A merced del aplha

—¿Dónde estoy? —preguntó aún mareada por el olor a clorofina. Al levantar el rostro vio a su padre colgado a más de medio metro de altura, amordazado y con las manos atadas a una viga de hierro.— ¡Papá! —exclamó.

Llevaba más de seis años sin saber de él. Pero le bastó ver su rostro un tanto más demacrado para reconocerlo.

—¿Por qué lo tienen allí? —preguntó al enorme guardián.

—No se preocupe, su querido padre estará bien. Claro, si usted hace lo que debe hacer. —añadió en tono amenazante.

—¿A qué se refiere? —intentó incorporarse, pero no pudo, tenía un par de cadenas sujetando sus tobillos y sus manos atadas con una abrazadera de plástico que le impedía mover sus manos.

—No intente escapar, señorita. No podrá lograrlo. Su padre la vendió a nuestro jefe de la manada y sólo estamos previendo que eso ocurra. Si usted colabora tanto usted como su padre estarán con vida, si no, su padre morirá y de igual manera tendrá que casarse con el alpha. Usted decide s
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