La brisa del desierto acariciaba la piel de Amara, cálida y pesada, como si la arena misma conspirara para recordarle dónde estaba. Sus pasos eran firmes, pero su mente bullía con pensamientos. Aquella serpiente y el poder que había emergido de lo más profundo de su ser le llenaban de preguntas. ¿Qué significaba? ¿Por qué ahora? ¿Era aquello un don o una maldición más del caos que Apep había traído al mundo?La luz del crepúsculo se desvanecía, y las estrellas comenzaron a despuntar sobre un cielo inmenso. Amara sabía que debía encontrar refugio antes de que la noche se adueñara por completo del desierto, pero algo en el horizonte la detuvo. Una forma oscura, apenas visible contra el perfil de las dunas. Al principio pensó que era una roca, pero conforme se acercaba, la figura se movió.Era un hombre. Alto, encorvado, con una túnica desgarrada que se agitaba al viento. Amara sintió que su corazón se aceleraba. La figura avanzó un paso, y la tenue luz de las estrellas reveló su rostro.
Alejandro Rivera siempre había creído que el destino era una mezcla de suerte y elección, una danza entre lo que queremos y lo que se nos da. Pero nunca había sentido su peso tanto como en aquel caluroso día en el corazón del desierto egipcio, donde la historia dormía bajo un manto de arena y secretos.La luz del sol era implacable, golpeando la vasta extensión de arena como un martillo divino. Alejandro se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano, sus ojos recorriendo el horizonte que se mezclaba en un baile de calor y luz. A su alrededor, su equipo de arqueólogos y estudiantes trabajaban meticulosamente, cada uno absorto en su tarea, cada uno cazador de historias olvidadas.Su mentor, el Dr. Emilio Sánchez, un hombre cuya pasión por la arqueología solo era superada por su falta de paciencia, se acercó con un andar decidido que levantaba pequeñas nubes de arena. —Rivera, ¿alguna novedad? —, preguntó con un tono que no admitía demoras.—Creo que hemos encontrado algo, Dr.
La tumba, una vez un santuario de silencio y misterio, se había transformado en un escenario de preguntas sin respuesta. Alejandro, con el pergamino aún en sus manos, observaba cómo Amira recobraba la conciencia, sus ojos parpadeando con confusión. La momia de Amara, ahora nuevamente inerte, parecía burlarse de ellos con su silencio eterno.—¿Qué pasó?, murmuró Amira, su voz débil.Alejandro no sabía por dónde empezar. ¿Cómo explicar lo inexplicable? Optó por la prudencia. —Te desmayaste, —dijo con simplicidad, evitando mencionar la voz de Amara y su petición. Necesitaba tiempo para procesar lo que había experimentado, para entender si había sido real o el producto de su imaginación.—Pasaron tres horas, Alejandro. Te estuvimos esperando arriba, por eso bajé a buscarte. —dijo Amira, aún aturdida, sin saber qué había pasado.—¿Y el Dr. Sánchez? —preguntó Alejandro, confundido.—Hace más de una hora que se retiró al hotel, dijo que nos quedáramos en el campamento resguardando todo. —men
La luz del mediodía había cedido su lugar a las sombras que se cernían en la tumba, envolviendo a Alejandro, Amira y la enigmática figura de Amara en un velo de misterio. Mientras Amara se levantaba del sarcófago, una sensación de poder antiguo llenaba el aire, una energía que parecía resonar con las piedras mismas de la tumba. Alejandro no entendía nada. ¿Cómo había sido tan fácil hacer que volviera a la vida?, porque realmente solo sucedió al leer ese pergamino y sus símbolos. Eso quería decir que cualquiera que hubiera encontrado esa tumba antes, lo habría podido hacer. Quizás era algo planeado desde hace mucho, alguien le hizo el favor a Amara y le otorgó la facilidad de que volviera a la vida, aunque tuvieran que pasar miles de años, pero eso no quería decir que la maldición estuviera deshecha. Alejandro, aun sosteniendo la estatuilla de Anubis, sentía una mezcla de temor y fascinación. Amara, ahora liberada, parecía más viva que nunca, su presencia imponiendo un aura de majest
Mientras la noche envolvía el campamento con su manto de misterio, Alejandro y Amira se sentaron alrededor de una pequeña fogata, la luz de las llamas bailando en sus rostros pensativos. La revelación de las imágenes proyectadas por la estatuilla había dejado a ambos en un estado de asombro y reflexión.—Es difícil creer en todo esto, —dijo Amira, rompiendo el silencio. —Quiero decir, momias que hablan, maldiciones antiguas… Suena como algo sacado de una película, no de la realidad.Alejandro asintió, comprendiendo su escepticismo. A pesar de la atracción inexplicable que sentía hacia la historia de Amara, una parte de él luchaba con la incredulidad. —Lo sé, es surrealista. Pero después de todo lo que hemos visto, ¿cómo podemos ignorarlo?Amira jugueteaba con un pedazo de madera, su mirada perdida en las llamas. —¿Y si esto es solo una ilusión? ¿Y si estamos interpretando mal los signos?Alejandro consideró sus palabras. Era cierto que, en el mundo de la arqueología, el deseo de hacer
La luna se alzaba alta en el cielo, bañando el campamento con una luz plateada que apenas disipaba la oscuridad circundante. Alejandro, Amira y Layla, aun con el corazón palpitante por el terror vivido en la tumba, se reunieron para discutir su próximo movimiento. La atmósfera estaba cargada de una tensión palpable, una mezcla de miedo, deseo y la urgencia de resolver el misterio que los envolvía. Mientras hablaban, Alejandro no pudo evitar sentir la sensación de Amira. Sus intercambios de miradas en la penumbra de la noche eran como chispas eléctricas, un juego silencioso de deseo y contención. Layla, percibiendo la tensión entre ellos, les lanzaba miradas inquisitivas, como si tratara de descifrar un enigma adicional. —Tenemos que volver a la tumba, aprovechar que ahora en la noche no hay nadie —dijo Alejandro de repente, su voz firme a pesar del temor que sentía. Hay algo más allí, algo que Amara intenta comunicarnos. Amira asintió, su rostro reflejando una mezcla de preocupación
En el corazón del desierto, bajo la implacable luna, la tensión y el misterio se intensificaban. Karl Heinz, ahora frente a Alejandro y Amira, mantenía una sonrisa confiada, a pesar de estar rodeado. Su actitud desafiante revelaba que tenía más cartas bajo la manga. —Capturarme no cambiará nada, —dijo Heinz con frialdad. —Hay fuerzas en juego aquí mucho más grandes que ustedes pueden entender.Alejandro, con la guardia alta, no estaba dispuesto a dejar que Heinz se saliera con la suya. —¿Qué estás buscando en la tumba, Heinz? ¿Y por qué esta obsesión con Amara?Heinz se echó a reír. —La momia de Amara es solo una pieza del rompecabezas. Un rompecabezas que, una vez completado, me dará un poder que ni siquiera pueden imaginar.Antes de que pudieran interrogarlo más, un grito desde el exterior de la tumba los alertó. Era Layla, advirtiendo sobre un inminente ataque. Sin perder tiempo, Heinz aprovechó la distracción, le dio un golpe al que lo estaba deteniendo en ese momento para escapa
Bajo la pálida luz de la luna, el grupo se reagrupó, aun asimilando la realidad de haber traído de vuelta a una antigua princesa egipcia. Amara, confundida y vulnerable, se encontraba casi desnuda, su ropa hecha jirones. Alejandro, incapaz de apartar la mirada de ella, fue sacado de su ensimismamiento cuando Amira, con una mirada de reprobación, le ofreció a Amara algo de su propia ropa.—Debes cubrirte, —dijo Amira, entregándole la ropa con una mezcla de compasión y celos evidentes. Amara la aceptó con gratitud, cubriendo su cuerpo con la modestia de una época que no era la suya.Una vez vestida, Amara comenzó a compartir su historia, una narrativa de amor y maldición que parecía sacada de un cuento antiguo. —Fui maldecida por amar a alguien prohibido, —explicó con voz melancólica. —Un sacerdote de Osiris, cuyo amor por mí desafió las leyes de los dioses y los hombres. En venganza, fui condenada a esta maldición eterna, mi alma encadenada a los confines de mi tumba.Sus palabras reso