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Capítulo II

Esmeralda

Me levanto sintiendo un gran vacío en mi interior, escucho que llaman a la puerta, son mis colegas que viene a avisarme que todo está listo, pido un momento para darme un baño y luego vestirme, tomó el cuadro con la fotografía de tía Gloria, dejo un beso en el pequeño altar que tengo con la foto de mi difunta abuela y salgo de la habitación.

Hace poco se cumplieron dos años desde mi llegada hasta este lugar, y a su vez, perdí a la segunda persona que me acompañaba, sentir que con partida de tía Gloria había quedado totalmente sola, era una mentira, pero sí decir que me sentía sola se quedaba corta con el gran sentimiento que cargaba en ese momento.

Suspiré cuando vi en la entrada del pequeño departamento que rentaba a varias señoras y chicas con las que trabajaba, ellas eran mi única compañía, todas se acercaban a darme su pésame para luego salir de allí y encaminarnos hasta el cementerio en el que sepultará a la mujer que me enseñó muchas cosas, a quien debo agradecer estar donde estoy ahora, no tan perdida como estaba antes.

La ceremonia se llevó a cabo y poco a poco fui recibiendo el pésame de toda la gente que asistió, pronto me quedé sola viendo como los encargados tapaban el féretro con tierra, no era muy creyente, pero en memoria de mi tía rece, rece por su alma, por el bonito reencuentro que tendría con mi abuela para tomarse el descanso que realmente se merecían.

Mis lágrimas se asomaron, como desearía haberles podido ofrecer esa paz en vida, como me hubiese gustado poder hacer más por ellas cuando estaban a mi lado. Di las gracias a los trabajadores y les entregué algo de dinero, ellos fueron los últimos que retiraron, fueron quienes me dejaron en soledad con mis pensamientos, con mis metas silenciosas, con mis pesares.

— Están descansando – dijo una voz a mis espaldas y mientras limpiaba mis lágrimas, mientras ella avanzaba hasta mí – no te lamente niña, ellas están juntas y descansando – me sorprendía verla en aquel lúgubre lugar.

— Madame Gema – me levanté y me acerqué a saludarla, ella me dio un cariñoso abrazo y me entregó un arreglo floral – gracias, no era necesario que viniera hasta aquí – negó con la cabeza.

— Por supuesto que debía venir, Gloria era más que una simple empleada, ella era una amiga fiel – sonreí – nunca las traté como empleadas, tú sabes cómo es esta vida, las personas van y viene, más aún si tienes dinero, pero cuando caes en desgracia son pocas las personas que se mantienen a tu lado, y tus dos guardadoras tenían esos modos – sus palabras realmente me consolaban – ellas te hacían sentir en familia – asentí.

— Ellas siempre fueron únicas, sin las dos no sabría decirle en dónde estaría yo – solté un suspiro y me permite ser vulnerable por un minuto. — sin ellas me siento incompleta, el vacío que dejó mi abuela lo complementa la partida de tía Gloria.

— Te puedo entender – tomo mi mano y se me quedó viendo – hubo un momento en mi vida en el que me sentí como tú, vacía, sin saber qué hacer, sin nadie más que mi propia soledad, pero no es lo peor – asentí – créeme, no es lo peor que puede pasar.

Nos quedamos allí un momento, afirmadas en un mausoleo, observando cómo la gente iba y venía, creo que ella estaba tan perdida como yo. Mientras que yo, yo solo me replanteaba las cosas ¿Qué haría? ¿Dónde iría ahora? Mis ahorros no son suficientes para irme a NY, esa es mi meta, el trabajo ya no será lo mismo, por lo menos tengo uno y volver a México jamás, repito jamás, será una opción.

En los dos años que llevo en este país, me es suficiente saber que, sin un ahorro necesario o un trabajo estable, en poco tiempo terminaré en la calle, sin nada más que hacer que vivir de las limosnas, o practicar otro tipo de profesión, pero tía Gloria siempre dijo que no tenía la paciencia suficiente para ser acompañante, me carcajee llamando la atención de mi compañera.

Pocos minutos después de mi arrebato caminábamos hacia la salida del lugar, un hombre me detuvo para que finiquitara un par de problemas y Madame Gema se ofreció a esperarme, ella fue quien me regreso al lugar en donde vivía, allí nos despedimos, ella me pidió que la visitara en estos días para hablar del trabajo que seguiría haciendo en su local, pero también me aconsejo tomarme unos días para descansar.

— Toma – dijo, dándome un colorido folleto – sé que no es el momento, sé que te sientes en un agujero del que no se sale fácilmente, pero esto – afirmó, tomando mi mano y dejando el papel – puede darte la oportunidad que estabas esperando – asentí y me volví a despedir de la mujer.

Apenas entre en la casa, deje todo sobre la mesa y me fui a mi habitación, tenía un permiso de una semana y simplemente me dedicaría a existir, aunque eso no fuera lo que quisiera en este momento, cerré los ojos y me obligue a descansar, me obligue a no llorar como lo había hecho días anteriores.

En los días venideros me dediqué a hacer lo que tía Gloria había pedido, done su ropa, exceptuando algunos recuerdos que llevaría conmigo, así como hacía con la pequeña caja que guardaba de mi abuela, solté un aire cuando termine, estaba cansada, el pequeño apartamento que en un momento comenzó a hacérsenos pequeño a las tres, ahora era muy grande para mí.

El domingo, muy temprano por la mañana, mi jefe me llamó, necesitaba con urgencia una cocinera para un trabajo especial, era dinero que no podía dejar pasar, después de todo lo único que me habían dejado, había servido para los arreglos fúnebres. Rápido me di un baño y tomé mi ropa de trabajo, con un poco de tiempo salí a tomar la locomoción y antes de las 11 de la mañana ya estaba trabajando.

La cocina de esta casa era espectacular, todo muy grande, todo muy nuevo, como se notaba que nadie la ocupaba, antes de juzgar recordé que eran personas que me estaban dando trabajo por un día, agradecí en silencio y me coloqué a hacer mis tareas, se supone que esto era una fiesta de compromiso, pero luego entendí que nada era lo que parecía.

La chica era demasiado joven y el novio se lo pasaba hablando de negocios, casi no se dirigían la palabra, los guardias de seguridad estaban metidos en todas partes, llegaba a dar escalofríos todo, no había emoción, no había paz o tranquilidad, había asistido a otros eventos de este estilo, pero en este no se respiraba romance o siquiera una pisca de amor.

— Todo está listo – informo por radio, admiro lo bien preparado que me quedó todo, tomo algunas fotografías y pronto las meseras comenzaron a llevarse las bandejas, cuando la última salió, saque mi traje de chef y tome mis cosas.

— ¡He, tú! – un hombre fornido, de rostro duro y demasiado estirado para mi gusto - ¡ve y busca a la chica! – tiró de mi brazo y demandó.

— Disculpe, solo soy chef – alegue, pero insistió y sin nada que hacer me deje guiar.

Toqué un par de veces a la puerta, pero pronto llegué y entré, busqué en todas partes, pero un murmullo me hizo saber en dónde estaba la mujer, cuando entré al vestidor vi a una chica rubia, sentada en el suelo, cubriendo con maquillaje parte de su brazo, podía adivinar lo que le había sucedido.

— ¿Quién eres tú? – preguntó enseguida.

— Soy la chef, un hombre me guio hasta aquí, dijo que él no podía entrar a este cuarto – ella asintió y sin darme la cara la vi limpiar sus mejillas y salir del vestidor, caminar hasta la puerta y abrirla.

— ¿Quieres que me presente así? – pregunto ruda - ¿quieres que todo el mundo se entere de quién eres en verdad? – el hombre la empujó y yo retrocedí un paso.

— Arréglate, te espero abajo para el brindis – ordenó, para luego acomodar su saco y marcharse.

— Puedes retirarte – dijo algo apenada – gracias – susurro – cerré los ojos y caminé directo hacia la puerta.

 Volví la vista, la chica estaba con la mirada en el piso, abrazaba su cuerpo sola, se veía frágil, tenía mi misma edad, uno o dos años mayor, suspiré, me recordó a mí misma, hace un par de días atrás, ella, como yo, estaba sola.

— ¿Necesita ayuda? – pregunté y ella levantó la mirada en cosa de segundos – si necesitas ayuda, dime – asintió, estiró mi mano hacia ella y me quedé allí por unos segundos, analizando mi siguiente paso.

— Puedes bajar como si nada – dijo ella, yo puedo llegar sola hasta esa parte del jardín – me indico un lugar en donde las murallas eran más bajas.

— Un taxi me llevará a casa, puedes venir conmigo, allá vemos que hacemos – le sonreí y ella hizo lo mismo conmigo, mientras asentía.

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