CAPÍTULO 4: YA NO PUEDES ESCAPAR DE MÍ.
Enzo se apartó de Svetlana, dejando entre ellos un silencio que le pareció ensordecedor. Ella tragó saliva, intentando calmar el frenético latido de su corazón, mientras los ojos de su nuevo esposo la recorrían intensos y posesivos.
—Eres mi esposa ahora, Svetlana —le dijo en voz baja y seductora, llena de dominio—. Me perteneces.
Sin apartar la mirada, extendió su mano hacia ella bajo el silencio opresivo de los invitados, y Svetlana, dudosa, volvió a tomarla. Juntos avanzaron hasta la salida de la catedral, con miradas curiosas y algunas furiosas siguiéndolos. En silencio, subieron al auto que aguardaba por ellos.
Una vez dentro, Svetlana notó cómo el ambiente se llenaba de una incomodidad aplastante. Pero su mente no dejaba de girar entre preguntas y dudas que la confundían y la asustaban. Finalmente, tomó aire e intentó calmarse y, con un hilo de voz, se animó a hablar.
—¿Podrías… podrías llevarme a mi casa?
Enzo apartó la vista de la ventana y fijó sus fríos ojos en ella, con una expresión casi divertida en su rostro.
—¿A casa?
Svetlana asintió.
—Sí, supongo que todo ha terminado, ¿verdad?
Él alzó una ceja antes de responder.
—Pues… vamos a casa y no, no ha terminado —él se giró quedando frente a frente con ella—. Estoy deseando mi noche de bodas.
La cara de Svetlana palideció.
—¿Noche de bodas? Pero… pensé que esto… que todo era una treta —balbuceó con el corazón agitado—, algo para hacer enojar a Ricardo…
Enzo la miró en silencio por un instante, antes de que sus labios se curvaran en una sonrisa fría.
—Te equivocas, amore—dijo con voz suave, pero cortante—. Todo lo que sucedió hoy es real. Más real de lo que imaginas.
Las palabras la golpearon como una losa, y ella sintió cómo él le acariciaba la mejilla antes de bajar lentamente hasta su cuello, dejando que sus ásperos dedos rozaran su piel.
—Eres mi esposa ahora… —susurró—. Y espero que hagas lo que se espera de una.
El corazón de Svetlana se detuvo un segundo, y un nudo se apretó en su estómago. Sabiendo a lo que se estaba refiriendo y ella no podía hacerlo, no podía.
—No… yo… pero tú…
—Aceptaste casarte conmigo, ¿recuerdas? —la interrumpió—. Dijiste “sí,” mia cara. —La mirada de Enzo brillaba con algo oscuro—. A partir de ahora, me perteneces. Ya no puedes escapar de mí.
Ella negó rápidamente, apartándose de su toque hasta que su espalda chocó con la puerta de la limusina.
—No… no te conozco, no sé quién eres. Así que te exijo que me dejes salir, si no lo haces, voy a gritar. ¡Voy a llamar a la…
La risa de Enzo cortó sus palabras.
—Vamos, hazlo, te reto a que lo hagas. Pero hay un problema, mi amor. —Él se inclinó hacia ella—. Y es que incluso ellos me pertenecen, tal vez debiste hacerle caso a Ricardo. Creo que por primera vez en su vida, dijo algo coherente. —Enzo entrecerró los ojos y en ellos había una clara satisfacción al verla asustada—. No soy mejor que él.
Los pulmones de Svetlana se quedaron sin aire por un instante y sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas.
—¿Q-quién eres? —balbuceó con voz ahogada.
—Soy tu dueño, tu marido, tu hombre, tu… todo…
Las manos de Svetlana comenzaron a temblar sin que ella pudiera evitarlo y se aferró a la tela de su vestido como si fuera su ancla salvadora.
—Por favor… no sé qué quiere de mí, pero le juro que no hay nada que pueda darle… déjeme ir…
Enzo vio una lágrima caer por su mejilla y un viejo recuerdo emergió. Una vez vio a alguien llorar de la misma manera, solo que en vez de rogar por su libertad, lo hizo por su vida.
«Por favor… no me mates…»
Él apartó el recuerdo y endureció su mandíbula.
—Esto va mucho más allá de dejarte ir, Svetlana —le dijo—. Cuando digo que me perteneces, es porque es así. Te compré… pagué por ti, y esa es la razón por la que estaba en esa iglesia. Da igual si hubieras dicho que sí a Ricardo. De alguna manera u otra habrías terminado conmigo.
Ella sintió que el estómago le daba un vuelco.
—¿Me… me compraste?
—Dos millones de euros —respondió Enzo sin parpadear—. Esa fue la cantidad que le perdoné a tu padre… a cambio de ti. Él te vendió y yo acepté, ¿quieres saber por qué?
Svetlana no podía responder. En cuestión de segundos había pasado de ser una mujer engañada a un pedazo de carne para ser vendido. Enzo se inclinó hacia ella, sus ojos no soltaban los suyos, y ella se estremeció al notar el deseo y la lujuria en su mirada.
—Porque me gustaste en cuanto te vi —continuó él sin inmutarse al ver el miedo en sus ojos—. Y porque necesito una esposa e hijo y tú… cara mia… vas a darme lo que quiero.
Enzo alzó una mano y le acarició el rostro, dejando que sus dedos rozaran lentamente su piel. Luego, su mirada descendió hasta sus labios, y Svetlana sintió el corazón acelerarse. Él se inclinó aún más, acercándose como si fuera a besarla, haciendo que ella apenas pudiera respirar. Pero justo en ese instante, el auto se detuvo. Enzo levantó la cabeza, notando que habían llegado, y se apartó de ella con una sonrisa satisfecha.
—Bienvenida a tu nueva casa, señora Bianchi —murmuró.
La puerta del auto se abrió al instante, y en un arrebato de desesperación, Svetlana se lanzó hacia el guardia que esperaba afuera.
—¡No! —gritó—. ¡No voy a ir a ningún lado! —Con cada palabra, sus manos y piernas lanzaban golpes desesperados—. ¡Déjenme salir! ¡No tienen ningún derecho a tenerme aquí!
Sus puños golpeaban en cuanto podían. Enzo bajó del auto y la observó un momento.
—¡No voy contigo! ¡Suéltame! ¡No pienso quedarme aquí! —gritó entre intentos de liberarse—. ¡No puedes obligarme!
Él la miró con una sonrisa, casi fascinado por su vena luchadora. Luego, se giró hacia el guardia.
—Llévala a su habitación y que la preparen. Estaré con ella en un momento.
Svetlana se tensó, y por un instante, dejó de luchar. Pero luego, sus ojos se llenaron de furia y lo miró desafiante.
—No te atrevas a tocarme ni un solo cabello —amenazó—. ¡No sabes de lo que soy capaz!
Enzo alzó una ceja, dando un paso hacia ella, y le sostuvo la mandíbula con una mano firme, acercando su rostro.
—¿Estás segura de eso, cara mia?
—Pruébame y verás —respondió Svetlana con desafío.
—Bien… —Enzo hizo una mueca de aceptación, entre divertido y complacido—. Entonces nuestra noche será más interesante de lo que esperaba.
Luego de decir esto, comenzó a caminar hacia la casa, mientras Svetlana seguía gritando y forcejeando con todas sus fuerzas.
CAPÍTULO 5: DESAFIAR LAS REGLAS.Svetlana caminaba de un lado a otro en la habitación, con las palabras de Enzo se repitiéndose en su cabeza.“Tu padre te vendió".Su cuerpo reaccionó con ira, sus manos se cerraron en puños tan fuertes que sus uñas se hundieron en la piel, y entre dientes dejó escapar una maldición. Sentía que su odio por Bruno la quemaba desde adentro.Ella había llegado a la familia Jhons cuando tenía seis años. Celeste y Bruno decidieron adoptar, después de que Celeste no lograra concebir, a pesar de intentarlo todo. En el orfanato, las monjas le contaron que había llegado allí como un bebé de seis meses, dejada por alguien que la abandonó en plena noche, envuelta en una manta y con un collar que desde entonces no se había quitado, que llevaba su nombre grabado. Fue ese detalle el que llevó a las monjas a llamarla Svetlana.Sus primeros años en el orfanato fueron tranquilos, dentro de lo que podía recordar. Pero a medida que crecía, las preguntas la llenaban de inc
CAPÍTULO 6: NOCHE DE BODAS.Svetlana cayó sobre la suave grama y se sacudió las manos con una sonrisa en el rostro, disfrutando de la breve libertad que acababa de encontrar.—Jódete, Enzo —murmuró con un tono de burla, disfrutando el momento de su pequeña escapatoria.Estaba a punto de trepar el enrejado cuando un leve sonido detrás de ella la detuvo. Alguien se aclaró la garganta. Giró rápidamente, y la sonrisa que adornaba su rostro se desvaneció al instante.—¡Jesús! —siseó, llevándose una mano al pecho—. ¿Desde cuándo estás ahí?Enzo dio un paso hacia ella. Sus ojos, fríos como el Ártico, no la soltaban.—¿De verdad crees que hay algo que yo no sepa, bellezza? —preguntó con voz controlada—. Te he estado observando desde el momento en que abriste la ventana.Svetlana sintió el color drenarse de su rostro, y retrocedió un poco más, aunque no había adónde ir. Enzo la acorraló con su cuerpo, y sus labios se curvaron en una sonrisa burlona.—Me has dado una buena vista… —dijo, mirándo
CAPITULO 7: HACERLA SUYA.Svetlana se incorporó en la cama y, sin perder un segundo, agarró la primera almohada que encontró y se la lanzó a Enzo con toda la fuerza que tenía.—¡Eres un maldito cretino! —le gritó, con los ojos chispeando de furia.Enzo esquivó la almohada con una risa, sin mostrar ni un atisbo de molestia, disfrutando de cada uno de sus intentos de resistencia.—Me encanta cuando haces esto más interesante, bellezza —dijo, dando un paso hacia ella, con la mirada oscura y una sonrisa peligrosa—. Me gustan las cacerías.Svetlana, sin amedrentarse, le lanzó otra almohada y luego se escabulló hacia el otro lado de la habitación, buscando cualquier cosa que pudiera usar como barrera. Sabía que no duraría mucho, pero la sola idea de no cederle el control le daba fuerzas.—¡Aléjate, idiota! —gritó, tratando de mantener la distancia—. No tienes ningún derecho… ¡eres un cerdo arrogante y... y un miserable!Pero Enzo se detuvo, relajado, y comenzó a desabotonarse la camisa, su
CAPÍTULO 1: INFIDELIDAD EXPUESTA.La catedral Madre María estaba hermosamente decorada para la boda de ese día. En el altar, una pareja de novios era vista por todos como la pareja perfecta. El sacerdote, con una voz solemne, hizo la pregunta de rigor a la novia:—Svetlana Jones, ¿aceptas a Ricardo Bianchi como tu esposo para amarlo y respetarlo, hasta que la muerte los separe?Todos esperaban la respuesta afirmativa de la novia, pero lo que sucedió a continuación lo cambió todo.—No —dijo ella con firmeza, y en sus ojos se mostraba el dolor y la rabia a partes iguales.Todos en la iglesia contuvieron la respiración y el silencio se volvió pesado, hasta que fue roto por el grito ofendido de la futura suegra, Doménica Bianchi, la madre de Ricardo:—¡¿Te has vuelto loca?! —preguntó la mujer con frialdad.Svetlana miró a la que hasta hacía poco iba a ser su suegra y sonrió.—Lo que menos estoy es loca. Solo me di cuenta de que su hijo es una basura podrida —respondió.La mujer abrió los
CAPÍTULO 2: NUEVO NOVIO, MISMO DÍA.El hombre comenzó a caminar hacia el altar. Todo en él gritaba enigma y poder. Caminaba como alguien que iba por lo que quería, vistiendo un traje negro de tres piezas que moldeaba cada músculo de su cuerpo, y su cabello estaba un poco revuelto, dándole un aspecto salvaje. Era un hombre que, a pesar de su frialdad y aspecto peligroso, lograba que todas las presentes se derritieran por él.Los susurros entre los invitados no se hicieron esperar."¡¿Es él?! ¡Por Dios, ha vuelto!""No se supone que murió al igual que...""Shh, es mejor no mencionar su nombre..."En el altar y junto a Svetlana, Ricardo tragó un par de veces, sintiendo su corazón en la garganta. Lo último que había pensado era ver a Enzo Bianchi allí. El hombre se detuvo al llegar a ellos, pero sus ojos en ningún momento se apartaron de Svetlana, quien, desde que lo vio, tampoco pudo apartar los ojos de él. Ella se sentía atraída, pero al mismo tiempo nerviosa. Y sin ninguna explicación,
CAPÍTULO 3: UN PACTO SELLADO CON UN BESO.Los invitados se sumieron en un silencio absoluto cuando Enzo y Svetlana hicieron su aparición, avanzando hasta el altar con paso firme. Todos parecían contener la respiración, sin apartar la vista de la pareja. Ricardo dio un paso adelante, comprendiendo de golpe lo que significaba aquella escena: Svetlana había aceptado en serio la propuesta de su tío.—¡¿Qué mierd@ estás haciendo?! ¿Vas a casarte con él, después de lo que hice por tu madre? —dijo Ricardo en un tono bajo, frío y lleno de reproche.Svetlana lo miró de forma helada y finalmente podía ver quien era Ricardo Bianchi en realidad.Cuando su madre adoptiva enfermó y él se encargó de los gastos médicos, en aquel momento le dijo que lo hacía porque era su deber y ella habia pensado que habia encontrado al hombre perfecto. Ahora esa fachada se había desmoronado, revelando un hombre que no podía amar, mas que a el mismo.—Finalmente muestras tu verdadera cara, Ricardo —dijo Svetlana con