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Capítulo 2: La Maldición de Amara

La tumba, una vez un santuario de silencio y misterio, se había transformado en un escenario de preguntas sin respuesta. Alejandro, con el pergamino aún en sus manos, observaba cómo Amira recobraba la conciencia, sus ojos parpadeando con confusión. La momia de Amara, ahora nuevamente inerte, parecía burlarse de ellos con su silencio eterno.

—¿Qué pasó?, murmuró Amira, su voz débil.

Alejandro no sabía por dónde empezar. ¿Cómo explicar lo inexplicable? Optó por la prudencia. —Te desmayaste, —dijo con simplicidad, evitando mencionar la voz de Amara y su petición. Necesitaba tiempo para procesar lo que había experimentado, para entender si había sido real o el producto de su imaginación.

—Pasaron tres horas, Alejandro. Te estuvimos esperando arriba, por eso bajé a buscarte. —dijo Amira, aún aturdida, sin saber qué había pasado.

—¿Y el Dr. Sánchez? —preguntó Alejandro, confundido.

—Hace más de una hora que se retiró al hotel, dijo que nos quedáramos en el campamento resguardando todo. —mencionó Amira, ya un poco más tranquila.

De regreso al campamento, el descubrimiento de la tumba había causado revuelo. Los estudiantes y colegas de Alejandro estaban emocionados, hablando de tesoros y descubrimientos históricos. Pero para Alejandro, la tumba había adquirido un significado diferente, uno teñido de misticismo y peligro.

Esa noche, mientras los demás celebraban, Alejandro se sentó solo, examinando el pergamino una y otra vez. Las palabras de Amara resonaban en su mente, una melodía que no podía ignorar. «Libérame». ¿Era una petición genuina de una princesa m*****a o una trampa de algo mucho más siniestro?

Decidió investigar más sobre la princesa Amara. Con su computadora portátil, una señal débil de internet llegaba hasta ahí. Buscó en bases de datos y textos antiguos, pero encontró poco. Era, como si Amara hubiera sido borrada de la historia, un enigma envuelto en sombras o quizás nadie había sabido de ella nunca y él sería el primero.

Al día siguiente, Alejandro regresó a la tumba. Observó el sarcófago, preguntándose si lo que había experimentado había sido real. Decidió abrirlo de nuevo, pero esta vez, con precaución. La momia yacía allí, inmutable, sus joyas centelleando con una luz misteriosa.

Alejandro se inclinó para examinar el amuleto de Anubis en la mano de la momia. Era excepcionalmente detallado, y mientras lo miraba, sintió un ligero mareo, como si el amuleto lo estuviera atrayendo hacia un abismo desconocido.

—¿Alejandro?, la voz de Amira lo sacó de su trance. —¿Estás bien?

Alejandro se enderezó rápidamente. —Sí, solo estaba examinando el amuleto, — mintió.

Amira se acercó, su curiosidad despertada. —Es increíble, ¿verdad? Nunca había visto uno tan bien conservado.

Juntos, comenzaron a documentar los hallazgos, pero Alejandro no podía dejar de pensar en la voz de Amara. Cada vez que miraba la momia, una parte de él esperaba que volviera a hablar, que le ofreciera más pistas sobre su misteriosa maldición.

Mientras trabajaban, Alejandro notó algo peculiar en las inscripciones de la tumba. Eran jeroglíficos comunes, pero había un patrón, un mensaje oculto que solo alguien que conociera profundamente el arte egipcio podría descifrar.

Pasó horas estudiándolos, hasta que finalmente descifró el mensaje: «La llave yace donde la luz de Ra toca el corazón de Osiris al mediodía». Era un enigma, uno que prometía más respuestas… o más misterios.

Alejandro sabía que tenía que resolverlo, pero no estaba seguro de cómo proceder. ¿Dónde estaba ese lugar? ¿Y qué era la «llave»? ¿Podría ser la clave para liberar a Amara… o para desencadenar algo mucho peor?

La cámara de la tumba se llenó de sombras mientras el sol se ponía, y en esas sombras, Alejandro sintió que no estaba solo. Algo estaba allí con él, algo que esperaba, observaba. La historia de Amara estaba lejos de terminar, y Alejandro sabía que estaba en el umbral de algo que podía cambiar no solo su vida, sino el curso de la historia. Pero con cada paso que daba hacia la verdad, se adentraba más en las sombras de un pasado que quizás debería haber permanecido enterrado.

Los rayos del amanecer se filtraban a través de la entrada de la tumba, bañando la cámara con una luz dorada que parecía dar vida a los antiguos jeroglíficos. Alejandro, con los ojos aún pesados por otra noche de sueño inquieto, se adentró en la tumba, su mente consumida por el enigma del mensaje oculto. «La llave yace donde la luz de Ra toca el corazón de Osiris al mediodía». La frase se había convertido en un mantra constante, girando en su cabeza en busca de sentido.

Amira lo acompañaba, su curiosidad y escepticismo, formando un contrapunto a la obsesión de Alejandro. —¿Estás seguro de que esto significa algo?, —preguntó, mientras ajustaba su equipo de grabación.

—Estoy convencido, —respondió Alejandro, su mirada fija en las paredes de la tumba.

—Estas inscripciones no son aleatorias. Alguien quiso ocultar un mensaje aquí.

Mientras el sol ascendía en el cielo, la luz cambiaba, moviéndose lentamente a través de la cámara. Alejandro y Amira observaban, esperando el momento en que el sol estuviera en su punto más alto.

Y entonces sucedió. Un rayo de luz solar se coló a través de una pequeña abertura en la tumba, iluminando una parte específica de la pared. Un jeroglífico en particular, la representación de Osiris brillaba bajo la luz directa del sol.

—¡Esto es!, —exclamó Alejandro, acercándose a la pared. Al examinarla, encontró una pequeña protuberancia, casi imperceptible. Sin dudarlo, presionó.

La pared tembló ligeramente, y una sección se deslizó hacia un lado, revelando un compartimento oculto. Dentro, yacía un objeto envuelto en telas antiguas. Con manos temblorosas, Alejandro lo desempaquetó, revelando una estatuilla de Anubis, exquisitamente tallada y con ojos que parecían cobrar vida bajo la luz del sol.

—Debe ser la llave, —murmuró Alejandro, pero una pregunta lo atormentaba: ¿la llave a qué?

La respuesta no se hizo esperar. El aire de la tumba se enfrió repentinamente, y una sensación de malestar se apoderó de ambos. Amira dio un paso atrás, su escepticismo transformándose en miedo.

—Algo no está bien, —dijo ella, con su voz temblorosa.

Alejandro podía sentirlo también. Era como si la misma tumba hubiera cobrado vida, sus antiguos secretos despertando de un largo sueño. La momia de Amara, que hasta ese momento había yacido inerte, comenzó a moverse. Sus vendas se desenredaban lentamente, revelando no el cuerpo decrépito de un cadáver, sino la figura de una mujer joven, su piel pálida y sus ojos brillando con una luz sobrenatural.

—Has encontrado la llave, Alejandro, —dijo la momia, su voz resonando en la cámara. ——Pero con ella, has desatado algo que no puedes comprender.

Alejandro dio un paso atrás, la estatuilla de Anubis aún en sus manos. ¿Qué había hecho? ¿Había liberado a Amara o desencadenado una maldición aún más oscura?

—¿Qué es lo que no comprendo?, —preguntó, su voz temblando.

—Mi historia, —respondió Amara, levantándose del sarcófago. —Mi historia es más que una maldición. Es un legado de poder, traición y magia oscura. Y ahora, tú eres parte de ella.

Alejandro y Amira, paralizados por el miedo y la sorpresa, mirando a la figura de Amara, que se alza ante ellos con un poder ancestral. El aire de la tumba se llena de susurros antiguos, promesas y advertencias, mientras la luz del mediodía se desvanece, dejando solo sombras y la presencia imponente de Amara. Alejandro se da cuenta de que ha cruzado un umbral del cual no puede volver atrás. El misterio de Amara y la verdadera naturaleza de su maldición apenas comienzan a revelarse, arrastrando a Alejandro y Amira más profundamente en un mundo de secretos antiguos y peligros desconocidos.

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