Lucian se adentró en los territorios de los lobos, moviéndose con cautela a través del bosque denso. A pesar de su nuevo atuendo de hechicero, no podía evitar sentir el aire pesado con una mezcla de magia y tensión latente. Los árboles susurraban a su alrededor, como si quisieran advertirle de los peligros que acechaban en ese tiempo y lugar. Aunque su misión principal era encontrar la Montaña de Hielo, no podía ignorar la sensación de familiaridad que sentía al estar nuevamente en el territorio de los lobos.De repente, sus agudos sentidos percibieron un sonido distante, un grito ahogado que le hizo detenerse en seco. El grito pertenecía a una voz joven y desesperada. Agudizó el oído y, con un sobresalto, reconoció la voz de Elena, pero mucho más joven. Sin pensarlo dos veces, se lanzó a correr a través del bosque, sus pies golpeando el suelo cubierto de hojas mientras el sonido de su respiración se mezclaba con el susurro del viento.Mientras corría, el atuendo de hechicero ondeaba
En el presente, Marcus avanzaba con pasos firmes hacia el territorio de la manada de Lucian. La oscuridad que emanaba de él era palpable, como una sombra pesada que se extendía a su alrededor. Sus ojos, ahora teñidos de un brillo siniestro, estaban fijos en un solo objetivo: destruir a la manada y, especialmente, a Elena. Sentía el poder oscuro burbujeando dentro de él, susurrándole promesas de victoria y destrucción. Sabía que Elena estaba débil, pues podía percibirlo a través del vínculo roto que alguna vez los unió como seres de la misma especie.Con cada paso que daba, el aire se volvía más pesado, y las criaturas del bosque huían, sintiendo el peligro inminente. Detrás de él, sus subalternos, igualmente envueltos en esa aura de oscuridad, lo seguían con lealtad ciega. La influencia corruptora del poder que Marcus había abrazado era evidente en sus ojos vacíos y movimientos rígidos. No había dudas ni remordimientos en ellos, solo una voluntad unificada de cumplir la voluntad del l
Mientras tanto, Lucian continuaba su viaje a través del espeso bosque, guiado por las instrucciones de Seraphina. Tras días de caminar, llegó a una pequeña aldea escondida entre los árboles, una visión inesperada en medio de la vasta naturaleza salvaje. Las casas, construidas con madera y piedra, eran sorprendentemente pequeñas, ninguna superando el metro y medio de altura. Se veían rústicas pero acogedoras, con tejados de paja y ventanas diminutas.Lucian se detuvo, intrigado. Observó a los habitantes de la aldea, pequeños seres cuya estatura máxima apenas alcanzaba un metro. A pesar de su tamaño, se movían con rapidez y agilidad, y había una energía vibrante en el aire. Lucian notó que llevaban ropas de colores vivos y se comunicaban entre ellos en un lenguaje que le era desconocido.De repente, uno de los aldeanos, un hombre de apariencia anciana con una larga barba gris y ojos brillantes, se acercó a Lucian. Aunque era pequeño, su presencia imponía respeto.—¿Quién eres, forastero
Con el primer rayo de sol asomando entre las copas de los árboles, Lucian se preparó para dejar la pequeña aldea. La noche había sido larga y tensa, con los aldeanos aún recelosos y vigilantes. A pesar de las palabras de Aldric, Lucian sentía la necesidad de moverse rápido, de continuar su viaje antes de que más dudas surgieran entre los habitantes del lugar.Con su bastón firme en la mano y las vestiduras de hechicero aún sobre sus hombros, Lucian se dirigió hacia la salida de la aldea. El aire fresco de la mañana llenaba sus pulmones, dándole una renovada sensación de propósito y determinación.Sin embargo, antes de que pudiera dar un paso más allá de los límites de la aldea, una figura familiar se interpuso en su camino. Aldric, el jefe de la aldea, lo estaba esperando, con una expresión tranquila pero decidida.—Lucian, antes de que te vayas —dijo Aldric, levantando una mano en señal de saludo y deteniéndolo en su marcha.Lucian se detuvo, inclinando la cabeza en un gesto de respe
Los elfos se movían con una agilidad silenciosa, sus pasos apenas dejando huella en el suelo del bosque. Lucian los seguía de cerca, consciente de la gravedad de la situación. Aunque las copas de los árboles se espesaban y el aire se hacía más frío, señalando la cercanía de la montaña de hielo, algo extraño comenzó a captar su atención. El entorno estaba cambiando de una manera que no podía atribuir únicamente al clima.Los árboles, que antes estaban llenos de vida, ahora parecían marchitos y despojados de su vitalidad. Las hojas, que normalmente habrían sido verdes y frondosas, colgaban secas y quebradizas de las ramas, sus colores apagados y desprovistos de la chispa de vida. El suelo, que solía estar cubierto de un suave manto de musgo y hierba, se había transformado en una alfombra de polvo gris y ceniza. Un silencio inquietante lo rodeaba todo, roto solo por el crujido ocasional de ramas secas bajo los pies de los caminantes.Lucian frunció el ceño, sintiendo una opresión en el p
Lucian avanzaba con determinación, pero el bosque marchito seguía proyectando una atmósfera de inquietud y desasosiego. De repente, el crujido de ramas bajo el peso de algo grande llamó su atención. Levantó la vista y vio, emergiendo de las sombras, a un majestuoso lobo negro. Su pelaje brillaba con un extraño resplandor bajo la luz tenue, y sus ojos, de un amarillo intenso, lo miraban con una mezcla de curiosidad y desafío.El lobo se detuvo frente a él, y para sorpresa de Lucian, una voz profunda y resonante llenó el aire, aunque la boca del lobo no se movió.—Así que aquí estás, escondido en tu forma humana —la voz del lobo era cargada de desprecio—. Un lobo que no puede controlar su propia forma básica. ¿Qué clase de líder es ese?Lucian se tensó, sintiendo una punzada de vergüenza. Sabía que su incapacidad para transformarse era una vulnerabilidad. El hechizo de Seraphina lo había obligado a permanecer en su forma humana, incapaz de liberar al lobo que llevaba dentro. Era como si
Lucian se encontraba atrapado en la cueva, rodeado por la densa oscuridad que emanaba de las profundidades. El aire se sentía pesado, cargado de una maldad palpable que lo presionaba desde todas direcciones. A pesar de su forma de lobo, con todos sus sentidos agudizados, la negrura era tan absoluta que ni siquiera sus ojos podían penetrarla. Cada intento de avanzar hacia una salida parecía llevarlo más adentro de la negrura, atrapándolo en un laberinto sin fin. Desesperación y frustración comenzaron a apoderarse de él. La sensación de estar completamente solo en medio de esa oscuridad le pesaba en el alma. Sus pensamientos volvían a Elena, a su manada y al peligro que había desatado sin querer. Tenía que salir de allí, encontrar una manera de detener el mal que se extendía. Pero, ¿cómo? La oscuridad era sofocante, como una prisión intangible. En su desesperación, cerró los ojos e intentó calmar su mente. Inspiró profundamente, buscando en su interior algún indicio de claridad o espe
Lucian se quedó boquiabierto cuando el bastón en su mano comenzó a emitir un resplandor cegador. El brillo lo envolvió rápidamente, formando una barrera de energía que le impedía avanzar más hacia la entrada de la montaña. Intentó dar un paso adelante, pero la barrera lo empujó hacia atrás, haciéndolo tropezar. Antes de que pudiera reaccionar, la luz se intensificó, envolviéndolo por completo en un remolino de energía. En un instante, todo se volvió blanco y luego se desvaneció en la oscuridad.Cuando Lucian recobró la conciencia, estaba de nuevo en el bosque. La familiaridad del entorno no trajo consuelo, pues una sensación de malestar se apoderó de él. Sentía que algo no estaba bien, una sombra parecía posarse sobre su corazón, aumentando su inquietud. Se levantó lentamente, observando los árboles conocidos y el suelo bajo sus pies, pero todo parecía distorsionado, como si una neblina oscura cubriera el bosque.—¿Cómo... cómo es posible? —murmuró, con la voz llena de confusión. Esta