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Capítulo 3; El amargo trago de tu traición.

El trayecto fue tranquilo, tres paradas, una para comprar unos deliciosos postres de chocolate, Adara los amaba aunque intentaba no comerlos con frecuencia, la segunda parada para comprar un deliciosa botella de vino tinto y la tercera, para comprar dos docenas de rosas rojas, quería sorprenderla con esos hermosos detalles que su querida Adara, amaba. 

El apartamento de ella era hermoso, muy elegante y estratégico, subió al quinto piso, seguido de sus hombres, introdujo su llava en la puerta y  luego tomó las rosas y la botella.

—Ustedes, esperen aquí.

—Por supuesto, señor— respondieron al unísono. Entró, cerrándo tras él, se encaminó a la sala, para colocar las rosas, y luego ir a la cocina por un par de copas, su amada le había dicho que intentaba descansar así que posiblemente estuviese dormida.

Pero no.

No.

No era posible.

Al llegar a la elegante y bien decorada sala se detuvo, al igual que su respiración y sus latidos... aquello no... era imposible. El apartamento de Adara, era espacioso, elegante y lujoso, pero no tan grande. Alexander, llevó la vista al suelo, donde descansaba un vestido color rojo, un par de zapatos masculinos y una corbata.

¡Maldición, no podía ser!

La ira y el dolor se mezclaron en su pecho, ¿Cómo era posible, cómo?, quiso estallar en furia cuando los gemidos femeninos llegaron a él, maldijo internamente, sus ojos se llenaron de lágrimas y cerró los ojos para respirar e intentar calmar las ganas que tenía de volver y pedir el arma a alguno de sus hombre y acabar con su infiel novia y su amante, en el bolsillo de su chaqueta reposaba el estuche de terciopelo que contenía el anillo que se suponía que le daría, en su mano izquierda, la botella de vino, en su mano izquierda las veinticuatro rosas rojas, no podía explicar el dolor que le recorría.

¿Por qué?

¿Por qué ella, lo estaba engañando?

No, no podía dejarse arrastrar por la ira, el odio y el desconsuelo, no podía cometer un crimen, no lo valían, tenía una hija en la que debía pensar, una madre enferma que le esperaba, no podía cometer una estupidez, respirando varias veces, caminó hasta el elegante sofá, donde dejó las rosas, con pasos sigilosos se dirigió a la cocina donde descorchó la botella y se sirvió una copa de vino, seguido por los gemidos de la habitación, volvió al sofá y tomó asiento, con la copa frente a él, mientras degustaba del liquido que tanto disfrutaba, pero que irónicamente le resultaba tan amargo en aquel momento, y  allí se qudó, bebiendo de la copa, esperando...

Estuvo alli sentado por lo que parecieron horas, hasta que los sonidos cesaron, quiso entrar a la habitación, pero había tomado la decisión de no moverse, ella saldría en algún momento, y quería que esa fuese la imagen que se encontrara, a él, sentado en el sofá de su sala, bebiendo vino, mientras ella se revolcaba con otro, después de haberle ofrecido una noche romantica, sintió asco, ¿Cuántas veces había ocurrido aquello?, ella teniendo encuentros con otro, y luego ofreciéndole su cuerpo...sintió repulsión hacia aquella mujer a la cual le había entregado el corazón, presionó la copa con mucha fuerza, al igual que sus dientes... era un idiota, un redomado idiota. . . 

Cuándo pensó que ella jamás saldría, y llevaba la mitad de la botella, Adara apareció por el corto pasillo que dirigía a la habitacion, el cabello húmedo, su cuerpo cubierto por una bata de seda, descalza, al levantar la vista se topó con la fría mirada de él, Ella se detuvo de golpe y luego dió un paso atrás, las manos quedaron suspendidas a cada lado de su cuerpo, mirándolo con ojos abiertos, que inmediatamente se llenaron de lágrimas. Alexander, la miró con odio, sintió tanta ira, pero la reprimió casi de inmediato.

—A... Alex...

—Pensé que jamás terminarías, ya sabes...con eso que te mantenía tan ocupada— las mejillas de la mujer se humedecieron.

—¿Hace cuánto...?

—¿Hace cuánto estoy aquí?—sonrió malicioso—el tiempo suficiente, creéme—señaló la botella de vino, la mujer la vió, observó las rosas junto a él en el sofá, sus lágrimas silenciosas, se deslizaban y eran reemplazadas por unas nuevas.

—Puedo... explicarlo, Alex... ander.

—Seguramente sí— bebió de su copa— una copa de vino— miró el oscuro liquido— para el amargo trago de tu traición, Adara...

—Alexander, escúchame...

—¿Qué me dirás?, ¿Que no es lo que yo creo?, la m*****a frase trillada con la que se excusan todos los infieles.— Aunque sus palabras tenían un tono amargo y lleno de dolor, su voz era firme, y tranquila.

—Baby...

—Juro que si vuelves a llamarme así...— presionó su mandíbula con fuerza—ésto terminará en trágedia.—sencillamente, si no lo hubiese visto, no habria podido creerlo—negó con la cabeza— ¡Por Dios, Adara!, ¿Crees que soy idiota?

—No... Por supuesto que... no, esto tiene...una explicación Ba, Alexander— intentó acercarse.

—Si te atreves si quiera a dar un paso más hacia mi, te torceré el cuello—la mujer retrocedió y se llevó una mano al pecho, ante la fuerte amenaza, pronunciada con aquella voz suave y tranquila— supongo que sí, debe haber una explicación, seguramente será muy buena, pero no pienso escucharla— dejó la copa en la mesa para luego ponerse de pie.

—Por favor...por favor...— Alexander, metió la mano a su bolsillo y sacó un estuche de terciopelo negro y se lo mostró.

—Venía como un idiota, quería sorprenderte y pedirte que fueses mi esposa— la mujer lloró y su rostro se desfiguró por el llanto, entonces Alexander, volvió a guardar la cajita que contenía el anillo— pero no lo mereces, no mereces mi amor, mi respeto, ni siquiera mereces mis consideraciones.

—Déjame explicarte, por favor...

—¡ESTOY LISTO PARA COMER ALGO!— se escuchó un grito en una voz masculina, Alexander presionó la mandibula con fuerza y la miró con desprecio—¿Qué suced...?— la pregunta quedó sin llegar a terminarse de formular, cuando James Miller, apareció por el pasillo, con el cabello también húmedo, y la parte inferior cubierta por una toalla de baño—demonios...— susurró en cuánto vió a Alexander.

—¿Con James Miller?, Debe ser una broma, Adara— el hombre frunció el ceño—¿Con tu manager?, ahora entiendo las largas jornadas, "laborales", los muchos viajes juntos y... toda esa m****a que decias, allí les dejo las rosas y lo que queda del vino para que brinden después de tan ardiente encuentro—sonrió y se giró para marcharse, mientras escuchaba los debiles sollozos de la mujer.

—Alexander, por favor espera...dame la oportunidad de...— Alexander se giró hacia ellos, los miró a ambos, la mujer había dado un par de pasos para acercarse.

—Ni te atrevas, ni se te ocurra tocarme, no te acerques, no me busques, déjame en paz o... te lo advierto, en cuánto a ti, — le dijo a un callado James— si vuelvo a verte, te mato— y dicho aquello caminó a la puerta, cerrándola con fuerza tras él, escuchándo como ella, lloraba.

—¿Señor...?

—Volvemos a la empresa, Jones.

—Como usted diga, señor— respondió el hombre.

—Me adelantaré para sacar el auto.

—Si, Davis— miró a su otro guardaespaldas— quiero salir pronto de aquí...

Mientras viajaba en el auto de regreso a la oficina, pensaba en la mezcla de sentimientos que tenía dentro de él; rabia, ira, odio, asco, repugnancia... jamas, jamás imaginó que Adara, pudiese hacerle algo como aquello...no solo había roto su corazón, había destrozado su orgullo, había acabado con sus planes de una familia... Regina, Regina ya no tendría la figura materna que esperaba, su madre, su enferma madre se sentiría decpecionada al comunicarle que ya no se casaría, y por si fuese poco, se vería envuelto en medio de escándalos, chismes, rumores, seguramente aparecería en revistas de cotillero, todos intentándo descubrir el por qué de su repentina separación de la modelo.

Quiso maldecir, no una, no dos, sino mil veces, todo, todo se había arruinado, todo se había ido a la basura, cerró los ojos evitándo las lágrimas de humillación que amenazaban con escapar de sus ojos, se sentía demasiado humillado, todos sus planes de vida estaban arruinados, ¿Cómo superaría éste golpe?, después de Iliana, no había amado a nadie más, después de siete largos años de soledad, con alguna que otra aventura ocasional, al fin había descubierto el amor, solo para terminar de aquella manera; lastimado y humillado, maldijo la hora en la que Adara Black, se había metido en su corazón.

Ya se imaginaba a su madre, lamentándose, a Regina, durante todas las vacaciones renegando una vez más de su suerte de no tener a nadie, pero sobre todo, ya se imaginaba a sí mismo, sintiéndo pena por él cuándo se mirara al espejo y viese el rostro de un idiota enamorado al cual le habían sido infiel.

¡Desgraciada!

Se activó en él la vena vangativa, debía haber una solución, algo que pudiese hacer, algo para recuperar su orgullo y devolverle el golpe bajo a Adara y al imbécil de James Miller... pero, ¿Qué?

—Señor, estamos llegando— escuchó la voz de Davis, uno de sus hombres, abrió los ojos y lo encontró mirándolo por el retrovisor— entraré al estacionamiento.

—No, Davis, déjame en la entrada principal.

—Como usted diga, señor— dijo el hombre luego de asentir, tras unos minutos, estacionó en vehículo, Alexander bajó, y luego Oliver Jones, tras él.

—Ve y guarda el vehículo— dijo hablándole al chofer— iré con Jones, puedes alcanzarnos arriba.

—Si, señor.—Alexander suspiró, se supone que ya se había despedido de su secretaria, hasta el día siguiente, lo bueno; era el jefe, nadie se atrevería a preguntar algo o cuestionarlo. Alexander, comenzó a caminar para subir las escaleras que lo dirigirían a la entrada de su empresa, detrás y a una distancia prudente, Jones lo seguía en silencio, vió que alguién se acercaba corriendo rápidamente hacia él, se encontró con una jóven que venía llorando y parecía ignorar que iba directamente a golpearse contra él, la mujer no se detuvo y él se preparó para el impacto, recibiendola contra su pecho, Jones se acercó a él, pero con un gesto lo detuvo.

—Señorita... ¿Está usted bien?

—Yo... lo sient..siento— Gianna, elevó sus ojos para mirar al extraño que le hablaba, lo había golpeado, tropezando directamente con él— lo siento mucho— gimio con desconsuelo— lo siento— volvió a decir, sollozándo, Alexander la miró aterrado, por la forma en la que la mujer lloraba, y por todo el dolor y la angustia encerrada en su mirada.

—Tranquila— le susurró— todo está bien.

—¡Nada está bien!— gimió ella llorando con más fuerza, antes de abrazarlo y refugiarse en su pecho para continuar sollozando, abundantes lágrimas se deslizaban por sus mejillas, por un instante, Alexander no supo qué hacer y Jones, lo miraba como esperando instrucciones, sintiendo pena por la mujer, y sintiendo su propio dolor, le devolvió el gesto, rodeándola con los brazos, estrechándola contra él, sintiéndose confundido, la mujer se aferraba a él, mientras parecía a poco de desvanecerse alli mismo, la dejó llorar por un par de minutos, mientra susurraba que todo estaría bien, mientras el delicioso olor de su cabello le inundaba las foses nasales. — Lo siento, mucho— dijo ella alejándose un poco— necesitaba un poco de... consuelo— lo miró a través de las lágrimas y con el labio inferior temblando.

—No se preocupes, ¿Está usted bien?

—Jamás volveré a estar bien— el labio inferior femenino tembló.

—¿Puedo ayudarla?—preguntó frunciendo el ceño.

—¿Tiene una maquina del tiempo?— Alexander la miró como si ella hubiese enloquecido.

—No, señorita, lo siento.

—¿Y una pócima de olvido?— lloró y el negó con la cabeza.

—Me temo que no— ella terminó de alejarse.

—Entonces sáqueme de aquí—lloró— de la ciudad, del país, del mundo...— sollozó, Alexander la miró en silencio por unos minutos, veía tanto dolor y sufrimiento en aquella mujer, una idea bailó en su cabeza... ¿Sería posible?— lo siento, soy una tonta.

—No ha hecho más que disculparse y no tenemos ni cinco minutos aquí— le regaló una media sonrisa.

—Es cierto... yo... debo irme— sorbió por la nariz, entonces él, sacó un elegante pañuelo que le tendió, y ella tomó con manos temblorosas antes de agradecer.

—Creo que puedo ayudarla, señorita...

—¿Qué?— ella lo miró confundida, limpiando su lágrimas.

—Que de hecho, sí puedo ayudarla— sonrió— puedo sacarla de aquí, de la ciudad y también del país— ella lo miró fijamente.

—¿De qué habla?— preguntó con voz temblorosa.

—Le invito un café, usted se tranquiliza un poco y yo le explico, si todo sale bien— sonrió— le ofreceré el mejor trato de toda su vida...

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