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CAPÍTULO 3: UN PACTO SELLADO CON UN BESO.

CAPÍTULO 3: UN PACTO SELLADO CON UN BESO.

Los invitados se sumieron en un silencio absoluto cuando Enzo y Svetlana hicieron su aparición, avanzando hasta el altar con paso firme. Todos parecían contener la respiración, sin apartar la vista de la pareja. Ricardo dio un paso adelante, comprendiendo de golpe lo que significaba aquella escena: Svetlana había aceptado en serio la propuesta de su tío.

—¡¿Qué mierd@ estás haciendo?! ¿Vas a casarte con él, después de lo que hice por tu madre? —dijo Ricardo en un tono bajo, frío y lleno de reproche.

Svetlana lo miró de forma helada y finalmente podía ver quien era Ricardo Bianchi en realidad.

Cuando su madre adoptiva enfermó y él se encargó de los gastos médicos, en aquel momento le dijo que lo hacía porque era su deber y ella habia pensado que habia encontrado al hombre perfecto. Ahora esa fachada se había desmoronado, revelando un hombre que no podía amar, mas que a el mismo.

—Finalmente muestras tu verdadera cara, Ricardo —dijo Svetlana con voz firme, aunque su corazón estuviera oprimido—. Ahora veo que todo no era más que conveniencia.

El resoplo e hizo una mueca de fastidio.

—Tal vez nunca quisiste ver quién soy en realidad —le dijo y le susurró con sarcasmo:—¿Crees que él es mejor que yo? Pues déjame decirte que no tienes idea de en lo que te estás metiendo, pequeña estúpida.

Enzo finalmente llego a su limite y le lanzo una mirada de advertencia.

—Ricardo, sería un error imperdonable agotar mi paciencia —dijo Enzo, cada palabra impregnada de una amenaza —. Así que no vuelvas a molestar a mi futura esposa.  O decidiré que no eres más que una molestia que necesita ser eliminada.

Él le dio una sonrisa llena de arrogancia.

―Sería más prudente que te preocupes de encontrar dónde vivir ahora.

Ricardo se quedó congelado, mirándolo sin entender completamente.

―¿A que te refieres? ―balbuceó.

—A que no sólo has perdido a una prometida, sobrino... sino que lo has perdido todo.

Ricardo lo miró, incapaz de entender lo que acababa de escuchar. Sus labios se movieron, como si quisiera responder, pero no salió ninguna palabra. Se giro hacia su madre, quien también lo observaba en un silencio atónito.

―Mis abogados te pondrán al tanto, ahora piérdete. ―Enzo esbozó una sonrisa fría, y sin preocuparse más por ellos, desvió la vista hacia el cura.—Puede continuar con la ceremonia, padre —ordenó en tono bajo y extendió su mano hacia Svetlana, entrelazando sus dedos con los de ella—. Mi novia y yo estamos ansiosos por casarnos.

El cura se tensó, y aunque no entendía del todo lo que ocurría, tampoco era ajeno a la clase de peligro que emanaba del hombre frente a él. Tragó saliva y, en un esfuerzo por mantener la calma, continuó.

—Queridos hermanos…

Enzo levantó una mano, interrumpiéndolo con un gesto de impaciencia y una ligera expresión de desagrado en el rostro.

—Sáltese esa parte, padre —le indicó—. Vaya directo a lo que importa.

El sacerdote asintió rápidamente, ocultando con dificultad el leve temblor en sus manos y pasó las páginas con prisa, y después de inspirar profundamente, formuló la pregunta.

—Enzo Bianchi, ¿acepta usted a Svetlana Jones como su esposa?

Él miró a Svetlana, y sus ojos azules la envolvieron en una intensidad hipnótica. Una media sonrisa se dibujó en sus labios, enigmática y desafiante.

—Accetto pienamente, padre. (Acepto plenamente, padre)

El corazón de Svetlana latió desbocado. Había algo en aquella sonrisa y en esos ojos que la atraían tanto como la perturbaba. Su piel se erizó mientras Enzo mantenía la mirada fija en ella.

El sacerdote, con algo de duda en su voz, se dirigió a ella.

—¿Svetlana, acepta usted a Enzo Bianchi como su esposo?

Ella dudó, reteniendo la respuesta un instante. Aquella pregunta resonó en su mente, obligándola a cuestionarse quién era verdaderamente el hombre que tenía al frente. Enzo parecía ocultar secretos en cada mirada, en cada palabra. Sin embargo, al recordar la burla y el desprecio de Ricardo y Doménica, se reafirmó, recordándose que esto era una alianza fingida, un juego en el que ambos habían accedido a jugar.

—Sí, acepto —dijo, sin apartar la mirada de aquellos ojos que la fascinaban y desconcertaban a la vez.

El sacerdote, aliviado, se apresuró a finalizar la ceremonia.

—Entonces, por el poder que me ha sido conferido, los declaro marido y mujer. Puede besar a la novia.

Svetlana sintió un nerviosismo repentino recorrerle el cuerpo. Y no tuvo tiempo de prepararse cuando Enzo alzó una mano y, con una suavidad inesperada, acarició su rostro, acercándose a ella. Sus dedos delinearon su mejilla en un toque que era delicado pero firme, controlado, una mezcla de posesión y ternura que la dejó sin aliento. Sus ojos le recorrieron el rostro antes de inclinarse hacia ella, y susurrarle al oído.

—Sarai una buona moglie, e mi darai figli. E in cambio, sarò la tua arma contro chiunque ti abbia ferito. (Tú serás una buena esposa, y me darás hijos y a cambio, seré tu arma contra todos aquellos que te lastimaron)

Ella no entendió sus palabras, pero el tono era suficiente para encenderle algo profundo en el pecho. No tuvo tiempo de reaccionar, porque en ese momento, la besó.

El beso fue frío y posesivo, una declaración de dominio y poder. Los labios de Enzo se apoderaron de los de ella con una intensidad calculada, controladora, dejándole en claro a todos, y sobre todo a ella, a quién pertenecía a partir de ese día.

Al principio, Svetlana quedó rígida, pero luego sintió cómo sus propios instintos la impulsaban a responder, y en lugar de resistirse, se dejó llevar por aquella conexión oscura y magnética entre ese hombre y ella. Lentamente, sus labios respondieron a los de Enzo.

Y en ese momento, la ceremonia se convirtió en algo más que un simple matrimonio. Aquello era un pacto entre dos almas, cada uno enfrentándose y aceptándose en sus términos, sabiendo que nada volvería a ser igual.

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