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4. PICANDO EL CEBO DE UN TIBURÓN

Capítulo cuatro: Picando el cebo de un tiburón

Teresa lo miro estupefacta y casi murmuró:

—Tú no… se lo contarías a mi madre.

Angelo se acercó a ella y le quitó la chaqueta de las manos.

—No sabes qué sabe mi madre —continuó ella.

—¿Qué te crees que he estado haciendo esta última semana? Algunas averiguaciones. Tu madre era muy amiga de vuestra vecina de la dirección anterior, y es una mujer muy charlatana.

—La señorita Miles no recordaría...

—Desafortunadamente para ti, ella recuerda muy bien, por la simple razón de que tu disgusto de ese verano de hace diez años fue una fuente inagotable de arrepentimiento para tu madre, y algo de lo que hablaron a menudo.

—No...

—Y tú ibas a su casa en busca de apoyo tomar el té, mentirosa. ¡Le mentiste acerca la razón por la que rompimos el compromiso!

—No todo fueron mentiras, solo algunas verdades a medias Yo no hice lo que crees que hice en ese aparcamiento así que, ¿para qué mencionarlo?

Angelo

agitó la cabeza y suspiró.

—Te estás enfadando y, realmente, no es necesario.

— ¿No es necesario? ¿Después de lo que acabas...?

—Si haces lo que te he dicho, no tienes nada que temer. Me llevaré a la tumba tu pequeño y sórdido secreto. De corazón, no me gustaría nada molestar a tu madre.

—¡Entonces no lo hagas!

—Me temo que hay un pequeño problema

—¿Cuál?

—Que tengo una poderosa necesidad personal de venganza —admitió él sin más ni más.

—¿Y eso?

—Hace diez años me deshonraste. ¿Sabes lo que significa eso?

Teresa se puso pálida. Se refería a todos atributos que hacen sentirse hombre a un hombre en Italia Su orgullo, sinceridad, su respeto por sí mismo y los demás... 

—Ya veo que tu madre te ha contado algunas cosas de nuestra tierra —dijo él— Quiero reparar mi honor.  Tú

me avergonzaste delante de mi familia y amigos.

—Angelo, yo...

Yo

Podría haber

soportado saber que estabas viviendo en la miseria en cualquier parte del mundo siempre que no tuviera que verte o pensar en ti. Pero entonces apareciste aquí y me preguntes si era un hombre

o un ratón, así que descubrí.... lo que tú también vas a descubrir cuando termine contigo.

—Me disculpé...

—Pero no lo hiciste en serio, Teresa.

—¡Ahora sí!

Angelo se rio entonces

—No te estás tomando en serio nada de esto —dijo Teresa. —  Estás enfadado conmigo y me lo estás haciendo pagar. Me gustaría no haber venido.

—Seguro que sí. ¡Pero acepta que tú te lo has buscado!

—Todo lo que hice...

—¿Todo lo que hiciste? ¿Te has atrevido a pensar que me podías comprar con tu supuesta inocencia?

—Yo...

—Y lo que es peor, te atreviste a sugerir que

yo, Angelo Gatti, se rebajaría al nivel de engañar a un anciano a quien respeto, solo por el beneficio económico. Ese anciano es tu abuelo.  ¿Es que no tienes ninguna

decencia?

—No era así. Yo pensé...

—No me interesa lo que pensaste. Cada vez que abres la boca es para decir algo más ofensivo que lo anterior. ¡Así que mantenla cerrada! Tienes deudas así que las vas a pagar a través de mí.

—¿De qué me estás hablando?

—Lo que hiciste hace diez años le costó a tu pobre madre cualquier esperanza de reconciliación con su padre, ya que enojó seriamente a tu abuelo. Y lo que me hiciste a mí ya lo verás.

—Lo que pasó no fue culpa mía. Fue un montaje... —dijo ella y se le saltaron las lágrimas.

—Me avergüenzas – dijo Angelo—. Las mentiras no te van a proteger.

—¡Me estas asustando!

—Angelo la tomó las manos y la hizo levantarse.

—No puedes decir en serio todo eso.

—Sí. Pero no me gusta ver llorar a una mujer. Aunque sean lágrimas de cocodrilo –dijo él acercándose.

—Angelo, no...

—Angelo, sí. Pero te lo voy a enseñar a decir en italiano y será tu palabra favorita.

De repente, él la besó ansiosamente.

—Esa sensación la dejó anonadada por un segundo. Ella nunca antes había saboreado una pasión como aquella anteriormente. Todo su cuerpo se estremeció y se le escapó un leve gemido de respuesta. Luego, fue como si se derritiera y ansiara más. Le rodeó el cuello con los brazos y todos sus deseos reprimidos salieron a la luz con toda su fuerza.

Angelo

se apartó y le dijo:

—Estás ansiosa ¿verdad?:

Devastada por lo que acababa de pasar entre ellos, Teresa lo fue a golpear, pero Angelo le agarró la muñeca

—Esta clase de juegos no me excitan —le dijo él.

 Teresa se apartó de él.

—Tú no se lo dirías a mi madre —dijo

¿Por qué

correr ese riesgo? ¿Y

destruir lo único que tienes tú que yo puedo admirar?

—¿Y

qué es eso?

—El amor por tu madre, tú no quieres que sepa cómo eres en realidad.

 Teresa sintió como él

le ponía la chaqueta sobre los hombros.

—Tú no puedes querer casarte conmigo

—¿Por qué no? Así

conseguiré el imperio de tu abuelo y un

hijo y heredero. Paulo tendrá un nieto, un consuelo que se merece de verdad, yo tendré una esposa que sabe comportarse, que nunca me hará preguntas de a dónde voy o qué hago, porque tendremos un trato de negocios, no un matrimonio. Muchos hombres me podrían envidiar. Sobre todo, porque yo no he tenido que hacer nada ya que ella se me ha presentado en bandeja.

—Te odio.... Nunca me casaré contigo ¿me oyes?

—No quiero que me hagas una escena, Teresa. Me aburre.

—Canalla. ¿Qué estás haciendo? —le preguntó ella cuando él le tomó

la mano y le separó

los

dedos.

 —Aquí está tu anillo de compromiso. No el de la familia que me tiraste a la cara hace diez años. No te lo mereces.

Teresa se quedó mirando el solitario que adornaba el anillo.

 —Un toque romántico que tu madre agradecerá, aunque tú no lo hagas.

Luego Angelo se dirigió a una puerta que daba a otra habitación.

— ¡No me puedes hacer esto, Angelo!

—Malvolio te está esperando en el coche abajo. Te llevará a casa. Que duermas bien. Te veré mañana.

 Luego la metió en el ascensor.

De repente, se vio a sí misma como un pescador que hubiera preparado su

cebo y que, de repente se viera enfrentado a un enorme tiburón.

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