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Capítulo 7. Segundo encuentro con una lunática. Parte 2.

Brandon.

Boston, 2024, Parque de bomberos distrito doce.

- “¿Quieres levantar, ya de una vez, más alto esa manguera? No estas regando el jardín, idiota, a lo mejor piensas que ella se levantará sola, Calthon.”- le dije a uno de mis hombres, al que había corregido ya dos veces. 

Hoy me tocaba el entrenamiento de los novatos de las dos unidades que conformaban el distrito doce, normalmente lo hacíamos días alternos entre el Jefe Allen y yo. Levín Allen, es el otro jefe del equipo del distrito doce, normalmente cuando estamos los dos en el parque de guardia, compartimos habitación. Nos llevamos muy bien, y solemos intercambiarnos las tareas. 

El entrenamiento de los novatos del parque le tocaba hoy a él, pero tras las noticias que se habían publicado hoy, con fotos incluidas, y después del relato que tuve que poner en el informe de accidentes sobre la víctima, esa lunática del pelo rojo, las bromas esta mañana al ver las fotos, a la hora del desayuno, hizo que le solicitara a Levín un cambio en el programa.

- “¿Sabes que huir del peligro no es una señal de identidad muy adecuada para un bombero, B.M.?”- me preguntó burlón, y yo lo miré serio.  

- “Lo sé, por eso lo hago, no me parece adecuado ver huir a nuestros hombres para evitar que, o bien los golpeé hasta hacerlos sangrar, o los reviente con entrenamiento extra, tras hacerlos subir diez veces la torre de entrenamiento, con todo el equipo.”- le dije a Allen terminado de prepararme, para ir a la zona de entrenamiento. 

La risa de mi compañero aún se escuchaba, cuando iba a mitad del pasillo, hacia la escalera. 

Si mis hombres notaron mi nivel de animadversión, permanecieron callados, ya bastante duro era el entrenamiento, para que se lo pusieran aún más difícil, por hacer preguntas innecesarias. 

Desde que este mañana, desayunado, cuando saltó el primer comentario jocoso sobre las diferencias que había entre las fotos, y el informe que yo hice sobre la víctima, relacionados con los hechos ocurridos en el rescate, la verdad era que no estaba de humor para sus bromas. 

Mirando las fotos parecía que, la pelirroja desquiciada, era una pobre víctima desvalida, que se había colaborado en todo momento en su rescate, nada más lejos de la verdad, esa estúpida, estaba más preocupada por sus malditos papeles que, por salvar su vida, si no llego en el momento adecuado, hubiera fallecido por inhalación de monóxido de carbono.

  

Aunque tengo que reconocer que observando detenidamente la foto donde yo la cargaba sobre mi hombro, mientras la bajaba por la escalera de incendios, esa pelirroja, tenía unas buenas piernas, de esa que todo hombre quisiera tener alrededor de sus caderas, lástima que eso no la eximiera de ser una trastornada, sin dos dedos de frente.  

Decidí olvidarme de ella, y de las fotos, ya desaparecería el interés sobre mí por culpa de la lunática, eso fue lo que pensé, hasta que uno de mis hombres, se presentó corriendo y agitado, en la zona de entramiento.  

- “Jefe Hernández, una mujer le busca, esta delante del parque, y está furiosa. Creo que no piensa irse hasta no hablar con usted.”- me dijo nervioso, algo que es raro ver en un bombero tan experimentado como Alder McCormick. 

Eso fue lo que me puso sobre aviso, algo pasaba delante del parque de bomberos, pero nunca me pude imaginar quien era la responsable de este alboroto, o hubiera reaccionado de otra manera, o no, ¿Quién sabe? 

Mackenzie.

Boston, 2024, Parque de bomberos distrito doce.

Aún no se había apaciguado mi ira cuando llegué a las afueras de parque de bomberos, para colmo, la orden de mi padre de aumentar mi equipo de protección le había llegado ya a Carlos, y en vez de presentarme en el parque sólo con mis Mercedes, Henry el chofer de mi familia, Carlos mi asistente, y uno de mis escoltas, ya había dos coches, con tres escoltas en cada coche, esperando por mí, el parking de ejecutivos de la torre O ´Sullivan, cuando bajé a coger mi coche. 

- “¿Qué es esto Carlos?”- pregunté al ver el coche que siempre usaba para ir a trabajar, junto a dos coches, iguales al mío, y a su lado de pie esperando mi llegada, unos siete hombres, todos vestidos de negros. y con gafas de sol, serios y profesionales. 

- “Ordenes de tu padre, por cierto, me dijo que te dijera, que, si no los aceptas, mañana mismo se presenta en tu despacho, y te encierra en la más alta torre, con fosos, cocodrilos, y veinte mercenarios bien armados, custodiándote. “Los tratos no se rompen, Mackenzie”. - me dijo Carlos dejando claro, sobre todo con esa última frase, que esa eran justamente las palabras textuales que mi padre. 

- “¡Mierda! Odio que haga eso, no ha tardado ni diez segundos en organizarlo todo. ¡Si acabamos hablar de eso, por dios! Recuérdame que grabe cada conversación que realice con ese viejo zorro, o me la puede engañar el muy tramposo. Y, por otro lado, tú podrías ser un poco menos eficiente, de vez en cuando, digo yo.”- le dije subiendo al coche, mientras Henrry sostenía mi puerta, con una clara señal de respeto.  

Carlos ni me respondió, yo ya sabía que era imposible que rebajara mínimamente su nivel de efectividad, desde que mi padre lo reclutó nada más salir él de la universidad, ya tenía previsto, el viejo zorro, que ese genio en relaciones públicas, economista, y gestor empresarial, por no hablar de sus habilidades tecnológicas, sería el asistente personal, máxima confianza de su heredera. El asistente de mi padre lo entrenó para que fuera el mejor, y Carlos García superó a su maestro, hoy en día, a sus treinta y ocho años, trece más que yo, es el asistente, espía, hacker, y agente empresarial, más infalible que conozco, nada se le resiste. 

- “Cuando lleguemos, que esperen afuera, no deseo que crean que somos unos matones, o un grupo mafioso.”- le aclaré a Carlos, y como siempre, ante una orden mía, él sólo asintió, para coger su móvil y dar la orden.  

Pero como dije al principio esto no consiguió aligerar la ira que tenía, cuando me presenté junto con Carlós, y mi escolta personal de toda la vida, en la explana da de entrada del cuerpo de bomberos, y vi a muchos bomberos con parte de su uniforma, mi ira se incrementó, uno de esos era ese maldito estúpido.  

Al principio, nadie se dio cuenta de que yo estaba allí delante mirándolos con las gafas de sol puesta, tratando de averiguar a simple vista, cosa imposible, ya que nunca le había visto la cara, cuál de esos era el maldito Brandon Miguel Hernández.  

En general, todos los bomberos estaban atareados, algunos estaban lavando uno de los camiones de bomberos, otros revisando y colocando el material en otro de los camiones. Así que me tocó hacerme notar. 

- “Quiero hablar con el bombero Brandon Miguel Hernández, ¿Pueden llamarlo o darse a conocer?”- dije en alto, sin mostrar ni un atisbo de la exquisita educación que recibí de mis padres. 

-” ¿Para qué mostrarme educada?”- pensé  

Había ido a decirle unas cositas nada agradables a ese estúpido bombero, no había necesidad de mostrar algo de mi refinada educación, tampoco me daba la gana de hacerlo. 

Mis palabras hicieron que todos me miraran, algunos con cara de sorpresa. Me imaginé que ver a una mujer pelirroja, con gafas de sol, enfundada en una chaqueta Armani negra, junto a una falda también negra, tres cuartos, pegada a mis caderas, una camisa de botones de seda verde debajo, y subida en unos zapatos Manolo Blahnik de tres mil dólares, fuera algo que ellos contemplaran habitualmente.  

Más cuando esa mujer tenía los brazos cruzados debajo del pecho, mientras mi cuerpo demostraba la tensión que sentía, además de venir acompañada por dos hombres, también trajeados, con gafas de sol, como si fueran los Men in black, y uno de ellos era tan alto como una montaña.  

- “Disculpé señorita, ¿Está preguntado por...?”- me dijo uno de ello vestido con una camisa de un color diferente del resto, que ponía en el pecho, “Jefe de equipo”, pero no lo interrumpí, no había vendió allí para perder el tiempo. 

- “¿Eres tú, Brandon Miguel Hernández?”- en ese momento percibí que, al volver pronunciar ese nombre, muchos bomberos gesticularon y me miraron con tensión, incluso el que me había hablado abrió los ojos con sorpresa, poniéndose serio. 

- “No lo soy, pero…”- volví a interrumpirlo. 

- “Pues entonces no molestes, ¿Dónde está ese estúpido bombero?”- le dije impacientándome, mientras Carlos, detrás de mí, tosía sonoramente, era una clara advertencia para aconsejarme que rebajara el tono, consejo que no pensaba seguir, mi cabreo me lo impedía. 

Ni siquiera vi como uno de los bomberos corría hacía un lateral del edifico principal del parque, mientras todos los bomberos me miraban con tención si saber que decir.  

- “No estoy para perder el tiempo, ¿Está aquí ese bombero gilipollas?, ¿o es tan cobarde que no quiere presentarse?”- otra tos esta vez más fuerte por parte de Carlos, coincidió con la mirada de enfado e indignación de la mayoría de los bomberos, al parecer había pinchado en hueso. 

Un movimiento detrás de mí me advirtió que Carlos ya había pasado a la acción, para rebajar tensiones, algo que, en ocasiones, por mi forma de ser explosiva y directa, era su principal función. El sueldo, sin incluir pluses, de Carlos era mucho más elevado que el de algunos de los más altos ejecutivos del grupo, para mi padre, la carga que mi asistente tenía que soportar, cuando su hija se ponía en modo heredera caprichosa, malcriada, y exigente, no había dinero que lo compensase.  

Pero no le dio tiempo, nada más terminar de soltar esas palabras, una voz fuerte, ronca y varonil, se oyó, haciendo que todo se quedara en silenció. 

- “¿A qué has venido, m*****a lunática pelirroja?”- oí decir a mi derecha, por uno de los laterales del edifico central del parque de bomberos. 

Varios sucesos pasaron consecutivamente tras ese momento, el primero, antes que la furia se me reactivara, al escuchar que me volvía a llamar Lunática, fue el choque que esa voz tan profunda y varonil me produjo, era esa clase de voz que toda mujer, con sangre en las venas, esperaba oir cada mañana al despertar o cada noche al acostarse, lástima que Dios hubiera cometido el innecesario error de adjudicársela a un ser tan gilipollas como Brandon Miguel Hernández.  

Lo que paso a continuación, mientras hervía por dentro de ira, y tras buscar al estúpido que tenía esa voz tan maravillosa, fue descubrir que en el caso del Vader bombero, dios había sido totalmente injusto con el resto de los hombres, desde luego, mirándolo de cerca, quedaba claro, que si el creador hizo a todos los hombres iguales, a su imagen y semejanza, Brandon Miguel Hernández, era  la versión 2.0 del perfeccionamiento divino, y eso para el resto de los mortales masculinos de nuestra especie, era una auténtica putada. 

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