder —Robert golpea el volante con su puño. Asombrada por aquel gesto violento, se reclina del asiento sin decir ni una palabra. Durante algunos minutos, Robert conduce en silencio, mientras acelera su coche. —¿Piensas estrellar el coche? Puedo bajarme ahora mismo. Una mirada fulminante de su amante, es suficiente para que Marta comprenda que la competencia y rivalidad entre ambos hermanos parece interminable. Por lo que no pronuncia ni una sola palabra el resto del trayecto. Al entrar a la ciudad, Robert disminuye la velocidad. —Te dejaré en casa de tus padres y tomaré el primer vuelo a Madrid. No pienso permitir que Albert se burle de mí. —¿Se burle? —pregunta con sarcasmo— Que quienes nos hemos burlado de él, somos nosotros, joder. Nuevamente Robert la mira con ra
Al amanecer, Albert despierta muy temprano y se alista para ir a la empresa. Se despide dándole un beso suave en los labios a la pelirrubia, quien aún permanece dormida. Mientras Albert conduce hasta el hangar para supervisar la reparación de la avioneta dañada, enciende su móvil, el cual había dejado cargando durante toda la noche. Rápidamente comienzan a entrar mensajes uno detrás de otro. Apenas alcanza a leer uno de ellos: “Atiende por favor, Shirley está mal” aquel mensaje hace que su corazón dé un vuelco en el aire, detiene el coche en medio de la autopista, mientras las bocinas de los otros vehículos suenan, aturdiéndolo aún más. Albert pone su coche en marcha, pisando el acelerador para llegar cuanto antes al aeropuerto privado. Minutos más tarde, baja de su auto y se encamina rápidamente por la pista, mientras escucha los mensajes de su ex mujer. Aterrado ante la idea de que algo pudiese haberle ocurrido a su pequeña, le marca de inmediato a Marta, mas todas las llamadas
Antonella regresa a la habitación con el corazón hecho pedazos. No alcanza a creer aún lo que sus ojos acababan de ver, ¿Albert y su cuñada? Aquella perversa situación le provocó náuseas y tuvo que ir al baño para vomitar. En tanto, en la sala principal, Robert sujeta de ambos brazos a Raquel, mientras con sus labios y lengua acaricia su cuello. —Suéltame, Robert. No quiero que me toques. —dice apartándose de él, bruscamente. —Eres mía, me perteneces, Raquel. No pienso dejar que Albert te toque. —espeta, mientras la toma a la fuerza de la cintura ciñendo su cuerpo al suyo —¿Es por eso que has venido? Estás celoso de tu hermano —Hace una mueca de repulsión con su boca— ¿Quién te dijo que estaba aquí? —interroga y antes de que él le dé una respuesta, ella se adelanta—¡Ah claro, debió ser tu amante! —Levanta la mano para lanzarle una bofetada que él logra detener en el acto y con un movimiento rápido dobla su brazo hacia atrás sometiéndola con agilidad. —Te vienes conmigo, ahor
—Por favor, tome asiento —dice el médico, señalando la silla frente a él.Albert siente que el mundo se detiene al escuchar el tono serio del médico, mientras toma asiento. Algo dentro de él le anuncia que lo que está por escuchar no es muy bueno. El médico toma un respiro profundo, agregando mayor tensión a aquel momento, con los ojos fijos en Albert:—Su hija presenta una deficiencia renal, por lo que debe recibir un trasplante de riñón.Albert se queda paralizado ante aquellas palabras, aturdido por sus pensamientos, le cuesta procesar la noticia. En un instante, su vida se ha vuelto a desmoronar y ahora con un agravante mayor, su hija, su pequeña está enferma. Justo en ese momento, Marta entra al consultorio. Su expresión cambia de inmediato al ver la preocupación reflejada en el rostro de su ex esposo. —¿Qué está pasando, Albert? —pregunta al notar el silencio entre ellos. Albert no consigue modular palabras, ni responderle de inmediato. Pero el médico, comprensivo, se
—Está bien, papá. Yo seré el donante. —El tono de su voz es firme y aunque el brillo en sus ojos refleja coraje, también muestra su miedo.Sam corresponde a aquel abrazo. A pesar de su miedo, haría lo que fuera necesario para salvar a su hermana. Esa decisión iba más allá de su edad, y posiblemente sería la más difícil de su vida; mas, en ese momento, la madurez que refleja el chico, supera la cantidad de años que en realidad tiene.—Eres muy valiente, Sam. Albert se siente aliviado, mas, la tristeza no desaparece de su mirada. —¿Puedo hablar con Shirley antes de la operación? —pregunta Sam a su padre. —Por supuesto. Vamos al hospital. Estoy seguro de que se alegrara mucho de verte. —¿Puedo ir con ustedes, Albert? —El CEO asiente, se incorpora y extiende su mano, el niño la sostiene y juntos, ambos caminan hacia el coche. Minutos después, Albert entra a la habitación de Shirley acompañado de su hijo. Se acerca a la cama, tomando sus manos con suavidad. —Mira quién vino a
—Geme por favor, no me delates, no le digas que te conté la verdad, pero pensé que era necesario que lo supieras. Isabella está muy mal —Baja la mirada. —No te preocupes, Blas. No le diré nada. —traga en seco— Gracias por cuidar de ella. —Ella es un encanto; desearía haber tenido una madre como la tuya. Sólo se preocupa por ti. —suspira. Luego continúa diciendo:— Sé que te juzgué cuando quisiste mentirle a Isabella sobre tu prometido, pero ahora entiendo perfectamente la razón. Tanto tú como ella desean ver que la otra sea feliz, Isabella te ama y quiere que… tengas un hijo.—No creo que eso sea posible. —contesta, desconcertada.—¿Pasó algo con el jefe? —interroga el moreno.— Sé que tienen algo, de no ser así no habrías ido a Madrid a verlo. —Albert, no es lo que yo pensé. —responde parcamente. —¿No vas a contarme qué ocurre? —No Blas, ahora no, primero iré a ver a mamma. Luego hablamos ¿Vale?—Está bien, pero sabes que puedes contarme lo que quieras ¿verdad?—Sí, lo sé