CAPÍTULO 5: DESAFIAR LAS REGLAS.
Svetlana caminaba de un lado a otro en la habitación, con las palabras de Enzo se repitiéndose en su cabeza.
“Tu padre te vendió".
Su cuerpo reaccionó con ira, sus manos se cerraron en puños tan fuertes que sus uñas se hundieron en la piel, y entre dientes dejó escapar una maldición. Sentía que su odio por Bruno la quemaba desde adentro.
Ella había llegado a la familia Jhons cuando tenía seis años. Celeste y Bruno decidieron adoptar, después de que Celeste no lograra concebir, a pesar de intentarlo todo. En el orfanato, las monjas le contaron que había llegado allí como un bebé de seis meses, dejada por alguien que la abandonó en plena noche, envuelta en una manta y con un collar que desde entonces no se había quitado, que llevaba su nombre grabado. Fue ese detalle el que llevó a las monjas a llamarla Svetlana.
Sus primeros años en el orfanato fueron tranquilos, dentro de lo que podía recordar. Pero a medida que crecía, las preguntas la llenaban de incertidumbre: ¿Quiénes eran sus padres? ¿Algún día vendrían a buscarla? Y si no, ¿acaso alguien querría adoptarla? Esa respuesta llegó cuando Celeste y Bruno firmaron los papeles y se la llevaron a casa.
Celeste se convirtió en una madre amorosa, y desde el primer día la llenó de cuidados. Bruno, en cambio, siempre fue un poco distante. Con el tiempo, se convirtio en un hombre vicioso que se llenó de deudas y lo perdió casi todo. Y ahora por su culpa estaba cautiva en casa de un hombre desconocido y el hombre que amaba la había traicionado. No entendía por qué la vida había sido tan dura con ella, su único consuelo había sido Celeste, la única persona que la había querido de verdad, y justo ahora una enfermedad estaba a punto de arrebatársela
Sin embargo, estaba decidida a hacer algo, no iba a quedarse de brazos cruzados. Miró la habitación, buscando cómo escapar. Se acercó a la ventana, con cautela, y probó la puerta corrediza y, para su sorpresa, estaba abierta. Pero al asomarse, vio que estaba en el segundo piso de la enorme casa.
―¡Demonios! ―gruñó mientras calculaba la distancia―. No moriré, pero seguro me romperé una pierna. Y si eso pasa, es más fácil que ese hombre me atrape.
Miró a los lados buscando una mejor forma de bajar, hasta que notó las cornisas y su mente se iluminó con una idea.
―Gracias, mamá, por darme clases de ballet, tenías razón, me serían útiles ―murmuró, mientras rasgaba la falda de su vestido para poder moverse mejor. Una vez que sus piernas quedaron libres, se preparó, tomó aire y, con el corazón palpitándole fuerte, empezó a trepar.
Sabía que la libertad estaba cerca.
[.]
En el estudio, Enzo jugaba distraídamente con el abrecartas, escuchando los comentarios de Santino y André, que no paraban de hablar.
—Por las bolas de Santa Claus —dijo Santino —, cuando dijiste que iríamos a tu boda, pensé que sería a la tuya. No que le robarías la prometida a tu sobrino.
André se rió con ganas, recordando el momento.
—Y la mejor parte fue la cara de Ricardo —agregó con una sonrisa burlona—. Te juro que cuando te vio, se cagó los pantalones.
Ambos se carcajeaban y continuaban con sus bromas. Pero Enzo apenas prestaba atención. Su mente estaba en otro sitio, específicamente en la mujer que lo esperaba en la habitación de arriba. Sentía una anticipación que nunca antes había experimentado. Aunque siempre había tenido mujeres a su disposición, desde Malena, el ama de llaves, hasta Katiuska, su última amante, ninguna le había despertado un deseo tan intenso como Svetlana. La quería para él solo, de una manera posesiva y casi irracional.
Santino, dándose cuenta de que Enzo no los escuchaba, chasqueó los dedos frente a él.
—¿Nos estás escuchando? —preguntó con una sonrisa curiosa—. ¿Vas a contarnos qué está pasando o no?
Enzo suspiró, recostándose en su silla y dejando el abrecartas sobre el escritorio. Se tomó un momento antes de responder.
—La compré —soltó sin rodeos—. El padre de Svetlana me la vendió, o mejor dicho, le perdoné una deuda a cambio de ella.
Santino y André se miraron, sorprendidos. No es que estuvieran horrorizados; conocían bien el estilo de Enzo. Pero esta vez, la situación era tan inesperada que necesitaban procesarla.
—¿Es en serio? —preguntó André —. La última vez que alguien no te pagó, perdió un brazo. Perdona si me cuesta creerlo.
—Es así como lo escuchaste —respondió Enzo sin titubear—. Le perdoné dos millones de euros a Bruno Jhons. Fue a rogarme por su vida y me ofreció a su hija como pago. Y creo que lo planeó, porque vino preparado con su foto. La vi, me gustó, y me la quedé. Me da igual que fuera la prometida de Ricardo; ahora es mía.
El tono de Enzo era posesivo y decidido, dejando claro que para él no había vuelta atrás. Santino, todavía un poco desconcertado, buscó las palabras adecuadas, sin querer incomodar a su amigo, que no era precisamente paciente.
—Está bien, pero... habías dicho que no querías casarte —dijo—. ¿Qué cambió?
Enzo guardó silencio un instante, como eligiendo con cuidado su respuesta.
—Quiero que me dé un heredero. —Hizo una pausa, luego agregó con un leve encogimiento de hombros—. Ella llegó a mí sin esfuerzo, llámalo destino o lo que quieras. Además, eso es lo que el Padrino siempre quiso, ¿no? Que formara una familia.
Ambos amigos entendieron perfectamente.
Él había llegado a la familia Di Castellani siendo apenas un joven adolescente, y con el tiempo se había ganado la confianza de todos, en especial la de Giuseppe Castellani, el Don, quien lo entrenó y lo convirtió en su mano derecha. Enzo aprendió todo sobre la organización y sus negocios, y cuando el jefe murió, tomó las riendas. Y ahora estaba decidido a proteger el legado, a mantener el control, y sabía que Svetlana sería parte fundamental de ese plan.
André se sentó finalmente, mirándolo con una expresión seria.
—¿Y qué hay de ella? ¿Está de acuerdo?
—Lo que ella piense no me importa, André. ― dijo Enzo soltando una risa seca ―Ahora ella me pertenece. Así de sencillo. Y le guste o no, obedecerá.
André hizo una mueca, acomodándose mejor en la silla.
—Pues déjame dudarlo. Por lo que vi hoy, tu esposa no es tan sumisa como piensas. ¿No viste lo que hizo en la iglesia? —se encogió de hombros—. Algo me dice que no te lo pondrá fácil.
Enzo bufó, sacudiendo la cabeza con arrogancia.
—Se amoldará. Siempre lo hacen. En mi mundo, mando yo, y ella va a aprenderlo.
Santino y André intercambiaron una mirada, sabiendo que cuando Enzo decía algo, era porque lo cumpliría. Sin embargo, justo cuando Santino iba a agregar algo más, el sonido de las alarmas invadió la mansión, rompiendo el silencio y poniendo a todos en alerta. Los guardaespaldas se desplegaron de inmediato, tomando sus posiciones y apuntando hacia cada rincón de la propiedad, mientras Enzo se levantaba y se dirigía hacia el monitor de seguridad.
Al encenderlo, frunció el ceño. Allí, en la pantalla, estaba Svetlana, desafiante y completamente decidida. La escena sorprendió a André, quien dejó escapar una carcajada.
—Parece que esta vez el “domador” encontró una fiera de verdad, Enzo —dijo, con una sonrisa burlona—. ¿Seguro que no quieres ayuda con tu “esposa obediente”?
Enzo apretó los labios, irritado y a la vez fascinado. Sus ojos siguieron cada uno de sus movimientos mientras ella saltaba con agilidad, mostrando la fuerza y destreza de sus piernas torneadas. Esa imagen de rebeldía solo avivó en él algo más oscuro, un deseo mezclado con furia.
«Tal vez » pensó «Es hora de enseñarte Svetlana que, en mi mundo, nadie desafía mis reglas»
CAPÍTULO 6: NOCHE DE BODAS.Svetlana cayó sobre la suave grama y se sacudió las manos con una sonrisa en el rostro, disfrutando de la breve libertad que acababa de encontrar.—Jódete, Enzo —murmuró con un tono de burla, disfrutando el momento de su pequeña escapatoria.Estaba a punto de trepar el enrejado cuando un leve sonido detrás de ella la detuvo. Alguien se aclaró la garganta. Giró rápidamente, y la sonrisa que adornaba su rostro se desvaneció al instante.—¡Jesús! —siseó, llevándose una mano al pecho—. ¿Desde cuándo estás ahí?Enzo dio un paso hacia ella. Sus ojos, fríos como el Ártico, no la soltaban.—¿De verdad crees que hay algo que yo no sepa, bellezza? —preguntó con voz controlada—. Te he estado observando desde el momento en que abriste la ventana.Svetlana sintió el color drenarse de su rostro, y retrocedió un poco más, aunque no había adónde ir. Enzo la acorraló con su cuerpo, y sus labios se curvaron en una sonrisa burlona.—Me has dado una buena vista… —dijo, mirándo
CAPITULO 7: HACERLA SUYA.Svetlana se incorporó en la cama y, sin perder un segundo, agarró la primera almohada que encontró y se la lanzó a Enzo con toda la fuerza que tenía.—¡Eres un maldito cretino! —le gritó, con los ojos chispeando de furia.Enzo esquivó la almohada con una risa, sin mostrar ni un atisbo de molestia, disfrutando de cada uno de sus intentos de resistencia.—Me encanta cuando haces esto más interesante, bellezza —dijo, dando un paso hacia ella, con la mirada oscura y una sonrisa peligrosa—. Me gustan las cacerías.Svetlana, sin amedrentarse, le lanzó otra almohada y luego se escabulló hacia el otro lado de la habitación, buscando cualquier cosa que pudiera usar como barrera. Sabía que no duraría mucho, pero la sola idea de no cederle el control le daba fuerzas.—¡Aléjate, idiota! —gritó, tratando de mantener la distancia—. No tienes ningún derecho… ¡eres un cerdo arrogante y... y un miserable!Pero Enzo se detuvo, relajado, y comenzó a desabotonarse la camisa, su
CAPITULO 8: VIRGEN A LOS 30’SEnzo la dejó caer sobre la cama con una delicadeza que contrastaba con la intensidad de sus movimientos. Se inclinó hacia ella, cubriéndola con su cuerpo, y sus labios encontraron los de Svetlana con un hambre controlada, cada beso más profundo que el anterior. Mientras sus manos recorrían su cintura, firmes pero cuidadosas, ella sintió cómo el calor que había comenzado en su pecho descendía en ondas, haciéndola estremecer.Cuando él se posicionó entre sus muslos, ella no pudo contener el gemido que salió de su garganta. Su cuerpo latía justo en su centro, ansioso, desesperado, como si algo que había estado dormido durante toda su vida acabara de despertar.El presionó con firmeza contra ese punto donde ella ardía, y el mundo pareció desvanecerse a su alrededor. En un acto reflejo, Svetlana envolvió sus piernas alrededor de su cintura, acercándolo aún más. Se movió contra él, torpe pero instintiva, buscando algo que no entendía del todo pero que su cuerpo
CAPÍTULO 9: ¿QUIÉN ERES? Enzo salió de su aturdimiento y algo profundo e inesperado surgió en su interior. Mientras sus ojos recorrían el rostro sonrojado de Svetlana, la certeza de que era el primero lo llenó de una posesividad que no conocía. Pero no solo eso; otro pensamiento se afianzó con fuerza: no quería ser solo el primero. Quería ser el único. —Eres mía, Lana —sentenció posesivamente, mientras su mano aferraba su cintura con firmeza—. Solo mía. Nadie más te tocará. Nadie más conocerá esto. ¿Lo entiendes? Ella tragó con labios entreabiertos mientras el calor subía por su cuerpo. Enzo se movió dentro de ella, despacio, explorando su calidez y la estrechez que lo envolvía. Sus manos sujetaron su pequeña cintura con determinación, guiándola, marcando su ritmo. Y por un momento, una imagen clara y poderosa lo invadió: Svetlana, embarazada, llevando a su hijo, a su herencia. La idea se convirtió en una obsesión, un deseo tan fuerte que casi lo hizo perder el control. El cuerpo
CAPÍTULO 10: SIN DIVORCIO.Svetlana respiró entrecortadamente, sus manos temblaban y el aire a su alrededor parecía más pesado. A pesar de su nerviosismo, su voz quebrada logró salir:—Dime la verdad... ¿quién e-eres?Enzo extendió la mano y le acarició la mejilla, un gesto que habría parecido tierno si no fuera por la tensión en el ambiente. Luego se inclinó, acercando sus labios a los de ella, tan cerca que su aliento cálido rozó su piel. Su voz fue un susurro, grave y cargada de significado:—Soy el Don... el Don de la familia Castellani.Las palabras golpearon a Svetlana como un mazazo. Sintió cómo la sangre abandonaba su rostro y un vacío helado se instalaba en su estómago. Todo encajaba ahora, las pequeñas señales que había ignorado, las miradas asustadas en la iglesia, porque había tantos hombres armados, el miedo en los ojos de Ricardo.«Dios mío, Lana, ¿qué hiciste?» se reprochó.Sin embargo, con un hilo de voz, logró murmurar, necesitaba estar segura.—¿E-eres... eres un maf
CAPÍTULO 11: UNA ESPOSA ASESINA.«Tengo que escapar, tengo que hacerlo cuanto antes», pensó Lana, aferrándose a esa idea mientras corría. No sabía cómo, pero encontraría la manera. Tenía que hacerlo. Porque, aunque odiaba admitirlo, su nuevo marido no era solo peligroso. Era irresistible, y eso lo hacía aún más mortal.Enzo, por su parte, respiró hondo varias veces, tratando de calmar el dolor que aún lo paralizaba. Finalmente, logró enderezarse, envuelto solo en la toalla que llevaba, y apretó los dientes lleno de furia e incredulidad.—¡Lanaaaaa! —gritó, su voz resonando en el pasillo como un trueno—. ¡Corre todo lo que quieras! ¡Pero cuando te atrape, te juro que no podrás sentarte en días!Ella no se detuvo ni un segundo. Sus pies golpearon el suelo frío mientras avanzaba por el pasillo con la bata apenas atada y la respiración acelerada. Sentía cómo el eco de sus propios pasos se mezclaba con los gruñidos y maldiciones de Enzo detrás de ella.“Corre, corre…” se repetía mentalmen
CAPÍTULO 12: APRENDER SU LECCIÓN. Cuando Svetlana entró en la sala principal, Enzo estaba sentado, vestido impecablemente, sosteniendo un vaso de whisky. —¿Te gustó conducir mi Porsche? —dijo; su tono era frío y cargado de sarcasmo—. De verdad, espero que hayas disfrutado la experiencia... porque será la última vez que lo hagas sin mi permiso. La frustración de Svetlana era evidente en su mirada, pero antes de que pudiera responder, Enzo levantó una mano, silenciándola sin esfuerzo. Luego hizo un gesto hacia sus hombres. —Fuera. Los guardaespaldas se marcharon sin dudar y Svetlana, aunque sentía un nudo en el estómago, no apartó los ojos de él. Sabía que mostrar debilidad sería su perdición. Enzo dejó su vaso con un movimiento pausado y se puso de pie. Sus pasos eran lentos, deliberados, como si quisiera recordarle que él dominaba cada segundo de ese momento. Se detuvo tan cerca que podía sentir su respiración y, con un movimiento lento, levantó la mano y le acarició la mejilla.
CAPÍTULO 13: ÚSALO A TU FAVOR.El auto avanzaba por las calles, pero Svetlana apenas registraba el paisaje que pasaba rápido por la ventana. Su mente estaba hecha un torbellino de preguntas y emociones: decepción, rabia, miedo. Mordió su labio con fuerza, tratando de no llorar, pero cada segundo en ese auto le recordaba lo indefensa que estaba.«Maldito seas, Enzo. Desgraciado arrogante. Te odio. Juro que me las vas a pagar. Te juro que voy a escapar, así tenga que quemar este infierno contigo adentro».Sus ojos se fijaron en los guardaespaldas que la acompañaban. Dos hombres de rostros serios. Y en un último intento, Svetlana tragó saliva y trató de razonar con ellos.—Por favor... —dijo, con un tono que era más desesperado que suplicante—. Déjenme ir. No tienen que hacer esto. Él no tiene por qué saberlo. Solo déjenme salir de aquí.Los hombres no dijeron nada. Ni una mirada, ni un gesto. Solo el frío silencio que hizo que su rabia se transformara en una punzada de miedo.—¡Díganme