OLIVIA
—¿Puedo sentarme? —me preguntó aquel hombre.
Después de unos segundos que parecieron minutos, asentí con un movimiento apenas de cabeza. No quería que descubriera el estado de derrota en el que me encontraba. La verdad, no quería que nadie lo hiciera.
Debe ser dueño del restaurante. De seguro el mesonero chismoso le habrá comentado algo, pensé, mientras él arrastraba la silla y se deslizaba en ella.
El lugar iba quedándose solo y lo más acertado para cualquiera del personal, era encontrar una manera delicada de sacar a la triste mujer desvalida y con cara de loca. De verdad que sentía fastidio y más miseria si eso era posible.
Revisé mi cartera y comprobé la cantidad de dinero que tenía para el taxi. ¡Gracias a Dios era una buena suma! Las varias embarcadas han hecho de mí una mujer precavida.
—¿Quieres que te pida otra copa? —preguntó.
Subí la mirada hacia su rostro ya que su pregunta llamó mi atención. Se veía relajado, pero a la expectativa.
¿Por qué me mira así?
—No hay problema, ya me voy —respondí.
—¿Quieres que te llame un taxi?
Debí haberme visto ridícula queriendo ocultar mi desconcierto, sin lograrlo. Mi ceño fruncido apenas perceptible.
—¿Eres el dueño del restaurante?
—¿Disculpa?
Suspiré hondo, cansada, agotada de la noche, de estar allí sola y de… de todo.
—Necesitan que me vaya, ¿cierto? —le pregunté—. Está bien, tienen razón. —El mesonero no supo que lo hice cómplice de mi desconocida equivocación al mirarle—. Es tarde y debo irme a casa.
Debía levantarme después de decir aquello, era lo lógico. Pero nadie movió un músculo y a ciencia cierta no supe el porqué.
—¿«Necesitamos» que te vayas? —Negó levente con la cabeza y elevó la comisura de sus labios un poco—. Por lo menos yo, no necesito eso. En cambio, sé que tú sí precisas algo. —Se tomó una corta pausa—. ¿Qué es?
Ahora sí que lo miraba y con mucha atención, su manera de preguntar aquello me puso en alerta total. En ese momento no supe explicar ese tono de voz y Dios solo sabe lo mucho que quería responderle, decirle exactamente lo que quería y necesitaba.
Esa dichosa pregunta fue lanzada en mi mesa y rebotó contra mis sienes de una forma mortal, agonizante… ¿Qué necesitaba? ¡¿Qué necesitaba?! ¿Pagar la cuenta de la cena, irme a casa y dormir? ¿Eso era todo? Allí, pensando en la respuesta y viendo cómo él se dignaba a esperar que yo emitiera algún sonido, no despegué mis retinas de las suyas bajo todo ese proceso.
—Quiero volver a empezar —susurré, se me escapó sin aviso. Y sentí un repentino alivio, como sintiendo un peso liberarse de mis hombros pero sin certeramente percibirlo.
Válgame Jesús, que débil me había dejado mi fallida cita.
El caballero ante mí entrecerró sus ojos un poco, tan solo un pequeño movimiento. Tenía una sonrisa invariable, estaba desesperándome de una forma anormal.
—Ibas a tener sexo esta noche, ¿cierto?
¿Qué?
Sin darme tiempo a pensar en nada más, colocó un debo sobre su labio superior y lo comenzó a sobar, analizando y arrastrando la yema del índice derecho allí, en ese pedazo de carne, uno que me quitó el aliento y todo pensamiento coherente. Para efecto, mis palabras:
—Si te digo que sí, ¿qué pensarías?
—Que me decepciona el que te hayan dejado varada. Una mujer como tú debería estar sobre una cama.
El corazón que ya sentía enfermo se movió con una señal de sismo, no me gustó mucho lo que dijo pero la manera, la certeza y seguridad en cómo lo dijo… Pude haber sentido miedo, cualquier chica lo sentiría. Él era un extraño y dueño de aquel recinto, el Rey de esa esquina. Cualquier cosa que intentara hacer conmigo podría confundirse con algo peligroso.
Pero debo confesar que ese albur codicioso me encendió toda.
—¿Y si me respuesta es la contraria? ¿Si te digo que no?
—Entonces te diría que quieres empezar para precisamente dar inicio a una nueva aventura, porque las propias te merecen. —Se tomó un breve momento de silencio—. Pero algo te lo impide, ¿cierto? Algo te impide volver a empezar. ¿Qué es?
De nuevo ese extraño fisgoneo. Mi lengua estaba seca, mi paladar… Suspirar era lo que mejor hacía frente a él, lo comprobé tras sus directas palabras. De igual forma, ese hombre no lograría intimidarme.
—Que preocupación tan grande la de los hombres, ¿no es así?
—¿Cuál?
—Si nosotras las mujeres no poseemos el disfrute y la vida que físicamente deberíamos tener según ustedes, entonces el mundo termina allí, justo en ese instante. —Sonreí triste y hasta pude disfrutar que mis susurros y palabras bajas, de yo elevarlas, serían casi el único sonido en la estancia. Volví a mirarle y con más profundidad, quería que entendiera bien lo que le estaba diciendo—. Ustedes viven todo el tiempo, siempre, de maquinarle la vida a una fémina y déjame decirte algo, esa moda ya pasó, ahora somos otras. ¿A caso no se cansan de tener decepción tras decepción?
Sonrió genuinamente y tuve que mirar hacia otro lado para no mostrarme más por debajo de lo que me sentía en el momento.
Abajo. Debajo de mí. Muy por debajo de esa mesa quise estar de repente al ver esa sonrisa.
—Por favor —emitió una suave risa—, no pienses que me acerqué a tu mesa porque esté preocupado por ti. No te conozco de nada, pero supongo que una dama sola a estas horas en Maracaibo, llorando y mirando la pantalla del celular como si le fuera la vida en ello, es una atracción inevitable. —Tragué grueso al darme cuenta de sus detalles sobre mí—. No me eches la culpa de nada. En cambio, yo te echo la culpa de todo. Te echo la culpa porque por ti es que me alejé de mi mesa y me vine para acá.
¿Su mesa? ¿Es el dueño, o no es el dueño? Bueno, de serlo puede literalmente poseer una mesa aquí, pensé.
Y miré a mi alrededor ubicando al personal, o cualquier cosa que me insistiera que me encontraba en el ojo del huracán. Fruncí el ceño y apreté mis labios para evitar una profusa exhalación.
—Supongo entonces que todas y todos aquí ya debieron hacer sus conclusiones de lo que me pasa. Quizás el poco personal que queda debe estar pensando y divirtiéndose con el compañero dignado a cumplir una apuesta personal conmigo, ¿o no? Una jugada con la solitaria muchacha del vestido verde...
—¿Qué? —Sus cejas arrugadas hacían juego con su desconcertada sonrisa—. Yo no apuesto nada, nunca. No estoy cumpliendo ninguna apuesta.
—Entonces, ¿por qué me pediste permiso para sentarte aquí si no cumples con ninguna apuesta?
—Ok, entiendo tu punto. Pero no solo te pedí permiso para sentarme, te pedí permiso para acompañarte. Algo muy distinto.
—Ah, entonces lo reconoces. Reconoces que como empleado del lugar llevas una intensión. Lo haces y luego cambias la pregunta que ya por sí misma ha caducado hace bastante rato.
Me eché a reír con mis locuras. Él ya comenzaba a mirarme de una forma divertida y extraña y no supe en qué momento empecé a tutearle. Disfruté de mi risa, pero solo por un breve instante, porque el sonido de su silla siendo arrastrada hacia mi cuerpo me trajo de vuelta a la realidad, una de la que tampoco sabía que me había apartado y esta última palabra describe a la perfección el antónimo de cómo me encontraba ahora junto a él. Ese hombre decidió que con sus manos podía acercarme a su anatomía, a su hombría, a su perfume…, con todo y asiento.
El cuerpo que me soportaba aquella noche quiso sacudirse en defensa, pero el traicionero vestido dejó en evidencia un hoyuelo que solía formarse en mi muslo derecho. Me di cuenta de ello porque el frío del aire acondicionado se coló allí y al mover mi mano para bajar la falda, unas malditas y diabólicas palmas de macho me lo impidieron.
Atrapada… ¡Estaba atrapada y perdida!
Balanceó sus manos con toques de los que jamás había sido testigo en mi vida. Su aliento a whisky y ese perfume a hierbabuena se volcaron de repente sobre el hueco entre mi cuello y mi hombro. No tuve cabeza para nada más, ¡me la había arrancado de raíz! Manos sobre mis piernas, boca saboreando mi piel junto un pequeño soplido. El embarque, las lágrimas, el dolor, el fracaso, la angustia y hasta los minutos, se fueron al techo y se quedaron allí. Juro por el más alto rango en el cielo que ya no me importaba demasiado si la gente nos veía. Dos extraños se profesaban algo apenas íntimo, apenas turbio, apenas prohibido, pero demasiado excitante como para detenerlo.
Mis piernas estaban cruzadas antes de aquello y sentí perfecto cuando sus dedos las fueron separando poco a poco y no sé si fueron locuras mías, pero creí percibir un ligero olor a mí.
Creó más intimidad entre nosotros cuando su dedo índice, ese que antes arrastraba sobre su labio y ya me había encendido, comenzó a conocerme profundo, viajaba hacia el interior de aquella tela verde por debajo de la mesa y anclé mi mano en su muñeca. Pero presioné más para sostenerme, que otra cosa. Ese extraño se estaba metiendo en un lugar donde muy pocos habían entrado. Algo me dijo entonces que desde hace mucho, en ese lugar, él ya debía estar.
—Si esto que percibo aquí debajo es un anhelo por volver a empezar —susurró para matarme—, coordinaré un nuevo embarque, pagaré si es necesario para que te hagan llorar. —Su dedo encontró mi lugar y jadié—. Seré yo mismo quien te vista de verde nuevamente. —Su yema provocando un desorden en mi cabeza—. Ajustaré el broche de tus tacones para regresar aquí y comenzar, una y otra vez y tenerse así… —Metió su dedo al completo y mi lengua se secó por la sed de más que aquello me provocó—. Iniciaré unas cuantas veces, todas las veces que lo necesites.
Mi respiración, mi noche, mi vida dando piruetas, ¡transformándose!
—Tu rostro, mujer —continuó con placer—, este que veo ahora y que me dedicas mientras te recorro, valdría la pena cada hora de esta noche, cada desplante, cada puto mensaje de tu celular.
—Oh, Dios…
Siguió moviendo su macabro dedo, dentro y fuera, respirándome, venerando lo que su mano alcanzara. Estaba a punto, acabaría explotando en un lugar público de la mano de un total desconocido. Y como leyendo mis pensamientos, de inmediato se colocó en mi oreja para susurrarme:
—Mi nombre es Carlos, no soy el dueño del local, y si lo que quieres es empezar, entonces hoy lo harás conmigo.
CARLOS
Quiero volver a empezar… Tan pronto dijo eso, me volví loco.
Explicar de la mejor manera lo que sentí al escuchar aquello de su boca, con esa expresión exigiendo y rogando por ayuda, sería un arduo trabajo. Juro por lo más sagrado que no tengo caracteres ni números para exponerlo. Es de suponer que la única percepción efectiva al tocar a una desconocida, se limita en las sensaciones más físicas que puedan compartir dos personas. Pero esa mujer con sus palabras desordenadas y su roja confesión (un gran botón del peligro), me transformó en un ser de acción.
Me había propuesto no salir de casa esa noche. Mi trabajo suele ser demasiado competitivo y cansón; tratando de entenderme de manera sencilla. Los fines de semana los aparto para dedicarlos a la nada, a pernoctar en casa o en algún otro lugar para desconectar. Yo-no-estaría-allí. Aquello no estaba destinado y no soy un hombre de creer tanto en esas bobadas del destino. De hecho, todavía pienso que la cena que compartí con ella (si es que se le puede llamar cena, porque no recuerdo haberme comido nada que no fuese a ella misma), en el caso de desarrollarse en base a un plan, no habría quedado tan perfecta.
La vida nocturna en Maracaibo para un hombre que trabaja con tantas ratas y cizañas alrededor, suele teñirse de vicios y malos actos carnales. A ciencia cierta, muy pocos son los que saben cómo es este mundo aquí debajo. En las calles que todos transitan durante el día, el marabino siembra la sazón en base a los billetes que pagan putas, humos ilegales, peligro, delincuencia a borbotones, licor en cantidades infrahumanas, contrabando de cualquier tipo… Ver a una mujer sola en un restaurante como La Napolitana no es sorpresa, porque allí se reúnen desde artistas municipales con mayor renombre, hasta los chulos o proxenetas con sus hijas de la mafia. Y si los juntamos, déjenme decirles que de todo eso saldría una noche muy interesante. Es simple, ninguna mesa se comunica con la otra, todos dejan que fluya su noche predilecta pero, verla sola, esperando por alguien en una de esas mesas antiguas y de madera oscura que caracterizan al italiano establecimiento, podría ser, tal vez, un capítulo trillado en mi vida. Sin embargo, al verle el rostro algo pasó, nació ese interés, una malévola pretensión de sentarme a su lado así de la nada y comencé a darme cuenta de que ella no era una mujer cualquiera.
Pero algo más terminó por destruir por completo mi cordura: su desahogo. Y recordé que fue fácil acercarme, pero la ocasión como grandeza, colocó la cuestión espesa, difícil, como un tedioso problema. ¿Qué debía hacer? Su mala manera de responderme me dio a entender que frente a mí tenía a una altanera. Y como me gustan…, como gustan, de verdad, las altaneras.
No entiendo eso de que a los hombres nos encantan los desafíos. En mi caso, solo me gustan aquellas féminas sinceras y gracias a ese gusto, he aprendido a leerlas sin que hablen. Pues, ella lo hizo incluso antes de acercarme. Solo Dios sabe que Carlos, yo, este carajo quien tuvo la necesidad el día de hoy de contar aquella noche, luchó muchísimo consigo mismo para no desarmar a esa mujer en el acto.
Entonces ya la tenía bajo mis dedos, con ese olor tan conocido, aunque... No, no existía nada igual, nunca en mis treinta y cinco años de edad podría igualar su olor a feminidad con el de las mujeres que habían pasado por mis manos, no pude evitarlo.
Me acomodé como pude para taparla de los pocos curiosos, porque no iba a parar de tocarla y al mismo tiempo, no quería que se sintiera avergonzada. Ella había acabado en mis manos y la satisfacción era de miedo.
Con mi extremidad mojada por sus jugos, saqué la mano de su vestido y acerqué los dedos a sus labios. ¡Aun no entiendo cómo no morí en el acto! Empezó a reírse bajito, con la vista entrecerrada. Yo igual, no pude evitar sonreírle y mucho menos hacer que se saboreara entre mis yemas.
Entonces, así, inició una de las mejores conversaciones que he tenido en la vida.
OLIVIA ¿Qué dato interesante hay entre las historias que los empleados de un restaurante pueden contar a diario? Sobre todo los fines de semana, cuando mayor es la población de locura bajo estas mesas. Existe tanta gente con problemas y soluciones, que me catalogo entre la mujer más común de todas las estadísticas.Empecé a salir con Alonso hace siete años, lo conocí en la universidad. Tuvimos nuestro tiempo de pasión desenfrenada, luego las peleas, después las sospechas de posibles engaños y las embarcadas continuas, esas que me confirmaban un desinterés inminente hacia la relación y mi persona. Eso es todo lo que una “mujer común" puede narrar mientras se tiene una vida que va desde ir al trabajo y llegar a casa temprano, para cocinar el almuerzo destinado a ser engullido en la siguiente jornada laboral. Salir a cenar a La Napolitana, uno de los lugares más reconocidos en la capital del gran estado Zulia, suele ser una diferencia notoria en los planes de una persona como yo. Entonc
OLIVIA—Pensé que te habías asustado.—¿Por qué? —preguntó tranquilamente entre bocados de su escalopa. Me arrepentí por completo de pedir ensalada. ¿Quién cena esas pajas en La Napolitana? Solo yo. «¿Si le pido un poco, me dará?»Viendo esa carne al termidor siendo devorada por aquellos apetitosos dientes, casi me hace olvidar que él esperaba una respuesta.—Porque pensaste que me había ido. De ser así, ¿cómo me habrías localizado?Su cubierto quedó paralizado en el aire.—Aquí. —Se encogió de hombros.—¿Y si no venía nunca más?—La otra noche me dijiste que este era uno de tus restaurantes favoritos.—¿Y si me mudaba de ciudad?Dejó de masticar por un momento.—¿Piensas viajar a alguna parte?Me quedé observándolo por un instante. Ya no sabía quién de los dos reservaba curiosidades allí. No le respondí y me divertí con eso, a sabiendas de que no me lo exigiría.Entonces, continué comiendo.—¿Está buena tu ensalada?—Sí.—¿Te gustó la cerveza?—Es mi bebida favorita.Dejó de comer nu
OLIVIAPoco a poco me fui despertando, gracias a la vibración de un teléfono; el único sonido en toda la habitación. Me dolía un poco el cuerpo y créanme, fue más por dormir junto a alguien en esa linda posición, que por todo lo demás. Y no era porque fuese una mujer altamente sexual. Con Alonso tuve sexo no tan lejano al primer día que me acosté con Carlos. Pero fue… distinto. No hubo dolores porque no hubo abrazos. Con mi ex era otra cosa.Solo con levantar la cabeza pude ver que él seguía durmiendo. No lo despertaría por nada del mundo. Ni siquiera si se trataba de su móvil.Me moví lentamente y ni se inmutó. Fui por mi bolsito porque desde allí se escuchaba el menequeo. Silencié la vibración de mi celular ya que aún no deseaba contestar. Era mi jefe y algo debía haber ocurrido para que me llamara un fin de semana y a esas horas de la noche.Pero el tedio que podía producirme el contestar no fue la razón de no hacerlo, sino el querer contemplar un poco a Carlos en esa guisa. Algo t
CARLOS —No te ves bien.Alcé la cara para mirar a mi prima luego de soltarme aquella opinión, mientras masticábamos nuestro almuerzo, uno que compartíamos en su oficina, un sábado al mediodía; Algo exclusivo y extraño, en vista del lugar en dónde ella trabajaba. Ya era demasiado que los fines de semana ella tuviese que laborar, lo que me hacía querer acompañarla para aligerar un poco su responsabilidad.—Anoche fue un desastre —le conté—. A Marcos le dio una alergia bastante fea y en el hospital no nos fue nada bonito.—¿Cómo dices? —Dejó de comer—. Pero… ¿él está bien? ¿Cómo que una alergia? —Los ojos de mi prima estaban bastante explayados.—See, see, pero tranquila, él está bien. Le inyectaron un potente antialérgico y toda la cosa. Pero el maldito Seguro, el cual me está desangrando, se puso con mierdas y actuó con una estúpida burocracia que casi me mata de la rabia.— ¿Qué, qué?Tragué mi pedazo de pan con carne mechada, limpié mis labios con una servilleta y me acomodé mejor e
OLIVIA Me vestí, me arreglé, me maquillé y perfumé. Salí de casa a la hora indicada para poder llegar a tiempo. Me encontraba demasiado emocionada —como nunca antes— por ese encuentro con Carlos. Tanta fue mi agitación, que olvidé por completo llamar al restaurante y reservar una mesa. En mi camino a casa desde el trabajo, estuve imaginando la idea de reservar una de las mesas más alejadas y privadas del sitio. Deseaba regresar al disfrute que él me provocó la vez que nos conocimos, donde me envolvió con su cuerpo, con sus manos y su psiquis en pleno restaurante, casi delante de todos. Deseaba de nuevo vivir el riesgo de poder ser vistos, aunque nos escondiésemos. Deseaba tantas cosas… El picor, la sensación que provocaban sus adulaciones en el fragmentado panorama de peligro, esa visión lúgubre, ese delicioso nerviosismo. Lo cierto es que lo deseaba a él en La Napolitana, porque ya el lugar había sido bautizado por nuestras maneras de vivirnos. Sin embargo, al final, tanta bruma
OLIVIA.OLIVIACreí que habíamos muerto, pero los muertos no respiran y menos así. Tampoco creo que se cansen y menos que disfruten de estos actos tan valiosos; con todo el respeto que se merece el más allá.Abracé a Carlos, sobé su espalda soportando el peso de su anatomía, barriendo el sudor con mis palmas, o quizás echando más; O tal vez empapando aquel terreno con gotas que parecían no secarse.Quería hablar, decirle todo lo que me había hecho sentir. ¿Pero cómo hacerlo con la garganta cerrada y verdaderamente cansada? Casi no podía respirar, Carlos me arrebató todo el aliento.«Eres absolutamente hermosa…»Recordé sus palabras, la forma cómo las liberó… Ese hombre había llegado aquella noche con problemas, algo había sucedido en su vida antes de nuestra cita y me sentí comprometida en hacerle olvidar todo lo negativo. Si seguiríamos siendo ocasionales, al menos yo, como ocasión, tendría que ser lo bueno.Se irguió, salió de mí y dándome uno cuantos besos, se acostó a mi lado. Se
OLIVIA.Cuando las penetraciones acabaron, regresó su cuerpo al colchón y sentí fresco de inmediato tras la carencia de su pene. Porque no pude dejarme caer de una vez, la impresión de lo vivido me dejó aún en cuclillas, tensa y riendo. Riendo por no poder creer aquello, apretando los ojos, incluso. Todo era demasiado.Se movió completo, mientras me resbalaba por fin hasta sentarme. De repente se puso de rodillas frente a mí, tomó mis piernas, me arrastró…—¡Aaaah! —grité.Se acomodó entre ellas y me penetró. Otra vez.—¡Así! —Empujó duro una sola vez hasta acoplarse—. No te separes, te quiero así —le escuché decir, mientras se unía también a mi regocijo.Nos reímos bastante, cansados, satisfechos y locos. Entonces nos besamos y besamos y seguimos besándonos hasta que el agotamiento nos fue devorando y nos hizo caer en un profundo sueño.Al cabo de unas horas (no supe de inmediato cuántas), me encontré con mi cara pegada a su pecho. Sentí un confort tan divino...Carlos estaba despier
CAPÍTULO IV: LA CUARTA CENANo quiero esperar hasta el viernesOLIVIA Debo confesar que no me esperaba tanto alboroto. Esto tenía que ser obra de la jefa de Recursos Humanos, imagino que motivada por los consejos o peticiones del Director de la empresa; porque no me explicaba el hecho de que todos los empleados de la aseguradora paralizaran sus labores e interrumpieran sus horas de almuerzo, por unos minutos, solo por mí.—¡Feliz cumpleaños, Olivia!—¡Felicidades! —me dijeron unos y otros, con abrazos y enormes sonrisas, luego de cantar a viva voz una de las canciones más viejas de la historia musical.—Muchas gracias a todos… ¡Muchísima gracias! —fui respondiendo. Un poco abrumada, si debo confesar.En todos los años que tenía trabajando para —y con— estas personas, nunca habían celebrado el cumpleaños de nadie allí. Era todo nuevo para mí.—Olivia… —me llamó el Director un tanto serio.—Dígame.Él ocultó una sonrisa genuina, creo que mi formalidad le causó gracia.—La espero en mi