OLIVIA
—Pensé que te habías asustado.
—¿Por qué? —preguntó tranquilamente entre bocados de su escalopa. Me arrepentí por completo de pedir ensalada. ¿Quién cena esas pajas en La Napolitana? Solo yo. «¿Si le pido un poco, me dará?»
Viendo esa carne al termidor siendo devorada por aquellos apetitosos dientes, casi me hace olvidar que él esperaba una respuesta.
—Porque pensaste que me había ido. De ser así, ¿cómo me habrías localizado?
Su cubierto quedó paralizado en el aire.
—Aquí. —Se encogió de hombros.
—¿Y si no venía nunca más?
—La otra noche me dijiste que este era uno de tus restaurantes favoritos.
—¿Y si me mudaba de ciudad?
Dejó de masticar por un momento.
—¿Piensas viajar a alguna parte?
Me quedé observándolo por un instante. Ya no sabía quién de los dos reservaba curiosidades allí. No le respondí y me divertí con eso, a sabiendas de que no me lo exigiría.
Entonces, continué comiendo.
—¿Está buena tu ensalada?
—Sí.
—¿Te gustó la cerveza?
—Es mi bebida favorita.
Dejó de comer nuevamente.
—Pensaba que era el vino.
—También me gusta, pero mucho más la cerveza.
Seguimos comiendo, pero me daba cuenta que ya casi terminábamos la cena.
—El vino te cae muy bien. —Lanzó su comentario, deslizando la frase con bastante sugerencia.
Sonreí.
Coloqué el tenedor en el borde de mi plato y me incliné hacia delante. Le hablé bajo…
—Te puedo asegurar, querido Carlos, que también lo hace la cerveza.
Demasiado quieto, matándome con la mirada, separó un poco los labios para intentar respirar profundo sin que se notara. Arrancó la servilleta de su regazo y se limpió la boca. La lanzó sobre el mantel y luego alzó la mano para pedir la cuenta.
OLIVIA
Su carro se parecía a él: sobrio, reservado, sencillo, elegante y misterioso. Carrocería color verde militar, asientos de un beige cremoso, espacioso, demasiado cómodo y con olor a nuevo. En los parlantes: un rock alternativo que no conocía.
»—¿Qué suena? —llegué a preguntarle.
»—Reserved for Rondee. La canción se llama Age me —llegó a responderme.
No quería preguntar a dónde íbamos, pero fue inevitable desear hacerlo al ver que llegábamos al peaje del puente que nos sacaría de la ciudad.
A punto de hablar, él se adelantó:
—Reservé una habitación al otro lado.
No sabía en qué trabajaba, a qué se dedicaba. Por mucho que no me crean, tampoco quería saberlo porque de igual forma no me animaba romper nuestro protocolo con lanzarle datos de mi vida. Sin embargo, comenzaba a pensar que Carlos era un maestro de la oratoria, puesto que varias veces para no tener que explicarme nada, moldeaba su tono de voz, cambiaba la cara y claramente le entendía. La vida, su empleo o lo que fuese, le había enseñado aquello, a perfeccionarlo. Y lo único que llegué a preguntarme fue con quién más lo practicaba, quién más le entendía como yo.
Poco tiempo después de atravesar aquel maravilloso escenario bajo el Puente sobre el Lago, llegamos a un precioso hotel. Todo clandestino, como la primera vez. ¿Por alguna razón él necesitaba ese resguardo? Pues, yo también.
Entramos a la habitación y temblé por el frío del aire acondicionado. Él se acercó detrás de mí con su boca muy cerca de mi cuello y su altura, su cuerpo, adaptándose a mi figura.
Uno de sus dedos recorrió lentamente mi brazo derecho en ascendencia, calmando todos mis temblores y sin importarle chocar en contra de la manga a media asta de mi vestido, la cual se encontró a medio camino. Apenas me tocaba, y ya me encontraba demasiado encendida.
—Algunos dicen que si te expones al frío con frío, lo matas.
Cerré los ojos para sentir la fuerza de su voz y sus caricias colmándome toda. Con mi pequeño bolso en mano, maniobré con los botones frontales de mi vestido. Comenzaba a sentir que aquella tela gruesa me ahogaba.
Desabotoné botón a botón y Carlos dio inicio a sus besos en el lateral de mi cuello. Y eventualmente, enterró la palma en mi nuca. Y de repente enredó los dedos en las cerdas de mi cabello… Todos sus toques desde atrás, pero fueron mis pezones y mi vientre quienes los sintieron.
Tomé aire con mucha necesidad cuando entendí que se alejaba un poco de mí para comenzar a desvestirse. Camisa, zapatos fuera, la hebilla de su correa tintineando… Sonidos gloriosos, los amé de inmediato.
Me volteé lanzando el clutch al suelo y me forjé en su boca, famélica, ¡loca! Deseaba desarmarlo de una vez. Cantó un gruñido divino y me tomó en brazos llevándome a la cama. Mi vestido cayendo sobre mis muslos, su pantalón flojo obedeciendo nuestras ganas. Y como por arte de magia, ya la camisa no estaba.
Separé las piernas justo después de que me sacara de mis prendas. Alzándome un poco, hice lo mismo con las suyas quedándonos completamente desnudos. Porque en veloces movimientos, mis sandalias y sus medias se habían ido lejos.
Arreguindada, anclada a su nuca, adueñándome de su cabello negro, se posicionó en mi entrada y me penetró.
—Uff…
—Por Dios…
No supe quién dijo qué, ya no era yo. Solo era un disfrute del mundo, un caramelo endurecido. Enterró su lengua en mi boca con fervor y comenzamos a movernos. Pero de repente y con la respiración acelerada, me miró.
—Exquisita, Olivia… —Sus palabras me hicieron arquear el cuerpo, y mi nombre en sus labios me hizo jadear—. Estás divina.
Ofrecí mis senos, yo era su festín. Abrí más las piernas para que me condimentara, para que le diera más sazón a mi organismo.
Entendió todas mis señales, porque encendió el taladro y no paró, haciéndome vibrar. Su gran cuerpo bien precioso, bien formado, liderando una batalla que parecía no culminar. Colocó las manos debajo de mis muslos y los subió a los suyos para darle al juego más viejo y perfecto del mundo.
Estiré el cuerpo hacia atrás, los brazos sobre mi cabeza con manos sosteniéndose con lo que encontrase. Apretó las carnes de mis caderas y me movió, me folló, me penetró, una y otra vez, sudando, haciéndome sudar, ¡haciéndome gritar!
CARLOS
Esa mujer no me pesaba, pero tampoco era una pluma. El explayarse así para mí con esa entrega viciosa, traía kilos de excitación encima. Y ellos ahora eran mi responsabilidad, no podía dejarlos caer.
Mordí mis labios y comencé a cogérmela duro, así…, como nos comenzaba a gustar, subiéndole unos grados al ardor de haber sucumbido aquella primera vez; la misma noche que nos conocimos.
Maldición, sin protección, sin una m****a encima. Ni siquiera recordaba sus palabras exactas cuando me aseguró que estaba limpia, y menos las mías certificando lo mismo. Era la segunda vez que nos veíamos y de nuevo lo hacíamos así. Estábamos chiflados, nos comportábamos como bestias sin cerebro. Pero ni que me pusieran una pistola en la cabeza la soltaba. Si me obligaban a alejarme de ese manjar de Dios, la llevaba conmigo a rastras.
Apoyó los tobillos en la cama y se impulsó como toda una maestra hacia delante. La atrapé por la cintura y comenzó a brincar, a danzar y a removerse sobre mí, abrazada a mí, restregándose conmigo. Esa sensación tan jugosa del sagrado ejercicio cuando se encaja a la perfección, donde los diálogos no importan y las preguntas tampoco; mientras la ayudaba con mis piernas y manos a moverse una y otra vez, sin parar, con fuerza y vigor… Esa vil mentira del trabajo que se borra, cuando se va el calor de una ciudad que te puede hacer cambiar de humor, donde las cuentas no se pagan, donde el cielo es del color que uno desee… Ese sentimiento de moldura y follada, de sexo crudo y centinela de una pulcra unión, sin baches, era demasiado placentero, fue demasiado para mí sentir eso de nuevo y casi no llego a explicarlo con aciertos. ¡Hacer el amor con Olivia era estar en el puto reino!
Me fui con ella, le di la vuelta, la puse en cuatro y le di hasta que se me olvidó que todo tenía un final. Le di, le di profundo, le di durísimo a esa Olivia, una mujer que aún era casi una desconocida. Le dejé rojo el sentido de cordura, halé su cabello y mi premio fue estar de acuerdo. Mordí su espalda, hombros, escupí mi mano y me fui a otra puerta. La asusté, me reí, salí, me metí en la de siempre, la penetré cien veces, me hizo jadear en celo, me restregó que el ego es un muñeco de trapo sobre el pavimento.
Nos follamos, me folló después, me dio sus tetas dándome la espalda y se las apreté como dos distinguidas masas sobre un plato de vajilla fina. Estaba desesperado, vuelto loco, no sabía qué hacer con tanto.
Se puso boca arriba y ambos, estiramos sus propias piernas y seguimos en la faena pero con la clara diferencia de nuestros largos besos; la mejor parte.
Me encantaba besar a Olivia, me encanta besarla, me encanta follarla y besarla al mismo tiempo y besarla antes, durante y después.
Mi pelvis se movía ligera, acostumbrada ya, mientras las lenguas hacían su danza natural. Mordí sus labios, mordió los míos, sus jadeos fueron de muerte.
Me acerqué a ella y la miré. Y tuve que bajarle un poco a mi revolución por el impacto. ¡Diablos, estaba bellísima! Tenía marcas rojas en la cara, muecas de esfuerzo y placer, el maquillaje algo corrido… Tal vez era todo un desastre pero sobre esa cama, ese desastre era mío.
Abrí la boca para tomar aire y decir algo. Aunque antes la besé.
—Me vuelves loco, Olivia. —Tenía que decírselo. Luego tuve que tragar para alejar la sequedad de mi garganta.
—Ahh, Carlos. Ahh…
Ella impulsó su centro hacia mí como martillo de feria, y… Uff, que alabados sean todos esos groseros movimientos que hacen las mujeres en la cama. Ese empuje fue una súplica y asentí a sabiendas de lo que pedía.
«Claro que sí, mi vida», respondí en pensamiento.
Me fui abriendo paso con velocidad; o mejor dicho, a un ritmo medido para hacerla llegar a ella primero. Muy bien sabemos que no solo se trata de orgullo, sino del espectáculo que supone el verlas acabar.
Presionó mis caderas con sus hermosas piernas, atacó mi espalda con sus preciosas uñas, jadeó ruidosa y desinhibida… Olivia ya no estaba en ese cuarto, pude sentirla volar tras el temblor de su cuerpo y mucho más allá, con el apretón de mi miembro y su dulce manjar mojándome todo.
No pude más, no sería tan cruel como para alargarlo. Empujé, me metí, socavé.
Oh…
Maldición.
Enterré mi cara en su cuello y con un empujé más, terminé de derramarme dentro.
Y… se hizo el silencio.
Ninguno de los dos habló. Ninguno de los dos se movió y me pareció que pasó un buen rato hasta que me erguí un poco y la observé. Sus labios aún seguían separados, ojos cerrados y un tanto mojados en las esquinas. Respiraba aceleradamente, tragando también; debía tener bastante sed.
—Mírame.
Obedeció. Abrió sus ojos y no supe si fue por la iluminación del cuarto (que no era mucha), o por todo lo que acabábamos de hacer.
Pero los vi por primera vez un tanto claros. No conocía a esa mujer tanto como para definir esos cambios físicos en ella, pero ese de allí, me encantó. Y me dieron ganas de besarla lento, así que lo hice. Siempre disfruto probar los labios de una mujer recién follada. Pero ella no era una simple mujer, era una dama. Mejor dicho, era Oliva recién follada, algo muy distinto. Sentí que sonrió pegado a mí y tuve que seguirle la mueca, también quería sonreír.
Me salí con cuidado y me coloqué boca arriba. Ella y yo nos movimos al unísono. Deseaba que se acostara en mi pecho, pero ya ella lo estaba haciendo. Fue extraño, porque mi cabeza proyectó alguna visión sobre polos opuestos e imanes. Por fin descansó su cabeza sobre mí. Enredamos las piernas, la abracé y permanecimos así hasta quedarnos dormidos.
OLIVIAPoco a poco me fui despertando, gracias a la vibración de un teléfono; el único sonido en toda la habitación. Me dolía un poco el cuerpo y créanme, fue más por dormir junto a alguien en esa linda posición, que por todo lo demás. Y no era porque fuese una mujer altamente sexual. Con Alonso tuve sexo no tan lejano al primer día que me acosté con Carlos. Pero fue… distinto. No hubo dolores porque no hubo abrazos. Con mi ex era otra cosa.Solo con levantar la cabeza pude ver que él seguía durmiendo. No lo despertaría por nada del mundo. Ni siquiera si se trataba de su móvil.Me moví lentamente y ni se inmutó. Fui por mi bolsito porque desde allí se escuchaba el menequeo. Silencié la vibración de mi celular ya que aún no deseaba contestar. Era mi jefe y algo debía haber ocurrido para que me llamara un fin de semana y a esas horas de la noche.Pero el tedio que podía producirme el contestar no fue la razón de no hacerlo, sino el querer contemplar un poco a Carlos en esa guisa. Algo t
CARLOS —No te ves bien.Alcé la cara para mirar a mi prima luego de soltarme aquella opinión, mientras masticábamos nuestro almuerzo, uno que compartíamos en su oficina, un sábado al mediodía; Algo exclusivo y extraño, en vista del lugar en dónde ella trabajaba. Ya era demasiado que los fines de semana ella tuviese que laborar, lo que me hacía querer acompañarla para aligerar un poco su responsabilidad.—Anoche fue un desastre —le conté—. A Marcos le dio una alergia bastante fea y en el hospital no nos fue nada bonito.—¿Cómo dices? —Dejó de comer—. Pero… ¿él está bien? ¿Cómo que una alergia? —Los ojos de mi prima estaban bastante explayados.—See, see, pero tranquila, él está bien. Le inyectaron un potente antialérgico y toda la cosa. Pero el maldito Seguro, el cual me está desangrando, se puso con mierdas y actuó con una estúpida burocracia que casi me mata de la rabia.— ¿Qué, qué?Tragué mi pedazo de pan con carne mechada, limpié mis labios con una servilleta y me acomodé mejor e
OLIVIA Me vestí, me arreglé, me maquillé y perfumé. Salí de casa a la hora indicada para poder llegar a tiempo. Me encontraba demasiado emocionada —como nunca antes— por ese encuentro con Carlos. Tanta fue mi agitación, que olvidé por completo llamar al restaurante y reservar una mesa. En mi camino a casa desde el trabajo, estuve imaginando la idea de reservar una de las mesas más alejadas y privadas del sitio. Deseaba regresar al disfrute que él me provocó la vez que nos conocimos, donde me envolvió con su cuerpo, con sus manos y su psiquis en pleno restaurante, casi delante de todos. Deseaba de nuevo vivir el riesgo de poder ser vistos, aunque nos escondiésemos. Deseaba tantas cosas… El picor, la sensación que provocaban sus adulaciones en el fragmentado panorama de peligro, esa visión lúgubre, ese delicioso nerviosismo. Lo cierto es que lo deseaba a él en La Napolitana, porque ya el lugar había sido bautizado por nuestras maneras de vivirnos. Sin embargo, al final, tanta bruma
OLIVIA.OLIVIACreí que habíamos muerto, pero los muertos no respiran y menos así. Tampoco creo que se cansen y menos que disfruten de estos actos tan valiosos; con todo el respeto que se merece el más allá.Abracé a Carlos, sobé su espalda soportando el peso de su anatomía, barriendo el sudor con mis palmas, o quizás echando más; O tal vez empapando aquel terreno con gotas que parecían no secarse.Quería hablar, decirle todo lo que me había hecho sentir. ¿Pero cómo hacerlo con la garganta cerrada y verdaderamente cansada? Casi no podía respirar, Carlos me arrebató todo el aliento.«Eres absolutamente hermosa…»Recordé sus palabras, la forma cómo las liberó… Ese hombre había llegado aquella noche con problemas, algo había sucedido en su vida antes de nuestra cita y me sentí comprometida en hacerle olvidar todo lo negativo. Si seguiríamos siendo ocasionales, al menos yo, como ocasión, tendría que ser lo bueno.Se irguió, salió de mí y dándome uno cuantos besos, se acostó a mi lado. Se
OLIVIA.Cuando las penetraciones acabaron, regresó su cuerpo al colchón y sentí fresco de inmediato tras la carencia de su pene. Porque no pude dejarme caer de una vez, la impresión de lo vivido me dejó aún en cuclillas, tensa y riendo. Riendo por no poder creer aquello, apretando los ojos, incluso. Todo era demasiado.Se movió completo, mientras me resbalaba por fin hasta sentarme. De repente se puso de rodillas frente a mí, tomó mis piernas, me arrastró…—¡Aaaah! —grité.Se acomodó entre ellas y me penetró. Otra vez.—¡Así! —Empujó duro una sola vez hasta acoplarse—. No te separes, te quiero así —le escuché decir, mientras se unía también a mi regocijo.Nos reímos bastante, cansados, satisfechos y locos. Entonces nos besamos y besamos y seguimos besándonos hasta que el agotamiento nos fue devorando y nos hizo caer en un profundo sueño.Al cabo de unas horas (no supe de inmediato cuántas), me encontré con mi cara pegada a su pecho. Sentí un confort tan divino...Carlos estaba despier
CAPÍTULO IV: LA CUARTA CENANo quiero esperar hasta el viernesOLIVIA Debo confesar que no me esperaba tanto alboroto. Esto tenía que ser obra de la jefa de Recursos Humanos, imagino que motivada por los consejos o peticiones del Director de la empresa; porque no me explicaba el hecho de que todos los empleados de la aseguradora paralizaran sus labores e interrumpieran sus horas de almuerzo, por unos minutos, solo por mí.—¡Feliz cumpleaños, Olivia!—¡Felicidades! —me dijeron unos y otros, con abrazos y enormes sonrisas, luego de cantar a viva voz una de las canciones más viejas de la historia musical.—Muchas gracias a todos… ¡Muchísima gracias! —fui respondiendo. Un poco abrumada, si debo confesar.En todos los años que tenía trabajando para —y con— estas personas, nunca habían celebrado el cumpleaños de nadie allí. Era todo nuevo para mí.—Olivia… —me llamó el Director un tanto serio.—Dígame.Él ocultó una sonrisa genuina, creo que mi formalidad le causó gracia.—La espero en mi
OLIVIA.Y drenando un sudor interno, temblando casi, la coloqué donde él me había indicado.Luego lo miré y le entregué la carpeta.—Yo me quedo con esto… —despegó una de las hojas dejando las demás—, y tú te quedas con eso. —Asentí tomando lo que me daba y se hizo un segundo de silencio—. Olivia, comenzarás como aprendiz de la aseguradora y ese dinero quizás te sirva para reiniciar las clases. Quedaste en un semestre avanzado, ¿no es cierto? «¿Cómo sabe él todo eso?» Asentí.—Bien. Hazlo, no pierdas la oportunidad. Y…, gracias. Por todo. Mil gracias, de verdad.Sabía de lo que me hablaba.—¿Esto tiene que ver con tu relación, por todas las cosas en las que colaboré?—Para nada. Tiene que ver con lo que ya te dije. —Sonrió, exhaló una sola risa ligera y nasal, removió su cabeza en negativa como diciendo: ella no tiene remedio. Luego se recostó en el espaldar de su silla.Me levanté un tanto aletargada y con un incremento de ese mismo sentimiento, salí de la oficina y caminé hasta mi c
CARLOS Estaba bastante apurado por llegar, porque necesitaba irme de allí lo más pronto posible. Estacioné en la parte de atrás del edificio, asegurándome que tenía cancha libre para salir fácil.El agente de seguridad me otorgó uno de los tickets de papel que siempre entrega a los visitantes del estacionamiento cerrado, el cual debía conservar como el mayor tesoro. Así que lo guardé en la guantera.Apagué el vehículo, me bajé con las pertenencias requeridas para mi cita y activé la alarma al cerrar la puerta.La entrada trasera de la aseguradora era más pequeña que la principal y mi coche había quedado diagonal a ella; Debía dar unos pasos para llegar allí.Este es el momento de confesar que mi apuro se había vestido —antes de llegar— con otro traje: el de la invisibilidad. Estaba seguro que Olivia, la mujer con la que me había estado acostando, se encontraba allí esa tarde. Algo me decía que mi suerte no podía estar tan bien ajustada como para enviarme a ese edificio uno de sus día