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Capítulo treinta 

Lo golpeó con todas mis fuerzas, pero este no se mueve ni un centímetro, me encierra con sus manos a cada lado de mi cabeza e inspira ondo, sus ojos brillosos no abandonan los míos y mi cara automáticamente toma un color rojo intenso. 

Desvío la mirada y coloco mis manos en su pecho—Suéltame, se supone que eres amigo de Elizabeth, no el mío. 

—Niña necia, ¿por qué no me dejas explicarte? ¿por qué te alejas de mí?  cada vez que creo que doy un paso tu vienes y me demuestras lo contrario—su respiración es fuerte. 

Miro sus labios gruesos remojados —Tú eres alguien que me molesta todo el tiempo, además ¿qué se supone que estás haciendo? 

—No hago nada que no quiera. 

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