Retando a la suerte

Esa noche, luego que los sirvientes se fueron a dormir, Beatrice fue hasta la habitación de Edwar, necesitaba estar con él. Tocó a la puerta, pero él no abrió, ansiosa se adelantó a mover el picaporte, logrando abrirla fácilmente. Ella entró al dormitorio, pero él no estaba, se dirigió hasta el baño y tampoco lo encontró.

¿Dónde podía haberse metido? Se preguntó.

Salió de la habitación, llevando su cuerpo ligeramente cubierto por la sugerente bata negra de seda y encajes, la cual se había colocado exclusivamente para mostrarle todos sus encantos a su nuevo amante. Bajó las escaleras sigilosamente para no hacer ruidos y despertar a algunos de los empleados de la mansión.

Al pisar el último escalón, oyó un ruido en la cocina, imaginando que debía ser Edwar se dirigió hacia allá.

—¡Ed! —susurró en medio de la oscuridad. La luz se encendió de pronto y frente a ella estaba la ama de llaves.

—¿Necesita algo, Srta Beatrice? —preguntó en tono irónico.

—Sí, venía por un vaso con agua.
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