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El reloj sobre la mesita de noche ya marca las cuatro de la mañana y yo aún no he podido ni tan siquiera cerrar los ojos. Mi cabeza no hace más que crear más y más situaciones incómodas. Mi mente está demasiado activa y la tensión de no saber si Sam sigue fuera me está carcomiendo los nervios. Cuando dejó de aporrear la puerta, tampoco supe si se había marchado, dado que no escuché pasos ni nada similar.

Busco una nueva posición y termino boca arriba, tamborileando con los dedos sobre mi vientre mientras miro el techo blanco y escucho el incesante ruido del exterior.

Hincho y deshincho los carrillos de aire para no pensar tanto en la idea de si me arriesgo a salir y encontrármelo, o si me quedo en mi guarida y permito que la angustia me engulla.

Puedo deducir que debe sentirse más confundido que enfadado. En el fondo, tiene todo el derecho a estar las dos cosas. Sin embargo, yo no creo estar preparada para enfrentar sus impertinentes preguntas.

Profiero un gr

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