Mientras la voz oscura en la mente de Marcus lo empujaba hacia el conflicto, el alfa sabía que no podría llevar a cabo su plan solo. Necesitaba a su manada, y por eso convocó a sus subalternos a una reunión en el corazón del bosque, un lugar donde los árboles altos y antiguos silenciaban el mundo exterior, creando un espacio de privacidad y poder.La lluvia había cesado, pero una sensación de inquietud colgaba en el aire. Los subalternos de Marcus se reunieron en un claro, un grupo de lobos poderosos y respetados, quienes durante años habían seguido a su líder con lealtad. Sin embargo, ese día algo era diferente; el semblante de Marcus estaba oscurecido, y una energía inquietante emanaba de él.—He llamado a esta reunión porque es hora de actuar —dijo Marcus, su voz firme pero teñida con un matiz sombrío—. Lucian ha desafiado nuestro orden. Ha protegido a una humana y ha deshonrado la ley de la manada.Uno de los subalternos, un lobo de gran tamaño llamado Varek, dio un paso adelante.
En el pasado, el bosque de Vailia brillaba con una vitalidad que Lucian nunca había conocido. Las criaturas mágicas merodeaban libremente, y las vibrantes luces de los fuegos fatuos iluminaban la densa maleza, creando un paisaje casi irreal. Sin embargo, lo que realmente capturaba la atención de Lucian eran las poderosas energías mágicas que sentía fluir por el bosque. Esta era una época en la que la magia era fuerte y presente en todos los aspectos de la vida.Lucian había sido llevado a la aldea de los hechiceros, un lugar oculto y protegido por antiguos conjuros. Los habitantes de la aldea, incluidos los poderosos hechiceros y hechiceras, lo miraban con sospecha y curiosidad. Ellos, guiados por su líder Seraphina, eran los protectores de los secretos del tiempo y la naturaleza, y veían en Lucian un enigma que debía ser resuelto.Seraphina, una hechicera de inmensa sabiduría y poder, observaba a Lucian con una mezcla de preocupación y compasión. Sabía que su presencia allí no era un
Lucian estaba sentado en la aldea de los hechiceros, rodeado por el susurro constante de los árboles y la energía vibrante de la magia antigua. Aunque su cuerpo había sido transformado de nuevo en humano, su mente estaba llena de preocupación. Pensaba en su manada, en Eldric, en Elena, y en todos aquellos que había dejado atrás. La posibilidad de que estuvieran en peligro debido a Marcus y su creciente oscuridad lo angustiaba profundamente.—No puedo evitar pensar en ellos, en cómo estarán. Mi manada... Elena... ¿Estarán bien sin mí? —dijo Lucian en voz alta, sin esperar respuesta, más bien dejándose llevar por la inquietud. Miraba al suelo, incapaz de encontrar consuelo en la serenidad del lugar.Seraphina, percibiendo su lucha interna, se acercó a él con una expresión comprensiva.—Es natural que te preocupes, Lucian. Pero esa preocupación te está frenando. No puedes cumplir tu propósito si estás dividido entre el pasado y el presente. Necesitas centrarte en lo que tienes que hacer
Lucian se adentró en los territorios de los lobos, moviéndose con cautela a través del bosque denso. A pesar de su nuevo atuendo de hechicero, no podía evitar sentir el aire pesado con una mezcla de magia y tensión latente. Los árboles susurraban a su alrededor, como si quisieran advertirle de los peligros que acechaban en ese tiempo y lugar. Aunque su misión principal era encontrar la Montaña de Hielo, no podía ignorar la sensación de familiaridad que sentía al estar nuevamente en el territorio de los lobos.De repente, sus agudos sentidos percibieron un sonido distante, un grito ahogado que le hizo detenerse en seco. El grito pertenecía a una voz joven y desesperada. Agudizó el oído y, con un sobresalto, reconoció la voz de Elena, pero mucho más joven. Sin pensarlo dos veces, se lanzó a correr a través del bosque, sus pies golpeando el suelo cubierto de hojas mientras el sonido de su respiración se mezclaba con el susurro del viento.Mientras corría, el atuendo de hechicero ondeaba
En el presente, Marcus avanzaba con pasos firmes hacia el territorio de la manada de Lucian. La oscuridad que emanaba de él era palpable, como una sombra pesada que se extendía a su alrededor. Sus ojos, ahora teñidos de un brillo siniestro, estaban fijos en un solo objetivo: destruir a la manada y, especialmente, a Elena. Sentía el poder oscuro burbujeando dentro de él, susurrándole promesas de victoria y destrucción. Sabía que Elena estaba débil, pues podía percibirlo a través del vínculo roto que alguna vez los unió como seres de la misma especie.Con cada paso que daba, el aire se volvía más pesado, y las criaturas del bosque huían, sintiendo el peligro inminente. Detrás de él, sus subalternos, igualmente envueltos en esa aura de oscuridad, lo seguían con lealtad ciega. La influencia corruptora del poder que Marcus había abrazado era evidente en sus ojos vacíos y movimientos rígidos. No había dudas ni remordimientos en ellos, solo una voluntad unificada de cumplir la voluntad del l
Mientras tanto, Lucian continuaba su viaje a través del espeso bosque, guiado por las instrucciones de Seraphina. Tras días de caminar, llegó a una pequeña aldea escondida entre los árboles, una visión inesperada en medio de la vasta naturaleza salvaje. Las casas, construidas con madera y piedra, eran sorprendentemente pequeñas, ninguna superando el metro y medio de altura. Se veían rústicas pero acogedoras, con tejados de paja y ventanas diminutas.Lucian se detuvo, intrigado. Observó a los habitantes de la aldea, pequeños seres cuya estatura máxima apenas alcanzaba un metro. A pesar de su tamaño, se movían con rapidez y agilidad, y había una energía vibrante en el aire. Lucian notó que llevaban ropas de colores vivos y se comunicaban entre ellos en un lenguaje que le era desconocido.De repente, uno de los aldeanos, un hombre de apariencia anciana con una larga barba gris y ojos brillantes, se acercó a Lucian. Aunque era pequeño, su presencia imponía respeto.—¿Quién eres, forastero
Con el primer rayo de sol asomando entre las copas de los árboles, Lucian se preparó para dejar la pequeña aldea. La noche había sido larga y tensa, con los aldeanos aún recelosos y vigilantes. A pesar de las palabras de Aldric, Lucian sentía la necesidad de moverse rápido, de continuar su viaje antes de que más dudas surgieran entre los habitantes del lugar.Con su bastón firme en la mano y las vestiduras de hechicero aún sobre sus hombros, Lucian se dirigió hacia la salida de la aldea. El aire fresco de la mañana llenaba sus pulmones, dándole una renovada sensación de propósito y determinación.Sin embargo, antes de que pudiera dar un paso más allá de los límites de la aldea, una figura familiar se interpuso en su camino. Aldric, el jefe de la aldea, lo estaba esperando, con una expresión tranquila pero decidida.—Lucian, antes de que te vayas —dijo Aldric, levantando una mano en señal de saludo y deteniéndolo en su marcha.Lucian se detuvo, inclinando la cabeza en un gesto de respe
Los elfos se movían con una agilidad silenciosa, sus pasos apenas dejando huella en el suelo del bosque. Lucian los seguía de cerca, consciente de la gravedad de la situación. Aunque las copas de los árboles se espesaban y el aire se hacía más frío, señalando la cercanía de la montaña de hielo, algo extraño comenzó a captar su atención. El entorno estaba cambiando de una manera que no podía atribuir únicamente al clima.Los árboles, que antes estaban llenos de vida, ahora parecían marchitos y despojados de su vitalidad. Las hojas, que normalmente habrían sido verdes y frondosas, colgaban secas y quebradizas de las ramas, sus colores apagados y desprovistos de la chispa de vida. El suelo, que solía estar cubierto de un suave manto de musgo y hierba, se había transformado en una alfombra de polvo gris y ceniza. Un silencio inquietante lo rodeaba todo, roto solo por el crujido ocasional de ramas secas bajo los pies de los caminantes.Lucian frunció el ceño, sintiendo una opresión en el p