3. TE TENGO DONDE QUIERO

Capítulo tres: Te tengo donde quiero

Su madre le había enviado todos los años una tarjeta de felicitación a Paulo, incluyendo una foto de Teresa, a la que había llamado así por su abuela. Su abuelo no había respondido nunca, pero siempre había sabido dónde estaban viviendo. Cuando Teresa cumplió los dieciséis, llegaron noticias de Paulo. Una carta seca de tres líneas informándoles de la muerte del hermanastro de su madre, Andreas. La primavera siguiente, una carta igual de escueta invitaba a Teresa a Italia para que conociera a su abuelo.

Había aceptado, aunque la invitación no incluía a su madre, ya que ambas habían creído que lo haría en su momento.

Teresa no se había dado cuenta realmente de lo rico que era su abuelo hasta que la fue a recoger al aeropuerto una limusina con conductor para dejarla en una magnífica villa en las afueras de Roma.

Nada más conocerse, Teresa se dio cuenta del desagrado de su abuelo al encontrarse con una nieta que solo entendía algunas palabras de italiano. Y, a pesar de que Paulo hablaba bien el inglés, había sido un extraño para ella, un extraño seco y desagradable que le había dicho que no mencionara a su madre en su presencia. Pocas horas después de su llegada, Teresa estaba ansiosa por volverse a marchar.

Al día siguiente, Paulo la había mandado de compras con la esposa de uno de sus colegas de negocios.

A ella le dio la impresión de que su abuelo se avergonzaba de su aspecto, pero la compra de una gran cantidad de ropa nueva y cara, le había resultado muy excitante, aunque toda fuera tan conservadora, que a ella le pareció que estaba siendo cuidadosamente preparada para dar una buena impresión.

Al siguiente día, Paulo le dijo que había invitado a casa a algunos jóvenes por la tarde, para que pudiera hacer amigos de su edad. Mientras ella se preparaba en su habitación, llamaron a la puerta y una preciosa morena con enormes ojos castaños y expresión amigable asomó la cabeza.

—Soy Katrina Pallas. Mi tía te llevó de compras ayer —le dijo.

Pronto Teresa se hizo amiga de ella y le agradeció los consejos sobre qué ponerse y cómo comportarse.

Recordar esos primeros días en Italia y lo inocente que había sido la hizo estremecerse. Se había visto rodeada de lobos sonrientes. Cuando le ofrecieron su amistad, ella creyó que era de verdad. Entonces no había sabido que Paulo había planeado hacerla su heredera ni que la posibilidad de que se casara con Angelo Gatti había sido hablada mucho antes siquiera de que lo conociera..., o de que los demás vieran en ello una amenaza y una fuente de celos.

Un hombre de seguridad la introdujo en el edificio Gatti justo antes de las ocho esa tarde. 

Todo estaba muy vacío y ella estaba muy nerviosa.

Llamó a la puerta del despacho de Angelo y abrió con mano temblorosa.

Solo estaba encendida la lámpara de la mesa y por los ventanales se veían las luces de la City por la noche. Angelo salió entonces de la oscuridad, vestido muy elegantemente con un traje gris.

—Ya veo que esta noche eres puntual y educada —dijo él.

Teresa se ruborizó. El equilibrio de poder había cambiado. Hacía una semana, ella había tenido la sorpresa de su lado y estaba suficientemente desesperada para hacerse oír. Pero ahora eso era el pasado. Estaba allí esa noche para oír la respuesta de Angelo.

—¿Quieres tomar algo? —le preguntó él.

—Un zumo de naranja.

Angelo se dirigió al mueble bar mientras ella admiraba sus gráciles movimientos.

—Siempre te gustó mirarme —dijo él sonriendo cuando le dio su zumo— Como una lechuza. Cada vez que te pillaba mirándome, tú te ruborizabas y apartabas la mirada.

Avergonzada por ese recuerdo, Teresa se encogió de hombros.

—Eso fue hace mucho tiempo.

Angelo se sentó en el borde de su mesa, parecía completamente relajado y la saludó con el vaso.

—Eras una maestra de la actuación. Yo estaba completamente convencido de que eras virgen.

Ella se sintió incómoda. Lo que menos se hubiera esperado era que él se refiriera ahora a ese verano lejano.

—Bueno... —añadió él— Solo tengo una pregunta que hacerte antes de que nos dediquemos a los negocios. Y tiene truco, Teresa.

—Entonces, no la quiero oír.

—Pero la tienes que responder con completa, sinceridad. No te interesa mentir. Así que no me des la respuesta que crees que yo quiero oír porque puede que termines arrepintiéndote de ello.

Teresa le dio un trago a su zumo, tenía la boca muy seca.

—Esa noche, en el club, puede que me vieras con otra chica... Espero que no te esté avergonzando con estos recuerdos adolescentes.

—¿Por qué me ibas a avergonzar?

—Entonces deja que llegue al fondo del asunto que provoca mi curiosidad incluso ahora.

—¿Te

fuiste con Dante en mi

coche porque estabas borracha y molesta por lo que pensabas haber visto y él

se aprovechó entonces de tu estado? ¿O...?

Teresa miró fijamente la lámpara de mesa, llena de rabia y resentimiento Deseó tirarle el zumo a la cara y luego golpearlo lo más fuertemente que pudiera. Diez años de castigo por un pecado que no había cometido ¿Por

qué iba a admitir las agonías por las que él la

había hecho pasar esa noche? ¿Por qué humillarse más a sí misma con esa sinceridad? ¿Qué sacaba él haciéndole esas preguntas? ¡Cuándo no se las había hecho en su momento! ¡Ni había habido ninguna referencia a que ella lo pudiera haber

visto con otra chica

—¿, O qué? —dijo ella en voz baja.

—O... ¿Te fuiste con él en mi Coche porque pensaste que no te iban a ver o porque...?

—¡Me fui con él en tu coche porque me volvía loca! —exclamó ella desafiante

Él la miró fríamente

—¡Estás jugando conmigo para divertirte! —continuó ella— Me vas a decir que no, por supuesto. ¡Realmente no sé por qué me he molestado en venir hoy aquí!

Porque

estabas desesperada—le recordó él.

—Bueno, entonces ¿por qué no te has limitado a decirme que no? —afirmó ella a la vez que cogía su bolso y se disponía a salir.

Angelo se levantó también.

—No es necesario ponerse así, Teresa. ¿Por qué no dejas ese bolso y te vuelves a sentar?

Su rostro se acaloró más todavía.

Se estaba cociendo viva dentro de la chaqueta, pero cruzó los brazos.

Angelo se rio, cosa que ella encontró más enervante todavía.

—¿Qué te parece tan divertido?

—Siempre parecías tan tranquila... Pero ahora estoy viendo a la verdadera Teresa 

airada, terca e implacable.

—Estas no son unas circunstancias normales No presumas de saber nada de mí, ¡porque no sabes nada!

—Pero si no aceptas la carta que te ha tocado jugar, yo voy a romper la baraja —dijo él suavemente.

Teresa se dio cuenta entonces de que ella tampoco conocía a Angelo Gatti. Él extendió una mano y ella se quitó por fin la chaqueta y se la arrojó.

—Te gusta poner toda la carne en el asador, ¿no? Debería haber recordado eso.

Angelo no hizo caso de ese comentario y dejó la chaqueta en una silla.

—Ahora siéntate para que puedas oír mis condiciones para ese matrimonio.

Ella se quedó helada y con los ojos muy abiertos

—Sí. Lo que quieres está a tu alcance, pero puede que no quieras pagar el precio que te pido.

—¿E1 precio?

—Todo lo bueno tiene un precio, ¿o es que todavía no lo sabes?

Anonadada por el hecho de que él fuera a aceptar, Teresa no contestó enseguida.

—Estás extrañada... me sorprendes —admitió él— La semana pasada parecías muy confiada en poder conseguir que yo accediera

—Pues tú no me animaste mucho.

—Me he pensado mucho tu proposición Creo que he de advertirte que soy implacable cuando negocio.

—Dime algo que no sepa.

—Tengo ciertas condiciones a las que vas a tener que acceder. Y

aquí no hay posibilidad para ninguna negociación.

Dime

lo que quieres —dijo Teresa.

—Firmarás un contrato prenupcial

—Por supuesto.

—Me pasarás todo a mí el día de la boda.

—Aparte de una pequeña...

—Todo. Yo te daré un sueldo.

—Pero eso no es lo que...

—Vas a tener que confiar en mí.

—Quiero comprarle una casa a mi madre.

—Naturalmente, yo no permitiré que tu madre sufra de ninguna manera. Si te casas conmigo, te prometo que vivirá con toda comodidad el resto de su vida. Yo la trataré como trataría a un miembro de mi propia familia.

Aquella era una oferta más que generosa y Teresa se quedó impresionada.

—Tu abuelo nació hace setenta y cuatro años— continuó Angelo como si supiera lo que ella estaba pensando— Es de una generación muy diferente. Tu nacimiento fuera del matrimonio fue una vergüenza enorme para él.

—Ya lo sé, pero...

—No, no lo sabes. Ni siquiera puedes empezar a entenderlo. Tu madre te trajo aquí y no intentó enseñarte lo que es ser italiana. Permaneció muy apartada de la comunidad italiana de Londres. No la estoy juzgando por eso, pero no me digas que entiendes nuestra cultura porque no es así. Los hombres italianos siempre han dado mucho valor a la virtud de la mujer...

—Nos estamos saliendo del tema —lo interrumpió ella— ¿Qué decías acerca de que yo tengo que pasártelo todo a ti?

—Eso no es negociación. Lo tomas o lo dejas.

Teresa respiró profundamente

—No me importa el dinero.

—Si no te importa, ¿por qué estás discutiendo? ¿Crees que mantendría a mi esposa en la penuria?

—No.

Él miró su reloj y luego a ella.

—Esto está progresando muy despacio, Teresa. ¿Puedo continuar?

Ella asintió.

—Tu creencia de que podemos casarnos y separamos inmediatamente después de la ceremonia es ridícula. Tu abuelo no aceptará una pantomima de esa naturaleza. Ni yo esto dispuesto a engañarlo así.

Ella se tensó.

—¿Y

qué me sugieres?

—Tú vas a tener que vivir en una de mis casas... Por lo menos durante un tiempo.

Ella pensó en su madre y asintió de nuevo.

—Y me darás un hijo y heredero.

Teresa parpadeó y se quedó boquiabierta.

—Sí, ya lo has oído —insistió él— Yo necesito un hijo y heredero y si tengo que casarme contigo, bien puedo aprovechar la oportunidad

—¡Estás de broma!

Angelo enarcó una ceja.

—El hijo y heredero es también algo no negociable Y, a no ser que yo cambie de opinión en el futuro, una hija no será aceptable como sustituta.  Lo siento si eso suena sexista, todavía hay un montón de mujeres por ahí que no quieren ocuparse de los negocios familiares.

Teresa se sentó en un sillón y lo miró como si fuera un bicho raro. 

—Tú me odias, así que no es posible que quieras...

—No te equivoques Teresa soy un hombre muy práctico Y, aunque no te tengo nada de respeto, concebir un hijo contigo debe de ser divertido.

—¡Tendrías que violarme!

—Oh, no lo creo. Más bien pienso que me suplicarás que me quede contigo, como han hecho todas las demás mujeres de mi vida. Créeme, soy muy buen amante Te lo pasarás bien.

Teresa se levantó del sillón furiosa.

—Me has hecho venir para humillarme.

—Siéntate, Teresa porque todavía no he terminado

—¡Vete a.…!

Se acercó a la silla donde él había dejado su chaqueta y la tomó.

—Si yo fuera tú, no presionaría así —dijo él en voz baja— Te tengo donde quiero.

—¡De eso nada!

—¿Sabe tu madre lo de ese sórdido encuentro en el aparcamiento de hace diez años?

Teresa se quedó helada y muy pálida.

—Lección primera, Teresa. Cuando yo te digo que te tengo donde quiero, ¡escucha!

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