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El corazón comienza a palpitarme desbocado contra el pecho cuando su piel entra en contacto con la mía. Sólo el tacto de sus dedos deslizándose por la piel de mi brazo consigue que suspire y cierre los ojos para concentrarme en la sensación.

Antes de que pueda reaccionar me coge la cara entre las manos y posa sus labios sobre los míos. Me pilla tan de sorpresa que tengo que agarrarme a su camiseta para no caerme por la efusividad. No es un beso de los que Sam suele darme siempre, sino algo totalmente distinto, es contundente y duro, es hábil y voraz, reclamando todo lo que desea de mí. Y, sobre todo, calma mis demonios, evapora todo el dolor y libera la presión de mis músculos.

Enrosco los dedos en su pelo y tiro con fuerza para acércalo más a mí, gime contra mi boca al mismo tiempo que me impulso para que pueda cogerme por el trasero. Me levanta como si no pesara más que una hormiga y yo aprovecho para cerrar la puerta detrás de él.

Separo nuestros labios para rec

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