Al amanecer, Albert despierta muy temprano y se alista para ir a la empresa. Se despide dándole un beso suave en los labios a la pelirrubia, quien aún permanece dormida. Mientras Albert conduce hasta el hangar para supervisar la reparación de la avioneta dañada, enciende su móvil, el cual había dejado cargando durante toda la noche. Rápidamente comienzan a entrar mensajes uno detrás de otro. Apenas alcanza a leer uno de ellos: “Atiende por favor, Shirley está mal” aquel mensaje hace que su corazón dé un vuelco en el aire, detiene el coche en medio de la autopista, mientras las bocinas de los otros vehículos suenan, aturdiéndolo aún más. Albert pone su coche en marcha, pisando el acelerador para llegar cuanto antes al aeropuerto privado. Minutos más tarde, baja de su auto y se encamina rápidamente por la pista, mientras escucha los mensajes de su ex mujer. Aterrado ante la idea de que algo pudiese haberle ocurrido a su pequeña, le marca de inmediato a Marta, mas todas las llamadas
Antonella regresa a la habitación con el corazón hecho pedazos. No alcanza a creer aún lo que sus ojos acababan de ver, ¿Albert y su cuñada? Aquella perversa situación le provocó náuseas y tuvo que ir al baño para vomitar. En tanto, en la sala principal, Robert sujeta de ambos brazos a Raquel, mientras con sus labios y lengua acaricia su cuello. —Suéltame, Robert. No quiero que me toques. —dice apartándose de él, bruscamente. —Eres mía, me perteneces, Raquel. No pienso dejar que Albert te toque. —espeta, mientras la toma a la fuerza de la cintura ciñendo su cuerpo al suyo —¿Es por eso que has venido? Estás celoso de tu hermano —Hace una mueca de repulsión con su boca— ¿Quién te dijo que estaba aquí? —interroga y antes de que él le dé una respuesta, ella se adelanta—¡Ah claro, debió ser tu amante! —Levanta la mano para lanzarle una bofetada que él logra detener en el acto y con un movimiento rápido dobla su brazo hacia atrás sometiéndola con agilidad. —Te vienes conmigo, ahor
—Por favor, tome asiento —dice el médico, señalando la silla frente a él.Albert siente que el mundo se detiene al escuchar el tono serio del médico, mientras toma asiento. Algo dentro de él le anuncia que lo que está por escuchar no es muy bueno. El médico toma un respiro profundo, agregando mayor tensión a aquel momento, con los ojos fijos en Albert:—Su hija presenta una deficiencia renal, por lo que debe recibir un trasplante de riñón.Albert se queda paralizado ante aquellas palabras, aturdido por sus pensamientos, le cuesta procesar la noticia. En un instante, su vida se ha vuelto a desmoronar y ahora con un agravante mayor, su hija, su pequeña está enferma. Justo en ese momento, Marta entra al consultorio. Su expresión cambia de inmediato al ver la preocupación reflejada en el rostro de su ex esposo. —¿Qué está pasando, Albert? —pregunta al notar el silencio entre ellos. Albert no consigue modular palabras, ni responderle de inmediato. Pero el médico, comprensivo, se
—Está bien, papá. Yo seré el donante. —El tono de su voz es firme y aunque el brillo en sus ojos refleja coraje, también muestra su miedo.Sam corresponde a aquel abrazo. A pesar de su miedo, haría lo que fuera necesario para salvar a su hermana. Esa decisión iba más allá de su edad, y posiblemente sería la más difícil de su vida; mas, en ese momento, la madurez que refleja el chico, supera la cantidad de años que en realidad tiene.—Eres muy valiente, Sam. Albert se siente aliviado, mas, la tristeza no desaparece de su mirada. —¿Puedo hablar con Shirley antes de la operación? —pregunta Sam a su padre. —Por supuesto. Vamos al hospital. Estoy seguro de que se alegrara mucho de verte. —¿Puedo ir con ustedes, Albert? —El CEO asiente, se incorpora y extiende su mano, el niño la sostiene y juntos, ambos caminan hacia el coche. Minutos después, Albert entra a la habitación de Shirley acompañado de su hijo. Se acerca a la cama, tomando sus manos con suavidad. —Mira quién vino a
—Geme por favor, no me delates, no le digas que te conté la verdad, pero pensé que era necesario que lo supieras. Isabella está muy mal —Baja la mirada. —No te preocupes, Blas. No le diré nada. —traga en seco— Gracias por cuidar de ella. —Ella es un encanto; desearía haber tenido una madre como la tuya. Sólo se preocupa por ti. —suspira. Luego continúa diciendo:— Sé que te juzgué cuando quisiste mentirle a Isabella sobre tu prometido, pero ahora entiendo perfectamente la razón. Tanto tú como ella desean ver que la otra sea feliz, Isabella te ama y quiere que… tengas un hijo.—No creo que eso sea posible. —contesta, desconcertada.—¿Pasó algo con el jefe? —interroga el moreno.— Sé que tienen algo, de no ser así no habrías ido a Madrid a verlo. —Albert, no es lo que yo pensé. —responde parcamente. —¿No vas a contarme qué ocurre? —No Blas, ahora no, primero iré a ver a mamma. Luego hablamos ¿Vale?—Está bien, pero sabes que puedes contarme lo que quieras ¿verdad?—Sí, lo sé
—¿Quién de los dos va a acompañarla? —pregunta uno de ellos, dirigiéndose a Antonella y Blas.—Yo iré, —contesta Antonella sin dudarlo.—Yo también quiero ir —dice Blas, decidido a estar a su lado.— No quiero que estés sola, geme. —Gracias Blas —aplana sus labios mostrando una sonrisa forzada. —Perfecto. Vamos a asegurarnos de que todos estén cómodos en la ambulancia.Tanto Antonella como Blas suben a la ambulancia para acompañar a Isabella hasta el hospital. Al llegar al pasillo, los paramédicos se mueven rápidamente, comunicándose entre ellos mientras se dirigen con Isabella a la UCI. —¿Crees que debería haber hecho algo diferente? —pregunta Antonella, sintiéndose aún culpable.—No, cariño. A veces las cosas simplemente suceden. Lo importante es que ahora estás a su lado. —responde Blas.Antonella se siente abrumada con lo que está sucediendo, mas la presencia de Blas a su lado le da un poco de fuerza. Blas, siempre atento, le da un leve apretón en el hombro. —Ella es
Albert no deja de pensar en Antonella, aunque intente hacerlo, no logra olvidarla ni por un segundo. —Todo está preparado para la operación —dice Marta mientras se sienta junto a él y lo, saca de sus pensamientos. —No veo la hora de que esto termine y nuestros hijos estén bien. —suspira, cansado. —Tengo fe de que así será. Sam y Shirley deben estar bien. —Se recuesta de su hombro. —Eso espero. No me perdonaría si algo le ocurriese a alguno de ellos. —Albert, Sam representa la única esperanza para Shirley, no se trata de un capricho nuestro, lo sabes.—Lo sé, pero no puedo evitar sentirme mal, sentir que estoy obligando a Sam a hacer algo que no desea.—Claro que lo desea, nuestro hijo, es un chico maravilloso. En eso se parece a ti. —Sonríe. Albert aplana sus labios y gira el rostro al lado contrario. El médico encargado del trasplante se acerca a la sala de operaciones. Albert se incorpora de su asiento. —Es la hora de realizar la operación. —anuncia el médico. —Doc
—Todo salió como esperábamos. —responde el médico con entusiasmo— La operación fue todo un éxito. Sus dos hijos están bien.Albert y Marta se unen en un profundo abrazo, llenos de alegría, de miedo, de felicidad. —¿Podemos verlos? —Marta pregunta, ansiosa.—No, aún no, están en recuperación. Luego serán llevados a una misma habitación que mandé a preparar para tener un mejor control de la evolución de ambos niños. —Gracias, doctor. Gracias. —exclama Albert visiblemente emocionado. Las lágrimas en su rostro reflejan gratitud y alegría. Mientras que Albert y Marta celebran por la vida de sus hijos, Antonella recibe la peor de las noticias que una hija espera recibir. —Lo siento, Srta Cerati, su madre acaba de fallecer. La pelirrubia se desvanece ante aquella nefasta noticia. El médico la sostiene antes de caer al suelo y tomándola de la cintura logra sentarla en la silla. Rápidamente llama a una enfermera y con la ayuda de ésta, consigue llevarla al área de emergencia. Min