CAPÍTULO 2: NUEVO NOVIO, MISMO DÍA.
El hombre comenzó a caminar hacia el altar. Todo en él gritaba enigma y poder. Caminaba como alguien que iba por lo que quería, vistiendo un traje negro de tres piezas que moldeaba cada músculo de su cuerpo, y su cabello estaba un poco revuelto, dándole un aspecto salvaje. Era un hombre que, a pesar de su frialdad y aspecto peligroso, lograba que todas las presentes se derritieran por él.
Los susurros entre los invitados no se hicieron esperar.
"¡¿Es él?! ¡Por Dios, ha vuelto!"
"No se supone que murió al igual que..."
"Shh, es mejor no mencionar su nombre..."
En el altar y junto a Svetlana, Ricardo tragó un par de veces, sintiendo su corazón en la garganta. Lo último que había pensado era ver a Enzo Bianchi allí. El hombre se detuvo al llegar a ellos, pero sus ojos en ningún momento se apartaron de Svetlana, quien, desde que lo vio, tampoco pudo apartar los ojos de él. Ella se sentía atraída, pero al mismo tiempo nerviosa. Y sin ninguna explicación, ese misterioso hombre hacía que su estómago revoloteara.
—¿T-t-tío...? —balbuceó Ricardo.
Fue cuando, finalmente, Enzo se dignó a mirarlo. Y aunque luchaba por mantener una fachada fría, por dentro no podía evitar estar asustado. Todos conocían la reputación del hijo ilegítimo de Alessandro Bianchi, su abuelo. Y para nadie en la familia era un secreto que tan pronto murió, Enzo y su madre habían sido echados.
—Tío... no sabía que habías venido a mi boda... de haberlo sabido, yo... —comenzó a decir tratando de congraciarse.
Pero Enzo levantó una mano, haciéndolo callar.
—No estoy aquí por ti. Tu boda no me interesa en absoluto. —dijo con frialdad. Luego, miró a Svetlana y añadió con una sonrisa— Estoy aquí por ella.
Las cejas de Ricardo se fruncieron y miró a Svetlana sin entender.
—¿Qué...?
Mientras, ella casi se quedó sin aire después de lo que escuchó. Enzo miró nuevamente a Ricardo y alzó una ceja, como si hablar con su sobrino le hiciera perder el tiempo.
—¿De verdad eres tan lento? ¿O simplemente disfrutas de hacerme perder el tiempo? —le espetó con desprecio y su voz cortante como una navaja—. Porque te aseguro, sobrino, que muchos han perecido por menos.
Las manos de Ricardo se apretaron al sentirse avergonzado y la impotencia se apoderó de él. Sin embargo, no era tonto y sabía que provocarlo sería firmar su sentencia de muerte.
Hace diez años, cuando fueron echados de la familia Bianchi, todos pensaron que jamás volverían a tener noticias de ellos. Pero en cambio, Enzo no solo había regresado, sino que además, lo había hecho convertido en el poderoso capo de la mafia italiana en Chicago, conocida como la Cosa Nostra.
Algo que no escandalizó a los Bianchi ya que ellos no estaban completamente desligados de la mafia, las empresas familiares tenían ciertos negocios con ellos, especialmente con los Di Ilustro.
Lo que no entendían era qué rayos hacía ahí.
De repente, Enzo extendió su mano hacia Svetlana sin decir una palabra, y ella, sin entender o saber por qué, la tomó. Él apretó su mano levemente y una especie de electricidad la recorrió, algo que la tomó por sorpresa, ya que no soportar que la toquen era algo que le había valido el apodo de rara.
—¿Podemos hablar? —pidió Enzo, y su voz grave y masculina sacó a Svetlana de su trance. Ella tragó y se humedeció los labios para responder, sin saber el impacto que este simple gesto tuvo en el cuerpo del hombre frente a ella.
—S...sí —respondió, luchando por sonar calmada.
Enzo asintió, y ella estaba a punto de seguirlo cuando su otra mano fue sujetada por Ricardo.
—¿Qué pasa contigo? —le dijo Ricardo con frialdad y reproche. Svetlana miró la mano que tocaba su piel y el asco y desagrado se apoderó de ella.
—No me toques —le exigió. Pero él no hizo ningún intento de soltarla.
—No creas que vas a dejarme en ridículo aquí delante de todos, Svetlana... Tú y yo, tenemos un...
—¿No la escuchaste? —interrumpió Enzo con una clara advertencia en su voz—. ¿O necesitas que te ayude a entender?
Sus ojos azules y fríos hicieron que Ricardo la soltara, aunque por dentro la furia lo consumía.
Una vez libre, Svetlana siguió a Enzo hasta una habitación privada de la iglesia. Diciéndose que quizás estaba loca o quizás solo quería salvar su orgullo, pero que si esta era la manera, le seguiría el juego a este misterioso hombre.
«No… al tío de Ricardo» se corrigió.
La puerta se cerró y Svetlana dio un respingo. Su corazón comenzó a latir más aprisa cuando Enzo empezó a acercarse, sus ojos devorándola como un animal a su presa. Ella tragó y luchó por mantenerse en control; sin embargo, retrocedió hasta que su espalda desnuda presionó la pared detrás de ella.
—Yo... yo... estoy dispuesta a... seguirte el juego —balbuceó—. Sé que quizás... quieras molestar a Ricardo y créeme, yo también... Además de que necesito salir de esta boda, así que... seguiré tu juego.
Él la miró un instante antes de que sus labios se curvaran en una sonrisa. Sus ojos la detallaron a fondo y le pareció aún más hermosa que en la fotografía que Bruno Johns, el padre de Svetlana, le había mostrado.
Bruno tenía una deuda con él.
Había acumulado lo suficiente en sus clubes como para que Enzo enviara un aviso de cobro. Una paliza había sido una simple advertencia. Después de eso, Bruno se presentó en su oficina proponiéndole un trato, y por alguna razón, cuando vio la foto de Svetlana, la quiso para él. Tras investigar a fondo, descubrió que ella era la prometida de su sobrino y se regocijó al darse cuenta de que mataría dos pájaros de un solo tiro. No solo obtendría una esposa que le diera herederos, sino que además saborearía el placer de humillar públicamente a los Bianchi.
Enzo dio un paso más, y su presencia hizo que Svetlana tragara saliva nuevamente, atrapada por su aroma masculino. Él extendió una mano y la apoyó firmemente contra la pared, bloqueándole cualquier salida, mientras con la otra rozaba un mechón de su cabello castaño. Su voz, fría y seductora, cortó el silencio:
—¿Estás segura?
Svetlana asintió de inmediato, sin poder disimular el nerviosismo que se agitaba en su interior. Mientras que Enzo disfrutaba de la suavidad de su cabello entre sus dedos, y no tardó en imaginarlo desparramado sobre sus sábanas mientras exploraba cada rincón de su cuerpo. Entre las cosas que lo atraían de ella estaba su belleza inusual y sus ojos de un azul zafiro hipnotizante.
Después de un último vistazo, se apartó.
—Bueno… ya que estás decidida, entonces vamos —dijo, extendiendo su mano nuevamente.
Ella la tomó, y él, con una sonrisa sarcástica y fría, añadió:
—Después de todo, mi sobrino debe estar impaciente.
CAPÍTULO 3: UN PACTO SELLADO CON UN BESO.Los invitados se sumieron en un silencio absoluto cuando Enzo y Svetlana hicieron su aparición, avanzando hasta el altar con paso firme. Todos parecían contener la respiración, sin apartar la vista de la pareja. Ricardo dio un paso adelante, comprendiendo de golpe lo que significaba aquella escena: Svetlana había aceptado en serio la propuesta de su tío.—¡¿Qué mierd@ estás haciendo?! ¿Vas a casarte con él, después de lo que hice por tu madre? —dijo Ricardo en un tono bajo, frío y lleno de reproche.Svetlana lo miró de forma helada y finalmente podía ver quien era Ricardo Bianchi en realidad.Cuando su madre adoptiva enfermó y él se encargó de los gastos médicos, en aquel momento le dijo que lo hacía porque era su deber y ella habia pensado que habia encontrado al hombre perfecto. Ahora esa fachada se había desmoronado, revelando un hombre que no podía amar, mas que a el mismo.—Finalmente muestras tu verdadera cara, Ricardo —dijo Svetlana con
CAPÍTULO 4: YA NO PUEDES ESCAPAR DE MÍ.Enzo se apartó de Svetlana, dejando entre ellos un silencio que le pareció ensordecedor. Ella tragó saliva, intentando calmar el frenético latido de su corazón, mientras los ojos de su nuevo esposo la recorrían intensos y posesivos.—Eres mi esposa ahora, Svetlana —le dijo en voz baja y seductora, llena de dominio—. Me perteneces.Sin apartar la mirada, extendió su mano hacia ella bajo el silencio opresivo de los invitados, y Svetlana, dudosa, volvió a tomarla. Juntos avanzaron hasta la salida de la catedral, con miradas curiosas y algunas furiosas siguiéndolos. En silencio, subieron al auto que aguardaba por ellos.Una vez dentro, Svetlana notó cómo el ambiente se llenaba de una incomodidad aplastante. Pero su mente no dejaba de girar entre preguntas y dudas que la confundían y la asustaban. Finalmente, tomó aire e intentó calmarse y, con un hilo de voz, se animó a hablar.—¿Podrías… podrías llevarme a mi casa?Enzo apartó la vista de la ventan
CAPÍTULO 5: DESAFIAR LAS REGLAS.Svetlana caminaba de un lado a otro en la habitación, con las palabras de Enzo se repitiéndose en su cabeza.“Tu padre te vendió".Su cuerpo reaccionó con ira, sus manos se cerraron en puños tan fuertes que sus uñas se hundieron en la piel, y entre dientes dejó escapar una maldición. Sentía que su odio por Bruno la quemaba desde adentro.Ella había llegado a la familia Jhons cuando tenía seis años. Celeste y Bruno decidieron adoptar, después de que Celeste no lograra concebir, a pesar de intentarlo todo. En el orfanato, las monjas le contaron que había llegado allí como un bebé de seis meses, dejada por alguien que la abandonó en plena noche, envuelta en una manta y con un collar que desde entonces no se había quitado, que llevaba su nombre grabado. Fue ese detalle el que llevó a las monjas a llamarla Svetlana.Sus primeros años en el orfanato fueron tranquilos, dentro de lo que podía recordar. Pero a medida que crecía, las preguntas la llenaban de inc
CAPÍTULO 6: NOCHE DE BODAS.Svetlana cayó sobre la suave grama y se sacudió las manos con una sonrisa en el rostro, disfrutando de la breve libertad que acababa de encontrar.—Jódete, Enzo —murmuró con un tono de burla, disfrutando el momento de su pequeña escapatoria.Estaba a punto de trepar el enrejado cuando un leve sonido detrás de ella la detuvo. Alguien se aclaró la garganta. Giró rápidamente, y la sonrisa que adornaba su rostro se desvaneció al instante.—¡Jesús! —siseó, llevándose una mano al pecho—. ¿Desde cuándo estás ahí?Enzo dio un paso hacia ella. Sus ojos, fríos como el Ártico, no la soltaban.—¿De verdad crees que hay algo que yo no sepa, bellezza? —preguntó con voz controlada—. Te he estado observando desde el momento en que abriste la ventana.Svetlana sintió el color drenarse de su rostro, y retrocedió un poco más, aunque no había adónde ir. Enzo la acorraló con su cuerpo, y sus labios se curvaron en una sonrisa burlona.—Me has dado una buena vista… —dijo, mirándo
CAPITULO 7: HACERLA SUYA.Svetlana se incorporó en la cama y, sin perder un segundo, agarró la primera almohada que encontró y se la lanzó a Enzo con toda la fuerza que tenía.—¡Eres un maldito cretino! —le gritó, con los ojos chispeando de furia.Enzo esquivó la almohada con una risa, sin mostrar ni un atisbo de molestia, disfrutando de cada uno de sus intentos de resistencia.—Me encanta cuando haces esto más interesante, bellezza —dijo, dando un paso hacia ella, con la mirada oscura y una sonrisa peligrosa—. Me gustan las cacerías.Svetlana, sin amedrentarse, le lanzó otra almohada y luego se escabulló hacia el otro lado de la habitación, buscando cualquier cosa que pudiera usar como barrera. Sabía que no duraría mucho, pero la sola idea de no cederle el control le daba fuerzas.—¡Aléjate, idiota! —gritó, tratando de mantener la distancia—. No tienes ningún derecho… ¡eres un cerdo arrogante y... y un miserable!Pero Enzo se detuvo, relajado, y comenzó a desabotonarse la camisa, su
CAPITULO 8: VIRGEN A LOS 30’SEnzo la dejó caer sobre la cama con una delicadeza que contrastaba con la intensidad de sus movimientos. Se inclinó hacia ella, cubriéndola con su cuerpo, y sus labios encontraron los de Svetlana con un hambre controlada, cada beso más profundo que el anterior. Mientras sus manos recorrían su cintura, firmes pero cuidadosas, ella sintió cómo el calor que había comenzado en su pecho descendía en ondas, haciéndola estremecer.Cuando él se posicionó entre sus muslos, ella no pudo contener el gemido que salió de su garganta. Su cuerpo latía justo en su centro, ansioso, desesperado, como si algo que había estado dormido durante toda su vida acabara de despertar.El presionó con firmeza contra ese punto donde ella ardía, y el mundo pareció desvanecerse a su alrededor. En un acto reflejo, Svetlana envolvió sus piernas alrededor de su cintura, acercándolo aún más. Se movió contra él, torpe pero instintiva, buscando algo que no entendía del todo pero que su cuerpo
CAPÍTULO 9: ¿QUIÉN ERES? Enzo salió de su aturdimiento y algo profundo e inesperado surgió en su interior. Mientras sus ojos recorrían el rostro sonrojado de Svetlana, la certeza de que era el primero lo llenó de una posesividad que no conocía. Pero no solo eso; otro pensamiento se afianzó con fuerza: no quería ser solo el primero. Quería ser el único. —Eres mía, Lana —sentenció posesivamente, mientras su mano aferraba su cintura con firmeza—. Solo mía. Nadie más te tocará. Nadie más conocerá esto. ¿Lo entiendes? Ella tragó con labios entreabiertos mientras el calor subía por su cuerpo. Enzo se movió dentro de ella, despacio, explorando su calidez y la estrechez que lo envolvía. Sus manos sujetaron su pequeña cintura con determinación, guiándola, marcando su ritmo. Y por un momento, una imagen clara y poderosa lo invadió: Svetlana, embarazada, llevando a su hijo, a su herencia. La idea se convirtió en una obsesión, un deseo tan fuerte que casi lo hizo perder el control. El cuerpo
CAPÍTULO 10: SIN DIVORCIO.Svetlana respiró entrecortadamente, sus manos temblaban y el aire a su alrededor parecía más pesado. A pesar de su nerviosismo, su voz quebrada logró salir:—Dime la verdad... ¿quién e-eres?Enzo extendió la mano y le acarició la mejilla, un gesto que habría parecido tierno si no fuera por la tensión en el ambiente. Luego se inclinó, acercando sus labios a los de ella, tan cerca que su aliento cálido rozó su piel. Su voz fue un susurro, grave y cargada de significado:—Soy el Don... el Don de la familia Castellani.Las palabras golpearon a Svetlana como un mazazo. Sintió cómo la sangre abandonaba su rostro y un vacío helado se instalaba en su estómago. Todo encajaba ahora, las pequeñas señales que había ignorado, las miradas asustadas en la iglesia, porque había tantos hombres armados, el miedo en los ojos de Ricardo.«Dios mío, Lana, ¿qué hiciste?» se reprochó.Sin embargo, con un hilo de voz, logró murmurar, necesitaba estar segura.—¿E-eres... eres un maf