Mi cuerpo no daba para más. Un cansancio excesivo me rellenó como un saco infernal, cosas pesadas metidas allí para ahogarme en un mar profundo y desconocido, temeroso, peligroso.—Debí matarlo —seguí diciendo, llorando a mares, no podía parar—. Debí matarlo justo después de clavarme esa maldita botella en la cara. Debí hacerlo, Juan. ¿Por qué no lo hice?Mi guardaespaldas me sostuvo fuerte, combatiendo los embistes enfurecidos de mi cuerpo, y poco a poco me fue calmando, sintiendo cómo me recostaba sobre el sillón, colocando unos cojines bajo mi cabeza para ir a guardar el arma que yo misma saqué de la gaveta.Pude haberme reído al ver cuándo la desarmó, lo entendía, comprendía perfecto que no confiara en mi juicio.Bien por él, ni yo misma confiaba en mí.Regresó y cómo pudo, intercambió el cojín por su cuerpo, por su musculoso pecho, sus fuertes brazos.Yo, que siempre sonreía, aún seguía llorando. Él acarició mi corto cabello rubio, me dejé hacer todo eso por él, sacando de mi sis
Recordé a Meléndez. El viejo Meléndez siempre supo que su sobrino, o el sobrino de su mujer, no era un asesino, solo un desgraciado drogadicto y ladrón, un adicto que lo único que buscaba era salir de fiesta. Tal vez tenía deudas gracias a los excesos. Lo lamentable fue cubrirlo, Meléndez lo mantuvo en secreto, haciendo tratos con la policía para "proteger" su empresa de manchas feas. El único asesino verdadero, el único monstruo era Tony Urdaneta, más nadie que él. Le mintió a Nancy la noche que la agredió.Existe una expresión que reza echarle el muerto a alguien. Mientras significa dejarle cargas o responsabilidades de uno mismo a alguien más, el delincuente de Tony lo hizo literal, poniendo en la boca de Vassallo una falsa confesión de homicidio.El sobrino del viejo empresario admitió conocer a la joven Susana, aunque poco. También admitió haberse acostado con ella de manera furtiva y que una cosa que le impresionó cuando ocurrió, fueron unas marcas de golpes que la chica tenía e
CAPÍTULO XIV. La cena número 70. Esto no me lo esperaba.OLIVIA. Calor, tenía muchísimo calor esa mañana de comienzos de Marzo.Los meses pasan volando, uno no se da cuenta. Y las cosas van pasando como si todo se tratase de un pasillo largo que obligado hay que transitar.El fin de año fue una buena celebración. Por cuestiones obvias, preferimos quedarnos en casa. Ya nuestro nivel de adrenalina estaba por las nubes y Carlos no se encontraba apto para "pegar brincos y saltar por su vida", palabras de él. De ese modo, invitamos a su prima al apartamento, quien asistió con su esposo y una cajita negra que no vi hasta después del cañonazo.El anillo... Aún no lo puedo creer.Carlos me ha contado cómo lo obtuvo, sin pena alguna, manejando muy bien esa filosofía de no secretos, aunque sé que es evidente que siempre guardaremos para cada uno alguna cosita que no queramos decir o contar. Pero ahí estaba él, abrazándome desde atrás mientras mirábamos unos hermosos fuegos artificiales que uno
CARLOS.Llevaba la cena en bolsas, mi maleta de ruedas en otra y maniobraba con las llaves. Saludé al conserje y subí.Abrí la puerta esperando ver a Olivia, pero no me esperé que fuese así.Sí, le pedí que se desnudara, pero el que te obedezcan al pie de la letra y más allá es demasiada impresión.Ella se encontraba de espaldas a mí usando unos malévolos tacones negros. Nada más.Su cabello iba suelto y al girarse hacia mí, su monte de venus totalmente depilado y su rostro salvaje casi hace que se me explote el pantalón.Tranquilamente (fingiendo sentir eso), acomodé todo en el suelo de la entrada y caminé hasta ella.Llevaba las manos detrás de la parte baja de su espalda y con las mismas, se sostenía contra el vidrio.La terraza había sido re aperturada, acomodada y esa construcción sirvió perfecto para generar luz alrededor de esa hembra que me esperaba.Suspiré profundo. Olía exquisito ella, toda ella.—Quédate así. —Supe que mi mandato se cumpliría a la perfección.Llevé la comi
CARLOS.—¿Perdón?—Ayúdame a ponerme de pie.Por supuesto que la ayudé. La levanté con cuidado, la ayudé a limpiarse. Le busqué ropa de inmediato, la senté sobre la cama y me vestí veloz.Tomé las laves de la camioneta, la billetera y salimos del apartamento directo al ascensor, a mi carro, donde la ayudé a subirse, aunque me di cuenta que ya podía hacerlo por sí sola y salimos de allí.Intenté manejar como un hombre civilizado, pero los nervios me atacaban.—¿Sabías que estabas embarazada? ¿Desde cuándo?—No lo estoy. Maneja con cuidado, Carlos, por favor.Asentí y bajé la velocidad.—Ok, vamos a ver. Si no estás embarazada, ¿por qué me dijiste eso en el baño?—El periodo aún no debe llegarme y estaba sangrando considerablemente. Sentía muchísimo dolor, Carlos. No te quise despertar, pero casi no llego a baño.—Mierda, Olivia, coño, tenías que haberme dicho algo, ya estuviésemos en la clínica desde hace rato…. Ya estamos llegando. Menos mal que se me ocurrió vernos en ese apartamento
OLIVIA.No sangré más. Claro, no tuvimos sexo ese mes.Pero al siguiente, en abril, después de la primera consulta oficial y comenzar el control habitual, empezamos a dar la noticia.Yo a mi madre, él a sus padres y a su prima. Todos gritaron a su modo, demasiado sorprendidos, llorosos, hermoso, muy hermoso decir algo así y que todos apoyen, lo mejor que podía pasar.No tenía náuseas, solo me desagradaban algunas comidas, me gustaban demasiado otras. Mucho sueño me dio, eso sí. Y aprovechaba para dormir todo lo que podía luego de llegar del trabajo.Luego vino la noticia en el Seguro. Pensé mucho anunciarlo de una vez o no. Se venía ocupaciones y un embarazo siempre significa dar de baja, el permiso pre y post natal, bonificaciones, entre otras cosas siempre dependiendo de la política empresarial, no sabía si la noticia caería bien del todo.Pero sucedió lo contrario, al menos eso me hicieron sentir. Sobre todo mi jefe mayor, su esposa y Leónidas, quien este último me prometió organiz
NANCYMe encanta observar, soy una observadora nata. Algunas personas le llaman a esto “ser voyerista”, pero no quiero meterme con términos que no conozco bien.Mi gusto por la observación comenzó desde el momento en el que fui consciente de que mi familia era dueña de lugares dedicados a la atención al público. Supe desde niña que teníamos propiedades, sobre todo restaurantes, por varias partes de la ciudad. Precisamente el lugar donde me encuentro en este momento es de ellos, de mis abuelos, quienes fueron dueños del restaurante La Napolitana y por sucesión, les tocó a mis padres llevar las riendas. Por consiguiente, de la misma forma me tocó a mí esta especie de suerte.Después de cumplir mis treinta años, me convertí en una de las propietarias y también administradora del restaurant, una de esas personas que siempre está allí para que todo funcione bien, intentando conseguir la perfección en su funcionamiento. Pero aprendí desde pequeña que no todo es perfecto.Es desde aquí, desd
OLIVIA —¿Puedo sentarme? —me preguntó aquel hombre.Después de unos segundos que parecieron minutos, asentí con un movimiento apenas de cabeza. No quería que descubriera el estado de derrota en el que me encontraba. La verdad, no quería que nadie lo hiciera.Debe ser dueño del restaurante. De seguro el mesonero chismoso le habrá comentado algo, pensé, mientras él arrastraba la silla y se deslizaba en ella.El lugar iba quedándose solo y lo más acertado para cualquiera del personal, era encontrar una manera delicada de sacar a la triste mujer desvalida y con cara de loca. De verdad que sentía fastidio y más miseria si eso era posible.Revisé mi cartera y comprobé la cantidad de dinero que tenía para el taxi. ¡Gracias a Dios era una buena suma! Las varias embarcadas han hecho de mí una mujer precavida.—¿Quieres que te pida otra copa? —preguntó.Subí la mirada hacia su rostro ya que su pregunta llamó mi atención. Se veía relajado, pero a la expectativa.¿Por qué me mira así?—No hay pr