25

Hace ya varias horas que perdí la noción del tiempo, deje de controlar cuantas veces por segundo respiro, a cuántas pulsaciones por segundo late mi corazón. No sé cuánto tiempo lleva Aiden sentando sobre el banco de ventana, con los codos apoyados en las rodillas, mirándome —mejor dicho, vigilándome—, aún con la ropa mojada por haberme sacado de la ducha, justo a tiempo para que no acabara suicidándome. Porque eso es justo lo que deseaba hacer en esos momentos. No sé cómo traducir lo que estaba pensando, pero lo único que quería era morirme, en matarme, mejor dicho.

No sé en qué momento me siento capaz de volver a hablar.

—Estás mojado, deberías cambiarte —le aconsejo.

Aiden levanta la vista y me escruta con la mirada, para asegurarse de que he sido yo la que ha hablado y no hayan sido imaginaciones suyas. En cuanto le devuelvo la mirada puedo su cuerpo se relaja.

Se pasa ambas manos por el pelo y sacude la cabeza levemente.

—¿Me estás vacilando? Es

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