Capítulo 30

Y segundos después, las observé marcharse con la nariz elevada, como si estuvieran negándose a mirar siquiera el suelo al caminar. Menudas ridículas y estúpidas ancianas.

No obstante, tampoco podía estar aliviada, porque me hallaba aún con el peor lobo de la manada: William Flynn. Él estaba limpiándose la nariz con la servilleta sin apartarme la mirada de encima del otro lado de la enorme mesa. Adele también estaba ahí, pero no podíamos hablar animadamente. Así que me acerqué a ella y sonrió ampliamente.

—Nos sentemos aquí, cerca de la chimenea—dijo y me agarró de la mano. Avanzamos hacia el fuego, en donde había dos grandes sillones a cada costado de la chimenea, especial para sentarse a leer con una cálida taza de café a un lado. Ella se sentó frente a mí y se recargó.

Y admiré su bello vestido rojo muy corto, que hacía juego con sus zapatillas negras y el moño negro en su cabello recogido por una media coleta. Apenas tenía maquillaje, pero se miraba hermosísima.

De pronto, su te
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