5. SOLO EN LA CAMA

Capítulo cinco: Solo en la cama

 A la mañana siguiente, Teresa se despertó con la cabeza pesada. Cuando llegó a casa la noche anterior, su madre ya se había acostado y ella permaneció mucho tiempo despierta, dándole vueltas a la cabeza.

Lo cierto era que hacía diez años había caído en una trampa y su supuesta mejor amiga, Katrina, había respaldado la versión de Dante de que ella había traicionado a Angelo con él. Ella se había enfadado tanto al ver a Angelo con esa hermosa modelo que había querido devolverle el golpe y vengarse. Pero ahora se daba cuenta de lo tonta que había sido al tratar de castigarlos. Aunque no sabía cómo podía demostrar su inocencia a la vista de las mentiras que se habían dicho, sabía que la actitud desafiante de ese día había ayudado a que la encontraran culpable. Y había dejado a Angelo con un deseo de venganza que le había durado diez años.

Miró entonces el despertador y tragó saliva. ¿Por qué no la habría despertado su madre? Eran las diez y cuarto de la mañana. Salió de la cama y, cuando se dirigió al salón, oyó unas risas masculinas.

Se quedó boquiabierta al ver de quién se trataba. Alice Vitale estaba tomándose un café con Angelo, le apretaba la mano y, con la otra, se enjugaba las lágrimas. Unas lágrimas de alegría.

Angelo estaba tan elegante como siempre y se le veía tan tranquilo, como si fuera un viejo amigo de la familia, con el que su madre hablaba en italiano, mostrándose más animada de lo que Teresa había visto desde hacía años.

—Sonríe, cariño —le dijo él al ver su cara—. Me temo que, cuando vi que seguías en la cama, yo estaba demasiado impaciente como para esperar más a compartir con tu madre las buenas noticias.

—¿Buenas noticias?

Alice la miró entonces y dijo:

—Teresa, ve a vestirte. Angelo nos invita a almorzar.

Teresa salió de allí mareada como una borracha y, una vez en su habitación, se dejó caer en la cama. Estaba claro que Angelo había ido a decirle a su madre que se iban a casar.

Un momento después, su madre entró en el cuarto.

—Angelo está reservando mesa y yo he de cambiarme.

Luego, se sentó en la cama al lado de su hija.

—Oh, Teresa, estoy impresionada Pero tan contenta, que no te puedo reprochar el que no me lo hayas contado. ¡Vaya un joven maravilloso que vas a tener por marido!

Luego, la abrazó mientras ella se quedaba helada pensando en que Angelo le había cortado toda escapatoria.

—¿Hace cuánto que está Angelo aquí?

—Lleva toda la mañana. Te habría despertado, pero teníamos tanto de que hablar... Me ha invitado a que vaya a vivir con vosotros, pero yo le he dicho que no. Cuando sea mayor... ¿quién sabe? Pero las parejas jóvenes necesitan intimidad y, si yo vuelvo a Italia alguna vez, me gustaría que fuera porque mi padre me invitara. De momento, Londres es mi hogar.

—¿Qué te ha dicho Angelo?.

Alice se aclaró la garganta.

—Me lo ha contado todo, Teresa. Incluso me ha avergonzado con su sinceridad, pero te puedo decir que no me opongo en absoluto a que te cases con él.

—¿De verdad?

Su madre suspiró.

—Sé lo muy dolida que te sentiste cuando lo vistes con otra chica.... Los dos erais muy jóvenes y el matrimonio no se iba a celebrar hasta que él terminara sus estudios. Un compromiso de dos años pondría en apuros hasta al joven más decente.

—Sólo estuvimos comprometidos dos meses.

—Sí, pero también tuvo mucho que ver el alcohol. A veces, cuando eres joven es difícil mantener el control. ¿Quién lo puede saber mejor que yo misma? Los hombres tienen fuertes apetitos...

—Teresa se mordió la lengua para no decir algo inapropiado.

—Tu abuelo le ha dicho a Angelo que no debe haber ninguna intimidad entre vosotros antes del matrimonio –continuó su madre—. Después de lo que hice yo, tu abuelo no se quiere arriesgar a nada parecido. Por cierto, ¿Dónde está tu anillo?

Teresa se levantó y sacó su anillo de un cajón.

—Le dije a Angelo que habían entrado dos veces en la casa y él no quiere que pasemos una noche más aquí – dijo su madre con tono de admiración—. Es como un cuento de hadas... Angelo y tú...

Diez minutos más tarde, Teresa salió de su habitación vestida con unos pantalones negros y una blusa suelta. Angelo estaba en el salón, hablando de nuevo en italiano por el teléfono móvil. Teresa lo miró enfadada. ¡Cómo un cuento de hadas! Ahora no había vuelta atrás. Eso le rompería el corazón a su madre.

—Supongo que te crees muy listo –le dijo a Angelo cuando él apagó el teléfono.

Angelo la miró y respondió:

—Alice es feliz.

—¿Qué le has contado sobre nosotros?

Él se rio.

—El cuento requería a una pobre niña temerosa de contarle a su madre que estaba viéndose de nuevo con el hombre que , en su momento, creyó que le había sido infiel.

—No te voy a dar un hijo.

—No conseguirás el divorcio hasta que no lo hagas. Tú eliges.

Teresa se tapó la cara con las manos.

—Te odio.

—No enturbies las aguas

con emociones, Teresa. Hemos hecho un trato.

—Lo has hecho tú.

—Para conseguir lo que quiero, ¿por qué no? Ahora vuelve a tu habitación y ponte algo más alegre. Este es el día de tu madre, no el tuyo. Puedes dejar que sea yo quien hable, pero tú tienes que sonreír y fingir que eres feliz.

—¿Y si no lo hago?

Angelo la miró impacientemente

—Lo harás. Por ella. Por cierto, anoche llamé a Paulo. No me preguntó nada, pero me dijo que le gustaba la idea y que creía que yo sería un marido excelente.

—¡Probablemente espera que me pegues todas las noches!

—Cuando tengamos el placer de anunciar tu primer embarazo, Paulo agradecerá que haya hecho algo mucho más agradable.

Almorzaron en uno de los restaurantes más caros de Londres y luego Angelo las acompañó de vuelta a su casa, donde Alice se disculpó diciendo que se iba a echar un rato.

Una vez a solas, Angelo le dijo a Teresa:

—Llévala a un especialista antes de la boda. Nunca pensé que lo pudiera decir, pero tu abuelo es terco hasta la crueldad. ¿No sabe cómo ha estado viviendo tu madre?

—No le interesaba saber cómo ni dónde estábamos viendo. Ni nada de nosotras. Angelo, escúchame, por favor. ¿Cómo vamos a poder vivir juntos sintiendo lo que sentimos el uno por el otro?

—¿De dónde has sacado la idea de que vamos a hacer eso? —le preguntó él duramente—. ¿De verdad te crees que yo voy a querer vivir con una mujer como tú?

—No entiendo...

Angelo rio secamente.

—Yo tengo algo de orgullo. Compartiré mi cama contigo, ¡pero nada más!

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