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Capítulo 7: Ecos de un Pasado Maldito

Bajo la pálida luz de la luna, el grupo se reagrupó, aun asimilando la realidad de haber traído de vuelta a una antigua princesa egipcia. Amara, confundida y vulnerable, se encontraba casi desnuda, su ropa hecha jirones. Alejandro, incapaz de apartar la mirada de ella, fue sacado de su ensimismamiento cuando Amira, con una mirada de reprobación, le ofreció a Amara algo de su propia ropa.

—Debes cubrirte, —dijo Amira, entregándole la ropa con una mezcla de compasión y celos evidentes. Amara la aceptó con gratitud, cubriendo su cuerpo con la modestia de una época que no era la suya.

Una vez vestida, Amara comenzó a compartir su historia, una narrativa de amor y maldición que parecía sacada de un cuento antiguo. —Fui maldecida por amar a alguien prohibido, —explicó con voz melancólica. —Un sacerdote de Osiris, cuyo amor por mí desafió las leyes de los dioses y los hombres. En venganza, fui condenada a esta maldición eterna, mi alma encadenada a los confines de mi tumba.

Sus palabras resonaron en el grupo, dándoles una perspectiva más humana de la momia que habían estado estudiando. La idea de que Amara había sido consciente durante milenios, atrapada en un limbo entre la vida y la muerte, era algo que les costaba asimilar.

—Siempre supe que el tiempo pasaba, —continuó Amara. —Sentía cada siglo, cada cambio, esperando ser liberada. Pero nunca imaginé que el mundo había cambiado tanto.

—¿Qué hiciste tan mal en tu vida, para que te maldijeran de esa forma? —preguntó ansioso Alejandro por conocer la verdad.

—No sé qué tanto ha cambiado la costumbre, pero en aquellos tiempos, yo, siendo una princesa, tenía prohibido enamorarme de un sacerdote. —Continuó Amara. —Y lo peor del caso es que no fue nadie de mi familia quien me puso esta maldición, sino los mismos sacerdotes que lo acompañaron a él. Desafiamos las leyes de los dioses y eso desencadenó una furia y una fuerza indescriptible y para calmarlos maldijeron con estar conscientes durante toda la eternidad.

Mientras procesaban la historia de Amara, una sombra ominosa se cernía sobre ellos. La figura oscura que había sido liberada junto con la maldición de Amara parecía ansiosa por reclamarla de nuevo. Además, la amenaza de Karl Heinz y su sed de poder representaba un peligro aún mayor.

—Debemos actuar, —dijo Alejandro, su voz cargada de determinación. —No solo para proteger a Amara, sino para evitar que Heinz y esa entidad oscura logren sus objetivos.

El grupo acordó un plan. Mientras Layla y el Dr. Sánchez buscarían más información sobre la entidad oscura y cómo detenerla, Alejandro, Amira y Nadia protegerían a Amara, intentando descifrar el resto de la maldición que aún parecía atarla a este mundo.

A medida que la noche avanzaba, la tensión entre Alejandro y Amira crecía. La atracción evidente de Alejandro hacia Amara no pasaba desapercibida, y Amira luchaba con sentimientos de celos y confusión. Sin embargo, la urgencia de su misión los mantenía enfocados en la tarea que tenían por delante.

Amara se acercó a Alejandro, sus ojos reflejando la luz de las estrellas. Había una serenidad en su voz que contrastaba con el caos reciente. —Siento una conexión contigo —confesó, jugando nerviosamente con un amuleto que llevaba alrededor del cuello.

Alejandro la miró, sorprendido por la sinceridad en su voz. —¿Una conexión? —preguntó, su tono mezclaba curiosidad con una cautela suave.

Ella asintió, mirando hacia el cielo nocturno. —Como si de alguna manera, nuestros destinos estuvieran entrelazados. Desde que te conocí, hay algo en ti que me resulta… familiar, como un eco de un pasado lejano.

Alejandro se quedó pensativo por un momento, observando la intensidad en sus ojos. —Es extraño —admitió—, desde que empecé esta aventura, he sentido algo similar. Como si hubiera una razón más profunda detrás de nuestro encuentro.

Amara se acercó un poco más, su mirada buscaba respuestas en los ojos de Alejandro. —A veces, en mis sueños, veo imágenes y lugares que nunca he visitado. Y en ellos, siempre estás tú, como un guardián o un compañero de viaje.

Alejandro, intrigado por sus palabras, se inclinó hacia delante. —¿Crees en la reencarnación o en las vidas pasadas? —preguntó suavemente.

Ella respondió con una sonrisa melancólica. —En mi mundo, las líneas entre el pasado, el presente y el futuro son borrosas. Todo está conectado de alguna manera. Tal vez nuestras almas se han cruzado antes, en otra época, bajo diferentes estrellas.

Alejandro asintió, reflexionando sobre sus propias experiencias y sueños. —Quizás estás en lo cierto. Tal vez hay más en nuestras vidas que simples coincidencias.

Ambos se quedaron en silencio, contemplando la posibilidad de un pasado compartido y un futuro entrelazado, mientras el desierto a su alrededor susurraba secretos antiguos bajo la luz de la luna.

Alejandro, emocionado y confundido, se encontraba en un torbellino de sentimientos. La belleza y la historia de Amara lo habían cautivado profundamente. Sus ojos, tan llenos de sabiduría antigua y un misterio insondable, parecían llamarlo a un destino que estaba más allá de su comprensión. Sin embargo, en estos días recientes, había sentido una atracción creciente y perturbadora por Amira, su compañera de aventuras cuyo espíritu indomable y vivaz contrastaba con la serenidad etérea de Amara.

Mientras luchaba con estos pensamientos, la quietud del desierto le ofrecía un respiro momentáneo. La brisa nocturna acariciaba su rostro, llevando consigo el aroma suave de las flores del desierto. Las estrellas parpadeaban en el cielo, creando un tapiz de luz sobre el vasto y tranquilo paisaje.

Pero la paz fue efímera. La noche se rompió súbitamente con un estruendo ensordecedor. La calma se transformó en caos mientras la arena se agitaba violentamente bajo los pies de los atacantes que emergían de sus escondites como espectros de la oscuridad. Alejandro se puso en guardia, sus sentidos agudizados por el peligro inminente.

Las estrellas titilaban indiferentes en el cielo, testigos silenciosos del drama terrenal que se desplegaba debajo. La luna, con su luz pálida y misteriosa, iluminaba brevemente las caras endurecidas de los hombres armados, cuyos ojos destellaban con una determinación feroz. Eran los emisarios de Heinz, enviados con un propósito oscuro y resuelto.

Alejandro, sacando fuerzas de sus emociones turbulentas, se preparó para enfrentar la amenaza que se cernía sobre ellos. Su mente, aunque atormentada por el conflicto interno, estaba clara en su propósito de proteger a quienes estaban a su lado, independientemente de los sentimientos que lo atormentaban.

Alejandro, al percibir el peligro inminente, se posicionó defensivamente frente a Amara y sus compañeros. Sus movimientos eran precisos y rápidos, cada golpe y patada un testimonio de su maestría en artes marciales. Los atacantes, subestimando su habilidad, se lanzaban uno tras otro, solo para ser neutralizados con una mezcla de técnica y furia.

Mientras tanto, Amara, no siendo una mera espectadora, demostraba su agilidad, esquivando ataques y utilizando el terreno a su favor. Sus compañeros, aunque no tan hábiles en combate, luchaban con valentía, utilizando cualquier objeto a mano como arma.

Una figura envuelta en sombras emergió, deslizándose entre los combatientes con una gracia inquietante. Su presencia era como un viento frío del Nilo, y su mirada fija en Amara era tan penetrante como una daga. La lucha parecía congelarse a su alrededor mientras se acercaba a su objetivo.

El grupo, exhausto, pero victorioso, después de repeler tanto a los hombres de Heinz como a la entidad oscura. Sin embargo, sabían que esta era solo una batalla en una guerra mucho más grande. Con Amara aún en peligro y el poder oscuro al acecho, debían encontrar una manera de terminar lo que había comenzado hace milenios. El destino de Amara, y posiblemente del mundo, dependía de ello.

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