Capítulo 57

—¿Quieres un algodón de azúcar? —me preguntó—porque tiene algún tiempo que no como uno y se me antoja ahora mismo.

No le hice caso y lo vi levantarse de la banca.

Por el rabillo del ojo, lo miré acercarse al señor de los algodones y suspiré. Si tan solo yo tuviera dinero en efectivo…

De pronto, un algodón de azúcar color rosa apareció en mi campo visual.

—No creas que elegí ese color porque seas mujer—le oí decir y volteé a verlo—es el único que quedaba. Yo también compré rosa.

—¿Puedo preguntarte por qué estás siendo amable? —le acepté el algodón con desconfianza.

—Soy una buena persona, aunque no me creas—se encogió de hombros.

—Seguramente eres buena persona con quienes te agradan—observé.

No respondió. Se dedicó a degustar su algodón de azúcar y no tuve más opción de imitarlo.

Ni en mis peores pesadillas pensé que en algún momento estaría sentada en la banca de un parque en Zermatt en compañía de ese idiota. Era extraño.

—¿Sabes patinar? —preguntó.

—Sabía hacerlo cuando era niña.

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