OLIVIA.No sangré más. Claro, no tuvimos sexo ese mes.Pero al siguiente, en abril, después de la primera consulta oficial y comenzar el control habitual, empezamos a dar la noticia.Yo a mi madre, él a sus padres y a su prima. Todos gritaron a su modo, demasiado sorprendidos, llorosos, hermoso, muy hermoso decir algo así y que todos apoyen, lo mejor que podía pasar.No tenía náuseas, solo me desagradaban algunas comidas, me gustaban demasiado otras. Mucho sueño me dio, eso sí. Y aprovechaba para dormir todo lo que podía luego de llegar del trabajo.Luego vino la noticia en el Seguro. Pensé mucho anunciarlo de una vez o no. Se venía ocupaciones y un embarazo siempre significa dar de baja, el permiso pre y post natal, bonificaciones, entre otras cosas siempre dependiendo de la política empresarial, no sabía si la noticia caería bien del todo.Pero sucedió lo contrario, al menos eso me hicieron sentir. Sobre todo mi jefe mayor, su esposa y Leónidas, quien este último me prometió organiz
NANCYMe encanta observar, soy una observadora nata. Algunas personas le llaman a esto “ser voyerista”, pero no quiero meterme con términos que no conozco bien.Mi gusto por la observación comenzó desde el momento en el que fui consciente de que mi familia era dueña de lugares dedicados a la atención al público. Supe desde niña que teníamos propiedades, sobre todo restaurantes, por varias partes de la ciudad. Precisamente el lugar donde me encuentro en este momento es de ellos, de mis abuelos, quienes fueron dueños del restaurante La Napolitana y por sucesión, les tocó a mis padres llevar las riendas. Por consiguiente, de la misma forma me tocó a mí esta especie de suerte.Después de cumplir mis treinta años, me convertí en una de las propietarias y también administradora del restaurant, una de esas personas que siempre está allí para que todo funcione bien, intentando conseguir la perfección en su funcionamiento. Pero aprendí desde pequeña que no todo es perfecto.Es desde aquí, desd
OLIVIA —¿Puedo sentarme? —me preguntó aquel hombre.Después de unos segundos que parecieron minutos, asentí con un movimiento apenas de cabeza. No quería que descubriera el estado de derrota en el que me encontraba. La verdad, no quería que nadie lo hiciera.Debe ser dueño del restaurante. De seguro el mesonero chismoso le habrá comentado algo, pensé, mientras él arrastraba la silla y se deslizaba en ella.El lugar iba quedándose solo y lo más acertado para cualquiera del personal, era encontrar una manera delicada de sacar a la triste mujer desvalida y con cara de loca. De verdad que sentía fastidio y más miseria si eso era posible.Revisé mi cartera y comprobé la cantidad de dinero que tenía para el taxi. ¡Gracias a Dios era una buena suma! Las varias embarcadas han hecho de mí una mujer precavida.—¿Quieres que te pida otra copa? —preguntó.Subí la mirada hacia su rostro ya que su pregunta llamó mi atención. Se veía relajado, pero a la expectativa.¿Por qué me mira así?—No hay pr
OLIVIA ¿Qué dato interesante hay entre las historias que los empleados de un restaurante pueden contar a diario? Sobre todo los fines de semana, cuando mayor es la población de locura bajo estas mesas. Existe tanta gente con problemas y soluciones, que me catalogo entre la mujer más común de todas las estadísticas.Empecé a salir con Alonso hace siete años, lo conocí en la universidad. Tuvimos nuestro tiempo de pasión desenfrenada, luego las peleas, después las sospechas de posibles engaños y las embarcadas continuas, esas que me confirmaban un desinterés inminente hacia la relación y mi persona. Eso es todo lo que una “mujer común" puede narrar mientras se tiene una vida que va desde ir al trabajo y llegar a casa temprano, para cocinar el almuerzo destinado a ser engullido en la siguiente jornada laboral. Salir a cenar a La Napolitana, uno de los lugares más reconocidos en la capital del gran estado Zulia, suele ser una diferencia notoria en los planes de una persona como yo. Entonc
OLIVIA—Pensé que te habías asustado.—¿Por qué? —preguntó tranquilamente entre bocados de su escalopa. Me arrepentí por completo de pedir ensalada. ¿Quién cena esas pajas en La Napolitana? Solo yo. «¿Si le pido un poco, me dará?»Viendo esa carne al termidor siendo devorada por aquellos apetitosos dientes, casi me hace olvidar que él esperaba una respuesta.—Porque pensaste que me había ido. De ser así, ¿cómo me habrías localizado?Su cubierto quedó paralizado en el aire.—Aquí. —Se encogió de hombros.—¿Y si no venía nunca más?—La otra noche me dijiste que este era uno de tus restaurantes favoritos.—¿Y si me mudaba de ciudad?Dejó de masticar por un momento.—¿Piensas viajar a alguna parte?Me quedé observándolo por un instante. Ya no sabía quién de los dos reservaba curiosidades allí. No le respondí y me divertí con eso, a sabiendas de que no me lo exigiría.Entonces, continué comiendo.—¿Está buena tu ensalada?—Sí.—¿Te gustó la cerveza?—Es mi bebida favorita.Dejó de comer nu
OLIVIAPoco a poco me fui despertando, gracias a la vibración de un teléfono; el único sonido en toda la habitación. Me dolía un poco el cuerpo y créanme, fue más por dormir junto a alguien en esa linda posición, que por todo lo demás. Y no era porque fuese una mujer altamente sexual. Con Alonso tuve sexo no tan lejano al primer día que me acosté con Carlos. Pero fue… distinto. No hubo dolores porque no hubo abrazos. Con mi ex era otra cosa.Solo con levantar la cabeza pude ver que él seguía durmiendo. No lo despertaría por nada del mundo. Ni siquiera si se trataba de su móvil.Me moví lentamente y ni se inmutó. Fui por mi bolsito porque desde allí se escuchaba el menequeo. Silencié la vibración de mi celular ya que aún no deseaba contestar. Era mi jefe y algo debía haber ocurrido para que me llamara un fin de semana y a esas horas de la noche.Pero el tedio que podía producirme el contestar no fue la razón de no hacerlo, sino el querer contemplar un poco a Carlos en esa guisa. Algo t
CARLOS —No te ves bien.Alcé la cara para mirar a mi prima luego de soltarme aquella opinión, mientras masticábamos nuestro almuerzo, uno que compartíamos en su oficina, un sábado al mediodía; Algo exclusivo y extraño, en vista del lugar en dónde ella trabajaba. Ya era demasiado que los fines de semana ella tuviese que laborar, lo que me hacía querer acompañarla para aligerar un poco su responsabilidad.—Anoche fue un desastre —le conté—. A Marcos le dio una alergia bastante fea y en el hospital no nos fue nada bonito.—¿Cómo dices? —Dejó de comer—. Pero… ¿él está bien? ¿Cómo que una alergia? —Los ojos de mi prima estaban bastante explayados.—See, see, pero tranquila, él está bien. Le inyectaron un potente antialérgico y toda la cosa. Pero el maldito Seguro, el cual me está desangrando, se puso con mierdas y actuó con una estúpida burocracia que casi me mata de la rabia.— ¿Qué, qué?Tragué mi pedazo de pan con carne mechada, limpié mis labios con una servilleta y me acomodé mejor e
OLIVIA Me vestí, me arreglé, me maquillé y perfumé. Salí de casa a la hora indicada para poder llegar a tiempo. Me encontraba demasiado emocionada —como nunca antes— por ese encuentro con Carlos. Tanta fue mi agitación, que olvidé por completo llamar al restaurante y reservar una mesa. En mi camino a casa desde el trabajo, estuve imaginando la idea de reservar una de las mesas más alejadas y privadas del sitio. Deseaba regresar al disfrute que él me provocó la vez que nos conocimos, donde me envolvió con su cuerpo, con sus manos y su psiquis en pleno restaurante, casi delante de todos. Deseaba de nuevo vivir el riesgo de poder ser vistos, aunque nos escondiésemos. Deseaba tantas cosas… El picor, la sensación que provocaban sus adulaciones en el fragmentado panorama de peligro, esa visión lúgubre, ese delicioso nerviosismo. Lo cierto es que lo deseaba a él en La Napolitana, porque ya el lugar había sido bautizado por nuestras maneras de vivirnos. Sin embargo, al final, tanta bruma