El viento le azotaba el rostro con fuerza. Mientras, Emma corría con su hermano mellizo tras ella. Se habían escapado de la vigilancia de su madre por culpa de esa voz que llevaba días acosándola y, sin darse cuenta, ambos se internaron en el bosque. En ese instante, una fuerte tormenta amenazaba con soltar toda su furia sobre la tierra hasta empaparlos.
—¡Date prisa, Ethan, corre más rápido! —lo incitó Emma al notar que su hermano se había tropezado con una piedra y se había detenido.
—No puedo correr —jadeó el niño de ocho años, con su rizado cabello pelirrojo revuelto y se llevó la mano al tobillo—. Me duele mucho.
Emma miró por unos segundos hacia la dirección donde se encontraba la pequeña casa donde vivían. Estaban cada vez más cerca, pero, por momentos, el camino parecía deformarse y el humo de la chimenea se filtraba por el tubo del techo dándole un aspecto siniestro que le provocó un escalofrío.
Su madre no les permitía adentrarse en el bosque y, hasta ese instante, siempre habían obedecido a pesar de que nunca les contó el motivo de esa prohibición, pero aquella extraña voz que llevaba días torturándola, la obligó a seguirla sin medir las consecuencias.
Emma se detuvo y regresó sus pasos para ayudar a su hermano. Se agachó para mirarle el tobillo, e infló las mejillas en señal de desesperación cuando la voz de su madre se escuchó a los lejos, llamándolos.
—Mamá nos castigará si se entera de que desobedecimos —murmuró Emma, con los ojos humedecidos por las lágrimas producto de la desesperación y del miedo—. ¿Te puedes levantar? —Señaló el tobillo hinchado de su hermano.
Ethan asintió con la cabeza, se agarró al tronco del árbol con una mano y a Emma con la otra para alzarse, pero su rostro contraído por el dolor decía sin palabras que no sería capaz de dar un paso.
—Creo que sí, pero no podré correr. Déjame aquí, Emma —pidió el niño con un tono de voz que quería mostrar valentía—. Tú llegarás primero y entretendrás a mamá, yo intentaré ir a casa poco a poco.
A Emma no le convencía el plan de su hermano y menos dejarlo en el bosque cuando el sol parecía alejarse del horizonte con demasiada rapidez. La noche caería muy rápido y no podría quedarse tranquila si lo abandonaba a su suerte. Para colmo, estaba herido e indefenso.
—No, no te dejaré, eres mi responsabilidad. No pienso marcharme y menos cuando es culpa mía que estemos aquí. No estaríamos en problemas si yo no hubiera escuchado esa voz.
—¡No soy tu responsabilidad! —se quejó Ethan con ese orgullo que ya lo acompañaba desde niño—. Soy un hombre, tú solo eres una niña demasiado tonta que persigue voces y nos mete en problemas.
Emma no tomó en cuenta las palabras de su hermano y entornó los párpados a la vez que bufaba, sabía que eran producto del dolor que tenía en el tobillo y de la desesperación por no poder continuar corriendo para escaparse del castigo.
—Soy la hermana mayor, nací un minuto antes que tú, así que es mi deber protegerte. Agárrate de mí y te ayudaré a caminar —le pidió.
En el momento en que Ethan intentó colocar el pie en el suelo, el dolor lo hizo trastabillar y perder el equilibrio. Emma intentó sujetarlo de los brazos, sin éxito y su hermano terminó por sostenerse de la cadena del medallón que llevaba colgado. Era una reliquia familiar, ambos hermanos llevaban uno y tenían prohibido quitárselo.
Sintió el fuerte tirón en el cuello y la cadena cedió hasta romperse. El grito de su madre llamándolos se mezcló con el de Emma al ver a su hermano caer de espaldas y golpearse la cabeza.
Su primer instinto fue arrodillarse en el suelo para socorrer a Ethan, pero se quedó petrificada al ver que el medallón de su hermano comenzaba a brillar sobre su pecho. De pronto, la extraña voz de esa mujer que la había obligado a perseguirla por el bosque, llegó a sus oídos y opacó todo los demás a su alrededor.
El sonido de los truenos lejanos se silenciaron por unos segundos, los gritos de su madre quedaron en el olvido, el viento dejó de silbar entre las hojas de los árboles, sus piernas parecían haberse enraizado al suelo y su mirada no podía ver otra cosa que la luz cegadora que escapaba del medallón de su hermano y que levitaba sobre su pecho.
Su colgante tenía la forma de un sol y el de su hermano era una luna llena, ambos encajaban como si hubieran sido creados para estar unidos. La cadena del medallón de su hermano también se rompió y escapó volando hasta caer junto al de ella.
Su hermano abrió los ojos en el ese instante, la miró, primero confuso por el golpe y después comenzó a observarla, horrorizado. Emma quería preguntar qué ocurría para que la mirara de esa forma, estaba muy asustada.
La oscuridad había caído de golpe, unos rayos monstruosos surcaban el cielo y ella solo era una niña que intentaba parecer una adulta, pero encontrarse en mitad del bosque, junto a su mellizo, herido, no ayudaba demasiado.
—¡Emma, tu cabello! —jadeó Ethan sin apartar los ojos de ella—. ¡Ya no es rojo!
Ambos medallones se habían unido y en ese instante formaban uno solo, levitaban en el aire sin dejar de emitir una intensa luz.
—¿Qué le ocurre a mi…? —Emma no logró completar la frase, sus labios se entreabrieron al ver como el cabello rojizo de su hermano comenzaba a perder su color y a tornarse plateado—. Ethan, ¡¿qué está pasando?! Tengo mucho miedo.
Un coro de voces comenzó a escucharse cada vez con más fuerza, parecía rodearlos. Los cercaba cada vez más a la vez que unas sombras sin cuerpos formaban un círculo alrededor de ellos. Aquellos monstruos sobrenaturales recitaban alguna especie de conjuro en una lengua desconocida. Emma se tiró al suelo y se acostó junto a su hermano para buscar su protección. Si iban a morir ese día, al menos lo harían juntos, de la misma forma en la que llegaron al mundo.
Un calor intenso recorrió su cuerpo y a eso le siguió un estallido interno de poder que parecía querer disolver en pequeñas moléculas cada parte de su cuerpo. Dolía, pero su garganta estaba cerrada y era incapaz de gritar.
Supo que su hermano estaba pasando por lo mismo por la forma en la que le agarraba de los brazos y le clavaba los dedos en la carne. Ethan tenía en ese instante el cabello plateado y sus ojos marrones comenzaron a transformarse para convertirse en dos orbes que brillaban con la misma luz que emitían los medallones. Emma vio como Ethan perdía el conocimiento de nuevo y por más que intentó luchar por no perder la consciencia, cayó junto a él, desplomada.
Lo último que escuchó antes de perder el sentido, fueron los gritos de su madre pronunciando sus nombres, eran alaridos de horror y después de eso, todo se desvaneció.
***
Cuando Emma despertó, se encontraba en la seguridad de su habitación y de su mullida cama. Por unos instantes, se llenó de paz al pensar en que todo lo ocurrido había sido una pesadilla, pero al mirar a su alrededor y ver a su madre a los pies de la cama de su hermano mientras le vendaba con cuidado el tobillo, supo que lo ocurrido había sido real.
—Mamá —pronunció con la voz ronca, casi como si no perteneciera a sí misma.
Su madre no la miró, continuó con la vista fija en su hermano que continuaba inconsciente y movía las manos con rapidez colocándole el vendaje en el tobillo inflamado.
—No tengan miedo, mamá arreglará esto —la escuchó balbucear y de vez en cuando se llevaba la mano al rostro para limpiarse las lágrimas—. Esos malditos lobos no conseguirán llevarse a mis hijos, no, no, yo no lo consentiré. Mi niña no caerá en manos de esos monstruos.
Emma no comprendía nada de lo que su madre decía y comenzaba a tener demasiado miedo al ver que su hermano no despertaba.
—Mamá —repitió con la voz temblorosa—. ¿Qué ocurrió? ¿Ethan está bien? —sin importar lo que dijera, su madre parecía estar enfrascada en su propio mundo y no la miraba. En su desesperación, Emma alzó el brazo para señalarla y gritó—: ¡Mamá, te estoy hablando!
Con aquel movimiento, el cuerpo de su madre se alzó en el aire, levitaba y la mujer la miró con el terror dibujado en sus facciones. Emma bajó el brazo con rapidez, asustada por lo que acababa de ocurrir y el cuerpo de su madre salió despedido hacia el suelo con demasiada fuerza.
—Emma… No hagas nada —jadeó su madre con la voz dolorida por el golpe—. No te muevas, hija, no sabes controlarlo.
Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas, estaba aterrada, pero a la vez sentía en su interior una fuerza que deseaba emerger y que no quería detenerse.
—Mami, tengo miedo —lloriqueó, sin dejar de mirar sus manos como si esos apéndices ya no le pertenecieran.
Emma agarró un mechón de su largo cabello y lo observó con la esperanza de ver el tono rojizo que caracterizaba a su familia, pero lo que encontró fue un color plateado, casi blanco. El mismo color que le había visto a su hermano en el bosque y que seguía conservando.
Su madre se levantó del suelo, se llevó la mano a la cadera y se la frotó como si le doliera. Después la miró con cariño a pesar de que el daño se lo había provocado ella.
No sabía cómo o de qué forma, Emma provocó ese accidente, pero estaba segura de que esa fuerza había escapado de su interior.
—Tranquila, pequeña, te prometo que ese hombre no te encontrará. Tu hermano y tú estarán a salvo.
—¿Q-quién? —logró pronunciar a pesar de tener atenazado un nudo en la garganta.
Su madre negó con la cabeza, parecía no querer hablar, pero terminó por hacerlo.
—Los lobos, niña, ya conoces la leyenda de nuestra familia. Esos hombres monstruosos que se convierten en animales salvajes y destrozan a jóvenes inocentes como tú. No permitiré que te ocurra lo mismo que a tu tatarabuela, no te unirás a ninguno de su clase. Confía en mí, borraré tus recuerdos y los de tu hermano, ataré de nuevo vuestra magia y tendrán una vida normal, lo prometo. Esos lobos seguirán malditos, así sea lo último que haga.
Emma quiso continuar preguntando, quería saber a qué clase de maldición se refería. Ella conocía la leyenda, pero era eso, una historia que le contaban a los niños para entretenerlos, no era real. Quería entender qué era toda esa locura de hombres que se convertían en lobos y por qué los querrían a su hermano y a ella, pero su madre se acercó a su cama, colocó la mano sobre su frente y antes de perder el conocimiento escuchó a su madre decir:
—Cuando despiertes, todo habrá vuelto a la normalidad y no recordarás nada.
Diecisiete años después…—Un gran viaje comienza cuando das un primer paso hacia tu destino y estoy segura de que vamos en el camino correcto —murmuró Emma ante la mirada cansada de su hermano.Puede que se estuviera tomando con demasiada seriedad aquel cambio y que estuviera más filosófica que de costumbre, pero en el último año su existencia había sido un caos.A sus veinticinco años, ambos hermanos se sentían perdidos. Sus vidas transcurrieron en la soledad de su cabaña junto al bosque, alejados de la sociedad y bajo la estricta vigilancia de su fallecida madre.La última petición que les hizo fue que se mantuvieran en aquel lugar, que no salieran del bosque y que siempre estuvieran unidos. Al menos, continuaban juntos, en eso no le habían fallado.—Quien no arriesga no gana, ¿no? —Ethan repitió las mismas palabras que Emma le había estado diciendo sin parar durante el último mes—. Quizá mamá exageraba, hemos llegado hasta aquí y quitando esa mirada apreciativa que me echó aquella
La amable anciana no mintió cuando les dijo que ella los llevaría. Les permitió cargar sus pertenencias en el coche y Emma se sentó en el asiento del copiloto a pesar de las expresiones de enfado de su hermano.Ethan era demasiado sobreprotector con ella, siempre lo había sido, pero desde que su madre falleció ese comportamiento se incrementó de forma considerable.Al parecer, a su hermano la adorable anciana le causaba escalofríos y solo accedió a que los llevara porque no tenían otra opción. En algún momento, no supo precisar si habían pasado minutos u horas desde que entraron al coche, ambos se quedaron dormidos.Fue muy extraño, al menos lo era para su hermano ya que él no bajaría tanto sus defensas como para caer en un sueño profundo, pero Emma lo achacó al cansancio del viaje desde Pensilvania a Alaska. Cuando abrió los ojos, el paisaje que había a su alrededor ya no era el de la ciudad.Se encontraban en mitad de las montañas, en una carretera estrecha y con una vista de riscos
Emma sabía que no debía mirar, que era de una pésima educación que sus ojos se movieran de forma involuntaria hacia el miembro viril de ese hombre desnudo. Aunque llamarlo miembro era no darle la importancia adecuada, quizá debía llamarlo un arma de destrucción masiva, un garrote enorme, ¡un hacha! Eso era, ese hombre podría romper troncos con eso que llevaba entre las piernas.Jamás había visto algo así, aunque debía reconocer que su experiencia viendo esas partes del cuerpo masculino eran escasas, o mejor sería decir que eran nulas. Puede que hubiera crecido con su hermano Ethan, pero a ella nunca se le ocurrió pedirle que le mostrara lo que ocultaban los hombres. A Emma lo referente al sexo masculino no le había llamado la atención.Hasta ese momento, porque ese portento de masculinidad que tenía frente a ella la atraía de una forma que no podía explicar con palabras.Quizá se estaba mintiendo a sí misma. Emma podría haber crecido en una familia monoparental, no había tenido un pad
Asher los vio alejarse hacia esa casa sin poder pronunciar ni una sola palabra. Su beta lo sujetaba del brazo con fuerza, aunque si él quisiera soltarse y matar a los intrusos nadie podría detenerlo.Lo único que podría impedirlo sería la casa, porque tenía bastante claro que la protección mágica seguía en pie y no le permitiría entrar. Esa construcción no había permitido que un solo lobo se acercara y esos extraños podían acceder a ella con libertad.En ese instante, lo único que quería era mantener las emociones contradictorias bajo control. Su mente le decía una cosa y su lobo se empeñaba en llevarle la contraria.Nunca, hasta ese momento, estuvo tan en contra de lo que su lobo interno le pedía y menos le costó controlarlo. Estaba fuera de sí y su beta lo sabía, su amigo se daba cuenta del debate interno que estaba viviendo.—Quiero que se vayan hoy mismo —graznó con los dientes apretados mientras sentía que el lobo se negaba a esa petición.—Alfa, no quiero rebatir sus órdenes, pe
Emma tenía tanto miedo que no rechistó y corrió detrás de Ethan para escapar de aquella casa y del extraño pueblo, pero su capacidad física no era tan buena como la de su hermano. Aunque Ethan cargó la maleta más pesada, el peso de la suya la ralentizaba demasiado y hacía que fuera difícil subir la pequeña cuesta que daba salida a la propiedad. El frío, el miedo, la nieve y que sentía que le faltaba el aire, no le pusieron las cosas fáciles, pero su peor enemigo fue el hielo. Emma sintió como sus pies se deslizaban, intentó mantenerse en pie sosteniéndose de la maleta sin mucho éxito y tras varios tropiezos acabó tirada en el suelo nevado. —¡Vete, Ethan! —le pidió como si se ofreciera a un sacrificio—. Yo te seguiré después, pero si no lo hago continúa sin mí. Un recuerdo extraño invadió su mente, como un dejavú. Vio la imagen de su hermano muchos años antes, cuando tenían ocho años. Ambos corrían por el bosque que les había dado cobijo en Pensilvania cuando él tropezó. El rostro q
Asher no quiso mirar hacia atrás y ver el rostro aterrado de Emma. Se sentía furioso consigo mismo y más con su lobo. Por unos instantes, al verla suplicando, sintió compasión de ella y estuvo a punto de consolarla. Si no fuera por el intenso gruñido de su prometida, habría cometido una locura y la hubiera abrazado. ¡Abrazar a una bruja! ¡Jamás!Pero ¿y si no lo era? Asher no podía quitarse ese pensamiento de la mente. Los nuevos miembros del pueblo parecían solo dos humanos comunes y bastante asustados, pero había algo en ellos que no encajaba. Aunque eso era una apreciación personal, sería la primera vez que interactuara con un humano, quizás todos ellos tenían ese extraño aroma y él no lo sabía.La idea de que fueran inocentes y que hubiesen llegado allí por casualidad turbó sus pensamientos, pero enseguida lo desestimó. Eso no era posible, nadie podía entrar o salir de Silvershade Summit y menos un humano. En cuanto llegaran a su casa interrogaría a la bruja y saldría de dudas.Lo
Emma debería estar asustada, queriendo huir y muy preocupada por la situación que estaba viviendo, pero, en lugar de eso, estaba en aquella cálida habitación, con el hombre más atractivo que había visto en su corta vida y lo miraba como una tonta enamorada mientras él se encontraba demasiado cerca de su cuerpo.Asher estaba tan cerca que podía sentir el calor de su aliento sobre los labios. Si su hermano la estuviera viendo en ese momento le daría un golpe con la palma de la mano en la nuca con tal de hacerla reaccionar.¡Por Dios, Ethan! ¡¿Cómo se había olvidado de su hermano?! Ella debería estar dando gritos y exigiendo que la sacaran de allí y la llevaran con él, pero el lugar de hacer eso se encontraba sosteniéndose del escritorio porque sentía que le fallaban las piernas.Todo se silenció, no hubo más preguntas de Asher ni tampoco Emma logró llenar el silencio con una inagotable verborrea. En aquel momento, ella solo podía sentir el calor que emanaba del cuerpo de ese hombre que
Asher no entendía lo que había sucedido, su lobo había tomado el control de su cuerpo y no tuvo forma de detenerlo. Eso no ocurría desde que era un lycan inexperto que apenas controlaba la transformación. Daba gracias a que su beta hubiera interrumpido, si no lo hubiera hecho la habría marcado. Tenía toda la intención de morderla y hacerla suya.Lo peor y de lo que más se avergonzaba, era de que había sido muy consciente de que lo se disponía a hacer su lobo y no intentó impedirlo. Se rindió, no quería luchar contra el olor de esa mujer que parecía envolverlo hasta dejarlo sin voluntad.—¡¿Qué quieres, Alaric?! —gruñó una vez estuvo frente a la puerta y detuvo el avance de su beta.Esperaba que la bruja tuviera la perspicacia de componer su ropa y bajarse del escritorio, no deseaba que nadie supiera lo que estuvo a punto de pasar en esa habitación.Su beta entrecerró los ojos e intentó mirar en el interior de su despacho, pero Asher había colocado su cuerpo frente a él para impedírsel